37. Promesas cumplidas

—¿Cómo has podido dejarlos solos, Amelia? Mis hijos están caminando en este aeropuerto sin nadie que los acompañe.

—Señora Hariella —dijo una mujer con vestimenta de trabajadora de la aerolínea, acompañada de un grupo de tres más—. Ya su proceso ha terminado, llevaremos su equipaje hasta su auto.

Hariella los miró y no les dijo nada.

—Hazte cargo, Amelia. Yo iré a buscar a Helios y a Hera.

Hariella salió corriendo de manera desesperada a buscar a sus mellizos. Tanto se esforzó al tratar de encontrarlos, que ya su pecho brincaba de forma agitada y su corazón latía acelerado. El sudor ya le empezaba a nacer de los poros de su blanca y limpia piel. Estaba enojada y preocupada por la pérdida de sus dos amados hijos. Amor, una vez mintió para experimentar el amor y ahora lo vivía cada día con sus mellizos. Aún recordaba cuando la jefe de médicos le dio la noticia.

—A partir de la semana dieciocho. ¿Qué quisiera que fuera usted y su esposo? —dijo la doctora.

—Que sea lo que tenga ser —resp
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