Noche de bodas

Regina

Llegué a la fiesta de la boda, y la majestuosa mansión Foster brillaba con luces y risas. Invitados elegantes, entre ellos socios comerciales, empresarios y amigos de la familia, llenaban los espacios decorados con exquisito gusto. Pero para mí, la mansión no era solo un lugar de celebración; desde la muerte de Julia hacía varios años, junto con su bebé, había sido un recordatorio constante de pérdida. Julia había sido mi mejor amiga, mi confidente en momentos difíciles. Ahora, con ella fuera de mi vida y Alaska ausente, me sentía sola entre la multitud.

Busqué un momento de paz en el jardín iluminado por la luna, sintiendo cómo la tristeza se apoderaba de mí. Ryan, mi hermano, percibió mi gesto y se acercó con una mano en mi hombro, preocupado.

— ¿Cómo estás, Regi? —preguntó con ternura.

Suspiré, sintiéndome vulnerable ante la opulencia de la celebración.

— Estoy tratando de manejarlo, Ryan. Todo es tan confuso... No puedo creer cómo todo cambió tan rápido —murmuré, observando las sombras danzar bajo la luz nocturna.

Ryan me miró comprensivamente, consciente del significado que tenía para mí el matrimonio con Diego y cómo la decisión repentina de papá había alterado todo.

— Papá siempre hace lo que cree que es mejor para él, sin importar las consecuencias para nosotros —dijo Ryan, con amargura en la voz.

Asentí con un nudo en la garganta.

— Diego se fue, Ryan. Se fue con nuestra hermana sin decir una palabra. No puedo entenderlo —confesé, las lágrimas asomando en mis ojos.

Siempre he sabido que Romina me odia. Desde que somos pequeñas siempre ha sentido celos de mí, pero huir con mi prometido es demasiado. No entiendo porque lo hizo. Ella afirmaba que amaba a Michael y huyo con su hermano.

Ryan me abrazó con fuerza, como si quisiera protegerme del dolor.

— Romina me escuchará cuando regresen, pero tienes que ser fuerte, como siempre lo has sido.—dijo Ryan con determinación.

Agradecí en silencio el apoyo constante de mi hermano.

— Gracias, Ryan. Eres lo único constante en medio de todo esto —susurré, apretando su mano con gratitud.

Ryan me sonrió con tristeza, deseando poder cambiar las circunstancias para mí.

— Vamos, volvamos adentro. No podemos evitar la fiesta, pero al menos podemos enfrentarla juntos —propuso, guiándome de regreso hacia el bullicio de la mansión.

Inhalé profundamente, decidida a enfrentar lo que viniera con la fortaleza que mi hermano me había recordado que poseía.

Caminé con mi hermano de regreso y en ese momento Michael se acercó a mí y me guió hacia la pista de baile. Ambos debíamos bailar. Él me miraba con una frialdad intensa, como si deseara matarme. No entendía por qué se quería casar conmigo si me había odiado toda la vida.

Desde que era niña, Michael siempre me trató mal. Se burlaba de mí por mi peso, ya que de pequeña era obesa, y siempre encontraba formas de molestarme. No entendía por qué había decidido convertirse en mi esposo.

El ambiente de la fiesta parecía tensarse a nuestro alrededor mientras nos movíamos rígidamente en la pista. Michael no dijo una palabra mientras me guiaba con firmeza, sus ojos azules brillaban con un desdén que me hacía sentir pequeña e indefensa.

—Regina.—susurró Michael, su voz baja pero llena de autoridad

Me estremecí ante sus palabras, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Su tono era posesivo y arrogante, como si estuviera marcando su territorio.

Michael apretó ligeramente su agarre en mi cintura, sus ojos clavados en los míos con una intensidad que me hizo retroceder mentalmente.

—Pronto lo entenderás, Regina. Esto es inevitable —dijo con un tono que dejaba claro que no habría más discusión al respecto.

Terminamos el baile en un silencio incómodo, y mientras Michael me guiaba de regreso a la mesa, sentí el peso de su presencia como una losa sobre mis hombros. La noche apenas comenzaba, pero ya sentía el peso de la decisión que acababa de tomar.

La noche continuó y él me presentó orgullosamente ante los socios y amigos. Algunos murmuraban sobre el cambio de novio, pero él explicó que el amor no tiene explicaciones.

Estaba aterrada cuando los empleados se fueron y uno de los sirvientes me guió hacia la habitación. Sentía mucho miedo de entregarme a un hombre, y mucho más a Michael Foster, ya que se rumoreaba que era cruel con sus amantes.

Me quité el vestido y me puse una bata. Luego me dirigí al baño, pensando en encerrarme allí hasta que él se durmiera.

Michael entró al baño con furia y me tomó en brazos con gentileza, llevándome hacia la cama donde me dejó con cuidado.

— Suéltame —dije, sintiendo una mezcla de sorpresa y desconcierto.

— Eres mi esposa, Regina. —respondió Michael con firmeza—. No harás nada diferente a lo que planeabas hacer con Diego.

Mi corazón latía con rapidez mientras trataba de entender lo que estaba sucediendo. Las palabras de Michael resonaban en mi mente, provocando un torbellino de emociones y pensamientos.

Observé cómo Michael, con expresión determinada, comenzaba a despojarse de su ropa. Su corbata cayó al suelo seguida de la camisa, revelando un torso musculoso y unos brazos fuertes que contrastaban con la tensión en el ambiente. Yo me encontraba allí, abrazándome a mí misma, incapaz de contener las lágrimas. Los recuerdos dolorosos de un pasado turbulento me asaltaron de golpe, recordándome aquel momento desgarrador años atrás, cuando enfrenté la crueldad de un hombre que intentó lastimarme a los trece años.

— Regina, ¿qué te ocurre? —preguntó Michael con voz preocupada, rompiendo el silencio tenso que nos envolvía.

— Nada —respondí con un hilo de voz, luchando por mantener la compostura mientras las emociones me abrumaban.

Mi mente era un torbellino de miedo y confusión, mientras lidiaba con el presente y el pasado que se entrelazaban.

Me percaté de que su rostro frío se calmó por unos segundos. Se acercó a mí y con delicadeza acarició mis mejillas, deteniendo mis lágrimas.

— ¿Qué ocurre? No te haré daño —dijo con voz suave y comprensiva.

— No puedo —susurré con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta—. Pensé que podría, pero no puedo.

— ¿No puedes qué? —preguntó, mirándome con preocupación.

Mis emociones se agolpaban dentro de mí, haciéndome sentir vulnerable y confundida ante la situación.

Me percaté de que su rostro frío se calmó por unos segundos. Se acercó a mí y con delicadeza acarició mis mejillas, deteniendo mis lágrimas.

— ¿Qué ocurre? No te haré daño —dijo Michael con voz suave y comprensiva.

— No puedo —susurré con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta—. Pensé que podría, pero no puedo.

— ¿No puedes qué? —preguntó, mirándome con preocupación.

Mis emociones se agolpaban dentro de mí, haciéndome sentir vulnerable y confundida ante la situación.

— Cuando tenía trece años, mi padre bebía y apostaba con sus amigos todas las noches. Yo estaba sola en mi habitación y un hombre entró. Grité todo lo que pude, pero nadie me escuchó.

Michael se quedó en silencio por un momento, asimilando mis palabras. Luego, con voz firme pero gentil, preguntó:

— ¿Él te lastimó, Regina?— Pregunta Michael.

No respondí, simplemente me dediqué a llorar. Jamás le conté a nadie, ni a mi madre, ni a Ryan, ni a nadie. No sé qué pasó esa noche porque me desmayé cuando ese tipo me golpeó.

— Sé que deseabas que fuera virgen —dije entre sollozos.

— Me importa una m****a si eres virgen o no. Lo que no soporto es que alguien te haya obligado. Dime ahora mismo quién fue —dijo Michael con voz firme, pero llena de compasión.

— No lo recuerdo —respondí, sintiendo un nudo en la garganta.

— Dime, Regina —insistió Michael

— Era muy pequeña y no logré ver su rostro— Respondí finalmente, apenas audible.

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