La mujer del Alacrán

—No quiero hacerlo así —señalé su rostro con firmeza.

—Sabía que dirías eso —respondió con un tono que mezclaba resignación y comprensión.

Él, con cuidado y suavidad, colocó la venda sobre mis ojos, cubriendo mis párpados con un tejido suave y oscuro. La ajustó con firmeza alrededor de mi cabeza, asegurándose de que no pudiera ver nada. En ese momento, el mundo a mi alrededor se desvaneció en una negrura completa. La única realidad era el contacto de su piel contra la mía y el roce de sus manos en cada rincón de mi cuerpo. Mis músculos temblaban incontrolablemente, aunque mi mente estaba decidida.

Sus labios, cálidos y exigentes, se apoderaron de los míos con una intensidad que me hizo estremecer. Mientras sus besos se profundizaban, sentí sus manos recorrer las tiras de mi vestido, deslizándolas hacia abajo con una habilidad que me dejó sin aliento. Con mi ayuda, logró despegar el vestido por encima de mi cabeza, dejándome solo en ropa interior. Escuché el sonido de su ropa cayendo
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