Capitulo 8

La luz del amanecer se filtró a través de la ventana, iluminando la habitación de una manera cálida y suave. El príncipe Patrick despertó lentamente, sintiendo la suavidad de la manta a su alrededor.

Pero, más que eso, sintió la presencia de alguien a su lado. Al abrir los ojos, se encontró con la imagen de Amber, aún dormida, con el rostro sereno y los cabellos desordenados esparcidos sobre la almohada.

Un nudo se formó en su pecho. En un instante, la preocupación por lo que podría suceder si se despertara se mezcló con una extraña alegría.

Era como tener un trofeo a su lado, un regalo que había deseado en silencio. La visión de ella allí, tan vulnerable, le llenó de una felicidad que no había sentido en mucho tiempo.

Sin poder resistir la tentación, extendió una mano hacia ella, acariciando suavemente su cabello. El contacto lo llenó de un escalofrío, y se detuvo por un momento, temiendo que ella se despertara y lo descubriera.

Pero al ver que ella no reaccionaba, continuó acariciando, sintiendo la suavidad de sus mechones entre sus dedos.

Era un momento mágico, uno que jamás hubiera imaginado experimentar. La alegría y un atisbo de algo más profundo comenzaron a florecer dentro de él. Aquel sentimiento le era extraño y aterrador.

La idea de estar enamorado, de sentir amor por una sirvienta, lo hizo temeroso. Pero la calidez que emanaba de ella le decía que, tal vez, no había nada de malo en sentir así.

Sin embargo, el momento no duró mucho. De repente, Amber se movió en su sueño, y él se tensó, temiendo que se despertara y lo sorprendiera en su estado vulnerable. Pero cuando ella permaneció dormida, él no pudo evitar sonreír.

Por un instante, deseó que el tiempo se detuviera, que el mundo exterior desapareciera y que pudieran estar así para siempre. Sin embargo, sabía que la realidad siempre encontraba la manera de interrumpir los momentos felices.

Cuando finalmente ella empezó a abrir los ojos, el príncipe rápidamente retiró su mano, adoptando una expresión neutral. Se acomodó en su lugar, tratando de disimular lo que sentía, pero su corazón seguía latiendo rápidamente.

—¿Qué…? —Amber murmuró, despertando de golpe y dándose cuenta de que se había quedado dormida una vez más. Se incorporó, un poco aturdida y desorientada—. ¡Oh, lo siento! Me quedé dormida otra vez, mi Lord. No debí hacerlo.

La forma en que su voz temblaba delataba la vergüenza que sentía. Ella se puso de pie rápidamente, tratando de recomponer su cabello y evitar su mirada.

—No hay problema, Amber —respondió él, tratando de sonar casual, aunque su corazón estaba en un torbellino—. No es como si fuera la primera vez.

Ella lo miró con sorpresa, sus ojos brillaban con una mezcla de confusión y culpabilidad.

—Lo siento de verdad —reiteró, sintiéndose incapaz de mirar su rostro. Pero dentro de ella, había una pequeña chispa de alegría al ver que él no se enojaba como antes. Sin embargo, en el fondo, sabía que no podía permitir que esos sentimientos se interpusieran en su deber.

—Deberías descansar más. Te necesito alerta —dijo el príncipe, esforzándose por sonar indiferente, aunque su voz traicionaba un tono más suave. Era como si intentara sostener la conexión que habían creado mientras ella dormía a su lado.

Amber asintió, aún algo incómoda, y se apartó un poco, volviendo a su rol de sirvienta.

—Voy a preparar el desayuno, mi Lord.

Pero mientras se movía por la habitación, el príncipe la observaba, sintiéndose cada vez más afortunado por tenerla a su lado. No podía evitar preguntarse cuánto tiempo podría mantener esa fachada de desdén mientras sus sentimientos por ella seguían creciendo.

Y aunque él trataba de disimularlo, en el fondo sabía que había algo en Amber que lo había atrapado, algo que no podría ignorar por mucho más tiempo.

El día transcurrió con una mezcla de momentos tranquilos y tensiones palpables. El príncipe Patrick trató de concentrarse en lo que Amber hacía, pero su mente siempre regresaba a ella, a sus gestos y a la forma en que lo miraba con esos ojos llenos de luz.

El príncipe Patrick observó a Amber moverse con gracia mientras preparaba su desayuno, pero su mente se mantenía atrapada en los recuerdos del amanecer, en la forma en que su cuerpo había estado tan cerca del suyo.

Cada vez que ella pasaba por su lado, el aroma de su cabello, la suavidad de su voz, todo parecía provocar en él una tormenta interna.

Él mantenía su fachada. Su rostro serio, a veces severo, no permitía a Amber ver lo que realmente sucedía en su corazón.

En las pocas veces que ella osaba mirarlo directamente, él respondía con una expresión fría, como si no sintiera nada más que la satisfacción de tener una sirvienta eficiente a su disposición.

Pero por dentro, luchaba contra un deseo que crecía cada vez más, como una fuerza imparable.

Mientras Amber le servía el desayuno, sus manos temblaban ligeramente, consciente de la tensión en el aire.

Patrick intentó ignorarlo, enfocarse en cualquier otra cosa. Sin embargo, cuando sus dedos rozaron los suyos al entregarle la copa, un destello de calor le recorrió la columna.

—Ten más cuidado —gruñó, con una voz más dura de lo necesario, esperando disimular el efecto que ella tenía sobre él.

Amber se sonrojó, agachando la cabeza en señal de disculpa, pero sin decir una palabra. Estaba acostumbrada a sus cambios de humor y a ese desdén que a menudo le mostraba, pero algo en el príncipe había cambiado.

Aunque no lo comprendía del todo, sentía su mirada sobre ella con más frecuencia, como si él la observara desde la distancia, midiendo cada uno de sus movimientos.

Patrick, por su parte, no podía controlar la batalla interna. De vez en cuando, sus ojos recorrían su figura cuando ella se daba la vuelta, y en esos momentos, su fachada de frialdad se rompía por breves segundos.

Deseaba acercarse, tocarla de nuevo, sentir la calidez de su piel como había hecho esa mañana, pero el orgullo y el miedo lo detenían.

—Vete —ordenó abruptamente, cuando la tensión se volvió insoportable—. Ya no necesito nada más.

Amber levantó la vista con sorpresa. Había muchas más cosas por hacer, y nunca antes él la había mandado fuera tan temprano en el día.

—Mi Lord, si hay algo más que deba…

—He dicho que te vayas —repitió él, aunque su tono ahora era más suave, casi una súplica disfrazada de autoridad.

Sin otra opción, Amber asintió y salió de la habitación, pero no sin antes echar una mirada rápida al príncipe, notando algo distinto en su expresión, aunque no supiera descifrarlo. A medida que la puerta se cerraba tras ella, Patrick soltó un suspiro profundo, sintiendo el vacío que dejaba su ausencia.

Durante el resto del día, él trató de ocuparse con los asuntos del reino, pero en cada pausa, su mente regresaba a ella.

Su rostro, su cuerpo, el calor que emanaba de su cercanía... Todo era una distracción imposible de ignorar. Y aunque luchaba por mantener el control, sabía que la fachada que había construido no duraría para siempre.

Había momentos, como el de esa mañana, en que sus emociones se derretían frente a ella, y aunque lo aterraba admitirlo, el deseo por Amber lo consumía lentamente. Y lo peor de todo era que no sabía si sería capaz de resistir mucho más tiempo.

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