Capitulo 7

El cambio en el príncipe había sido sutil, pero claro. Su exigencia de mi presencia constante se hacía cada vez más evidente. Pasaba largas horas a su lado, leyendo, atendiendo sus necesidades o simplemente acompañándolo en silencio.

Aunque a veces mostraba señales de amabilidad, otras, su carácter volvía a ser áspero y difícil de soportar. Era como si luchara consigo mismo, debatiéndose entre aceptarme o rechazarme.

Aquel día, sin embargo, su comportamiento tomó un giro más oscuro.

Estaba a su lado, leyéndole una historia de caballeros y reyes mientras él permanecía reclinado en su silla junto al fuego. Fenris descansaba a sus pies, siempre alerta, aunque el príncipe parecía más interesado en mi tono de voz que en la lectura misma. De repente, lo sentí moverse inquieto, como si algo lo estuviera incomodando.

—Amber, tu voz suena aburrida hoy —dijo de repente, con un tono seco y burlón.

Me detuve, sorprendida por su comentario.

—Perdóneme, mi Lord, haré mi mejor esfuerzo para mejorar —respondí, intentando no dejar que sus palabras me afectaran.

—¿Mejorar? —repitió él, soltando una carcajada sarcástica—. Me pregunto cómo podrías mejorar cuando eres tan… ordinaria. No sé cómo soportas escucharte todo el día. —Sus ojos brillaban con malicia mientras hablaba, y aunque intentaba mantenerme serena, sus palabras me hirieron.

Sabía que mi posición no me permitía responder. Pero mi silencio no hizo más que alimentarlo.

—Mira cómo te ves. Seguro que cuando eras niña te decían que tenías potencial, que podías aspirar a algo más. Qué ilusos, ¿no crees? —continuó, su tono lleno de desprecio—. Mírate ahora. Una simple sirvienta de un príncipe que ni siquiera puede caminar.

Sentí el calor subiendo por mi rostro, no por vergüenza, sino por el dolor y la humillación que sus palabras me provocaban. Sabía que no debía reaccionar, que mi lugar era el de una sirvienta, pero cada palabra suya era como una daga que se clavaba más y más profundo.

—Mi Lord, solo intento hacer lo que me han pedido… —comencé a decir, mi voz temblando levemente.

—¿Lo que te han pedido? —me interrumpió, burlándose—. ¡Qué heroico! ¿Y qué más puedes hacer, Amber? Aparte de restregar el suelo y servir la comida. ¿Crees que tu compañía es algo valioso para mí? —preguntó, inclinándose un poco hacia mí, con una sonrisa cruel dibujada en su rostro.

Mi corazón latía con fuerza, y por un instante, no supe qué decir. El príncipe me miraba, esperando alguna respuesta, algún indicio de debilidad. Fenris, aunque tranquilo, también parecía atento, como si percibiera la tensión en el ambiente.

—Lo siento si no soy lo que esperaba, mi Lord —respondí finalmente, con un hilo de voz.

Pero eso no lo calmó. Al contrario, parecía disfrutar de mi incomodidad.

—Oh, no te preocupes, Amber. No esperaba nada de ti. De hecho, sería difícil esperar algo de alguien tan… insignificante —dijo, estirándose en su silla, como si quisiera remarcar su superioridad sobre mí.

Me quedé callada, incapaz de reaccionar. La mezcla de humillación y tristeza me ahogaba. No entendía cómo podía haber cambiado tanto en tan poco tiempo. Hace apenas unos días, parecía querer mi compañía, incluso disfrutarla. Pero ahora…

—¿Qué? —dijo, al notar que lo miraba en silencio—. ¿Tienes algo que decir? Oh, por favor, no me mires así, con esos ojos lastimeros. No soy tu salvador, Amber. No estoy aquí para hacerte sentir mejor.

Sus palabras cayeron como piedras sobre mí, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que el dolor era demasiado. No era solo por la humillación, sino porque me importaba lo que él pensaba. Y eso era lo que más dolía.

Finalmente, decidí inclinar la cabeza en señal de respeto.

—Si mi presencia le es molesta, puedo retirarme, mi Lord —ofrecí, esperando que me dejara ir, aunque sabía que probablemente no lo haría.

—No, no, por favor, quédate. Después de todo, ¿qué más podrías hacer fuera de estas paredes? —respondió él con ironía, levantando una ceja—. Aquí, al menos, eres útil… aunque sea de una manera lamentable.

Apreté los dientes, tragándome el nudo que se formaba en mi garganta. La tristeza me abrumaba, pero no podía dejar que él viera cuánto me estaba afectando. Sabía que si lo hacía, solo le daría más poder sobre mí.

—Como desee, mi Lord —murmuré, sabiendo que no tenía otra opción.

Los siguientes minutos pasaron en un silencio incómodo. Yo me quedé quieta, aguantando las lágrimas que amenazaban con brotar. Él no dijo nada más, pero su sonrisa arrogante seguía presente, como si disfrutara viendo cómo me quebraba por dentro.

Cuando finalmente me permitió retirarme, salí de la habitación con el corazón pesado, sintiendo que cada paso que daba me alejaba más de la poca dignidad que me quedaba.

Al cerrar la puerta tras de mí, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Sabía que debía ser fuerte, pero cada día con él se volvía más difícil. Me había enfrentado a muchas cosas en la vida, pero nunca a una humillación tan personal.

Me detuve un momento en el pasillo, tratando de recomponerme antes de continuar con mis tareas. Sabía que debía volver, que mi deber era seguir sirviendo, pero no podía evitar preguntarme cuánto más podría soportar antes de quebrarme por completo.

Cuando regresé a la habitación del príncipe aquella tarde, no pude ocultar lo que sentía. Aunque intenté recomponerme, mis ojos todavía estaban húmedos y mi respiración entrecortada.

Lo miré por un segundo, pensando que, tal vez, podría evitarme más humillaciones. Sin embargo, en cuanto nuestros ojos se cruzaron, noté algo extraño en su expresión. Había algo distinto en su mirada, algo que no había visto antes: una mezcla de culpa y pena. Pero el príncipe, en lugar de decir algo, se mantuvo en silencio, volviendo a su habitual máscara de arrogancia.

No quería demostrar debilidad, no frente a mí, una simple sirvienta. Pero me di cuenta de que había visto el efecto que sus palabras habían causado en mí.

La noche llegó pronto, y yo me apresuré a hacer mis tareas, deseando que el día terminara. Quería retirarme lo antes posible, evitar más confrontaciones con él. Había soportado suficiente por un día.

—Voy a retirarme, mi Lord —dije, inclinándome como era costumbre.

Pero antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, lo escuché hablar.

—Espera.

Su tono no era el mismo de antes. Había algo más en su voz, algo que delataba cierta urgencia, un miedo a quedarse solo, aunque lo disfrazara con la dureza de siempre. Pero al intentar imponer autoridad, lo hacía sonar… casi vulnerable.

—Quédate esta noche. Como las otras noches —ordenó, pero su voz temblaba ligeramente. Intentaba sonar fuerte, pero no lo lograba del todo. Había una leve desesperación en su tono, como si estuviera tratando de ocultar su miedo a ser abandonado, como tantas veces le había sucedido.

Me detuve, sorprendida por su súplica disfrazada de orden. ¿Por qué quería que me quedara? Después de cómo me había tratado, no entendía su razón, pero algo en mí me hizo dudar.

—Mi Lord, ya ha sido un día largo, y no creo que… —empecé a decir, pero me interrumpió con un tono más firme, como si intentara recuperar el control de la situación.

—Te ordeno que te quedes. Hasta que me duerma —dijo, con más fuerza, aunque en su intento de sonar autoritario, había algo que lo hacía ver… tierno.

—¿Como quiera mi Lord… pero podría quedarme como siempre, en la silla —ofrecí, tratando de mantener cierta distancia.

Pero él no iba a aceptar esa opción.

—No. Esta vez quiero que te sientes aquí —dijo, señalando la cama a su lado—. Y léeme, como siempre lo haces.

Me tensé ante su petición. Había algo diferente en esta exigencia, algo que me incomodaba. Era más personal, más íntimo. ¿Por qué de repente quería que estuviera tan cerca de él?

—Mi Lord… —intenté negarme—. No creo que sea apropiado.

Pero él no estaba dispuesto a escuchar razones.

—¿Apropiado? —preguntó, con una sonrisa sarcástica—. No me interesa lo que es apropiado, Amber. Eres mi sirvienta. Haz lo que te digo.

Me crucé de brazos y me quedé en mi lugar.

—Mi Lord, no tiene sentido que le lea. Usted mismo dijo hoy que mi voz le irrita —le recordé, mirándolo con firmeza.

Por un segundo, pareció incómodo, como si recordara la crueldad de sus palabras. Pero rápidamente desvió la mirada.

—Lo dije… pero eso fue antes —murmuró, evadiendo el tema—. Ahora hazlo.

Suspiré, sabiendo que discutir no iba a llevarme a ninguna parte. El príncipe era testarudo, y aunque podía ser cruel, en ese momento, parecía más desesperado que arrogante. Así que me acerqué con el libro en la mano y, aunque aún incómoda, me senté a su lado en el borde de la cama.

Comencé a leerle, aunque no pude evitar sentirme tensa. Mi voz trataba de mantenerse firme, pero por dentro estaba inquieta.

El príncipe, sin embargo, parecía más calmado ahora, escuchándome atentamente, como si mi presencia y mi voz, por muy imperfectas que fueran, lo confortaran de alguna manera.

A medida que las palabras fluían, el cansancio fue apoderándose de mí. Había sido un día largo, y el peso de la tensión y la tristeza empezaba a hacer mella en mi cuerpo.

Luchaba por mantenerme despierta, pero poco a poco, mis párpados comenzaron a cerrarse.

Me quedé dormida, sin darme cuenta, sentada a su lado. El libro cayó suavemente de mis manos, y mi cabeza se inclinó hacia un lado, dejándome en un sueño profundo.

El príncipe se giró para mirarme, sorprendido al darse cuenta de que me había quedado dormida allí, a su lado.

Por un momento, sus ojos recorrieron mi rostro, tan relajado y vulnerable en el sueño. Algo en él se suavizó, una emoción que no solía mostrar.

Con delicadeza, tomó una manta y, sin hacer ruido, me arropó. Sus manos, siempre firmes y controladas, se movieron con cuidado, asegurándose de que no me despertara.

Se quedó observándome por un rato, antes de permitirse cerrar los ojos y, finalmente, dormir también.

Aquella noche, el príncipe había conseguido lo que quería: no estar solo. Y aunque no lo admitiría en voz alta, saber que alguien se había quedado junto a él, de manera tan natural, era una sensación que no había experimentado en mucho tiempo.

Una sensación de consuelo y compañía que comenzaba a despertar algo en su corazón, algo que ni siquiera él entendía del todo.

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