Hariella llegó al anochecer al nuevo apartamento, que compartía con Hermes, quien salió de la cocina para recibirla con un cálido beso. Vestía un delantal azul, que le lucía bastante bien. Ya le faltaban unos pocos minutos a la comida, por lo que la invitó a pasar hacia el comedor.Hermes no tardó mucho y luego repartió la cena para ambos. Se sentaron a lado y lado de mesa; él a la izquierda y ella a la derecha.—¿Qué tal tu día en la mansión? —preguntó Hermes, mientras comía.Hariella se mantuvo tranquila, pero en este punto cada mentira se sentía diferente y le costaba decírselas.—Nada nuevo, lo mismo de siempre —respondió, teniendo en sus pensamientos la empresa y no su lujosa casa—. ¿Y tú?—Salí a trotar en la mañana por el parque y después estuve repasando un poco sobre finanzas —respondió Hermes, bebiendo un poco de jugo—. Lo que menos quiero es olvidar lo que aprendido.Hariella sonrió al escucharlo. Lo recordaba tan impecable el día de la entrevista y su currículo era de los m
El intenso sol comenzaba su apogeo. El viento de los grandes árboles del parque les refrescaba el rostro. Habían estado trotando desde las siete en la pista atlética del parque, después caminaban para recuperarse y luego volvían a correr. Ambos vestían ropa deportiva color negro. Una sudadera y un buzo con capucha. En esta parte no había riesgo de que la reconocieran y tampoco estaban pendientes de ellos, pues las demás personas estaban concentradas en sus ejercicios.El pecho les brincaba de la fatiga. El sudor le bajaba por la frente y humedecía sus prendas.Hariella le seguía el paso a Hermes, él lo hacía lento para ir siempre a la par. Había trascurrido mucho tiempo, que no se ejercitaba. Dejó de correr y se quedó en la misma posición para recuperar el aire.Hermes la vio y se detuvo al instante, se acercó a ella y le puso la mano en la espalda.—Ya está bien por hoy —dijo Hermes, tomándola por la cintura y ella se sostuvo por la parte trasera del cuello de él. Miraron a los alrede
—Tu padre y yo creemos, que ya es hora de que formalices una relación —comentó Halley, sensata y adoptando un semblante más blando—. Te la pasas trabajando y no tienes tiempo para ti. Joseph Johnson es conocido de la infancia, además de ser atractivo, serio, adinerado, responsable y de una buena e ilustre familia; nosotros le damos nuestra bendición a Joseph y lo aceptaremos como nuestro yerno. ¿Quién es mejor para ti que él?Hariella observó desilusionada a su madre y luego a su padre. Pero sonrió en sus adentros al responder la última pregunta en sus pensamientos: «Hermes». En todas las decisiones, que había tomado en su vida, ellos no habían sido partícipes ni consejeros; ella misma, gracias a su intelecto, había elegido lo que era lo más adecaudo para su futuro.—Esto es lo que haremos —comentó Hariella, tenaz y aguantándose el enojo por lo que había escuchado—. Disfrutaremos de los próximos días de su estancia en esta ciudad y cuando salgamos de aquí, olvidaremos lo que estoy por
Hermes quedó atónito y confundido: ¿qué tenía que ver Hariella Hansen, la inalcanzable y multimillonaria empresaria que dirigía a Industrias Hansen? Buscó el nombre de ella en su celular, pero solo había imágenes de los diferentes edificios que manejaba la multinacional, tanto el ejecutivo como el de los variados donde se hacían el ensamble de los productos y en otros, solo artículos hablando sobre ella. Pero no había ni una sola fotografía de Hariella en el internet. Recordó solo una vez donde, en los cortos recesos, que los empleados comentaron acerca de la adinerada mujer: que era preciosa y de rostro envidiable, pero de una expresión tan atemorizante y un carácter temible, por lo que nadie se atrevía a verla directo a los ojos. Era una excentricidad y muy afortunada; ser inteligente, exitosa, hermosa y multimillonaria, sin duda, era un sueño imposible, del que muchas quisieran ocupar el lugar de ella, el de la inalcanzable magnate, que portaba un agigantado y envidiable patrimonio.
Hariella había logrado sobrellevar la visita de sus padres; pues también querían mantenerse al tanto de los negocios y la estadística de las acciones de la empresa; después de todo, eran los que la habían fundado. Tres días habían pasado, y mañana, ya podría volver con Hermes. Respiró lento. En el ascensor, iban los cinco. Joseph se había mantenido junto a ellos, no le importaba, mientras se mantuviera alejada de ella y no siguiera tratando de seducirla. Cuando las puertas del elevador se abrieron, salieron. Pero un escalofrío le recorrió las entrañas como si le hubieran congelado las extremidades por fuera y los órganos por dentro. Quedó estupefacta, inmóvil y desarmada. Sus ojos se clavaron en los de Hermes, que la veía tan sorprendido como ella. ¿Qué hacía aquí? Él no debería estar aquí; volvería al trabajo la otra semana.«Tú no debes estar aquí, Hermes. ¿Qué es lo que has hecho?», pensó, lamentándose.El pavor la devoraba, pero siguió caminando, ya no había excusa. No podía cambia
Hermes se había despertado desde hace varios minutos. Se quedó acostado, pensando en lo sucedido. La verdad de que su esposa era en verdad Hariella Hansen y no Hela Hart le rompía el corazón. Había sido engañado por la mujer que amaba y con la que se había casado. En toda la noche había estado llorando y sufriendo al enterarse de la noticia que lo dejaba anonadado. Era como si lo que hubiera vivido fuera un espejismo.El dolor en su pecho se intensificaba con cada respiración. Las lágrimas que había derramado no parecían haber aliviado su sufrimiento; en lugar de eso, sentía que su tristeza se había transformado en una profunda amargura. La traición de Hariella había socavado los cimientos mismos de su vida, y ahora se encontraba perdido en un mar de emociones contradictorias.El amor que aún sentía por ella se entrelazaba con una ira abrasadora, creando una tormenta interna que lo dejaba sin aliento. Recordaba cada momento compartido, cada risa, cada promesa. ¿Cómo podía todo haber si
Hermes llegó a su antiguo apartamento; desmoronado por dentro y por fuera. Había abandonado aquel edificio donde se había estado quedando junto a Hariella. La había dejado sola, mientras el desconsuelo le retenía el aire del pecho como si fuera a ahogarse. Se tiró en la cama, abatido y sin nada ni nadie que lograra aplacar su sufrimiento. Por sus mejillas bajaban lágrimas, pero no emitía ningún quejido. Lloraba en silencio y aislado de la mirada de todos. Las sábanas de la cama y las paredes del cuarto eran sus testigos, eran los que contemplaban su pesar: “—Nunca te he amado, Hermes. Solo fuiste un experimento, nada más. La prueba es que tu llanto y tu tristeza, no provocan nada en mí. Ya te lo dije, solo fuiste un experimento”. Esas palabras invadían sus pensamientos y aumentaban su tormento; era cierto, ella se había mantenido tranquila y serena, sin derramar ni una sola lágrima al verlo a él, consumido y devastado por la tristeza. Los ojos le dolían y también le empezó a doler la c
Hermes divisó el bar arcade en el que había compartido muchas horas de juego con sus compañeros. Era de dos pisos y estaba casi lleno. Algunos ocupaban las máquinas para jugar, que estaban en pegadas a las paredes, mientras que otros conversaban y bebían. Había un gran mesón, que tenía asientos al frente y también había mesas pequeñas con sillas de madera. La música que sonaba era suave y relajante. Pidió un trago, quizás emborrachándose, aliviaría sus penas. De hecho, tenía pensado hacerlo, pero desistió de la idea; no debía embriagarse el primer día de haber regresado a su hogar. Suspiró y se quitó las gafas antirreflejos. Sabía que, el tiempo sería la cura a su dolor y a su sufrimiento, pero todavía no pasaban ni veinticuatro horas. Estos nuevos ambientes, lograrían aquietar su alma y su corazón.Un muchacho, residente del lugar, se había quedado estudiando a Hermes, mientras jugaba en un arcade, le resultaba conocido, pero lucía diferente.—¿Qué haces? —le dijo un amigo. Eran bueno