Eran las cinco de la mañana de lo que parecía ser un día común y corriente en la vida de Luisa Sandoval, una joven de veinte años que el día anterior había decidido ofrecer sus servicios como niñera por medio de un anuncio en internet, cuando el timbre de su celular la despertó, después de haber estado sonando por algunos segundos.
—TUTUTU TUTU TUTU —sonó por tercera vez el ringtone, con la pantalla encendida.
Luisa se despertó asustada. Con los ojos todavía pegados por el sueño, logró entrever que se trataba de una llamada de un número desconocido. Dada la hora e insistencia de quien llamaba, consideró que podía tratarse de una emergencia. Contestó, con la voz todavía pesada por el sueño.
—Buenos días, ¿hablo con la señorita Luisa Sandoval, la niñera?
Animada por lo que podía ser una oportunidad que cambiara su vida para siempre, a Luisa le costó unos segundos asimilar que la llamada podía estar asociada con la publicación que había hecho el día anterior, después de subir un aviso en internet para no depender toda su vida de los trabajos a medio tiempo y mal pagados que venía haciendo desde hacía algunos años.
—Sí, soy yo, ¿quién llama? —preguntó Luisa, prevenida ante lo que podría ser una broma, porque no se explicaba quién hacía una llamada semejante a esa hora del día.
—Mucho gusto, señorita. Mi nombre es Pedro Cardona y soy el secretario privado del señor Mario Aristizábal, el CEO y propietario de la empresa desarrolladora de software Unix, ¿la reconoce?
Luisa se llevó la mano libre a la boca para ahogar una exclamación, sorprendida ante lo que podía ser la oportunidad de su vida.
«¡No lo puedo creer! ¿En serio se trata de una llamada relacionada con esa empresa?».
Luisa no era una joven que se destacara por su amplio conocimiento del mundo empresarial y de los negocios, pero el nombre de la compañía de software Unix era bastante conocido, lo suficiente para que incluso una chica como ella supiera que quien fuera su dueño debía ser una persona multimillonaria.
—Sé de qué me habla, sí señor, ¿pero cuál es el motivo de la llamada? —preguntó Luisa con el corazón acelerado y la voz trastabillando ante la idea de que, quizá, la empresa quisiera contratarla después de haber visto su hoja de vida, que tenía publicada en medio millón de agencias de empleo por todo internet.
—Verá, señorita Sandoval, es que la niñera que atiende a los trillizos del señor Aristizábal acaba de informarnos que tiene una infección de garganta que le impide asistir hoy y, debido a la urgencia, tengo que recurrir a una niñera sustituta. Vi su aviso en internet y me preguntaba si está usted disponible.
De los quince motivos que Luisa había ya imaginado que podía tener la extraña llamada, ese no se le había cruzado por la cabeza. Quedó perpleja.
—¿Se refiere a que necesitaría que fuera hoy, a cuidar de los trillizos del señor Aristizábal? —preguntó Luisa, extrañada ante esa respuesta.
«Cómo es posible que la niñera a la que voy a reemplazar no tenga alguna conocida que hubiera referenciado, o pertenezca a alguna agencia que pudiera recomendar a otra colega ante una situación así? Esto podría ser una trampa para secuestrarme, o algo peor. Debo andarme con cuidado», pensó Luisa en menos de dos segundos.
—Deberá estar presente a las nueve de la mañana en la mansión, sí señorita. ¿Está usted disponible?
El corazón de Luisa dio un vuelco.
El aviso donde se ofrecía como niñera lo había subido recién el día anterior y ya la estaba llamando el supuesto secretario privado del CEO y fundador de la empresa desarrolladora de software Unix, eso no tenía sentido. Debía tratarse de una broma, y una de muy mal gusto, pensó Luisa.
—Entonces, señorita Sandoval, ¿puedo contar con usted para que se encargue de los trillizos, a las nueve de la mañana? —preguntó de nuevo el secretario del señor Aristizábal.
—Deme un momento, debo verificar mi agenda —dijo Luisa, haciéndose pasar por una niñera muy solicitada, cuando en realidad lo que quería verificar era que el número desde el que recibía la llamada no se encontrara en la base de datos de números utilizados para estafas y defraudaciones.
Después de una rápida verificación en el sitio web de la policía, que no arrojó ningún resultado, Luisa continuó con la conversación.
—A las nueve… —dijo Luisa, considerando que quizá pudiera ser una broma que le quisiera gastar algún pesado que hubiera visto el aviso y de la que se estarían después burlando, cuando la grabaran yendo hasta la mansión del dueño del grupo empresarial y preguntara por una vacante como niñera que no existía—. Bien, sí, no tengo ningún problema, pero voy a necesitar que me envíe un auto para que me recoja —dijo Luisa, convencida de que, si se trataba de una broma, el pesado no se comprometería a enviar un auto.
—Muy bien, señorita, muchas gracias, no sabe de lo que me ha salvado —dijo el secretario—. Por supuesto que enviaré un auto a recogerla, solo dígame dónde debe hacerlo y, cualquier otro requerimiento que tenga, no dude en hacérmelo saber.
Luisa quedó consternada. No era la respuesta que había esperado recibir, pero quizá la broma seguía su curso y, llegada la hora en que debían recogerla, no llegaría ningún vehículo y todo se descubriría.
—Sí señor, ahora mismo te envío mi dirección, por w******p —dijo Luisa, convencida de que había logrado neutralizar la chanza con la que alguien quería divertirse a costa de ella.
—Quedo atento a recibirla, señorita Sandoval. Muchas gracias y espero tener el placer de atenderla más tarde. Hasta luego.
«¿Será que envío o no la dirección?», pensó Luisa en ese momento, antes de añadir el número que la había llamado a su lista de contactos. «Igual, no tengo nada qué perder, porque si se trata de una trampa o una broma, no enviarán ningún vehículo, pero sí mucho qué ganar en caso de que sí llegue».
Se decidió por escribir una dirección cercana, que no coincidiera con la del apartamento en donde se estaba quedando y al que, ese día, se le vencía el pago de la renta.
«Si se trata de una broma, nunca llegará un carro», pensó Luisa mientras terminaba de digitar la dirección e incluirla en el GPS.
Convencida de que acababa de recibir la llamada de algún bromista, Luisa regresó a la cama y solo se despertó una hora después, cuando ya incluso el suceso se le había olvidado. Entró a ducharse y, en el momento en que se secaba el cabello, escuchó que timbraba su celular. Se acercó y contestó la llamada de un número que no reconoció.
—¿Me contesta la señorita Sandoval? —preguntó la voz de un hombre.
—Sí, habla con ella. ¿Quién llama? —preguntó Luisa mientras aguardaba a que le dijeran que se trataba de alguna oferta o promoción para que se cambiara de proveedor de servicio celular.
—Soy el chófer enviado por el secretario privado del señor Aristizábal. Estoy estacionado en la dirección que me indicaron para recogerla.
Luisa sintió un baldado de agua fría que le caía encima, pero consiguió contenerse.
—¿Ya está allí? —preguntó Luisa mientras verificaba la dirección que había enviado.
—Sí señorita, aquí estoy. ¿Puede bajar enseguida? A esta hora hay bastante tráfico y debo estar en la mansión antes de las nueve.
Luisa verificó la hora. Eran poco menos de las ocho.
—Ya voy para allá —contestó mientras pensaba en las posibilidades de que la llamaba que había recibido en la mañana no hubiese sido un juego, como hasta ese momento creyó que era.
Pasó por la habitación de Viviana, su hermana de nueve años y de la que estaba a cargo luego de la muerte de sus padres en un accidente de carretera y que, debido a su trastorno por déficit de atención e hiperactividad, no lograba conservar un cupo en ningún colegio.
La vio ya despierta, mirando la televisión mientras saltaba sobre la cama.
—¡Hola, Lu! Mira lo alto que llego saltando —dijo Viviana al percatarse de que Luisa la observaba.
—Vamos a salir —dijo Luisa—. Será mejor que te alistes, No tenemos mucho tiempo.
Sin dejar de saltar sobre la cama, Viviana preguntó a dónde se dirigían.
—¿Sabes lo que son unos trillizos? —pregunto Luisa mientras sacaba del armario la ropa que ese día usaría Viviana.
—No, ¿qué son? ¿Es algo de comer? ¿Como el trigo? —preguntó Viviana mientras se apresuraba a mirar qué conjunto de ropa estaba escogiendo Luisa para ella.
—No, nada de eso —dijo Luisa mientras procuraba que su hermana no fuera a emocionarse mucho e hiciera un gran desorden sacando ropa—. Has de cuenta que son tres personas iguales.
La idea de conocer algo tan extraño entusiasmó a Viviana, que se vistió mucho más rápido de lo que Luisa hubiera esperado que hiciera, lo que era inusual debido a su trastorno, un problema por el que Viviana había pasado por tantos colegios como cuadras podía tener una ciudad y en ninguno duraba más que algunas semanas. Cuando no era por problemas académicos debido a su falta de atención, era porque se peleaba con alguna otra niña o niño que la molestaba, o porque era indisciplinada y, sin una provocación aparente, comenzaba a gritar en mitad de clase.
—Es que hago eso cuando me siento aburrida —Se disculpaba entonces Viviana con su hermana, de nuevo frente a la puerta del director del colegio—. Es que si algo no me llama la atención, me aburro muy fácil.
Siempre que su hermanita era expulsada, Luisa se decía lo mismo:
«Si tan solo consiguiera un trabajo que me permitiera pagarle una cuidadora, o un centro especial de enseñanza, donde reciban a niñas con su problema»,
—¿Ya estás lista? —preguntó Luisa a su hermanita cuando la vio vestida—. Bien, vámonos, que hay un auto esperándonos —dijo mientras rezaba para que todo eso no fuera una broma y quedara como una estúpida, de la mano de su hermana menor, parada a unas cuadras buscando un carro que jamás llegaría.
—¿Un auto? —preguntó Viviana, abriendo los ojos como si su hermana estuviera por echarle gotas—. ¡Eso es increíble, hermana!
—bueno, Vivi, no es para tanto y, la verdad, lo único que espero es que sí esté.
—¿Como que si esté? ¿Qué quieres decir? —preguntó Viviana.
—Nada, no importa —respondió Luisa—. Vamos, que se nos hace tarde.
A Luisa se le encogió el corazón de solo pensar en que para su hermanita resultaba una novedad muy grande poder viajar en un vehículo, porque ni siquiera estaba acostumbrada a subirse a un taxi.
«Ojalá y no resulte desilusionada si el auto no está», pensó en el momento en que la tomaba de la mano y salían del pequeño apartamento en que vivían.
Cuando se acercaron al sitio en donde debía estar el auto esperándolas, Luisa se acercó con precaución, solo lo suficiente para ver si el vehículo del multimillonario en realidad la estaba esperando y sin dejar de mirar a su alrededor, por si su mirada se encontraba con el que le estuviera jugando esa broma y ahora la pudiera estar grabando, pero al asomar la cabeza vio, no sin cierto susto, que un Mercedes de lujo estaba estacionado, sin duda esperándola.
«¡Entonces sí es real!».
Era en serio. Había sido contactada por el secretario privado de uno de los hombres más ricos del país para que, en una hora, se presentara en su mansión a cuidar de sus tres pequeños. Todavía indecisa a si acercarse al vehículo o dar media vuelta, Luisa escuchó a un hombre que le habló a sus espaldas.
—¿Señorita Sandoval? —preguntó el desconocido.
Asustada, Luisa giró la mirada y supo, por el uniforme del hombre que la abordó, que no podía ser otro sino el chófer del lujoso vehículo estacionado al otro lado de la calle.
—Menos mal la veo, señorita Sandoval —dijo el chófer antes de que Luisa pudiera decirle que no era ella—. La reconocí por la foto en el anuncio.
—Yo… es un placer, sí. Soy Luisa y ella es mi hermana, viene conmigo.
—Perfecto, señorita ¿entonces nos vamos? Es que me afana el tráfico de esta hora, como le había comentado.
—Sí, sí, por supuesto, vamos.
Mientras pasaban la calle, Luisa consideró que todavía tenía tiempo de retractarse de lo que estaba por hacer, pero ahora se sentía muy apenada con el chófer, que parecía bastante afanado, y pese a que en cada paso que la aproximaba al vehículo escuchaba una vocecilla que le advertía que diera media vuelta, porque no sabía en lo que se estaba metiendo, no llegó a hacerlo, entró al auto y se lanzó a lo que fuera que el destino tuviera preparado para ella y su hermana.
El viaje hasta la mansión no fue tan demorado como el chófer le había hecho creer a Luisa con sus protestas sobre el tráfico y, en menos de treinta minutos, el lujoso vehículo estaba ingresando por la puerta de la propiedad, una gigantesca casa de dos plantas con un antejardín en el que trabajaban varios jardineros, hacía ronda un grupo de no menos de cinco vigilantes, cada uno con un perro de seguridad, y un mayordomo vestido como si hubiese salido de Downton Abbey y que, acompañado por otro señor, se apresuraron a recibir a la joven tan pronto el chófer abrió la puerta del vehículo.—Bienvenida, señorita Sandoval —dijo el hombre que acompañaba al mayordomo y que Luisa reconoció como Pedro Cardona, el secretario privado que la había llamado esa mañana—. Los trillizos ya están esperándola y me gustaría presentarla antes de que los acompañe al colegio.Con una sonrisa tímida y después de percatarse de la cara de extrañeza puesta por el mayordomo y el secretario privado al ver a su herm
El día en la mansión transcurrió con lentitud y Luisa aprovechó la mañana para repasar un pénsum preescolar, porque estaba segura de que, a la edad de los trillizos, ellos ya deberían estar aprendiendo a leer, o al menos debían estar muy avanzados en el tema, porque recordada que Viviana, a esa edad, debió aprender y fue un verdadero dolor de cabeza que lo consiguiera debido a que nunca conseguía concentrarse en la lección, salvo los casos en que no debía leer palabras, sino frases completas, lo que desconcertó a los tres profesores que tuvo en un solo año y que siempre la calificaron mal, pese a que Luisa les insistió en que algo debía estar operando en el cerebro de su hermana para que se le facilitara leer las palabras solo cuando venían unidas a otras.—Señorita —había dicho entonces uno de los profesores de Viviana—, me temo que el caso de su hermana es más grave de lo que parece y ni el mejor especialista logrará que algún día consiga leer. Quizá, si pudiera medicarla…Pero Luis
Luisa tomó aire, porque sabía que lo que estaba por hacer le traería problemas. Encerrada en la habitación de los trillizos, con su hermana Viviana y los tres hermanos atentos al juego que estaban por iniciar, Luisa tomó las témperas con las que iban a pintarse la cara cada vez que alguno de los pequeños consiguiera leer el color que ella escribiría en el tablero. —Muy bien, vamos a empezar con uno sencillo que va a leer Vivi, para que entiendan la mecánica del juego, ¿están listos? Usando un tablero acrílico que encontró en la cocina y en el que María anotaba lo que cada día necesitaba, Luisa escribió la palabra “Azul”.—Muy bien, Vivi, ¿qué dice aquí?—Azul —dijo Viviana, orgullosa.—Perfecto, Vivi. Voy entonces a pintar tu cara de azul.Ante la mirada atenta y divertida de los trillizos, Luisa pintó la cara de su hermana de azul.—¿Quién quiere ser el siguiente? —preguntó Luisa cuando terminó de pasar la témpera por el rostro de Viviana.Los tres mellizos levantaron la mano y gri
Después de dar un beso en la frente a Javier, Jacob y Jerónimo, Luisa se despidió de los tres pequeños hermanos.—Recuerden siempre ser muy juiciosos, respetar y amar a su papá, comer todo lo que está servido en el plato y acordarse de lo que aprendieron en nuestro juego de hoy. —No sé si podré seguir amando a mi papá por lo que les ha hecho —dijo Javier.—Nosotras vamos a estar bien, no te preocupes —respondió Viviana, anticipándose a las palabras de su hermana mayor—. Pero no podremos estarlo si sabemos que no vas a seguir amando a tu papá después de que nos hayamos ido.Luisa sonrió al considerar que las palabras de su hermanita habían sido más que adecuados.—Está bien, lo seguiremos amando —dijo Jacob mientras cruzaba los brazos contra su pecho y arrugaba el rostro.—¿Vendrán algún día a visitarnos? —quiso saber Jerónimo.—Por supuesto que sí, pequeñito —contestó Luisa—. Pero antesm tendré que acordar una cita de juego con el señor Pedro.Con la intención de no prolongar más esa
De regreso en la mansión y después de traer solo lo más necesario, Pedro se encargó, junto con Diana, una mujer a la que Luisa y viviana no habían visto ese día, pero que trabajaba en la mansión como ama de llaves, de mostrar e instalar a las hermanas en la que sería su hbaitación y hospedaje por el próximo mes. Cuando Diana abrió la puerta de la alcoba y encendió las luces con un leve aplauso, las bocas de Luisa y de Viviana casi alcanzan el suelo y sus ojos el alto de la habitación, que llegaba incluso a ser más grande que el apartamento en donde vivían.—Esto es como la alcoba de un cuento de hadas —dijo Luisa cuando giró dos veces sobre sí misma, admirada no solo por el amplio espacio, sino también por cada fino detalle de la decoracion.—¿Mira, Lu, ya viste la cama? ¡Es inmensa! —gritó Viviana al tiempo que se lanzaba sobre el sueva y mullido edredón rosa que cubría la cama tamaño king que, para ella, no era otra cosa distinta a un gigantesco trampolín que, solo ocasionalmente, s
Pese a lo cómoda y suave que era la cama, Luisa no pudo dormir de solo imaginar la vergüenza por la que pasaría en el momento en que volviese a ver a la cara a Mario Salazar, Y no solo por el hecho de que él la hubiese visto desnuda, tal cual vino al mundo, sino también porque había cometido el espantoso error de cerrarle la puerta en la cara en el momento en que él intentaba disculparse con ella, pero estaba no solo tan consternada si no preocupada de que Viviana pudiera despertarse, que no pensó con claridad y solo mandó la puerta para evitar que la voz de Mario pudiera interrumpir el sueño de su hermana.Poco antes de las 5 de la mañana, Luisa ya estaba en la cocina de la mansión, preparada para revisar lo que fuera que María le fuera a preparar a los trillizos.—La señorita Rebeca siempre insistió en que los trillizos debían desayunar algo nutritivo y saludable, así que me prohibía servirles el cereal de chocolate que tanto les gusta — dijo María mientras sacaba de la al
De no haber sido por la algarabía de los trillizos, que estaban fascinados con el desayuno que les había preparado María, aquel habría sido un desayuno incómodo y muy silencioso, en el que Luisa y Mario se intercambiaban miradas que, cuando eran atrapadas por alguno, se esquivaban de inmediato. —Nunca había comido unos cereales tan ricos —dijo Javier con la cuchara levantada y escurriendo lo que no había alcanzado a llevarse a la boca.—Javier, hijo, por favor, tus modales —dijo Mario antes de llevarse la taza de café oscuro y que había pedido que le sirvieran cuandos se dio cuenta de que el delicioso olor, proveniente de la cocina, eran los cereales de sus hijos.—¿Tú porqué estás comiendo otra cosa, papá? —preguntó Jacob, provocando que su cuchara también escurriera algo del contenido de su desayuno en el suelo.—Niños, están haciendo un desastre en la mesa —dijo Luisa, algo ruborizada por el comportamiento de los trillizos—. Miren cómo Vivi tiene su puesto, ¿si lo ven? —Luisa seña
El día transcurrió con normalidad y Luisa estuvo pensando, durante toda la jornada, en las últimas palabras de Mario, que parecía preocupado por la situación en la que se encontraba Viviana. «No sé si deba decirle toda la verdad», pensó Luisa cuando regresaba del colegio con los trillizos. «Igual, solo estaré en la mansión por un mes, así que no creo que sea mucho lo que Mario pueda hacer por mi hermana, así sus intenciones sean las mejores». Después de que los pequeños hubieran dormido una siesta y repasado las lecciones del colegio, en las que Luisa insistió, a través del juego de las caras pintadas, en que mejoraran su nivel de lectura con palabras de tres sílabas, María, la cocinera, se acercó a la habitación de los tres hermanitos, momentos antes de que anocheciera y fuera la hora del baño. —El señor me ha pedido que te consulte qué debería hacerles de comida a los trillizos —dijo María luego de ganar la atención de Luisa, que dejó a cargo de Viviana la atención de los pequeño