En la sala de juntas de Industrias Mars, estaban los principales accionistas y los ejecutivos de alto rango de la empresa.Hermes estaba sentado en uno de esos distinguidos asientos, pues en estos cuatro años, había ascendido de gerente a director del departamento de finanzas. El tiempo le había dado un semblante serio e inflexible y ya sus tareas eran menos tediosas. Vestía un costoso traje de etiqueta de lino, así como la mayoría de los presentes. Prestaba atención al discurso que estaba haciendo el veterano y dueño de Industrias Mars: Marcus Mars.—Luego de haber recibió todos los proyectos para ocupar el cargo del nuevo director de la empresa —dijo Marcus. Había tomado la decisión de darle la oportunidad a un nuevo colega, para que se volviera el CEO, pues había decidido que ya era momento de aligerar el peso de trabajo, que caía sobre sus hombros y también por su edad; cada vez le era más difícil mantenerse al margen de lo que exigía el cargo absoluto—. La junta directiva y yo, h
Hermes bebió del vino en la copa con normalidad, y no distinguió nada extraña. Al contrario, tenía un buen sabor.—¿En serio? —preguntó Hermes; las bebidas no era uno de sus hobbies preferidos.—No es por presumir, pero soy especialista —dijo Marianne con confianza.—Está bien, pero no le digas. Es un buen hombre y la intención es lo que cuenta.—Sí, pero si quieres conocer de buenos vinos, podría enseñarte a degustarlos —comento ella, con astucia y haciéndole gestos agradables.—¿Me propone enseñarme a beber, señora Marianne? —comentó Hermes, siguiéndole el juego.—Quizás busque emborracharlo, señor Hermes —respondió Marianne con gracia—. ¿Un brindis por tu nuevo puesto? —Ambos inclinaron las copas y la tocaron con suavidad. Los ojos avellana de ella se cruzaron con los de él y le dedicó una amable y pícara sonrisa—. Felicitaciones, director general.Varios días pasaron y la relación de Hermes y Marianne se volvió más cercana y afectiva; podría decirse que eran amigos, pero ella no d
Hermes cerró los párpados y soltó un suspiro. El ruido del motor del avión, apagándose, le daba señal que ya había llegado. Bajó por las escaleras y el viento le refrescaba la piel. Vestía un traje de lino negro y un abrigo elegante le cubría la ropa. Los años lo habían convertido y su experiencia vivida, le habían otorgado un aura de seguridad y liderazgo, que era acompañado por las bellas facciones de su rostro y sus ojos azules. Se había convertido en un hombre atractivo, de porte distinguido y galante. Era irresistible y hermoso, podría robar los suspiros de cualquier mujer, joven o adulta que lo viera. —Señor, yo me ocuparé del papeleo y de las maletas, usted puede adelantarse —dijo Werner y se aproximó a la mujer, que atendía el escáner de seguridad de los equipajes. Hermes comenzó a caminar a paso lento, en tanto observaba a los demás viajeros en el aeropuerto. Unos iban y otros llegaban. Pero su atención fue llamada por la de una familia de esposos, que hablaban con su hija y
—¿Cómo has podido dejarlos solos, Amelia? Mis hijos están caminando en este aeropuerto sin nadie que los acompañe.—Señora Hariella —dijo una mujer con vestimenta de trabajadora de la aerolínea, acompañada de un grupo de tres más—. Ya su proceso ha terminado, llevaremos su equipaje hasta su auto.Hariella los miró y no les dijo nada.—Hazte cargo, Amelia. Yo iré a buscar a Helios y a Hera.Hariella salió corriendo de manera desesperada a buscar a sus mellizos. Tanto se esforzó al tratar de encontrarlos, que ya su pecho brincaba de forma agitada y su corazón latía acelerado. El sudor ya le empezaba a nacer de los poros de su blanca y limpia piel. Estaba enojada y preocupada por la pérdida de sus dos amados hijos. Amor, una vez mintió para experimentar el amor y ahora lo vivía cada día con sus mellizos. Aún recordaba cuando la jefe de médicos le dio la noticia.—A partir de la semana dieciocho. ¿Qué quisiera que fuera usted y su esposo? —dijo la doctora. —Que sea lo que tenga ser —resp
Las puertas de la imponente mansión Hansen, se separaron para dar paso a su dueña, quien regresaba luego de cuatro años de ausencia. La esperaban Lena y las sirvientas de la casa. Bajaron con cuidado y Lena se quedó extrañada al ver a los dos pequeños niños, que se ocultaban detrás de Hariella al notar al estar en presencia de tantos extraños, como protegiendose de lo desconocido en la seguridad de su madre, y eso era lo más intrigante.—Bienvenida a su mansión, señora Hariella —dijo Lena y después la siguieron en coro las empleadas.—Se siente bien estar de vuelta —comentó ella—. Traigan el equipaje, quiero descansar un poco.Hariella entró a su mansión, sosteniendo por las manos a Helios y a Hera.—Esta casa es muy grande. ¿Es tuya, mami? —preguntó el tierno, Helios, a Hariella.—Por supuesto, ahora también es tuya, mi niño —respondió ella de manera cariñosa.—¿Y mía, mami? —terció Hera.—Claro que sí, mi niña. Todo lo que hay aquí es de ustedes.Los mellizos tomaron más confianza c
Eso era lo que se leía y los hechizantes ojos azules de Hariella, brillaron de orgullo. Ella lo había enviado, para que ocupara el cargo de gerente de finanzas; lo demás despendía de él, y con esto, habría demostrado que era un hombre brillante para los negocios y las finanzas. Sabía que él se volvería grande, pero si lo hacía a su lado y luego exponían su relación, dirían que era un obsequio de la magnate, y el mérito propio de Hermes, sería infravalorado, e incluso, hasta negado, pues habría comentado que había sido su regalo y no el esfuerzo del muchacho. Se había percatado, que era necesario de que él creciera por un camino diferente, en el de la empresa rival, así nadie colocaría en duda el empeño y la genialidad de Hermes. Lo supo y decidió que la separación era lo mejor. Pero luego se enteró de su embarazo y muchas veces quiso llamarlo para darle la noticia, pero entonces Hermes abandonaría todo por ella y por sus hijos. Él debía crecer solo y hacer una vida prospera y llena de
El moderno automóvil de Hariella se estacionó en la entrada del imperioso edificio de Industrias Hansen y el chofer se adelantó para abrirle la puerta a la mujer, cuya riqueza la convertía en una de las más adineradas del mundo.Hariella se bajó del auto con diestra elegancia y se quitó las gafas oscuras, revelando sus hechizantes ojos azules. Captó la mirada de los civiles, tanto de hombre, mujeres, adolescentes y niños que estaban en el lugar. Parecía una preciosa reina. Lena se puso a la diestra de ella, como muestra solo había una mujer en el poder, sin importar que ahora era la CEO de la empresa.—Buenos días, señora Hariella —dijo el guardia, cuando llegaron a la moderna puerta del rascacielos, que deslizó a los lados para darle paso—. Señora Lena.Al entrar, todos los empleados estaban ordenados en filas paralelas, formando un pasillo de personas.—Bienvenida, señora Hariella —dijeron los trabajadores en coro y bajaron sus cabezas.Así hicieron lo mismo en el piso de la sala de
Hermes no esperaba este encuentro; no ahora. Creía que todavía estaba en otro país, pero sus ojos le veían con asombro. ¿Qué debía hacer? Era un encuentro inesperado.—Bue… —titubeó sin querer hacerlo. Pero él ya no era el mensajero o aquel muchacho que se dejaba intimidar; ahora era el CEO de industrias Mars y debía comportarse como tal. Si así se comportaría ella, él lo haría más inflexible y seco—. Buenos días a todos —dijo mirando a cada uno de los ejecutivos—. Directora Lena. —Luego volvió a mirar a la que alguna vez fue su amado y precioso ángel—. Nadie me ha informado de su presencia, señora Hariella.—¿Hay algún inconveniente, señor Hermes? Esta es mi empresa y soy la presidenta ejecutiva. El proyecto me ha parecido interesante y he venido a atenderlo en persona —dijo ella sin mostrar nada empatía por él—. Nadie más tiene problemas con mi participación en la reunión, o, ¿hay alguna objeción?Los ejecutivos echaron sus asientos hacia atrás y se inclinaron en dirección de la mag