La mujer del Alacrán
La mujer del Alacrán
Por: Agustín B
Cambio de destino

Regina Balmaceda

Mi nombre es Regina Balmaceda. Mi padre, Luca Balmaceda, siempre ha sido un hombre cruel y despiadado. Jamás le importé, ni yo ni mis hermanos. Mi madre está sometida a él y nunca nos ha defendido. Ella es todo lo que yo no deseo ser: una mujer sometida a un hombre.

Sin embargo, debo casarme porque mi familia enfrenta una crisis financiera insuperable. Mi padre, en su desesperación por mantener nuestro estatus y nuestras propiedades, ha llegado a un acuerdo con los Foster. A cambio de salvarnos de la ruina, debo casarme con Diego Foster. Estoy feliz porque Diego es el hombre que siempre he amado.

Sus padres y los míos son socios y crecimos juntos. Él es el hombre perfecto para mí. Es amoroso, amable, un caballero, y me trata increíble. Estamos comprometidos desde hace más de cinco años.

Estaba feliz con mi vestido de novia bajando las escaleras de mi casa. Mi vestido era blanco y largo, y mi cabello estaba recogido en un peinado alto. Ryan, mi hermano, me recibió y tomó mi mano.

—Te ves hermosa, Regina. Eres la novia más hermosa del mundo —dijo Ryan con una sonrisa orgullosa.

—Gracias, hermanito. Soy la más feliz. Diego es el amor de mi vida —respondí, sintiendo la alegría irradiar desde mi interior.

—Hay un cambio de planes, Regina —Informó Ryan, su expresión volviéndose seria.

—¿Qué cambio? —pregunté, sintiendo una punzada de inquietud.

—Vamos a la iglesia, se nos hace tarde —respondió él, evitando mi mirada.

Mientras llegábamos a la iglesia, sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. Todo mi futuro estaba a punto de comenzar con Diego. Sin embargo, cuando el carro se estacionó en la puerta, me encontré con la mirada seria de mi padre.

—Ryan, baja ahora mismo. Regina, necesito hablar contigo antes de que vayas a la iglesia —dijo con tono autoritario, y mi hermano me lanzó una mirada antes de bajar del carro.

Mi corazón se detuvo por un momento. ¿Qué podría ser tan importante ahora?

—¿Qué sucede, papá? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Diego no va a estar en la iglesia —respondió él, sus palabras eran frías y calculadoras—. En su lugar, te casarás con Michael Foster.

Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies.

—¿Qué? ¡Eso no puede ser! Diego es mi prometido, el amor de mi vida —exclamé, con lágrimas llenando mis ojos.

—Diego ha huido con tu hermana Romina—explicó mi padre—. Michael se ofreció a tomar su lugar para salvarnos de la ruina y la deshonra.

Eso no puede ser, Diego no me pudo dejar por mi propia hermana. Es imposible. Las palabras de mi padre eran como un golpe tras otro. No podía creer lo que estaba escuchando. Todo mi futuro, todos mis sueños, se desmoronaban en ese instante.

—Papá, no puedo hacer esto —susurré, sintiendo la desesperación apoderarse de mí—. Michael Foster es un hombre cruel.

—Regina, no tienes elección. Esto es por el bien de nuestra familia —respondió él con dureza—. Ahora ve a la iglesia y haz lo que debes hacer.

Cuando bajé del carro, Ryan apretó mi mano. Él me ayudó a limpiar mi rostro repleto de lágrimas, pero su mirada también estaba llena de compasión. Me sentía traicionada y atrapada.

Al llegar a la iglesia, vi a Michael esperándome en el altar. Sus ojos eran azules intensos y su cabello oscuro. Era un hombre guapo pero muy frío y egocéntrico. Desde el primer momento, su mirada era posesiva y su postura arrogante.

Respiré hondo, tratando de encontrar la fuerza para seguir adelante. Este era el nuevo camino que debía recorrer, por el bien de mi familia y de nuestro futuro.

Mientras caminaba por el pasillo, con cada paso sentía que dejaba atrás una parte de mí. Mis sueños, mis deseos, todo lo que alguna vez quise se desvanecía con cada paso hacia el altar. Pero sabía que debía ser fuerte, por mí y por todos los que dependían de este sacrificio.

Cuando llegué al altar, Michael me miró con una expresión que mezclaba indiferencia y determinación.

—Nunca pensé que serías tú la que caminaría hacia mí hoy —dijo Michael, su voz firme pero sin emoción—. A partir de hoy, serás mía, aunque no lo quieras.

—Michael... —intenté protestar, pero él apretó mi mano con más fuerza.

—No hay más discusiones, Regina. Esto ya está decidido —dijo él, cortante.

El sacerdote comenzó la ceremonia y nos pidió intercambiar los votos. Mis manos temblaban mientras miraba a Michael, cuya mirada seguía siendo intensa y dominante.

—Yo, Michael Foster, te tomo a ti, Regina Balmaceda, como mi esposa —dijo él, su voz firme y dominante—. Prometo cuidarte y respetarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

Sus palabras resonaban en mis oídos como un decreto.

—Yo, Regina Balmaceda, te tomo a ti, Michael Foster, como mi esposo —dije, sintiendo el peso de cada palabra—. Prometo cuidarte y respetarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

El sacerdote declaró que éramos marido y mujer, y Michael se inclinó para besarme. Fue un beso frío y distante, muy diferente a lo que había soñado para mi boda. Pero sabía que debía mantenerme fuerte.

Mientras caminábamos juntos fuera de la iglesia, la realidad de mi nuevo futuro se asentaba en mi mente. Estaba casada con Michael Foster, y mi vida nunca volvería a ser la misma.

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