La noche había sido un torbellino de emociones y, a medida que los primeros rayos de luz se colaban a través de las cortinas, Patrick se sintió dividido. En su mente, el recuerdo de Amber acurrucada junto a él lo hacía sentir un calor que contrastaba con el frío que todavía persistía en el aire.Sin embargo, cuando ella despertó y comenzó a hablar de regresar a casa, un fuego de frustración y ansiedad ardió en su pecho.El pensamiento de que pudiera alejarse lo llenó de un pánico que no comprendía del todo. La idea de perderla, de que sus ojos marrones se desvanecieran de su vida, lo hizo sentir como si se le fuera a escapar algo esencial.—No puedes irte —dijo, la voz tensa, tratando de controlar su propia desesperación.Ella lo miró, confundida y algo ofendida, pero él no podía evitarlo. La necesidad de tenerla cerca se había convertido en una obsesión, y la forma en que la observaba, con cada movimiento y cada palabra, había comenzado a cambiar. No solo era su sirvienta; se esta
Cuando llegué a casa, el frío seguía envolviendo todo como un manto espeso. Mi mente no podía dejar de girar alrededor de lo que había hecho. El beso, ese impulso repentino que había cedido con Patrick, me quemaba por dentro. ¿Cómo pude haber sido tan imprudente? Me sentía abrumada, atrapada entre la gratitud por lo que hizo por mí y el peso de mis propias emociones. El príncipe Patrick… no podía dejar de pensar en él, en cómo me miraba, en el modo en que me tocaba. Todo estaba mal, pero al mismo tiempo, no podía ignorar lo que sentía.Apenas crucé el umbral de la casa, el calor de la chimenea no me ofreció el consuelo que esperaba. Ahí estaba Jessica, sentada cerca del fuego, con el rostro húmedo de lágrimas. Mi corazón se rompió al verla así. Me acerqué lentamente, tratando de reunir fuerzas para consolarla, mientras el peso de todo lo que había sucedido esa noche me aplastaba aún más.—Jess… —murmuré mientras me agachaba a su lado y le pasaba una mano por la espalda, intentando d
Al día siguiente, cuando Amber regresó a trabajar después de la tensión del día anterior, Patrick ya la esperaba, aunque no lo expresaba abiertamente. Había sido atendido por los sirvientes, que lo habían bañado y alimentado. Sin embargo, la presencia de Amber cambió todo su estado de ánimo. La habitación parecía más pequeña, más cargada de tensión, apenas ella entró.Patrick la observó detenidamente, como un lobo vigilando a su presa. No había duda en sus ojos. Ya no intentaba ocultar sus deseos ni su creciente obsesión. Desde el momento en que la vio, cada parte de ella parecía atraerle de una manera que le era imposible controlar. Su mirada recorrió su cuerpo, desde su rostro cansado por las preocupaciones hasta su cabello ligeramente desordenado. Ese pequeño desaliño solo alimentaba su fascinación.Cuando Amber, con su habitual cortesía, le preguntó qué necesitaba, Patrick no respondió de inmediato. Se limitó a mirarla con una intensidad que la hizo dudar de su propia pregunta.
Patrick la miraba con los ojos llenos de furia, pero tras esa furia se escondía algo mucho más profundo: desesperación, un miedo sofocante a perderla. La quería para él, en cuerpo, en alma, en todo sentido, pero también sabía que Amber no lo entendía. Ella no veía el amor distorsionado que él sentía, ese amor posesivo que lo impulsaba a querer devorarla, a hacerla suya de una manera que sobrepasaba la simple lujuria. Quería que ella supiera lo que significaba para él, pero no tenía las palabras para expresarlo sin que sonara como una amenaza.Amber, por su parte, temblaba de miedo e incertidumbre. Sentía el peligro latente en la voz de Patrick, y aunque parte de ella deseaba estar cerca de él, sabía que esa cercanía solo la hundiría más en una situación que ya la había destrozado por dentro. Con los ojos llenos de lágrimas, respiró hondo y se armó de valor para decir lo que tanto le costaba:—No puedo seguir trabajando para ti, Patrick... —Su voz se rompió, pero continuó, haciendo
Amber y Jessica estaban sentadas con David en la pequeña sala, iluminada solo por la tenue luz de las velas. La conversación era tensa, como siempre que se mencionaba a Ethan.David, con su mirada oscura y el ceño fruncido, golpeó la mesa con fuerza. “Ethan es un hijo del demonio”, dijo, con la voz cargada de ira. “Siempre lo ha sido, y ahora está maldito, ese malnacido. No puedo entender cómo nadie más lo ve”.Jessica intentó calmarlo, pero David no estaba dispuesto a ceder. Amber se mantenía en silencio, escuchando atentamente, sus manos inquietas sobre su regazo. Ethan había sido un problema desde que Jessica lo conoció y a pesar de que ella intentaba mantenerse alejada de ese nombre, siempre regresaba de una forma u otra.Con el paso de los meses, Amber se sumergió en su rutina. Comenzó a limpiar el pequeño taller donde antes su hermana tejía y luego se dirigía al bar a limpiar también, donde ahora trabajaba Jessica. Aunque trabajaba sin descanso, no podía evitar estar en alerta
El sudor corría por el cuerpo de Patrick, haciéndolo brillar bajo la tenue luz de las antorchas en aquel oscuro y clandestino lugar de apuestas. Los gritos y el caos de la multitud se fundían en una sinfonía salvaje mientras él, lleno de furia y determinación, lanzaba golpes feroces. Sus puños conectaban con el rostro y el abdomen de su contrincante, pero en su mente solo existía una cosa: Amber. La rabia que había sentido el día que ella se fue aún lo consumía. Sus recuerdos lo atormentaban, la imagen de ella escondiéndose de él, la manera en que lo había dejado con una mezcla de deseo y odio. Golpe tras golpe, Patrick descargaba su frustración, canalizando cada emoción oscura que lo había acosado desde aquel fatídico encuentro en el bar. —¡Vamos, Patrick! —gritaban algunos, mientras otros coreaban el nombre del hombre que se atrevía a enfrentarlo. Los torsos de ambos combatientes estaban marcados por cicatrices y el esfuerzo físico, sus músculos tensos por el combate cuerpo a cu
Era una tarde fría cuando Patrick decidió salir a caminar por el pueblo, como solía hacerlo al atardecer. Las luces del día comenzaban a desvanecerse, bañando las calles en tonos naranjas y púrpuras. El viento helado soplaba suavemente, pero dentro de él, algo ardía. Su mente seguía atrapada en los pensamientos de Amber. No sabía por qué, pero algo lo empujaba a vagar, a esperar ese encuentro que, de algún modo, sabía que sucedería.Por otro lado, Amber también caminaba por las mismas calles, aunque lo hacía con un propósito distinto. Se dirigía hacia el mercado, nerviosa y siempre alerta, con el miedo constante de encontrarse con Patrick. Sabía que él solía aparecer en el pueblo, y desde aquella vez en el bar, su intranquilidad no la había abandonado. Llevaba días teniendo pesadillas, pero los encargos de su casa la obligaban a salir. Mientras miraba unas verduras en un puesto, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Algo no estaba bien.De repente, sus ojos se posaron en un punt
Después de la intensidad del momento, mientras Amber permanecía en silencio, sus pensamientos eran un torbellino. Lo que acababa de suceder la dejaba confusa, vulnerable. Patrick, observando su rostro mientras sus ojos vagaban en la distancia, se preocupaba no solo por el momento que compartieron, sino también por la herida que aún sangraba ligeramente en su brazo. Con una mezcla de ternura y preocupación, tomó su capa de grueso tejido y la envolvió con cuidado, atrayéndola hacia él. Podía sentir cómo el cuerpo tembloroso de Amber luchaba entre el frío de la noche y el cansancio que ahora la dominaba.Mientras ella comenzaba a sucumbir al agotamiento, sus párpados pesados, Patrick deslizó con suavidad la capa de su brazo herido, con la mirada fija en la herida que había empeorado por el frío y la fatiga. "Déjame curarte", susurró con dulzura, apartando los mechones sueltos de su rostro pálido. Amber, adormecida y débil, apenas pudo asentir.Con torpeza, intentó levantarse, pero sus