Capitulo 5

A la mañana siguiente, me levanté sabiendo que el día sería aún más complicado que los anteriores.

El príncipe había dejado claro que no me necesitaba más después de haberlo vestido, pero algo en su actitud cambió desde entonces. Ahora, parecía requerir mi presencia más de lo necesario.

Cuando llegué a sus aposentos, Fenris ya estaba en su lugar, y el príncipe me miraba con una extraña mezcla de impaciencia y expectativa.

—Hoy no te irás tan rápido, Amber —dijo sin siquiera saludar—. Hay más cosas que necesito que hagas por mí.

Asentí sin hacer preguntas. Preparé su desayuno como de costumbre, pero esta vez me pidió que me quedara junto a él mientras comía.

El príncipe no hablaba, y el lobo a sus pies parecía tan alerta como siempre, pero el silencio era diferente; cargado de una tensión que no lograba descifrar.

—¿Siempre fuiste tan callada? —preguntó de repente mientras dejaba el plato vacío sobre la mesa.

—Hablar cuando no se me ha pedido sería una falta de respeto, mi Lord —respondí, tratando de encontrar el equilibrio entre el respeto y la sumisión.

—¿Y si ahora lo estoy pidiendo? —dijo, sus ojos fijos en mí con una intensidad que me desarmaba.

Me quedé callada por un momento, buscando las palabras adecuadas, pero él no me dio tiempo.

—No te preocupes, Amber. No tienes nada interesante que decir, ¿verdad? —Su tono era ácido, pero detrás de eso parecía haber algo más, algo que no lograba identificar. Una especie de anhelo, tal vez.

El día transcurrió con lentitud, y a pesar de que parecía que ya no necesitaba mi ayuda directa, el príncipe no me permitió irme. Me hizo quedarme en su habitación mientras leía, aunque no me hablaba.

Cuando me acerqué para preguntar si quería que lo llevara a los jardines, me interrumpió.

—No. No quiero que me lleves a ningún lado hoy. Quédate aquí.

Lo obedecí, pero cada minuto a su lado se volvía más extraño. Parecía estar buscando algo en mi presencia, aunque no sabía exactamente qué.

Fenris, siempre alerta, también parecía sentir el cambio, su mirada seguía cada movimiento que hacía.

Finalmente, llegó la tarde, y aunque mis tareas ya estaban completas, no se me permitió retirarme. El príncipe había decidido que debía quedarme hasta que él decidiera lo contrario.

—¿Alguna vez has pasado tanto tiempo con alguien tan… diferente a ti? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.

—Mi Lord, estoy acostumbrada a estar con personas de todo tipo. Mi trabajo requiere adaptarme a cada circunstancia —respondí, esperando que esa fuera la respuesta que buscaba.

—Eso no responde a mi pregunta —dijo, con un tono más severo—. ¿Has estado alguna vez junto a alguien que no es igual a ti? Alguien que no puede caminar, que necesita ser atendido como un niño, aunque su mente sea la de un hombre.

No supe qué responder. Su tono había cambiado, revelando una vulnerabilidad que rara vez dejaba ver.

—Mi Lord, yo no... —comencé, pero él me interrumpió.

—No, claro que no lo entiendes. Eres solo una sirvienta. ¿Cómo podrías? —La dureza en sus palabras volvió rápidamente, pero su expresión se había suavizado ligeramente.

La noche comenzó a caer, y a pesar de mis intentos por retirarme, el príncipe seguía encontrando formas de mantenerme en su compañía.

Me pidió que organizara los libros de su estantería, que trajera más velas, incluso que alimentara a Fenris, aunque el lobo solo me miraba con desdén.

Finalmente, cuando la luna ya estaba alta en el cielo, me permití esperar que el príncipe me dejaría ir. Pero antes de que pudiera decir nada, él habló de nuevo.

—Quédate hasta que me duerma —ordenó en voz baja, recostándose en su cama, aunque su tono no permitía contradicciones.

Me senté en una esquina de la habitación, observando cómo su respiración se iba haciendo más lenta. Cada vez más, el príncipe parecía no poder soportar estar solo, pero nunca lo admitiría abiertamente. Ni siquiera a sí mismo.

Después de lo que parecieron horas, el príncipe finalmente cerró los ojos. Aun así, no me atreví a moverme hasta estar segura de que realmente se había quedado dormido.

Fenris, como si entendiera mi situación, permaneció en silencio, sus ojos brillantes aún fijos en mí, vigilando hasta el último momento.

Cuando por fin sentí que podía retirarme, lo hice lo más silenciosamente posible, pero con cada paso que daba lejos de su habitación, algo dentro de mí me decía que esto no sería lo último de esa extraña necesidad de compañía.

Sabía que al día siguiente, y los días que siguieran, el príncipe encontraría formas de alargar mi presencia en su vida, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

Cada día, su aislamiento parecía crecer, y yo, sin quererlo, estaba siendo arrastrada con él, más allá de lo que cualquier sirvienta debería estar.

Al día siguiente, cuando llegué a sus aposentos, algo era diferente. El príncipe estaba sentado junto a la ventana, observando el paisaje con una mirada vacía.

No había rastro de la dureza habitual en su rostro, ni del tono autoritario con el que me hablaba. Fenris, su lobo, permanecía a su lado, quieto, como si también sintiera la atmósfera extraña que reinaba en la habitación.

—Mi Lord… —comencé con cautela, acercándome—. ¿Necesita algo hoy?

Él no respondió de inmediato. Pasaron varios minutos en los que sólo permaneció en silencio, con los ojos fijos en el horizonte, mientras el viento hacía crujir las ramas de los árboles afuera.

—Amber… ¿alguna vez has sentido que no tienes ningún propósito? —preguntó de repente, su voz más suave de lo que jamás la había oído.

Me sorprendió la pregunta, pero respondí con la misma cautela de siempre.

—No sabría decirlo, mi Lord. Mi propósito siempre ha sido cumplir con mis deberes, ayudar a mis hermanos a sobrevivir.

—Tú puedes caminar, Amber. Puedes salir ahí y hacer lo que quieras —dijo con amargura—. Pero yo… —hizo una pausa, respirando hondo—. Yo no puedo hacer nada. Estoy atrapado en esta m*****a habitación, en este cuerpo que no me sirve para nada. Mientras mis hermanos están afuera, peleando, conquistando… siendo hombres.

Sus palabras se quebraron al final, y me di cuenta de lo profundo que era su dolor. Siempre lo había visto distante, arrogante, pero esta tristeza, esta desesperanza que ahora mostraba, era algo que nunca había presenciado.

—Sé que no es lo mismo, pero aún tiene un papel importante, mi Lord —traté de consolarlo—. Sus decisiones influyen en todo el reino, usted es quien...

—¡Eso no es suficiente! —me interrumpió, golpeando el brazo de su silla con fuerza—. Nadie me respeta realmente, ni siquiera mis propios hermanos. Para ellos, soy una carga. Un príncipe que nunca podrá luchar, que no puede continuar con el linaje, que no puede... —hizo una pausa, apartando la mirada, incapaz de continuar la frase.

El silencio cayó sobre la habitación, interrumpido solo por el suave crujido del fuego en la chimenea.

Fenris, su leal lobo, apoyó la cabeza sobre las piernas del príncipe, como si entendiera su tormento, pero no había mucho que incluso esa majestuosa bestia pudiera hacer.

Me acerqué con cautela, sabiendo que mi presencia no siempre era bienvenida en momentos de tensión, pero algo en su mirada me indicó que esta vez lo necesitaba, aunque no lo admitiera.

—Mi Lord, tal vez no pueda cambiar lo que ha pasado, pero eso no lo hace menos valioso —le dije en voz baja, evitando ser demasiado directa—. Hay quienes no pueden hacer lo que usted hace. Su mente es fuerte, y eso es algo que muchos envidiarían.

El príncipe se rió, una risa amarga y sin alegría.

—¿Fuerte? ¿Qué valor tiene una mente fuerte en un cuerpo roto? —dijo con los ojos llenos de una tristeza que parecía insuperable—. Me siento… vacío, Amber. Cada día es una tortura, porque sé que no hay futuro para mí. No hay guerra, no hay gloria, ni una mujer que quiera estar conmigo realmente.

Mi corazón se apretó al oírlo hablar así. Sabía que su sufrimiento iba más allá del dolor físico, que se trataba de algo mucho más profundo, una herida en su alma que el tiempo no parecía capaz de sanar.

—Mi Lord… —comencé de nuevo, sin saber realmente qué más decir—. Estoy aquí. No sé si eso le ayuda, pero no lo dejaré solo.

Él no respondió, simplemente cerró los ojos, como si las palabras no pudieran llegar a él en ese momento. Me quedé a su lado, esperando, sabiendo que en su tristeza, necesitaba compañía más que cualquier otra cosa.

El tiempo pasó lentamente, y por primera vez, me sentí más como su confidente que como su sirvienta.

Su silencio lo decía todo. Su soledad, su desesperanza, y esa pesada carga de vivir sin un verdadero propósito. Sabía que en el fondo deseaba encontrar una razón para seguir, pero era evidente que cada día esa búsqueda lo consumía más.

Cuando el sol comenzó a caer, noté que sus párpados se volvían pesados, pero aún así no me permitió irme.

—Quédate… hasta que me duerma, Amber —murmuró con voz apagada, incapaz de sostener la mirada por mucho más tiempo.

Me quedé, sentada en silencio a su lado, mientras el príncipe lentamente se entregaba al sueño, pero su rostro no mostraba paz, ni descanso.

Incluso en el sueño, parecía seguir atrapado en su prisión interna, y yo solo podía observar, sabiendo que lo único que podía ofrecerle era mi compañía, en medio de una tristeza que parecía no tener fin.

Antes de cerrar los ojos por completo, el príncipe susurró algo que apenas pude oír.

—No me dejes solo...

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo