Hariella sacó un pequeño espejo de su bolso, un pintalabios y maquillaje. Se dio un pequeño retoque y se apretó varias veces los labios. Luego se levantó de la silla y cuando iba caminando, Lena la vio.—¿Va a salir, señora? —preguntó Lena con sosiego.—Sí, iré a dar un paseo por la ciudad.—¿Puedo ir con usted? Ya casi es hora de salir.—Haz lo que quieras, Lena. —Hariella se mostró desinteresada, pero luego una idea llegó a su cabeza—. Contrata un camión,Hermes soltó un suspiro cuando terminó de hablar con Hariella. Estaba sentado en un sillón de su cuarto de hotel. Hablar con Hariella siempre era complicado; esa mujer era arrogante, caprichosa, egocéntrica y orgullosa, pero él sabía que muy, pero muy en el fondo, era amable, cariñosa y tierna. Solo que, a la distinguida magnate, le gustaba mostrarse fría e imponente, para mostrar su poderío y para ocultar sus verdaderos sentimientos. Era un tonto, pero él amaba a esa mujer tan engreída y solo quería abrazarla con fuerza. Las mujer
Hermes vio como un ostentoso auto se estacionó en la carretera. Las puertas fueron abiertas por una mujer de avanzada edad. Recordaba de quien se trataba; era la verdadera ama de llaves de la mansión Hansen. Frunció el ceño cuando vio a dos pequeños niños con aura angelical, que también se bajaban del carro. Para completar, a ellos también los conocía; eran los mellizos con los que se había topado cuando había legado de nuevo al país. Pero, cada uno, en sus brazos, traía una flor; el niño, la rosa amarilla eterna, y la niña, la rosa roja.—Los niños del aeropuerto —comentó Hermes en voz baja, casi como un leve susurro.—¿Los niños del aeropuerto? —preguntó Hariella, que lo alcanzó a escuchar.—Ya los había conocido. Me los encontré cuando regresé al país. Ellos se habían perdido y yo los llevé hasta un guardia de seguridad —confesó Hermes—. No creí que los volvería a ver, ¿y por qué traen esas rosas? Se parecen a las que había comprado.A Hariella se le cortaron las palabras y sus ojo
—Yo comeré más que tú, Helios —dijo Hera, alegre y divertida, sabiendo que siempre comía más que su hermano gemelo.—No, yo comeré más que tú, Hera —respondió Helios y así siguieron discutiendo, mientras Hariella y Hermes, sonreían al oírlos.En la mansión Hansen, luego de la cena, Hermes se quedó a jugar con sus hijos, hasta que cayeron rendidos por el sueño. Hermes cargó pegado a su pecho a cada uno de sus mellizos y los acostó con cuidado en las camas de ellos. Se quedó admirándolos; eran tan tiernos, inocentes y encantadores, que solo le provocaba cuidarlos.—Su papá ya está con ustedes, mis niños —dijo Hermes con lágrimas en sus ojos—. Y no me volveré a ir de su lado, ya lo había prometido hace cuatro años.Hermes les acomodó las cobijas y después de varios minutos, les dio un beso en la frente y salió del cuarto. Se limpió su llanto con las mangas de su traje y liberó un ligero suspiro.—¿Tus ojos se bañan? —bromeó Hariella, que había visto y escuchado lo que Hermes había hecho.
—Siempre tan arrogante —dijo Hermes y sus párpados se cerraron ante el suave movimiento de Hariella, encima de él—. Me gusta.Los días pasaron y Hermes permaneció en la mansión de Hariella. Jugaba con sus hijos todo el día y dormía en las noches con Hariella. El contrato de la alianza fue firmado. Volvió al país donde estaba la sede principal de Industrias Mars y explicó todo a Marcus. Acordaron que seguiría como el director general de la empresa desde la distancia; la tecnología lo permitía sin problemas. También lo invitó a su matrimonio.Hermes pidió la mano de Hariella a los padres y fue a su pueblo a invitar a los suyos.—Mi nombre es Hermes Darner —dijo él con voz diestra y segura, mientras abrazaba a Hariella—. Soy el padre de sus nietos y el hombre que ama a Hariella, por eso, hoy he venido a pedir la mano de su hija y su bendición para nuestra boda.—Así que tú eres él que logró enamorar a Hariella —dijo Halley Heart, analizando de arriba abajo a Hermes—. Se ve que eres de cl
Un lujoso auto azabache se estacionó frente a un imperioso edificio. Un hombre con atuendo de chofer fue el primero en bajarse y luego una linda muchacha con ropa de secretaria.Ambos se colocaron al costado de la puerta trasera del vehículo. El chofer fue el encargado de abrir la puerta de manera sutil, como si estuviera por recibir a una reina de la edad media. Entonces, de manera espléndida, una esbelta pierna fue lo primero en mostrarse, cuyo tacón negro de aguja, se afirmó de modo firme en el asfalto. Así, como una poderosa soberana, que descendía de su carruaje real. Así, una espléndida mujer se manifestó con lentitud.Ella abandonó el coche con glamour y distinción. Tenía puesto en su cabeza un sombrero Hepbrum oscuro con un velo que tapaba la parte superior de su rostro, sol dejando ver la parte de su boca y fina barbilla. En su negra pupila se reflejó la maravillosa arquitectura empresarial que le pertenecía a ella.Hariella Hansen era conocida como La magnate. Era arrogante,
Las puertas se cerraron y dentro del sitio hubo un silencio que pareció ser eterno, mientras que el elevador empezó a subir. Por ordenes de Hariella, no había un ascenso ejecutivo o privada para ella; eso le parecía algo innecesario, ya que lo utilizaba pocas veces. Era superfluo, por lo que eso no existía en su empresa. Además, enviaba un trabajo a sus empleados que, no había preferencias por nadie.Hermes miraba a Hariella con disimulo por el rabillo del ojo, podía verle la piel blanca, libre de manchas y el cabello rubio le parecía brillar como si fueran mechones de oro.Hariella recibió un portafolio de parte de Lena y se puso a verlos. Hermes se percató y con eso había encontrado una excusa para romper el hielo.—¿Se presentará a la entrevista, para la vacante de finanzas? —preguntó Hermes, mirando hacia el frente en la pantalla donde iban apareciendo diferentes números.Lena arrugó el entrecejo y tragó un poco de saliva; sabía que a Hariella no le gustaba ser interrumpida y meno
Las puertas se cerraron y las dos quedaron de nuevo en silencio y en tranquilidad.Hariella había disfrutado de la conversación con el muchacho y hasta entonces se percató que no se habían presentado y no había llegado a descubrir el nombre de ese hombre con el que había hablado hace pocos segundos, pero eso podría solucionarse. Hace mucho que nadie le hablaba con esa confianza, debido a su cargo, las charlas siempre eran estrictas y puntuales.—¿Crees que sea alguien bueno? —interrogó Hariella a su secretaria Lena, quebrando la armonía en la que habían quedado.Lena lo pensó antes de responder, podría estar fingiendo a la vez que en verdad no conocía la identidad de su jefa. La pregunta se había convertido en un auténtico dilema, no tenía pruebas ni la certeza que aquel joven estaba mintiendo y no podía ir por el mundo acusando a todos los hombres que se acercaran a Hariella de estafadores o farsantes. Tendría que averiguarlo primero antes de dar un veredicto acusatorio en contra de
Hermes salió del edifico administrativo de Industrias Hansen. El viento lo refrescaba la piel y le movía su ondulado cabello castaño. El sol comenzó a resplandecer con más fuerza. Era lindo estar vivo y poder disfrutar de todo esto. Las personas entraban y salían del imponente rascacielos, y por la carretera pavimentada pasaban automóviles y motocicletas, era cómodo escucharlos. Vio su reloj, apenas comenzaba el día y no había rastro de aquella hermosa mujer. Se desanimó de inmediato. ¿Cuándo podría volver a verla, si no sabía nada de ella? Quizás todavía no se había ido y seguía dentro, pero que se quedaría haciendo para poder esperarla.—¡Flores, Flores! Llévela en un ramo o una sola por aparte —anunció una vendedora de avanzada edad en su puesto ambulante y Hermes supo lo que tenía que hacer.Esa era un motivo perfecto para quedarse y así mataría el tiempo. Hermes se acercó a la vendedora y observó la variedad que tenía, era un pequeño y lindo jardín móvil. Algunas estaban decorada