Capitulo 4

Al día siguiente, me levanté antes del amanecer, sabiendo que el príncipe no aceptaría otra llegada tardía. El aire de la mañana era gélido, y mientras me dirigía hacia el castillo, los primeros rayos de sol apenas se asomaban por el horizonte.

A medida que me acercaba, sentía una creciente opresión en el pecho. No era solo por el comportamiento del príncipe, sino por algo más... algo que no podía nombrar aún.

Al entrar en sus aposentos, lo encontré en la misma postura del día anterior, aunque hoy había algo diferente. A su lado, descansando en el suelo de piedra fría, había un enorme lobo.

Su pelaje gris oscuro se fundía con la penumbra de la habitación, y sus ojos, amarillos y penetrantes, me miraban con una intensidad que me hizo detenerme de golpe.

—Él es Fenris —dijo el príncipe con una sonrisa ladeada, notando mi incomodidad—. Mi único verdadero compañero. Te sugiero que no hagas movimientos bruscos si no quieres que te ataque.

El lobo levantó la cabeza, sus ojos fijos en mí, como si estuviera esperando cualquier señal de peligro para lanzarse. Era un animal magnífico y aterrador al mismo tiempo. Parecía tan salvaje como el príncipe mismo.

—Es un placer conocerlo, Fenris —dije en un susurro, tratando de no mostrar el miedo que sentía al estar tan cerca de la enorme bestia.

El príncipe soltó una carcajada fría.

—No creo que le importe mucho lo que pienses de él —dijo, mirando a su lobo con afecto—. Pero él me protege, algo que tú no podrías hacer ni en cien vidas.

Tragué saliva, manteniendo la compostura mientras me acercaba a preparar lo que necesitaba para asistirlo ese día. Pero cada movimiento que hacía estaba bajo la atenta mirada del lobo, que parecía estar evaluándome tanto como su amo.

—Hoy no necesito que me lleves a los jardines —dijo el príncipe de repente, su tono más serio—. Hoy, quiero que prepares un baño. Fenris y yo vamos a necesitar relajarnos.

Asentí rápidamente y me dispuse a preparar la bañera en la gran sala contigua a su dormitorio.

Mientras llenaba el agua, escuchaba cómo el príncipe hablaba con su lobo en voz baja, como si estuviera compartiendo secretos que nadie más podía escuchar.

Su relación con la bestia era inquietante, casi como si el animal fuera una extensión de su voluntad.

Una vez que el agua estuvo lista, volví a su habitación para ayudarlo a trasladarse al baño. Sabía que, a pesar de su discapacidad, el príncipe mantenía una gran fuerza en sus brazos y podía moverse con relativa facilidad si tenía ayuda.

Sin embargo, no quería demostrar ninguna debilidad frente a mí, lo que hacía el proceso incómodo y lleno de tensión.

—No me trates como si fuera de cristal —gruñó mientras lo ayudaba a desvestirse.

—No lo haría, mi Lord —respondí, intentando no titubear.

El baño fue una tarea tensa desde el principio. Cuando llegué con el agua caliente, el príncipe ya estaba esperando, su mirada severa, como siempre. Pero esta vez, hubo un cambio en su comportamiento.

—No te atrevas a mirarme más de lo necesario —ordenó mientras yo preparaba todo.

Me mantuve en silencio y obedecí. Él, sin embargo, insistió en cubrirse con una tela mientras se desvestía.

El lobo, Fenris, seguía observando desde un rincón, sus ojos brillando en la penumbra.

Cuando el príncipe estuvo cubierto por completo, se movió con cuidado hacia la bañera. Solo entonces retiró la tela, asegurándose de que yo no pudiera verlo por completo.

Una vez en el agua, dejó que continuara con mi labor. Le lavé el torso y los brazos, evitando cualquier zona que pudiera incomodarlo, siempre respetando su privacidad.

—No te creas con el derecho de ver más de lo que te permito —me advirtió con frialdad, sin mirarme.

—Nunca lo haría, mi Lord —respondí con la misma cautela.

Finalmente, lo ayudé a entrar en la bañera. Mientras el agua cubría su cuerpo, sus músculos se relajaron visiblemente, pero su mirada seguía siendo afilada, observándome con una mezcla de desdén y curiosidad.

—¿Qué crees que piensan tus hermanos de este trabajo, Amber? —preguntó de repente, sin apartar los ojos de mí—. ¿Crees que están orgullosos de que te humillen cada día?

El golpe de sus palabras fue inesperado, pero traté de mantener la calma.

—Mis hermanos saben que lo hago por ellos, mi Lord. Ellos entienden que cada sacrificio es necesario para sobrevivir.

Él soltó una risa amarga.

—Sobrevivir. Eso es todo lo que sabes hacer, ¿no? Pero, ¿alguna vez has pensado en más? ¿En algo más que solo sobrevivir?

—¿Más, mi Lord? —pregunté, sin comprender del todo su insinuación.

—Sí, Amber. Vivir, no solo sobrevivir. Aunque tal vez alguien como tú nunca podrá entenderlo.

El silencio que siguió fue pesado. Terminé de lavarlo en silencio, sintiendo que cada palabra suya era una herida más.

El príncipe disfrutaba recordándome mi lugar, pero no solo eso. Parecía deleitarse en destrozar cualquier esperanza de dignidad que pudiera tener.

Cuando terminamos, me retiré hacia el otro lado de la sala, dándole tiempo para cubrirse de nuevo con la tela antes de salir del agua.

Una vez que terminó, lo ayudé a regresar a su silla.

Él se vistió por sí mismo, sin permitirme ayudarle en esa parte del proceso. Solo cuando estuvo completamente cubierto, me indicó que podía acercarme de nuevo para ajustar su túnica.

La tensión nunca desapareció del todo, pero al menos sabía que, en ese aspecto, el príncipe mantenía un sentido de control. Cada día era una prueba constante, pero el respeto a su espacio personal era algo que no me atrevía a cuestionar.

Mientras lo ayudaba, Fenris se acercó más, su hocico casi tocando mi mano. Contuve el aliento, esperando que el lobo no decidiera atacarme.

—No te preocupes, Amber —dijo el príncipe, notando mi nerviosismo—. Fenris solo ataca cuando se lo ordeno. Pero mantente alerta... nunca sabes cuándo podría cambiar de opinión.

Me aparté lentamente, agradecida de que el lobo se retirara a su lugar al lado del príncipe. La amenaza siempre estaba ahí, implícita y constante.

—Vete por hoy —ordenó el príncipe, su tono despectivo—. No te necesito más.

Hice una reverencia rápida, agradecida por la oportunidad de irme antes de que él decidiera lo contrario. Pero mientras salía de la habitación, sus palabras resonaban en mi mente.

¿Qué significaba "vivir", según él? ¿Y por qué parecía estar tan interesado en recordarme mi lugar solo para luego cuestionarlo?

El príncipe era un enigma envuelto en crueldad. Y cada día, estar a su servicio se sentía como caminar en la cuerda floja, siempre a un paso de la caída, siempre bajo la mirada vigilante de su lobo temerario.

Mañana sería otro día más, y sabía que tendría que regresar, enfrentando no solo al príncipe, sino también al peligroso vínculo que compartía con su lobo.

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