Cuando llegué al castillo, sentía la rabia bullir en mi pecho. Era mi día libre, pero allí estaba de nuevo, caminando hacia él como si mi vida le perteneciera. Cada vez que el príncipe Patrick me llamaba, no importaba cuán agotada o molesta estuviera, tenía que ir. Mientras subía las escaleras hacia sus aposentos, intenté apartar los recuerdos del día anterior, pero fue inútil. Su mirada sobre mí, sus preguntas, ese extraño e intenso momento... Me sentí avergonzada al pensar en lo que podría haber sucedido si su madre no hubiera entrado. ¿Cómo pude haber deseado algo así?Al abrir la puerta, lo vi sentado, observando algo por la ventana. A pesar de su condición, su porte seguía siendo arrogante, y su actitud, tan altiva como siempre. Al entrar, sin que él siquiera girara a mirarme, me invadió un profundo sentimiento de incomodidad. Los recuerdos del día anterior me quemaban la piel, pero intenté mantener la compostura. Debo ser fuerte, me dije, pero con él siempre era complicado.—
Al principio, intenté mantenerme firme, inmune a lo que estaba haciendo. Pero con cada movimiento de sus manos, la tensión en mi espalda se fue disipando, y para mi sorpresa, una sensación completamente diferente empezó a surgir. Algo que no quería admitir, que me hacía sentir confundida y, de alguna manera, vulnerable.Sus manos eran firmes, pero había una suavidad calculada en sus movimientos. Cada vez que sus dedos se deslizaban por mi piel, era como si conocieran exactamente cómo tocarme, cómo hacer que mi cuerpo respondiera, aunque mi mente tratara de resistirse. No quería disfrutarlo, pero algo en mí empezó a ceder, casi sin darme cuenta.Mi respiración se volvió más lenta, profunda, y sentí cómo mi cuerpo, a pesar de mi voluntad, empezaba a relajarse bajo su toque. Intentaba convencerme de que era solo una respuesta física, que no significaba nada. Pero mis pensamientos se enredaban con cada roce, con cada vez que sus manos recorrían mi espalda.La incomodidad inicial se de
El aire frío del invierno se colaba por las paredes del castillo, y el pesado abrigo que llevaba ya no era suficiente para mantenerme caliente. Sentía el frío calando hasta mis huesos, pero algo más me afectaba. Me sentía enferma, más débil de lo habitual. Mis movimientos eran torpes y mi cuerpo comenzaba a temblar a medida que el día avanzaba. Patrick, sentado en su gran silla junto al fuego, notó de inmediato que algo no andaba bien. A pesar de su habitual arrogancia, había algo en su mirada, una preocupación que no se molestaba en ocultar. —Estás temblando —dijo, su voz firme pero con un tinte de inquietud—. Ven aquí. Me acerqué lentamente, sintiéndome mareada, pero cuando vi lo que pretendía, negué con la cabeza de inmediato. —No debo, mi señor —respondí, mi tono seco, casi irritado. Patrick frunció el ceño. Sabía que no aceptaría un no como respuesta. —Te he dado una orden, Amber. Acuéstate aquí —dijo, señalando sus piernas. A pesar de su invalidez, el tono imperioso de su
Aquella noche parecía distinta desde el momento en que puse un pie en el umbral de la casa. La nieve caía con fuerza, el frío era implacable y el aire, pesado, traía consigo un mal presentimiento que no lograba sacudirme. A lo lejos, los lobos aullaban, su canto resonando en el viento, como si fueran guardianes silenciosos de nuestro hogar y de los secretos que allí se escondían. La oscuridad lo envolvía todo, y sólo la tenue luz de la luna nos brindaba un respiro de claridad en medio de la tormenta.Cuando entré, el calor del hogar no hizo nada para calmar mi nerviosismo. Había algo en el ambiente, algo que no estaba bien.Entonces lo escuché. Un ruido sordo, algo o alguien había entrado en la casa. Mis manos se tensaron al instante, y sin pensarlo, tomé el jarrón más cercano. Mi corazón latía con fuerza, el miedo me empujaba a actuar. Me giré, y con todas mis fuerzas, lo rompí en la cabeza de la figura que estaba frente a mí.El estruendo del jarrón quebrándose fue seguido por u
Al día siguiente, me encontraba en casa, envuelta en abrigos y siempre cerca de la chimenea, intentando mantenerme caliente mientras el frío invernal hacía que mi aliento saliera en pequeñas nubes de vapor. El fuego chisporroteaba de vez en cuando, pero aún así parecía que el frío se filtraba por cada rendija de la casa. A pesar de la tranquilidad que el fuego proporcionaba, mi mente estaba inquieta. Pensaba en mi hermana, en David, en lo que había sucedido la noche anterior, pero sobre todo, en lo que el futuro nos depararía.Mientras tanto, en el castillo, el príncipe Patrick no podía sacarme de su cabeza. A pesar de que yo no estaba allí para verlo, sabía que sus pensamientos, de alguna manera, seguían conectados conmigo. Sin embargo, ese día él había decidido enfocarse en sí mismo. Después de tanto tiempo sumido en sus frustraciones, sus deseos y obsesiones, hoy parecía decidido a demostrar algo, no solo a los demás, sino también a sí mismo.Patrick había decidido entrenar con
El frío se sentía como miles de pequeñas agujas perforando mi piel, a pesar del abrigo grueso que llevaba. Mis dedos entumecidos apenas reaccionaban, y frotar mis brazos una y otra vez parecía inútil, como si el aire mismo me robara el calor del cuerpo. El día, aunque hermoso en su blancura, me resultaba implacable. La nieve caía lenta pero constante, pintando de blanco el paisaje, mientras el viento gélido me recordaba lo vulnerable que me sentía en ese momento. No estaba hecha para este clima, no como ellos.El príncipe Patrick, desde su posición entre las sábanas gruesas y los pelajes de lujo, notó mi incomodidad. A pesar de su arrogancia, siempre parecía observador cuando se trataba de mí. Tal vez era parte de esa extraña obsesión que había desarrollado, o tal vez simplemente disfrutaba verme fuera de lugar. Pero en ese momento, su invitación no tuvo ni una pizca de burla.—Ven, Amber —dijo, señalando su cama—. Te vas a congelar de pie ahí.Su tono no dejaba lugar a dudas, y aun
Patrick tomó con suavidad las manos frías de Amber, observando con inquietud cómo sus delicados dedos habían adquirido un tono violeta debido al frío y la fiebre. El pánico se intensificó en su interior, pero trató de mantenerse calmado. Las sostuvo entre sus propias manos, frotándolas con desesperación para devolverles el calor que parecían haber perdido.Mientras la miraba, tan tierna y vulnerable, una mezcla de sentimientos contradictorios lo inundó. La necesidad de protegerla, de tenerla entre sus brazos, lo consumía. Sabía que estaba mal, que ella era su sirvienta, alguien a quien no debería ver de esa manera. Pero ahora, con su vida pendiendo de un hilo, no podía evitar sentirse profundamente conectado con ella. Cuidar de Amber se había vuelto más que una obsesión; era casi como si estuviera luchando por una parte de sí mismo.—Vas a estar bien —susurró Patrick, aunque la voz le temblaba levemente.Acercándose más, movido por la preocupación y el cariño que intentaba esconder
Amber intentó moverse, pero el cuerpo aún le pesaba como si estuviera atrapado en una bruma. La fiebre había disminuido, pero la debilidad permanecía, impidiéndole hacer más que observar a Patrick. Él seguía a su lado, sin despegarse ni un momento, con los ojos cargados de preocupación pero también de una ternura inesperada.—No deberías estar aquí así conmigo—susurró ella, su voz apenas un hilo. No tenía la fuerza para decir más, pero sabía que estaba mal que un príncipe, alguien tan importante, hubiera pasado toda la noche cuidándola.Patrick la observó detenidamente, su expresión endureciéndose solo un poco, como si intentara esconder sus emociones.—Debería estar donde quiera estar —replicó con suavidad, pero su tono firme dejaba claro que no iba a permitirle objetar. Él no era de los que pedían permiso para nada, y esta vez no sería diferente.Amber trató de sonreír, pero su cuerpo la traicionaba. Aún se sentía vulnerable, y la mirada intensa de Patrick sobre ella no ayudaba a c