Capítulo 6

—¿Dos? —inquirió Anthony.

—Eso es estupendo. —Susan se unió a la euforia de la chica mientras su hijo rodaba los ojos ante el parloteo de ambas y terminó ignorado—. ¿Cuándo empiezas? 

—Mañana mismo, viviré allá y el domingo será mi día libre —El entusiasmo de Sara y su hijo se apagó—. El sueldo es bueno seguro que podré apoyarte con los gastos, comprar mis cosas y ahorrar para la escuela.

—Es que prometí que te cuidaría y no me gustaría que vivieras lejos —replicó Susan con los ojos acuosos—. ¿Qué le diré a Roxanne? No, definitivamente no. No importa que sea con el presidente, es… peligroso.

Se enzarzaron en una discusión sobre los pros y contras y al final tanto la mujer como su hijo terminaron por ceder con la promesa de que si algo andaba mal avisaría de inmediato.

Mientras tanto, Lucien viajaba en el auto incapaz de procesar lo que acababa de pasar y no se refería a las tonterías que salían de la boca de la chiquilla, sino a la manera en que lo hizo sentir, con su espíritu loco.

No podía negar que le había dado ganas de reír y que su vivacidad era contagiosa. Hacía tanto que nada lo hacía reír ni disfrutar la vida, que ya nada lo sorprendía, tanto que en ese momento, cuando había conocido a una adolescente hormonal que se divertía hasta con los mosquitos, lo sacaba de su zona confort y no le gustaba. De hecho no le gustaba para nada, odiaba cambiar su rutina, pero no por eso dejó de ser gracioso.

Sonrió.

***

Con la llegada del amanecer, Taly se vistió lo más presentable y reservada que pudo dado que iba a conocer a su jefe. No quería perder el trabajo pronto y si su jefe era exigente, ella quería dar una buena impresión.

Salió con tiempo de sobra para llegar temprano y siguió todas las instrucciones de Anthony para llegar bien y a salvo, hasta hizo sus anotaciones con respecto a los transportes.

Su pequeña maleta dejaba claro que estaba decidida a empezar una nueva vida.

Su arribo a la casa fue como el día anterior. Se sentía nerviosa y expectante pero animada. Esta vez no se había equivocado y se había dirigido con su maleta al área de servidumbre.

Tocó la puerta y compuso su mejor sonrisa, pero la puerta no la abrió el hombre del día anterior sino una mujer, una que la miró mal antes de preguntarle qué quería con pésimos modales.

—Soy la nueva niñera —dijo con una enorme sonrisa—. El señor White me contrató ayer y me pidió que trajera mis cosas.

—Pásale —respondió la otra con tono arrogante—. Espera aquí. Voy a llamar a la señorita Morgan para que confirme.

—Tiffany, el señor te espera en su despacho y dice que no demores —interrumpió una chica muy bajita de estatura y de cabello tan rizado, que parecía que solo tuviera el cráneo pintado—. Necesita darte unas indicaciones.

La mujer malhumorada se fue y Thalía miró alrededor.

—¿Qué ha pasado con el señor White? —inquirió Taly, curiosa de no encontrarlo—. No me digas que se enfermó.

—Fue despedido anoche —dijo la chica bajita con pesar—. No sé lo que pasó, pero el presidente llegó molesto y lo echó.

La boca de Taly se abrió pero antes de que pudiera decir algo la anterior servidumbre regresó ordenándole que le siguiera.

—Pórtate bien —amenazó la mujer mirándola severa—. Porque si no me gusta tu actitud frente al señor voy a echarte de inmediato. No permitiré que hagas algún acto que me deje en mal. Seré la nueva ama de llaves y las reglas van a cambiar. El señor White ya no está y el personal doméstico está a mi cargo ahora.

—Creí que era de administración —musitó Taly.

—Lo era, pero administración de la casa, la señorita Morgan es la encargada de reclutamiento —añadió Tiffany—. Llámame señorita Fremman desde ahora y está estrictamente prohibido, ir al área administrativa de la casa, nosotros somos personal doméstico, trabajamos aquí y listo.

—¡Ahí estás! —exclamó la voz de la mujer que la había contratado—. Ven aquí.

La alejó de la nueva ama de llaves y le entregó su tarjeta de acceso, dejándole claro que no podía dársela a nadie y que además no debía hablar de más. También le entregó unas placas con su nombre para su uniforme y le dio ligeras indicaciones, le dijo que al finalizar su turno, fuera a la oficina de recursos para firmar y le pidió mesura nuevamente.

Taly agradeció y poco después siguió a Tiffany con el entrecejo fruncido.

La tal Tiffany tocó una puerta, pero no hubo respuesta. Lo hacía tan quedito que hasta Taly tenía problemas para oír, más bien parecía que arañaba la puerta y la estaba desesperando. Volvió a hacerlo y nuevamente no hubo respuesta. Desesperada como era, Taly no solo tocó la puerta sino que la aporreó hasta que escuchó el «adelante» y antes de que la mujer dijera algo abrió e ingresó encontrando a un hombre sentado sobre un sillón ejecutivo dándole la espalda.

—Puedes irte Brittany —dijo la masculina voz sin darse la vuelta.

«¿No era Tiffany?». Pensó Taly.

—Buenos días, señorita Harreton. —Saludó la ronca voz de Lucien Maddox, quien se giró para verle y observar su reacción al ver que el viejo rabo verde que mencionó la noche anterior era él.

Taly jadeó sorprendida y se llevó las manos a la boca al reconocerlo.

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