Alacrán

Regina

Ayer fue mi noche de bodas y hoy temprano bajé a desayunar. La mesa estaba repleta de comida. Me atendió Noel, él es la mano derecha de Michael, su sirviente de confianza.

Los padres de Michael murieron cuando él apenas tenía dieciséis años. Su hermana Julia tenía diez en ese momento, y él tuvo que hacerse responsable de la familia y de la fortuna familiar. Sus otros familiares querían separarnos y quedarse con el dinero de sus padres, pero él se rebeló.

Julia solía decirme que él tomó el rol de su padre y se convirtió en un hombre frío y distante.

Miré a Noel con gratitud mientras este me servía el desayuno. Su precisión y dedicación eran evidentes en cada movimiento.

—Muchas gracias por el desayuno, Noel —le agradecí, esforzándome por mostrar una sonrisa cálida.

Noel asintió con respeto, manteniendo su compostura profesional, aunque pude notar una leve suavidad en sus ojos.

—Señora Foster, el señor ordenó que estemos a su disposición y que traslademos sus pertenencias al cuarto de invitados —anunció con voz firme pero cortés.

Asentí, agradecida por la eficiencia de Noel, pero sus palabras resonaron en mi mente con un eco inquietante. Yo no esperaba que Michael me enviara al cuarto de invitados. Es evidente que sintió lástima por lo que me pasó o desea deshacerse del problema que implico.

—Pues, muchas gracias —respondí, tratando de mantener mi voz estable.

Noel se retiró con una inclinación cortés antes de desaparecer por la puerta. Apenas unos momentos después, Michael apareció en el umbral, su figura imponente y su mirada indescifrable.

—Buenos días, Michael —saludé, intentando ocultar mi nerviosismo.

—No tengo demasiado tiempo, Regina. Tengo demasiado trabajo —respondió, sin siquiera mirarme, mientras se servía un café.

—¿Por qué enviaste mis pertenencias al cuarto de invitados? —pregunté, incapaz de contener la preocupación en mi voz.

Michael me miró directamente, sus ojos fríos y calculadores.

—Porque no quiero follar contigo o ¿has cambiado de opinión? —contestó con una dureza que me dejó sin aliento.

Negué con la cabeza, tratando de recomponerme.

—Pensé que ya me conocías, pero tengo que aclarar lo que soy y lo que no soy. No soy un esposo enamorado, ni cursi, no me casé contigo por gusto sino por negocios —dijo, sin un ápice de emoción.

Respiré hondo, intentando mantener la calma.

—Pues yo tampoco espero amor de ti —contesté, sintiendo una mezcla de alivio y desilusión.

Michael asintió, casi satisfecho con mi respuesta.

—Me parece perfecto. Tampoco soy un maldito monje, así que te aviso que seguiré teniendo sexo con la mujer que se me antoje. No quiero escenas de celos ni dramas —advirtió, con una sonrisa cínica.

—Y tú tampoco me harás escenas de celos a mí —agregué, mirándolo con determinación.

Michael sonrió levemente, como si encontrara algo de diversión en mi firmeza.

—Por supuesto que no, los celos solo muestran debilidad. Tú podrás hacer tu vida y yo la mía —concluyó, antes de girar sobre sus talones y salir de la habitación, dejándome con una mezcla de emociones difíciles de descifrar.

[...]

Durante el último mes, Michael ha cumplido su palabra. Jamás me mira y mucho menos me toca. Mi vida sigue siendo como antes. Durante las mañanas asisto a la universidad y durante las tardes a la empresa, donde trabajo en el sector de finanzas. Ryan, mi hermano, me está enseñando sobre el manejo de la empresa. Yo tengo un puesto pequeño, pero me esfuerzo por aprender cada día más.

También en ocasiones visito a mis padres o a mi hermano. Asisto a las cenas de caridad o a la iglesia con mi mamá porque para ella es muy importante la religión y yo crecí con esa educación.

De hecho, en este momento estoy charlando con mi mamá. Ella me observa con una mezcla de cariño y preocupación, siempre atenta a los detalles de mi vida.

—Mi vida, ¿podrías hacerme un favor? Necesito que le lleves un dinero al padre Matías —dijo, su tono tan amable como siempre.

—Pero mamá, ¿le puedes realizar una transferencia? —pregunté, intentando buscar una solución más práctica.

—Amor, sabes que el padre Matías no es muy bueno con la tecnología —respondió con una sonrisa indulgente.

—Pero tú tienes a los choferes, madre —insistí, tratando de no sonar impaciente.

Ella suspiró, con una expresión de resignación.

—Sabes que a tu padre no le agrada que salga de la casa y les ha prohibido a los choferes obedecerme —explicó, su voz llena de frustración contenida.

—Está bien, mamá —acepté finalmente, dándole un abrazo. No podía decirle que no, especialmente cuando ella siempre había hecho tanto por mí.

—Gracias, querida. Sabes cuánto significa esto para mí —dijo, acariciando mi cabello con ternura.

Me despedí de ella con una sonrisa. Mamá me entregó el fajo de billetes, que metí en mi cartera antes de salir de la casa. No tengo problemas para salir porque Michael prácticamente no me presta atención. De hecho, en las noches casi nunca viene a dormir y me quedo en la mansión sola con los sirvientes. Estoy convencida de que tiene una amante.

Cuando llegué a un parque cercano a la iglesia, me estacioné allí y comencé a caminar. El padre Matías vive en una zona peligrosa, así que decidí dejar el coche un poco lejos para no llamar la atención.

El parque estaba casi desierto, con solo algunas personas caminando a lo lejos. Mis pasos resonaban en el pavimento, creando una extraña sensación de soledad.

Mientras avanzaba, empecé a sentir una creciente incomodidad. Miré alrededor, pero no vi nada fuera de lo común. Sin embargo, la sensación persistía, como una sombra invisible siguiéndome. Aceleré el paso, con la esperanza de llegar pronto a la iglesia.

Debo admitir que me siento algo asustada al estar en el parque en medio de la noche y con una bolsa llena de dinero. Solo debo atravesarlo y llegaré a la casa del padre Matías.

Me sorprendí mucho cuando escuché sirenas de la policía y prácticamente salté cuando escuché unos pasos detrás de mí.

Aceleré el paso sin detenerme, pero la persona me jaló del brazo haciéndome voltear. Cuando lo vi, me percaté de que era un hombre alto vestido de negro con capucha y ojos color azul intenso.

—¡No me hagas nada! —le supliqué, temblando de miedo.

—No te haré nada, Paloma —me dijo, su voz grave resonando en la noche.

—Soy Regina.

"Serás tonta, niña. Le acabas de decir tu nombre a un delincuente. Creo que la cordura se quedó dormida en casa," me recriminó mi subconsciente.

—Lo sé muy bien —dijo él, tomando mi cintura con firmeza.

Rápidamente, lo empujé y grité con todas mis fuerzas. Él subió su mano a mi boca tapándola y prácticamente me arrastró hacia la parte trasera de los arbustos. Me arrojó al suelo y se colocó encima de mí, aplastándome.

—Si quieres, llévate el dinero, pero...

Él cubrió mi boca. —¡Cállate, Paloma! Simplemente, esperaré a que se vayan y te dejaré ir. Estarás calladita, ¿verdad, muñeca?

Creí que quería morir porque hice lo contrario: le mordí la mano y comencé a gritar. Él me miró furioso y pensé que me golpearía, pero hizo todo lo contrario.

Unió sus labios a los míos y comenzó a besarme. Era un beso diferente a los de Michael. Este era suave y tranquilo, saboreando mis labios lentamente.

Debo estar loca porque no pude evitar dejarme llevar por su suavidad y seguí el beso.

No entendía por qué sentía esta electricidad recorrer todo mi cuerpo ni por qué no detenía su beso.

Sus labios bajaron hacia la altura de mi cuello y depositaron pequeños besos. Creo que mi cordura se fue de vacaciones indefinidas.

—Regina, siempre he soñado con besarte y tocarte —susurró él.

Él bajó sus manos a los botones de mi blusa y los rompió, exponiendo mi sostén.

—¿Qué haces? —pregunté, con voz temblorosa.

—No te asustes, nunca te haría daño, Paloma —me dijo mientras colocaba un collar en mi cuello.

—¿Tú quién eres?

—Soy el amor de tu vida, Paloma, pero puedes llamarme Alacrán.

Después de que los sonidos de la patrulla se desvanecieron en la distancia, él se separó de mí rápidamente, desapareciendo entre las sombras del parque con una agilidad inquietante.

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