—Tu padre y yo creemos, que ya es hora de que formalices una relación —comentó Halley, sensata y adoptando un semblante más blando—. Te la pasas trabajando y no tienes tiempo para ti. Joseph Johnson es conocido de la infancia, además de ser atractivo, serio, adinerado, responsable y de una buena e ilustre familia; nosotros le damos nuestra bendición a Joseph y lo aceptaremos como nuestro yerno. ¿Quién es mejor para ti que él?Hariella observó desilusionada a su madre y luego a su padre. Pero sonrió en sus adentros al responder la última pregunta en sus pensamientos: «Hermes». En todas las decisiones, que había tomado en su vida, ellos no habían sido partícipes ni consejeros; ella misma, gracias a su intelecto, había elegido lo que era lo más adecaudo para su futuro.—Esto es lo que haremos —comentó Hariella, tenaz y aguantándose el enojo por lo que había escuchado—. Disfrutaremos de los próximos días de su estancia en esta ciudad y cuando salgamos de aquí, olvidaremos lo que estoy por
Hermes quedó atónito y confundido: ¿qué tenía que ver Hariella Hansen, la inalcanzable y multimillonaria empresaria que dirigía a Industrias Hansen? Buscó el nombre de ella en su celular, pero solo había imágenes de los diferentes edificios que manejaba la multinacional, tanto el ejecutivo como el de los variados donde se hacían el ensamble de los productos y en otros, solo artículos hablando sobre ella. Pero no había ni una sola fotografía de Hariella en el internet. Recordó solo una vez donde, en los cortos recesos, que los empleados comentaron acerca de la adinerada mujer: que era preciosa y de rostro envidiable, pero de una expresión tan atemorizante y un carácter temible, por lo que nadie se atrevía a verla directo a los ojos. Era una excentricidad y muy afortunada; ser inteligente, exitosa, hermosa y multimillonaria, sin duda, era un sueño imposible, del que muchas quisieran ocupar el lugar de ella, el de la inalcanzable magnate, que portaba un agigantado y envidiable patrimonio.
Hariella había logrado sobrellevar la visita de sus padres; pues también querían mantenerse al tanto de los negocios y la estadística de las acciones de la empresa; después de todo, eran los que la habían fundado. Tres días habían pasado, y mañana, ya podría volver con Hermes. Respiró lento. En el ascensor, iban los cinco. Joseph se había mantenido junto a ellos, no le importaba, mientras se mantuviera alejada de ella y no siguiera tratando de seducirla. Cuando las puertas del elevador se abrieron, salieron. Pero un escalofrío le recorrió las entrañas como si le hubieran congelado las extremidades por fuera y los órganos por dentro. Quedó estupefacta, inmóvil y desarmada. Sus ojos se clavaron en los de Hermes, que la veía tan sorprendido como ella. ¿Qué hacía aquí? Él no debería estar aquí; volvería al trabajo la otra semana.«Tú no debes estar aquí, Hermes. ¿Qué es lo que has hecho?», pensó, lamentándose.El pavor la devoraba, pero siguió caminando, ya no había excusa. No podía cambia
Hermes se había despertado desde hace varios minutos. Se quedó acostado, pensando en lo sucedido. La verdad de que su esposa era en verdad Hariella Hansen y no Hela Hart le rompía el corazón. Había sido engañado por la mujer que amaba y con la que se había casado. En toda la noche había estado llorando y sufriendo al enterarse de la noticia que lo dejaba anonadado. Era como si lo que hubiera vivido fuera un espejismo.El dolor en su pecho se intensificaba con cada respiración. Las lágrimas que había derramado no parecían haber aliviado su sufrimiento; en lugar de eso, sentía que su tristeza se había transformado en una profunda amargura. La traición de Hariella había socavado los cimientos mismos de su vida, y ahora se encontraba perdido en un mar de emociones contradictorias.El amor que aún sentía por ella se entrelazaba con una ira abrasadora, creando una tormenta interna que lo dejaba sin aliento. Recordaba cada momento compartido, cada risa, cada promesa. ¿Cómo podía todo haber si
Hermes llegó a su antiguo apartamento; desmoronado por dentro y por fuera. Había abandonado aquel edificio donde se había estado quedando junto a Hariella. La había dejado sola, mientras el desconsuelo le retenía el aire del pecho como si fuera a ahogarse. Se tiró en la cama, abatido y sin nada ni nadie que lograra aplacar su sufrimiento. Por sus mejillas bajaban lágrimas, pero no emitía ningún quejido. Lloraba en silencio y aislado de la mirada de todos. Las sábanas de la cama y las paredes del cuarto eran sus testigos, eran los que contemplaban su pesar: “—Nunca te he amado, Hermes. Solo fuiste un experimento, nada más. La prueba es que tu llanto y tu tristeza, no provocan nada en mí. Ya te lo dije, solo fuiste un experimento”. Esas palabras invadían sus pensamientos y aumentaban su tormento; era cierto, ella se había mantenido tranquila y serena, sin derramar ni una sola lágrima al verlo a él, consumido y devastado por la tristeza. Los ojos le dolían y también le empezó a doler la c
Hermes divisó el bar arcade en el que había compartido muchas horas de juego con sus compañeros. Era de dos pisos y estaba casi lleno. Algunos ocupaban las máquinas para jugar, que estaban en pegadas a las paredes, mientras que otros conversaban y bebían. Había un gran mesón, que tenía asientos al frente y también había mesas pequeñas con sillas de madera. La música que sonaba era suave y relajante. Pidió un trago, quizás emborrachándose, aliviaría sus penas. De hecho, tenía pensado hacerlo, pero desistió de la idea; no debía embriagarse el primer día de haber regresado a su hogar. Suspiró y se quitó las gafas antirreflejos. Sabía que, el tiempo sería la cura a su dolor y a su sufrimiento, pero todavía no pasaban ni veinticuatro horas. Estos nuevos ambientes, lograrían aquietar su alma y su corazón.Un muchacho, residente del lugar, se había quedado estudiando a Hermes, mientras jugaba en un arcade, le resultaba conocido, pero lucía diferente.—¿Qué haces? —le dijo un amigo. Eran bueno
—¿Qué haces tú aquí, Lena? —preguntó Hermes, sorprendido. Él se había marchado y ya no había nada que lo vinculara y se aseguró de ocultar la sortija en su ropa—. ¿Ella te ha enviado?—¿Ella? ¿Así le dices ahora, Hermes Darner, a la mujer que fue tu esposa y con la que compartiste por meses? —dijo Lena, de manera severa—. Te diré lo que pienso: tú no eres un hombre digno de estar con la señora Hariella. No estás a su altura, Hermes Darner. Pero no he venido aquí a discutir contigo.—No lo parece. Es la impresión que dan tus palabras y no te estoy dispuesto a escucharlas, así que será mejor que regreses por donde viniste, Lena Whitney—dijo Hermes, parándose frente ella, en tanto la miraba con desagrado—. No quiero saber nada de ustedes, nunca más. —Pasó al lado de Lena, dispuesto a marcharse y dejarla sola.—La señora Hariella está enferma —dijo Lena a sus espaldas y él se detuvo de inmediato. A esa mujer cruel, que lo había tratado mal y que lo había ofendido, debía alegrarse y emocion
—No soy una ilusión. —Movió su mano y también se le puso en la cara con delicadez, mientras no podía detener las lágrimas, que emergían con cariño de sus ojos—. Estoy aquí contigo, mi ángel.—“Mi ángel”, así me decía él. —La mirada se le cristalizó y su voz se quebró de tristeza—. Lo extraño y tú pareces muy real, como si en verdad estuvieras aquí conmigo, mi Hermes.—Soy Hermes, Hariella. He venido a verte porque tú eres la mujer que amo. Mírame, yo soy el verdadero. —Él tampoco pudo evitar que le lagrimearan los ojos—. Por favor, vuelve a mí.—¿En serio eres tú? —preguntó Hariella, y su vista resplandeció, como si hubiera regresado la luz, que se había apagado en su alma. Hermes era el brillo con el que podía animaba su corazón.—Sí, soy yo. Estoy justo delante de ti, mi ángel.Hariella se levantó de su mueble y Hermes la abrazó por la cintura. Ella lo rodeó por la nuca. Sus miradas azules se cruzaron y como si fuera un espejo, ambos veían la tristeza que se hallaba en el otro.—Per