Besos en el parque

Regina Balmaceda

No he dejado de llorar en toda la noche ni de temblar. Las pesadillas de ese horrible momento persisten; quisiera olvidarlo para siempre, pero parece imposible.

—¿Cómo amaneciste? —me pregunta Alaska al llegar.

Anoche no quería hablar con nadie y le pedí hospedaje. Necesitaba desahogarme con alguien, y quién mejor que mi mejor amiga, la única que conoce mi dolor. Ella también es la única, aparte de Michael, que sabe que fui violada, ella me entiende porque le pasó lo mismo.

Hace años un miserable la abuso y mato a su prometido, mi primo Alfredo. Ella jamás habla de esa noche.

—Mejor —respondo.

—Insisto en que deberías decirme el nombre y denunciarlo —insiste.

—No quiero, sería revivirlo.

—Él debe pagar, Regi. ¿No has pensado que puede hacerlo de nuevo?

—No quiero pensar en eso —contengo mis lágrimas.

—Ya no llores, si no quieres no puedo obligarte —me abraza.

En ese momento, los mellizos se acercan a mí. Remo y Rubí, mis ahijados favoritos e hijos de Alaska, tienen ap
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