En un momento de pura exaltación, ambos alcanzaron el orgasmo juntos. Sus cuerpos temblaron en un último espasmo de placer, sus voces entrelazadas en un grito de éxtasis compartido. Hermes, agotado, pero satisfecho, se dejó caer junto a Hariella, sus respiraciones entrecortadas llenando el aire.Se quedaron allí, en silencio, disfrutando de la cercanía y la calidez del otro. El amor que compartían se sentía tangible, un lazo inquebrantable que los unía en cuerpo y alma. En ese momento, supieron que su unión era eterna, una celebración de amor que trascendía el tiempo y el espacio.Mientras la noche avanzaba, se acurrucaron bajo las sábanas, sus cuerpos entrelazados en un abrazo de amor y devoción. La fatiga los alcanzó, llevándolos a un sueño profundo y reparador. Y así, en la quietud de la noche, su amor continuó floreciendo, una promesa de noches interminables de pasión y felicidad compartida.Ya no podía continuar, al menos por hoy; sabía que apenas era el comienzo. En la quietud de
La atmósfera en la habitación era de pura conexión y devoción. Hermes continuó estimulando a Hariella, sus movimientos siendo tanto amorosos como apasionados. La sentía despertarse por completo bajo su toque, sus gemidos volviéndose más audibles, sus suspiros más profundos.Hermes, observando el efecto de sus caricias en Hariella, sentía su propio deseo intensificarse. Cada sonido, cada movimiento de ella lo incitaba a continuar, a explorar más profundamente la intimidad que compartían. Con cada caricia, con cada movimiento de sus dedos, sentía que se acercaban más, no solo en cuerpo, sino también en alma.Hariella con la mirada fija y lujuriosa, observaba Hermes. En sus ojos, vio el reflejo de su propio deseo y amor. Sin decir una palabra, sus cuerpos se acercaron aún más, listos para continuar su exploración matutina, su conexión más fuerte que nunca.Luego de ese íntimo despertar, Hermes le indicó a Hariella que se colocara a gatas. Ella, con una mirada llena de deseo y complicidad,
Hermes se dirigió a su armario sacó una camisa azul y bóxer negro. Pero cuando iba a sacar una pantaloneta, oyó el melodioso sonido de la voz de su consorte.—Así está bien. Pienso que ese atuendo es perfecto para una mañana de esposos —comentó Hariella, conociendo los pequeños detalles que hacían los enamorados.Hariella se puso la ropa y la camisa le quedaba grande y holgada; así que era perfecto. Sentada en la cama, comenzó a peinarse su cabello rubio, pero se dio cuenta de que Hermes la miraba mientras lo hacía.—Eres hermosa, mi ángel —dijo Hermes, orgulloso de que esa preciosa mujer fuera su esposa.—Gracias —contestó Hariella, sonrojada por el halago.Hermes se puso una pantaloneta gris y suéter casual negro. Ambos llamaron a excusarse de sus trabajos y los dos fueron al baño y se lavaron la cara y los dientes. Hermes tenía varios artículos de higiene de repuesto y le cedió uno a ella. Juguetearon mientras los hacían y cuando terminar fueron a la sala de estar y Hariella se sent
Hariella se erizó desde la nuca hasta los pies al percibir la ajetreada respiración de Hermes en su oído. Si alguna vez se sintió sola y vacía, Hermes ahora la llenaba en todos los sentidos. Se alegraba de escucharlo, pero en sus adentros no podía repetírsela. El amor era muy complicado y debía sentirlo en el fondo de su ser para poder expresarlo. Se acomodaron la ropa y se abrazaron de frente.—¿Quieres que tengamos nuestra luna de miel? —preguntó Hariella, mostrándose interesada.—A mí me gustaría —respondió Hermes, pensando en las aventuras que podrían vivir en otro país, estando los dos solos.—Una semana —dijo Hariella; ese era el tiempo necesario para prepararse y para que no descubriera que no sabía de trabajos domésticos—. Pediremos permiso en nuestros trabajos por dos semanas y nos iremos de luna de miel.—Entonces debemos sellarlo. —Hermes sacó el meñique hacia ella. Hariella entendió a lo que se refería y unieron sus dedos—. Esa es la primera parte, ahora lo final. —Se acerc
—¿Un banco? —interrogó Lena, confundida.—Sí —respondió Hariella, diciéndole el resto de los detalles—. Encárgate de que recupere el capital gastado; un banco nunca es una mala inversión. Además, paga la deuda de la señora…—Así lo haré… Pero antes de retirarme tengo otros asuntos que contarle, señora Hariella —dijo Lena, precavida. El tema era demasiado relevante para mantenerlo oculto—. Su padre y su madre la han llamado. Dijeron que vendrán a visitarla y que la avisarán cuando lo harán.Hariella tomó una gran boconada de aire por la boca y luego la dejó salir. No tenía una buena relación con sus padres; no pasaron tiempo con ella y el cariño que les tenía era porque eran sus padres; los respetaba y los quería; pero evitaba tratar con ellos.—Espero que no sea pronto —dijo Hariella con voz neutra e inflexiva en su expresión—. Mantenme al tanto y prepara todo para la reunión de la junta directiva.—Como usted ordene, señora Hariella.Hermes hacía su labor de mensajero, empujando su ca
—¿Cuándo? —comentó Hariella, manifestando molestia en su precioso rostro—. Estoy segura de que pospondrán su venida. No quiero que se coloquen a investigar mi vid y diles que ahora no estoy en el país y que si van, lo harán en vano.—Está bien, señora. Yo le estaré avisando de cualquier novedad que surja.—Otra cosa —dijo Hariella, curiosa, aunque ya había dado el mandato hace varios días—. ¿La casa que te mandé comprar, ya la tienes lista?—Por supuesto, señora. Usted ya puede disponer de ella cuando quiera —dijo Lena, orgullosa por cumplir su trabajo—. No le hace falta nada y he preparado lo necesario para un par de meses.—Bien hecho. Eso era todo. Ya puedes descansar.—Como usted ordene, señora Hariella.La llamada finalizó y Hariella dejó escapar un suspiro acompañado de una sonrisa. Se dejó caer de espaldas sobre la acolchada cama. Alzó su mano diestra y vio el anillo en su dedo. Recordó entonces la primera vez que conoció a Hermes.—“Ella es mi sueño” —dijo Hariella, repitiendo
Hermes esperaba sentado en una silla tapizada de marrón claro, en tanto miraba al lado contrario de donde estaba la cama. Aún estaba sudado y solo tenía la toalla blanca asegurada en su cintura. Varios minutos pasaron y detrás de él, percibió la presencia de su esposa, que le había dicho que se volteara cuando ella le avisara.—Ya puedes darte vuelta —dijo Hariella, avisándole.Hermes se colocó de pie y volvió la mirada hacia ella. Su torso era atlético y su abdomen se le marcaba con ligereza. El pelo castaño lo tenía despeinado y los tonificados brazos, revelaban músculos. Su vista azul oscura, se quedó viendo a la encantadora mujer que se paraba frente a él. Quedó embelesado y hechizado. La había visto desnuda muchas veces, pero sin duda, cuando vestía ropas seductoras y al estar semidesnuda, despertaba las fantasías más profundas de su ser.Hariella se había colocado un baby doll de encaje negro. La piel blanca se le detallaba de manera provocadora a través de la tela semitransparen
Les encantaba jugar cualquier deporte que se les presentara. Ya fuera tenis, ajedrez o incluso un simple partido de voleibol, siempre encontraban formas de desafiarse de forma mutua y mantenerse activos. La competencia amistosa entre ellos fortalecía su vínculo, convirtiendo cada juego en una celebración de su amor y compañerismo.Solían ir al parque y hacer picnics. Llevaban una cesta llena de deliciosos bocadillos preparados por Hariella, junto con una manta grande donde se acomodaban. Bajo la sombra de los árboles, disfrutaban de la comida y de la compañía del otro, conversando sobre sus sueños, planes y todo lo que los hacía felices.Estos momentos de simplicidad y alegría eran los que más valoraban. Caminaban de la mano, observando a las familias y los niños jugar, y muchas veces se unían a las actividades, riendo y disfrutando como si fueran unos niños más. La risa de Hariella resonaba como una melodía suave, y la mirada protectora y amorosa de Hermes no la perdía de vista ni un