Capitulo 9

El día había empezado bien, o al menos eso creía yo. Me encargué de todas mis tareas sin contratiempos, como de costumbre, pero cuando llegué a la habitación del príncipe Patrick con su almuerzo, algo salió terriblemente mal.

Todo fue tan rápido. Una manzana rodó de la bandeja y, en mi torpeza por atraparla, terminé tropezando con la alfombra.

Antes de que pudiera evitarlo, la bandeja tambaleó y, para mi horror, la sopa se derramó en mi delantal. No sé qué fue peor: el calor de la sopa o el sonido de la risa de Patrick.

Sí, el príncipe se estaba riendo de mí. ¡De mí! Aún no sé cómo describir lo que sentí en ese momento. ¿Vergüenza? Sí, pero también sorpresa.

Jamás lo había oído reír de esa manera, y mucho menos por algo que yo había hecho. Me quedé helada, con las manos temblando mientras intentaba limpiar el desastre que había causado, y todo lo que él hacía era... reír.

—Lo siento, lo siento mucho, mi Lord —balbuceé, deseando desaparecer de la faz de la tierra. ¡Qué ridículo había hecho!

—No te disculpes tanto, Amber —dijo él, y lo más extraño fue que su voz no sonaba enfadada ni fría. De hecho, había algo cálido, casi divertido en su tono—. Creo que la mesa ha sobrevivido, y yo también.

Levanté la cabeza, sin saber qué pensar. Él nunca me hablaba de esa manera. Siempre había sido distante, con esa mirada que me hacía sentir tan pequeña, como si no tuviera derecho a estar a su lado.

Pero hoy... hoy algo era diferente. Me miraba con una expresión que no había visto antes, una que me desconcertó por completo.

—De verdad, mi Lord, yo... no pretendía... —Intenté decir algo coherente, pero las palabras no salían bien. Era demasiado extraño verlo así, relajado, casi... humano.

Él sonrió, una sonrisa real, y yo no sabía dónde meterme.

Mi cara ardía de la vergüenza, pero sus ojos seguían clavados en mí, y de repente todo lo que había pasado parecía menos grave de lo que había imaginado.

—¿De verdad es tan gracioso? —pregunté antes de poder contenerme. Ni siquiera sabía por qué lo dije, pero algo en mí quería saber por qué se reía.

—Sí —respondió él, sin ningún tipo de duda—. No pensé que te vería tan... graciosa hoy. De hecho, es un cambio agradable.

¿Graciosa? ¿Agradable? Mis mejillas ardieron aún más. Intenté salvar lo que quedaba de mi dignidad, pero estaba claro que ya lo había perdido todo.

Así que lo único que pude hacer fue intentar reírme de mí misma.

—Bueno... no suelo hacer el ridículo todos los días, mi Lord —dije, aunque no podía evitar sentirme más torpe con cada segundo que pasaba.

Él volvió a sonreír, y esta vez su risa fue aún más abierta. No podía creer lo que estaba viendo.

¿El príncipe Patrick, el mismo que siempre me trataba con desdén, riéndose conmigo? Parecía algo sacado de una historia fantástica.

—Eso espero —dijo, todavía con ese brillo en los ojos—. Porque, si no, podrías acabar desbordando toda la cocina.

Me reí nerviosamente, pero en mi interior seguía sintiéndome abrumada. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba actuando así? No sabía si sentirme aliviada o más avergonzada, pero lo cierto era que, por primera vez desde que lo conocía, Patrick me estaba mirando de una manera diferente.

Terminé de limpiar lo mejor que pude y, cuando pensé que la situación no podía ser más extraña, su tono cambió de nuevo.

—Ya puedes irte —dijo, con esa voz más fría, la que yo conocía demasiado bien.

Y así, en un instante, todo volvió a la normalidad. Hice una pequeña reverencia y salí rápidamente de la habitación, mi corazón aún latiendo a mil por hora.

Mientras cerraba la puerta tras de mí, no podía dejar de pensar en la sonrisa que había visto, en la risa que había escuchado.

¿Qué significaba todo eso? ¿Había algo más detrás de esa fachada de desdén? Una parte de mí quería creer que sí, pero no podía permitirme pensar en ello demasiado. No debía olvidar cuál era mi lugar.

Sin embargo, mientras caminaba por el pasillo, con la cabeza aún dándole vueltas, no pude evitar sonreír un poco.

A la mañana siguiente, después de los eventos del día anterior, por fin tuve mi día libre. Era una sensación extraña, ya que esos momentos eran escasos, pero más que bienvenidos.

Pasar tiempo en casa con mis hermanos era un alivio del constante estrés que sentía en el castillo. Jessica y David ya estaban levantados, preparándose para ir a trabajar, pero aún teníamos un rato antes de que salieran.

—¿Cómo te ha ido en el castillo? —preguntó Jessica, sentándose a mi lado con una taza de té entre las manos.

—Como siempre —respondí, aunque mi mente seguía rondando lo que había ocurrido con el príncipe Patrick. No podía decirles demasiado, especialmente no a David.

Él ya me había advertido suficientes veces sobre los nobles y cómo me tratarían. Sabía que si le contaba los detalles, lo tomaría como prueba de que el príncipe solo me veía como una herramienta.

David, con su habitual semblante serio, se acercó y se apoyó en el marco de la puerta.

—Debes tener cuidado, Amber. No importa lo amables que puedan parecer a veces, su mundo no es el nuestro.

—Lo sé —contesté, sintiendo un ligero malestar. David siempre era protector, pero a veces sentía que no entendía lo complicado que podía ser mantener el equilibrio entre mi trabajo y mis emociones.

El tiempo con ellos pasó rápidamente, y mientras compartíamos un modesto desayuno, disfruté de la compañía de mis hermanos. Era un respiro necesario del ambiente sofocante del castillo.

Aunque nuestras vidas no eran fáciles, esos momentos me recordaban que siempre tendría un refugio con ellos.

Justo cuando Jessica y David se preparaban para salir, un golpe en la puerta interrumpió la paz. Un mensajero del castillo. Mi corazón se hundió al ver el sello en la carta que me entregó.

—¿Qué es eso? —preguntó David, con un tono que indicaba que ya sospechaba.

—Es del castillo —respondí en voz baja, abriendo la carta rápidamente.

Era una orden de Patrick. Me mandaba llamar. Hoy. Mi día libre.

—No puede ser... —murmuré, sintiendo la frustración crecer. Sabía que no podía negarme, pero era mi único día para estar lejos de todo.

—¿Qué quiere ahora? —David frunció el ceño, claramente molesto—. No deberías ir. Es tu día libre, Amber.

—No tengo opción —respondí con un suspiro. Sabía que intentar negarme solo empeoraría las cosas. Patrick no era alguien que aceptara excusas, mucho menos en su arrogancia.

Salí de casa con un nudo en el estómago. Sentía una mezcla de rabia y agotamiento. No importaba cuánto esfuerzo pusiera en mi trabajo; el príncipe siempre encontraba una manera de tenerme cerca cuando lo deseaba, sin importar mis necesidades.

Cuando llegué al castillo, Patrick me esperaba en su habitación. Su mirada fría y su expresión seria me dejaron claro que no tenía intención de discutir.

—¿Por qué me has llamado hoy? Es mi día libre —dije, intentando que mi voz no sonara desafiante, aunque el enfado era evidente.

Él no se molestó en mirarme cuando habló.

—Tus días libres son irrelevantes cuando yo te necesito, Amber.

Ese fue el límite. Mi frustración se convirtió en una ola de enojo que no pude controlar.

—¡Pero no me necesitas! —le solté, sorprendida por mi propio atrevimiento—. Sabes que es mi único día para estar lejos de todo esto, y aún así...

—Suficiente —me interrumpió, su tono autoritario de inmediato poniendo fin a mi réplica. Me miró con una mezcla de desdén y algo más, como si mis palabras fueran insignificantes—. Te quedarás aquí hoy. Hay muchas cosas que necesitan ser hechas.

Me mordí el labio, resistiendo el impulso de gritar. No había manera de razonar con él, no cuando su arrogancia estaba por encima de todo.

Pero lo peor vino después. A lo largo del día, Patrick no dejó de encontrar fallos en todo lo que hacía.

—Eso está mal —dijo por tercera vez en una hora, observando cómo preparaba su té.

—Pero lo hice igual que siempre, mi Lord —intenté explicarme, pero él me cortó con una mirada severa.

—Igual que siempre no es suficiente —gruñó—. Vuelve a hacerlo.

Y así siguió. Desde la forma en que limpiaba su habitación hasta la manera en que organizaba su ropa, parecía que nada estaba bien a sus ojos.

Me corregía en cada detalle, haciendo que el trabajo, que ya de por sí era agotador, se sintiera como un castigo interminable.

Cada vez que cometía un error, su mirada de desaprobación caía sobre mí, y aunque intentaba mantener la calma, sentía que me estaba volviendo loca.

Era como si quisiera hacerme la vida imposible, como si disfrutara viéndome sufrir bajo su control.

El día se alargaba más de lo habitual, y yo no podía evitar pensar en la pequeña casa que había dejado atrás esa mañana, deseando volver a ella.

Al final del día, apenas podía mantenerme en pie. Mi cuerpo dolía de tanto esfuerzo, y mi mente estaba nublada por la frustración.

Patrick no dijo nada más cuando terminé mis tareas, simplemente me dejó ir, como si el tormento que me había causado fuera algo trivial.

Pero yo sabía que no lo era. Sabía que ese día, como tantos otros, había dejado una marca en mí.

Y mientras caminaba hacia mi casa, exhausta y derrotada, no podía evitar pensar que, por más que intentara complacerlo, Patrick siempre encontraría una manera de hacer que las cosas fueran más difíciles para mí.

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