Capitulo 3

Mientras seguía limpiando el suelo, el silencio en la habitación se hacía cada vez más incómodo.

El príncipe, con la vista fija en su libro, no dejaba de dar pequeños suspiros de impaciencia, como si el simple hecho de estar en la misma habitación que yo le molestara profundamente.

—¿Ya terminaste? —preguntó sin apartar la mirada del libro, su voz cortante como un cuchillo.

—Casi, mi Lord —respondí con voz temblorosa, aunque apenas quedaba una pequeña mancha en el suelo. Me sentía observada, juzgada por cada movimiento.

—Más rápido. No tengo todo el día para verte arrastrarte —dijo con una burla en la voz, sin levantar la mirada de las páginas.

Apresuré mis manos, sintiendo cómo mis mejillas ardían de la vergüenza. Quería protestar, decirle que no era justo que me tratara así, pero las palabras del consejero resonaban en mi mente: “Si no le agradas, te despedirá o, peor, te amenazará de muerte.”

Terminé de limpiar y me levanté, secándome las manos en el delantal. Me quedé de pie, esperando que él dijera algo más, pero el silencio se alargó.

Me atreví a mirarlo de reojo y lo vi aún con el libro en las manos, pero sus ojos no estaban sobre las letras.

Me estaba observando, en silencio, con esa mirada fría e impenetrable que me hacía sentir diminuta.

—¿Qué haces ahí parada como una estatua? —preguntó, con una ceja levantada—. Si no tienes nada que hacer, puedes irte, pero regresa al amanecer. Y que no se te ocurra llegar tarde.

—Sí, mi Lord —dije apresuradamente, haciendo una reverencia antes de salir de la habitación, con el corazón latiéndome rápido en el pecho.

Cerré la puerta tras de mí, intentando controlar la respiración. Sentí cómo mis piernas temblaban después de toda la tensión acumulada. Esto apenas era el comienzo, y ya me sentía sofocada por la presión.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó el consejero, que había estado esperando fuera de la habitación.

—Lo haré lo mejor que pueda, mi Lord —respondí, evitando decirle lo humillante que había sido la experiencia. Sabía que no había otra opción para mí y mis hermanos, no si queríamos sobrevivir.

—Bien. Recuerda seguir todas las instrucciones. Si fallas, lo lamentarás —me advirtió antes de alejarse, dejándome sola.

Mientras caminaba hacia la salida, pensé en mis hermanos. David había tomado la decisión por mí sin pensarlo dos veces, y aunque sabía que lo hacía por necesidad, el peso de la responsabilidad caía sobre mis hombros como una piedra. ¿Podría soportar trabajar para alguien tan cruel?

Con esa incertidumbre, volví a casa, sabiendo que el verdadero reto apenas comenzaba.

Al llegar a casa, el ambiente estaba más tranquilo que de costumbre. David y Jessica estaban sentados alrededor de la mesa, conversando sobre su día.

Cuando entré, ambos me miraron con cierta expectativa, especialmente David, que parecía ansioso por saber cómo me había ido.

—¿Y? ¿Aceptaste el trabajo? —preguntó, sin perder un segundo.

—Sí —dije, dejando caer mi bolsa al suelo con un suspiro pesado.

Jessica se levantó para servirme un plato de sopa, y aunque se notaba cansada, siempre había sido más considerada que David.

—¿Cómo fue? —preguntó, acercándome el plato mientras tomaba asiento a mi lado.

Me quedé en silencio un momento, reviviendo lo ocurrido en la mente: el desprecio en los ojos del príncipe, la risa ahogada cuando cometí un error, la forma en que me había obligado a limpiar el suelo como si fuera una simple herramienta para su diversión.

—Fue… complicado. El príncipe no es fácil de tratar —murmuré, removiendo la sopa con la cuchara sin mucho apetito.

—¿Qué tan malo puede ser? —preguntó David entre mordiscos de pan—. Solo es un muchacho inválido. No puede hacerte mucho.

—David —le reprendió Jessica, lanzándole una mirada de advertencia—. No lo digas así.

David soltó un bufido, encogiéndose de hombros.

—No es solo su condición —dije, sintiendo cómo se acumulaba el nudo de frustración en mi pecho—. Tiene un carácter terrible. Me trató como si fuera menos que nada. Su madre también me miró con desprecio, como si no fuera digna de estar en ese lugar.

—¿Te maltrató físicamente? —preguntó Jessica, con los ojos llenos de preocupación.

—No, físicamente no… pero su forma de ser... Es cruel, y temo que empeore con el tiempo. —Me llevé la mano a la frente, sintiendo la tensión—. Pero no tengo otra opción, ¿verdad?

David dejó su pan en la mesa con un golpe seco, mirándome con la misma severidad de siempre.

—No la tienes, Amber. Tienes que hacerlo. No podemos seguir viviendo de migajas, y este trabajo puede darnos lo suficiente para salir adelante. No puedes rendirte solo porque alguien te trata mal.

Sabía que tenía razón. David siempre pensaba en la supervivencia antes que en los sentimientos.

Para él, la crueldad del príncipe era un obstáculo insignificante comparado con lo que habíamos enfrentado antes. Pero para mí, esa humillación cotidiana iba a ser un reto difícil de soportar.

Jessica me puso una mano en el hombro, tratando de consolarme.

—Solo recuerda que no estás sola, Amber. Hagas lo que hagas, siempre estaremos contigo. Si algún día se vuelve demasiado, puedes irte.

—No es tan fácil, Jess —dije con un suspiro—. Si dejo este trabajo, no sé qué más podremos hacer.

—Sobreviviremos —insistió ella, con una suave sonrisa—. Lo hemos hecho antes, lo haremos de nuevo.

David bufó, terminando su plato con rapidez y levantándose de la mesa.

—Ya basta de sentimentalismos. Mañana tienes que levantarte temprano. No puedes darte el lujo de fallar.

Asentí, sabiendo que el mañana traería más desafíos. Después de una noche de sueño interrumpido, el amanecer llegó demasiado pronto, y me preparé para regresar al castillo.

Al entrar de nuevo, todo me parecía más imponente, más frío. Subí a la habitación del príncipe con la misma sensación de opresión que el día anterior. Cuando abrí la puerta, él ya estaba despierto, mirando por la ventana con el rostro serio.

—Tarde —dijo sin siquiera voltear a verme.

—No, mi Lord, llegué a la hora que el consejero me indicó —respondí, tratando de mantener la calma.

Él soltó un resoplido y giró su silla de ruedas para mirarme de frente. Hoy su expresión era aún más amarga.

—¿Sabes? No me importa lo que te haya dicho el consejero. Aquí las reglas las pongo yo. Así que, a partir de ahora, llegarás antes del amanecer. No quiero verte entrar cuando ya haya luz. ¿Entendido?

Apreté los labios, asintiendo. Sabía que discutir no serviría de nada.

—Bien. Ahora, ven y asísteme. Tienes mucho que hacer hoy. —Su tono era autoritario, como si cada palabra estuviera diseñada para recordarme que él tenía el control absoluto.

Me acerqué lentamente, con las manos temblorosas. Sabía que mi vida aquí no iba a ser fácil, pero empezaba a comprender que este trabajo sería una prueba no solo de mi paciencia, sino de mi fortaleza.

El príncipe no era solo cruel por su situación; había algo más oscuro detrás de su actitud, una amargura que parecía haber crecido con los años. Y ahora, yo estaba en el centro de su mundo, atrapada en una relación que podía convertirse en mi peor pesadilla.

Pero tenía que seguir adelante. Por mí. Por mis hermanos.

Y porque sabía que, a pesar de todo, si lograba superar esto, podría encontrar una salida, aunque el precio fuese alto.

El príncipe, con una mirada calculadora, me observaba mientras me acercaba a él. No dejaba de evaluar cada uno de mis movimientos, como si estuviera esperando que cometiera algún error para castigarme de inmediato.

—Vamos, Amber —dijo, alargando el sonido de mi nombre con desdén—. Hoy será un día largo para ti.

Me acerqué con cautela. Su tono siempre cargaba una amenaza implícita, y aunque todavía no había hecho nada físicamente, podía sentir la tensión en el aire, como si en cualquier momento pudiera decidir que ya no le agradaba.

—Mi Lord, ¿cómo desea que lo asista? —pregunté, manteniendo mi voz lo más neutral posible.

—Primero, ayúdame a cambiarme. No puedo hacer mucho por mí mismo, o al menos eso piensan todos. —El resentimiento en su voz era evidente. Aunque intentaba mostrar indiferencia, sus palabras estaban llenas de amargura.

Me arrodillé frente a él, y cuando intenté levantarle la camisa para cambiarle la túnica, sentí sus ojos clavados en mí, como si quisiera encontrar alguna razón para culparme de algo.

—¿Sabes por qué todos me abandonan, Amber? —dijo de repente, rompiendo el silencio mientras yo trabajaba—. No es solo porque soy inválido. Es porque los asusto. —Hizo una pausa, como si esperara que yo reaccionara, pero mantuve la calma, aunque mi corazón latía con fuerza.

—¿Asustarlos, mi Lord? —pregunté, sin levantar la vista.

—Sí, asustarlos —respondió con una sonrisa fría—. Nadie quiere estar cerca de alguien que les recuerda lo frágil que es la vida. Alguien que les muestra que en cualquier momento todo puede terminar. Mírame. Un accidente y quedé así para siempre. ¿No te da miedo? ¿No temes que algo así te ocurra a ti también?

Terminé de ajustar su túnica y retrocedí un paso, mis manos temblorosas apenas visibles.

—Todos somos frágiles, mi Lord. Nadie está exento de los caprichos de la vida. —Mis palabras fueron sinceras, pero también sabía que él no quería una respuesta humilde. Quería sentir poder sobre mí.

—Qué respuesta tan correcta —dijo, riendo por lo bajo—. Pero no me interesa la corrección. Lo que quiero saber es cómo te sentirás después de estar aquí conmigo, día tras día. ¿Cuánto tiempo podrás soportarlo antes de que también huyas?

—No tengo intención de huir, mi Lord —respondí, aunque una parte de mí no estaba tan segura de esa promesa.

—Eso lo veremos. —Él se acercó más en su silla, sus ojos oscuros fijándose en los míos—. Quiero que me lleves afuera hoy. Quiero salir a los jardines. Estoy cansado de estar encerrado en esta m*****a habitación.

Asentí y me dispuse a llevarlo hacia la silla de ruedas más grande, la que se usaba para salir del castillo. Mientras lo ayudaba, sentía el peso de su mirada, observando cada uno de mis movimientos con una mezcla de desconfianza y curiosidad.

El camino hacia los jardines era largo y silencioso. Cada paso que daba con la silla rechinando me recordaba que mi vida ahora estaba atada a él, al príncipe que me despreciaba.

Cuando finalmente llegamos, el aire fresco fue un alivio, pero no para él. Parecía más molesto con la libertad que no podía disfrutar completamente.

—¿Crees que es justo, Amber? —preguntó, mirando los árboles a lo lejos—. Que todos los demás vivan sus vidas y yo esté aquí, atrapado en este cuerpo inútil.

—La vida no siempre es justa, mi Lord —contesté en voz baja, eligiendo las palabras con cuidado.

Él no respondió, pero noté que su mandíbula se tensaba. Quizá mis palabras habían tocado algo dentro de él. O quizá simplemente odiaba que no le diera la razón.

Pasaron unos minutos en silencio antes de que decidiera hablar de nuevo.

—¿Tienes miedo de mí, Amber? —preguntó de repente, rompiendo la quietud.

Sentí un nudo en la garganta. Era una pregunta peligrosa, y cualquier respuesta podría ser malinterpretada.

—No, mi Lord —respondí finalmente, aunque sabía que era solo una verdad a medias.

Él soltó una risa corta, pero amarga, mientras seguía mirando hacia los jardines.

—Deberías tenerlo. Al menos así podrías prepararte para lo que venga.

Sus palabras colgaban en el aire como una advertencia. Y aunque no sabía exactamente a qué se refería, algo en su tono me hizo sentir que había más en juego de lo que parecía.

Había una oscuridad en él, algo que se alimentaba de su propio dolor, y si no tenía cuidado, podría ser consumida por ella también.

El resto del día transcurrió en una tensa rutina. Lo ayudé a regresar a su habitación, lo asistí con su comida, y todo el tiempo sentía su mirada clavada en mí, como si estuviera evaluando cada uno de mis pensamientos y emociones.

Cuando finalmente llegó la hora de retirarme, hice una reverencia, más agotada de lo que esperaba.

—Hasta mañana, mi Lord.

—Veremos si sigues aquí mañana, Amber. Muchos han dicho esas palabras antes, pero ninguno ha durado.

Salí de la habitación con un nudo en el estómago. Afuera, el frío de la tarde me envolvió, y por primera vez en mucho tiempo, sentí una duda profunda sobre si realmente podría soportar este trabajo.

No se trataba solo del príncipe y su crueldad. Se trataba de la lucha constante para no perderme en su mundo oscuro.

Pero no podía rendirme. No aún. No cuando mis hermanos contaban conmigo.

Mañana volvería. Pero cada día, el miedo crecía más. Y sabía que si no encontraba una manera de protegerme de esa oscuridad, pronto no quedaría nada de mí para salvar.

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