Rebeca ingresó a la habitación con la furia de un torbellino y sus labios lograron entreabirse, próximos a expulsar la rabia que había estado conteniendo desde el momento en que llegó al colegio de los trillizos y no los encontró, cuando su mirada se topó con los cuatro pares de ojos infantiles que la escrutaron. —¡Qué significa esto! —exclamó Rebeca al ver a los trillizos rodeando la cama de Mario. —Los trajo Pedro —mintió Mario—. Al parecer, mi asistente no soportó por mucho más tiempo mantener en la ignorancia a mis hijos. Con una mueca de desagrado, pero consciente de que no podía hacer nada para evitar ese desenlace, Rebeca gruñó.—¿Nos puedes llevar a comer un helado? —preguntó Javier a Rebeca.—Han estado ya aquí por más de una hora —dijo Mario antes de que a Rebeca se le ocurriera negarse a la petición de su hijo. Con los aires de señora de la casa que ahora tenía, era muy probable que ya se hubiera olvidado de cuál seguía siendo su puesto, al menos hasta la boda.—Está bie
Un año después del destierro de Rebeca, Luisa estaba terminando su primer semestre en la carrera de Pedagogía y visitaba la boutique en la que había encargado el vestido para el que sería uno de los días más importantes de su vida. Al verla entrar al almacén, la modista se apresuró a traer el último diseño que había confeccionado. Todavía no se lo había probado a la novia.—Es como si anoche hubiesen venido hadas a terminar de tejerlo —dijo la modista cuando se lo vio puesto, por primera vez, a Luisa—. No creí que te fuera a quedar tan hermoso. Parada frente a los tres espejos de cuerpo completo que la retrataban, Luisa supo que la modista no exageraba, tampoco mentía. En verdad estaba transformada en la más bella de las princesas. El vestido, de un blanco impoluto, se abría a la altura del pecho en un escote muy corto que trazaba una línea transversal, acompañado de dos modestas hombreras que coronaban las mangas entreabiertas y sueltas, bordadas con detalles en madreperla. A partir
Eran las cinco de la mañana de lo que parecía ser un día común y corriente en la vida de Luisa Sandoval, una joven de veinte años que el día anterior había decidido ofrecer sus servicios como niñera por medio de un anuncio en internet, cuando el timbre de su celular la despertó, después de haber estado sonando por algunos segundos. —TUTUTU TUTU TUTU —sonó por tercera vez el ringtone, con la pantalla encendida. Luisa se despertó asustada. Con los ojos todavía pegados por el sueño, logró entrever que se trataba de una llamada de un número desconocido. Dada la hora e insistencia de quien llamaba, consideró que podía tratarse de una emergencia. Contestó, con la voz todavía pesada por el sueño.—Buenos días, ¿hablo con la señorita Luisa Sandoval, la niñera?Animada por lo que podía ser una oportunidad que cambiara su vida para siempre, a Luisa le costó unos segundos asimilar que la llamada podía estar asociada con la publicación que había hecho el día anterior, después de subir un aviso
El viaje hasta la mansión no fue tan demorado como el chófer le había hecho creer a Luisa con sus protestas sobre el tráfico y, en menos de treinta minutos, el lujoso vehículo estaba ingresando por la puerta de la propiedad, una gigantesca casa de dos plantas con un antejardín en el que trabajaban varios jardineros, hacía ronda un grupo de no menos de cinco vigilantes, cada uno con un perro de seguridad, y un mayordomo vestido como si hubiese salido de Downton Abbey y que, acompañado por otro señor, se apresuraron a recibir a la joven tan pronto el chófer abrió la puerta del vehículo.—Bienvenida, señorita Sandoval —dijo el hombre que acompañaba al mayordomo y que Luisa reconoció como Pedro Cardona, el secretario privado que la había llamado esa mañana—. Los trillizos ya están esperándola y me gustaría presentarla antes de que los acompañe al colegio.Con una sonrisa tímida y después de percatarse de la cara de extrañeza puesta por el mayordomo y el secretario privado al ver a su herm
El día en la mansión transcurrió con lentitud y Luisa aprovechó la mañana para repasar un pénsum preescolar, porque estaba segura de que, a la edad de los trillizos, ellos ya deberían estar aprendiendo a leer, o al menos debían estar muy avanzados en el tema, porque recordada que Viviana, a esa edad, debió aprender y fue un verdadero dolor de cabeza que lo consiguiera debido a que nunca conseguía concentrarse en la lección, salvo los casos en que no debía leer palabras, sino frases completas, lo que desconcertó a los tres profesores que tuvo en un solo año y que siempre la calificaron mal, pese a que Luisa les insistió en que algo debía estar operando en el cerebro de su hermana para que se le facilitara leer las palabras solo cuando venían unidas a otras.—Señorita —había dicho entonces uno de los profesores de Viviana—, me temo que el caso de su hermana es más grave de lo que parece y ni el mejor especialista logrará que algún día consiga leer. Quizá, si pudiera medicarla…Pero Luis
Luisa tomó aire, porque sabía que lo que estaba por hacer le traería problemas. Encerrada en la habitación de los trillizos, con su hermana Viviana y los tres hermanos atentos al juego que estaban por iniciar, Luisa tomó las témperas con las que iban a pintarse la cara cada vez que alguno de los pequeños consiguiera leer el color que ella escribiría en el tablero. —Muy bien, vamos a empezar con uno sencillo que va a leer Vivi, para que entiendan la mecánica del juego, ¿están listos? Usando un tablero acrílico que encontró en la cocina y en el que María anotaba lo que cada día necesitaba, Luisa escribió la palabra “Azul”.—Muy bien, Vivi, ¿qué dice aquí?—Azul —dijo Viviana, orgullosa.—Perfecto, Vivi. Voy entonces a pintar tu cara de azul.Ante la mirada atenta y divertida de los trillizos, Luisa pintó la cara de su hermana de azul.—¿Quién quiere ser el siguiente? —preguntó Luisa cuando terminó de pasar la témpera por el rostro de Viviana.Los tres mellizos levantaron la mano y gri
Después de dar un beso en la frente a Javier, Jacob y Jerónimo, Luisa se despidió de los tres pequeños hermanos.—Recuerden siempre ser muy juiciosos, respetar y amar a su papá, comer todo lo que está servido en el plato y acordarse de lo que aprendieron en nuestro juego de hoy. —No sé si podré seguir amando a mi papá por lo que les ha hecho —dijo Javier.—Nosotras vamos a estar bien, no te preocupes —respondió Viviana, anticipándose a las palabras de su hermana mayor—. Pero no podremos estarlo si sabemos que no vas a seguir amando a tu papá después de que nos hayamos ido.Luisa sonrió al considerar que las palabras de su hermanita habían sido más que adecuados.—Está bien, lo seguiremos amando —dijo Jacob mientras cruzaba los brazos contra su pecho y arrugaba el rostro.—¿Vendrán algún día a visitarnos? —quiso saber Jerónimo.—Por supuesto que sí, pequeñito —contestó Luisa—. Pero antesm tendré que acordar una cita de juego con el señor Pedro.Con la intención de no prolongar más esa
De regreso en la mansión y después de traer solo lo más necesario, Pedro se encargó, junto con Diana, una mujer a la que Luisa y viviana no habían visto ese día, pero que trabajaba en la mansión como ama de llaves, de mostrar e instalar a las hermanas en la que sería su hbaitación y hospedaje por el próximo mes. Cuando Diana abrió la puerta de la alcoba y encendió las luces con un leve aplauso, las bocas de Luisa y de Viviana casi alcanzan el suelo y sus ojos el alto de la habitación, que llegaba incluso a ser más grande que el apartamento en donde vivían.—Esto es como la alcoba de un cuento de hadas —dijo Luisa cuando giró dos veces sobre sí misma, admirada no solo por el amplio espacio, sino también por cada fino detalle de la decoracion.—¿Mira, Lu, ya viste la cama? ¡Es inmensa! —gritó Viviana al tiempo que se lanzaba sobre el sueva y mullido edredón rosa que cubría la cama tamaño king que, para ella, no era otra cosa distinta a un gigantesco trampolín que, solo ocasionalmente, s