—Te has vuelto un cínico. Todavía te atreves a hacer esa pregunta —comentó Lena con veneno en sus palabras—. No dejaré que vuelvas a hacer sufrir a mi señora. Aléjate de Hariella, porque, así como tú, ella ya ha comenzado una nueva vida y formado su propio hogar. Vuelve al lugar donde te has convertido en un arrogante director general y déjala tranquila. —Hermes sintió como su pecho se apretaba. ¿Hariella había formado su propio hogar? —. ¿Qué es lo quieres? ¿Verla destruida por tú culpa como hace cuatro años? ¿Quebrar una familia? Vete lejos y vive la tuya.Lena se dio media vuelta y al encontrarse con Werner lo vio con expresión asesina y pasó por su lado con la cabeza en alto e hizo sonar la puerta con brusquedad cuando salió.Hermes se mantuvo quieto, pero como si lo hubieran golpeado el alma. Esperó mucho para ver a Hariella y ella ya había formado su hogar. Tal vez solo había aceptado salir con él, para contarle de su nueva familia y colocarle un punto final a su relación. Había
Hariella regresó a su enorme mansión y recompuso su semblante a uno serio, como si no hubiera pasado nada. Se mantuvo calmada y serena para saludar a sus dos preciosos hijos y para atender a las empleadas. Pero en la noche, luego de dormir a sus mellizos y estando sola en la intimidad de su cuarto, soltó a llorar de manera desconsolada. Las blancas mejillas de su precioso rostro angelical, se bañaban con el llanto que le provocaba recordar aquel momento con el hombre que amaba. Agarró la rosa amarilla eterna, que estaba en la mesita de noche, y la pegó en su seno, abrazándola con cariño. La flor se mantenía de la misma forma que hace cuatro años, tan linda e inmarcesible, como el amor de Hermes y Hariella.Hariella no había conocido lo que era el lloro colmado de dolor ni en su niñez, ni en su juventud, sino ahora de adulta, solo después de enamorarse de Hermes. El amor era algo complicado; a veces la llenaba de felicidad y al día siguiente estaba destrozada por la tristeza. Sabía que
Hermes agarró por la mano a Marianne y la llevó así, hasta el auto. Subió a Marianne en el vehículo y comenzó a manejarlo, dejando a su precioso ángel en la soledad de la tristeza.Las lágrimas recorrían las mejillas de Hariella como delicado rio y se le dificultaba respirar. Sus manos le temblaban y en su seno, había un sentimiento de vacío.Lena vio lo que había pasado y después de que ellos se fueron, se acercó a Hariella y le hablaba, pero su señora parecía ida en sus pensamientos.Hermes solo condujo escasos metros de la iglesia y su vista se empañaba con sus lágrimas. Detuvo el auto y soltó a llorar de sin poder contenerse.—¿Hermes, estás bien? —preguntó Marianne, colocando su mano en la espalda de él. No necesitaba ser adivina o la más intelectual, para darse cuente de lo que sucedía entre ambos—. ¿Ella es tu exesposa, cierto? Hariella Hansen es la mujer con la que estuviste casado y por la que no puedes iniciar una relación. La misma a la que todos conocen como la magnate.—P
Al día siguiente, Hariella se encontraba en la oficina de su empresa. Ya era de tarde. Debido a las discusiones, el proyecto de la alianza entre Industrias Hansen e Industrias Mars, habían quedado a un lado. Pero era un tema relevante y también era una excusa, para volverse a encontrar con Hermes.Hariella cogió el celular, se aclaró la garganta y le marcó al número de Hermes. Esperó pocos segundos y la llamada fue recibida.—Aló —respondió Hermes con tono neutro—. ¿Con quién hablo?—Sabes con quién hablas, no te hagas el tonto, que no lo eres —dijo Hariella con arrogancia.—Pienso que se ha equivocado de número, señora.Hariella se despegó el móvil de la oreja y vio que Hermes le había colgado la llamada. Esa era la primera vez que, alguien le cortaba la llamada a Hariella Hansen, la misma e inalcanzable magnate. Endureció su expresión y un aura asesina la cubrió. Luego su celular sonó y recibió la llamada. Era Hermes de nuevo.—Señora Hariella, discúlpeme. No la he distinguido —dijo
Hariella sacó un pequeño espejo de su bolso, un pintalabios y maquillaje. Se dio un pequeño retoque y se apretó varias veces los labios. Luego se levantó de la silla y cuando iba caminando, Lena la vio.—¿Va a salir, señora? —preguntó Lena con sosiego.—Sí, iré a dar un paseo por la ciudad.—¿Puedo ir con usted? Ya casi es hora de salir.—Haz lo que quieras, Lena. —Hariella se mostró desinteresada, pero luego una idea llegó a su cabeza—. Contrata un camión,Hermes soltó un suspiro cuando terminó de hablar con Hariella. Estaba sentado en un sillón de su cuarto de hotel. Hablar con Hariella siempre era complicado; esa mujer era arrogante, caprichosa, egocéntrica y orgullosa, pero él sabía que muy, pero muy en el fondo, era amable, cariñosa y tierna. Solo que, a la distinguida magnate, le gustaba mostrarse fría e imponente, para mostrar su poderío y para ocultar sus verdaderos sentimientos. Era un tonto, pero él amaba a esa mujer tan engreída y solo quería abrazarla con fuerza. Las mujer
Hermes vio como un ostentoso auto se estacionó en la carretera. Las puertas fueron abiertas por una mujer de avanzada edad. Recordaba de quien se trataba; era la verdadera ama de llaves de la mansión Hansen. Frunció el ceño cuando vio a dos pequeños niños con aura angelical, que también se bajaban del carro. Para completar, a ellos también los conocía; eran los mellizos con los que se había topado cuando había legado de nuevo al país. Pero, cada uno, en sus brazos, traía una flor; el niño, la rosa amarilla eterna, y la niña, la rosa roja.—Los niños del aeropuerto —comentó Hermes en voz baja, casi como un leve susurro.—¿Los niños del aeropuerto? —preguntó Hariella, que lo alcanzó a escuchar.—Ya los había conocido. Me los encontré cuando regresé al país. Ellos se habían perdido y yo los llevé hasta un guardia de seguridad —confesó Hermes—. No creí que los volvería a ver, ¿y por qué traen esas rosas? Se parecen a las que había comprado.A Hariella se le cortaron las palabras y sus ojo
—Yo comeré más que tú, Helios —dijo Hera, alegre y divertida, sabiendo que siempre comía más que su hermano gemelo.—No, yo comeré más que tú, Hera —respondió Helios y así siguieron discutiendo, mientras Hariella y Hermes, sonreían al oírlos.En la mansión Hansen, luego de la cena, Hermes se quedó a jugar con sus hijos, hasta que cayeron rendidos por el sueño. Hermes cargó pegado a su pecho a cada uno de sus mellizos y los acostó con cuidado en las camas de ellos. Se quedó admirándolos; eran tan tiernos, inocentes y encantadores, que solo le provocaba cuidarlos.—Su papá ya está con ustedes, mis niños —dijo Hermes con lágrimas en sus ojos—. Y no me volveré a ir de su lado, ya lo había prometido hace cuatro años.Hermes les acomodó las cobijas y después de varios minutos, les dio un beso en la frente y salió del cuarto. Se limpió su llanto con las mangas de su traje y liberó un ligero suspiro.—¿Tus ojos se bañan? —bromeó Hariella, que había visto y escuchado lo que Hermes había hecho.
—Siempre tan arrogante —dijo Hermes y sus párpados se cerraron ante el suave movimiento de Hariella, encima de él—. Me gusta.Los días pasaron y Hermes permaneció en la mansión de Hariella. Jugaba con sus hijos todo el día y dormía en las noches con Hariella. El contrato de la alianza fue firmado. Volvió al país donde estaba la sede principal de Industrias Mars y explicó todo a Marcus. Acordaron que seguiría como el director general de la empresa desde la distancia; la tecnología lo permitía sin problemas. También lo invitó a su matrimonio.Hermes pidió la mano de Hariella a los padres y fue a su pueblo a invitar a los suyos.—Mi nombre es Hermes Darner —dijo él con voz diestra y segura, mientras abrazaba a Hariella—. Soy el padre de sus nietos y el hombre que ama a Hariella, por eso, hoy he venido a pedir la mano de su hija y su bendición para nuestra boda.—Así que tú eres él que logró enamorar a Hariella —dijo Halley Heart, analizando de arriba abajo a Hermes—. Se ve que eres de cl