Las puertas de la imponente mansión Hansen, se separaron para dar paso a su dueña, quien regresaba luego de cuatro años de ausencia. La esperaban Lena y las sirvientas de la casa. Bajaron con cuidado y Lena se quedó extrañada al ver a los dos pequeños niños, que se ocultaban detrás de Hariella al notar al estar en presencia de tantos extraños, como protegiendose de lo desconocido en la seguridad de su madre, y eso era lo más intrigante.—Bienvenida a su mansión, señora Hariella —dijo Lena y después la siguieron en coro las empleadas.—Se siente bien estar de vuelta —comentó ella—. Traigan el equipaje, quiero descansar un poco.Hariella entró a su mansión, sosteniendo por las manos a Helios y a Hera.—Esta casa es muy grande. ¿Es tuya, mami? —preguntó el tierno, Helios, a Hariella.—Por supuesto, ahora también es tuya, mi niño —respondió ella de manera cariñosa.—¿Y mía, mami? —terció Hera.—Claro que sí, mi niña. Todo lo que hay aquí es de ustedes.Los mellizos tomaron más confianza c
Eso era lo que se leía y los hechizantes ojos azules de Hariella, brillaron de orgullo. Ella lo había enviado, para que ocupara el cargo de gerente de finanzas; lo demás despendía de él, y con esto, habría demostrado que era un hombre brillante para los negocios y las finanzas. Sabía que él se volvería grande, pero si lo hacía a su lado y luego exponían su relación, dirían que era un obsequio de la magnate, y el mérito propio de Hermes, sería infravalorado, e incluso, hasta negado, pues habría comentado que había sido su regalo y no el esfuerzo del muchacho. Se había percatado, que era necesario de que él creciera por un camino diferente, en el de la empresa rival, así nadie colocaría en duda el empeño y la genialidad de Hermes. Lo supo y decidió que la separación era lo mejor. Pero luego se enteró de su embarazo y muchas veces quiso llamarlo para darle la noticia, pero entonces Hermes abandonaría todo por ella y por sus hijos. Él debía crecer solo y hacer una vida prospera y llena de
El moderno automóvil de Hariella se estacionó en la entrada del imperioso edificio de Industrias Hansen y el chofer se adelantó para abrirle la puerta a la mujer, cuya riqueza la convertía en una de las más adineradas del mundo.Hariella se bajó del auto con diestra elegancia y se quitó las gafas oscuras, revelando sus hechizantes ojos azules. Captó la mirada de los civiles, tanto de hombre, mujeres, adolescentes y niños que estaban en el lugar. Parecía una preciosa reina. Lena se puso a la diestra de ella, como muestra solo había una mujer en el poder, sin importar que ahora era la CEO de la empresa.—Buenos días, señora Hariella —dijo el guardia, cuando llegaron a la moderna puerta del rascacielos, que deslizó a los lados para darle paso—. Señora Lena.Al entrar, todos los empleados estaban ordenados en filas paralelas, formando un pasillo de personas.—Bienvenida, señora Hariella —dijeron los trabajadores en coro y bajaron sus cabezas.Así hicieron lo mismo en el piso de la sala de
Hermes no esperaba este encuentro; no ahora. Creía que todavía estaba en otro país, pero sus ojos le veían con asombro. ¿Qué debía hacer? Era un encuentro inesperado.—Bue… —titubeó sin querer hacerlo. Pero él ya no era el mensajero o aquel muchacho que se dejaba intimidar; ahora era el CEO de industrias Mars y debía comportarse como tal. Si así se comportaría ella, él lo haría más inflexible y seco—. Buenos días a todos —dijo mirando a cada uno de los ejecutivos—. Directora Lena. —Luego volvió a mirar a la que alguna vez fue su amado y precioso ángel—. Nadie me ha informado de su presencia, señora Hariella.—¿Hay algún inconveniente, señor Hermes? Esta es mi empresa y soy la presidenta ejecutiva. El proyecto me ha parecido interesante y he venido a atenderlo en persona —dijo ella sin mostrar nada empatía por él—. Nadie más tiene problemas con mi participación en la reunión, o, ¿hay alguna objeción?Los ejecutivos echaron sus asientos hacia atrás y se inclinaron en dirección de la mag
Así se despidieron. Hermes iba en el asiento trasero del coche, mientras Werner conducía y su celular timbró.—Hola, Hermes —dijo primero una voz femenina al otro lado del móvil, era Marianne Mars—. ¿Estás de negocios en tu país natal, cierto?—Sí, Marianne. ¿Hay algo que necesites?—Oh, no me avisaste. Una amiga se casará pronto en esa ciudad y debía viajar a esa ciudad. ¿Puedes recogerme en el aeropuerto? —preguntó Marianne con voz seductora.—Por supuesto —respondió Hermes sin demora y es que Marianne se había vuelto una buena amiga—. ¿A qué hora llegas?—Estaré viajando en la tarde, llegaría a eso de las cuatro.—Ten por seguro que estaré para recogerte.—Gracias. Espero para verte de nuevo, Hermes —dijo Marianne—. Hasta la tarde.Hermes se despidió y guardó su celular en su bolsillo. Sus pensamientos estuvieron ocupados, recordando el reciente encuentro con Hariella. Ella se mantenía joven y bella; tan preciosa como el último día en que la vio. Además, sintió la misma emoción que
—Te has vuelto un cínico. Todavía te atreves a hacer esa pregunta —comentó Lena con veneno en sus palabras—. No dejaré que vuelvas a hacer sufrir a mi señora. Aléjate de Hariella, porque, así como tú, ella ya ha comenzado una nueva vida y formado su propio hogar. Vuelve al lugar donde te has convertido en un arrogante director general y déjala tranquila. —Hermes sintió como su pecho se apretaba. ¿Hariella había formado su propio hogar? —. ¿Qué es lo quieres? ¿Verla destruida por tú culpa como hace cuatro años? ¿Quebrar una familia? Vete lejos y vive la tuya.Lena se dio media vuelta y al encontrarse con Werner lo vio con expresión asesina y pasó por su lado con la cabeza en alto e hizo sonar la puerta con brusquedad cuando salió.Hermes se mantuvo quieto, pero como si lo hubieran golpeado el alma. Esperó mucho para ver a Hariella y ella ya había formado su hogar. Tal vez solo había aceptado salir con él, para contarle de su nueva familia y colocarle un punto final a su relación. Había
Hariella regresó a su enorme mansión y recompuso su semblante a uno serio, como si no hubiera pasado nada. Se mantuvo calmada y serena para saludar a sus dos preciosos hijos y para atender a las empleadas. Pero en la noche, luego de dormir a sus mellizos y estando sola en la intimidad de su cuarto, soltó a llorar de manera desconsolada. Las blancas mejillas de su precioso rostro angelical, se bañaban con el llanto que le provocaba recordar aquel momento con el hombre que amaba. Agarró la rosa amarilla eterna, que estaba en la mesita de noche, y la pegó en su seno, abrazándola con cariño. La flor se mantenía de la misma forma que hace cuatro años, tan linda e inmarcesible, como el amor de Hermes y Hariella.Hariella no había conocido lo que era el lloro colmado de dolor ni en su niñez, ni en su juventud, sino ahora de adulta, solo después de enamorarse de Hermes. El amor era algo complicado; a veces la llenaba de felicidad y al día siguiente estaba destrozada por la tristeza. Sabía que
Hermes agarró por la mano a Marianne y la llevó así, hasta el auto. Subió a Marianne en el vehículo y comenzó a manejarlo, dejando a su precioso ángel en la soledad de la tristeza.Las lágrimas recorrían las mejillas de Hariella como delicado rio y se le dificultaba respirar. Sus manos le temblaban y en su seno, había un sentimiento de vacío.Lena vio lo que había pasado y después de que ellos se fueron, se acercó a Hariella y le hablaba, pero su señora parecía ida en sus pensamientos.Hermes solo condujo escasos metros de la iglesia y su vista se empañaba con sus lágrimas. Detuvo el auto y soltó a llorar de sin poder contenerse.—¿Hermes, estás bien? —preguntó Marianne, colocando su mano en la espalda de él. No necesitaba ser adivina o la más intelectual, para darse cuente de lo que sucedía entre ambos—. ¿Ella es tu exesposa, cierto? Hariella Hansen es la mujer con la que estuviste casado y por la que no puedes iniciar una relación. La misma a la que todos conocen como la magnate.—P