29. La ducha
Los sonidos de su unión llenaban la habitación: el crujido de la cama, los jadeos y gemidos, el húmedo y rítmico contacto de sus cuerpos. Hariella se sentía completamente entregada a Hermes, su mente y cuerpo envueltos en la tormenta de sensaciones que él provocaba.

El placer crecía, una marea que subía con cada embestida, llevándolos a ambos hacia un nuevo clímax. Hermes inclinó su cabeza hacia abajo, susurrando palabras de aliento y deseo al oído de Hariella, su voz grave y entrecortada por el esfuerzo.

—Eres mía, Hela. Solo mía.

Las palabras de Hermes resonaban en la mente de Hariella, intensificando su placer. Con un último y poderoso embate, ambos se tensaron, sus cuerpos alcanzando el punto máximo de placer en un estallido simultáneo. Sus gritos se mezclaron, creando una melodía de éxtasis puro.

Hermes soltó las piernas de Hariella con suavidad, dejándolas caer a los lados mientras se derrumbaba sobre ella, sus cuerpos cubiertos de sudor y su respiración descontrolada. Hariella l
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