La vida de Luisa no ha sido fácil desde que debió hacerse cargo de cuidar a su hermana, una niña de nueve años con déficit de atención e hiperactividad, lo que le ha dificultado el ingreso a un colegio y llevar una niñez normal. Decidida a cambiar el rumbo de su vida, darle un mejor futuro a su hermana menor y con los ahorros a solo unos pocos días de agotarse, Luisa publica un aviso en internet, ofreciéndose como niñera, sin imaginar que su primer cliente está por transformar su vida y ella, la de los tres pequeños trillizos de los que estará a cargo.
Leer másUn año después del destierro de Rebeca, Luisa estaba terminando su primer semestre en la carrera de Pedagogía y visitaba la boutique en la que había encargado el vestido para el que sería uno de los días más importantes de su vida. Al verla entrar al almacén, la modista se apresuró a traer el último diseño que había confeccionado. Todavía no se lo había probado a la novia.—Es como si anoche hubiesen venido hadas a terminar de tejerlo —dijo la modista cuando se lo vio puesto, por primera vez, a Luisa—. No creí que te fuera a quedar tan hermoso. Parada frente a los tres espejos de cuerpo completo que la retrataban, Luisa supo que la modista no exageraba, tampoco mentía. En verdad estaba transformada en la más bella de las princesas. El vestido, de un blanco impoluto, se abría a la altura del pecho en un escote muy corto que trazaba una línea transversal, acompañado de dos modestas hombreras que coronaban las mangas entreabiertas y sueltas, bordadas con detalles en madreperla. A partir
Rebeca ingresó a la habitación con la furia de un torbellino y sus labios lograron entreabirse, próximos a expulsar la rabia que había estado conteniendo desde el momento en que llegó al colegio de los trillizos y no los encontró, cuando su mirada se topó con los cuatro pares de ojos infantiles que la escrutaron. —¡Qué significa esto! —exclamó Rebeca al ver a los trillizos rodeando la cama de Mario. —Los trajo Pedro —mintió Mario—. Al parecer, mi asistente no soportó por mucho más tiempo mantener en la ignorancia a mis hijos. Con una mueca de desagrado, pero consciente de que no podía hacer nada para evitar ese desenlace, Rebeca gruñó.—¿Nos puedes llevar a comer un helado? —preguntó Javier a Rebeca.—Han estado ya aquí por más de una hora —dijo Mario antes de que a Rebeca se le ocurriera negarse a la petición de su hijo. Con los aires de señora de la casa que ahora tenía, era muy probable que ya se hubiera olvidado de cuál seguía siendo su puesto, al menos hasta la boda.—Está bie
En compañía de los dos pequeños a los que cuidaba, y en uno de los autos de la familia Amaya, Luisa se dirigió al colegio de los trillizos, segura de que llegaría antes de que Rebeca pasara a recogerlos. Entusiasmados al ver a Luisa, y a sus nuevos amigos, Javier, Jacob y Jerónimo subieron al auto desde el que la joven los saludó. —¿Eres de nuevo nuestra nilñera? —preguntó Javier.—¿Rebeca ya se ha ido de la casa? —quiso saber Jerónimo.—¿Ahora sí te vas a casar con nuestro papá? —indagó Jacob.Luisa sonrió con cierta tristeza porque, aunque hubiera querido responder que sí a todas esas preguntas de los niños, todavía tenía que responderles que no.—Lo siento, chicos, pero quizá algún día, cuando menos lo esperamos, eso suceda, pero, por ahora, vamos a ir a hacer una visita. —Luisa intentó leer en el rostro de los trillizos si sabían algo sobre lo que le habia ocurrido a su padre, pero todo indicaba que lo seguían ignorando.«Pobrecillos, nadie ha sido capaz de decirles. Bueno, creo
Las palabras de Rebeca llegaron a oídos de Luisa con la lentitud de un veneno espeso, que demora la caída de cada gota, se esparce con dificultad a través de la sangre y llega hasta el corazón solo después de un muy largo, doloroso y prolongado viaje a través de todo el torrente sanguíneo del cuerpo. —Todavía no hemos fijado una fecha para nuestra boda —dijo Rebeca, intentando no reír—, pero le voy a insistir a Mario en que debe ser antes de dos meses, porque no quiero casarme con la barriga ya crecida. No se me debe notar el embarazo. ¿Tú qué opinas, Luisa? ¿Por qué estás tan callada? ¿Es que no te das cuenta de que te he evitado un mayor dolor? ¿Te imaginas que esta noticia, sobre el amor que Mario me ha profesado, te hubiera llegado cuando la relación entre ustedes estuviese en una etapa más madura? ¿Más prolongada? Sin embargo, pese al espesor del veneno y el dolor que le pudieron causar las palabras de Rebeca, Luisa logró detener el flujo ponzoñoso porque ya desde hacía unas po
La prueba de embarazo era irrefutable y Mario sintió que las paredes de la habitación se le caían encima. Tuvo un fuerte mareo y tuvo que apoyarse en la cama para no caer.—Pensé que la noticia te alegraría tanto como a mí —dijo Rebeca al tiempo que cruzaba las piernas, satisfecha por el efecto que estaba consiguiendo—. Tendremos un hijo, Mario.Todavía apoyado en la cama, Mario estuvo por ofrecerle a Rebeca lo que quisiera. Estaba incluso dispuesto a darle la mitad de su fortuna, de endosarle el cincuenta por ciento de las acciones de su compañía, lo que le pidiera con tal de que solo desapareciera de su vida, pero no, no podía hacerlo cuando ella era la madre de su próximo hijo.«Jamás dejaría q
Si no hacía lo que Rebeca le había dicho que debía hacer, su próxima esposa denunciaría, en las redes sociales, la forma en que el multimillonario dueño de la compañía de software la había rechazado luego de haberla embarazado tras un encuentro casual.—Estás loca, Rebeca, de verdad lo estás —dijo Mario cuando la institutriz supo que él no estaba dispuesto a sacar a Viviana de la casa—. Nadie te creerá algo así. Deliras.—¿Quieres probarlo? Será tu palabra contra la mía, ¿y a quién crees que el público y la prensa querrán creer? —contestó Rebeca, desafiante— ¿Al millonario hombre que mueve fortunas a diario, o a la pobre mujer embarazada que ha trabajado en tu casa por más de dos años?Mario se contuvo. Como lo había propuesto Rebeca, era posible que siempre hubiera un periodista de pocos escrúpulos dispuesto a impulsar la denuncia de la madre soltera rechazada con tal de ganarse un titular y tener sus quince minutos de fama. Era un riesgo que no podía permitirse. «Pero Viviana… No p
Convencida de que Mario había sido víctima de un complot de parte de Rebeca, Luisa regresó a la mansión de los Amaya con una sonrisa en su rostro. No solo se sentía resucitada, sino que también estaba ahora segura de que se había enamorado de un hombre correcto, de un caballero, como le hubiera dicho la señora Amaya que él era. Le había entregado su corazón a la persona que era. «Ahora Rebeca no nos podrá hacer más daño y debo alertar a Mario de lo que ella intentó hacernos, de las fotos comprometedoras que le tomó y de las amenazas que está lanzando contra mi hermana», se dijo a sí misma Luisa mientras entraba a la casa. La familia ya estaba despierta y desayunando cuando Luisa entró al comedor. El celador de la propiedad ya le había dado el mensaje a la señora Amaya, que entonces invitó a la joven a sentarse y que les contara lo sucedido. Luisa solo les dijo lo necesario. Que Mario estaba bien, pese a que el accidente había arruinado por completo su auto.—Tuvo mucha suerte —dijo
La mirada entre las dos mujeres era tan intensa, que pareció formarse un aura alrededor de ellas, una esfera invisible que impedía el paso de cualquier ser vivo y así se mantuvo por casi un minuto, hasta que fue Rebeca, con el pecho levantado y la mirada nasal que empleaba cuando su propósito era pordebajear a quien tenía enfrente, la que habló primero. —Imagino que has venido a terminar tu relación con Mario. Pobrecito, quizá ahora el corazón se le fracture igual que el brazo, pero no te preocupes, que yo me encargaré de que te olvide pronto.—Te equivocas, porque vengo de haber pasado la noche con él —dijo Luisa, sintiendo la ira que intentaba invadirla, pero haciendo un esfuerzo inconmensurable por evitarla. Lo menos que podía desear en un momento así era perder los estribos—. Pero ya que estás deseando que él y yo terminemos, ¿por qué no me pasas esas fotos que dices tener de cuando se acostaron? Al no bajar la mirada de los ojos de Rebeca, Luisa pudo percatarse de que la mujer
La entrada del sol por la ventana de la habitación del hospital golpeó el rostro de Luisa, despertándola. Debió esforzarse unos segundos para recordar dónde estaba -y con quién-. Cuando la vorágine de sucesos de la noche anterior acudió a su mente, la joven no solo recordó lo bien que se había sentido de tener a Mario a su lado y, pese a haber sido pocas horas, lo bien que durmió, pero todo porque tras el suceso del accidente se había olvidado por completo de lo que atormentaba su corazón.«Mario ha embarazado a Rebeca». Las palabras le llegaron al recuerdo como si fuesen una herida que siempre estuvo abierta, solo adormecida por algún efecto narcótico que ahora se estaba evaporando. Se levantó, con cuidado, procurando no tocar el brazo lastimado de Mario, que seguía dormido. Al contemplarlo, Luisa sintió un peso que se hundía en su pecho.«¿De verdad me habrá hecho eso? ¿Habrá sido capaz? Las fotos que Rebeca dice tener lo demuestran y si quiero saber lo que en realidad pasó, no te