El viaje hasta la mansión no fue tan demorado como el chófer le había hecho creer a Luisa con sus protestas sobre el tráfico y, en menos de treinta minutos, el lujoso vehículo estaba ingresando por la puerta de la propiedad, una gigantesca casa de dos plantas con un antejardín en el que trabajaban varios jardineros, hacía ronda un grupo de no menos de cinco vigilantes, cada uno con un perro de seguridad, y un mayordomo vestido como si hubiese salido de Downton Abbey y que, acompañado por otro señor, se apresuraron a recibir a la joven tan pronto el chófer abrió la puerta del vehículo.
—Bienvenida, señorita Sandoval —dijo el hombre que acompañaba al mayordomo y que Luisa reconoció como Pedro Cardona, el secretario privado que la había llamado esa mañana—. Los trillizos ya están esperándola y me gustaría presentarla antes de que los acompañe al colegio.
Con una sonrisa tímida y después de percatarse de la cara de extrañeza puesta por el mayordomo y el secretario privado al ver a su hermana, Luisa aceptó la propuesta y subió los escalones que la llevaban al interior de la casa.
Tomando la mano de su hermanita, que no lograba cerrar la boca al ver que alguien pudiera vivir con tantos lujos, Luisa no pudo menos que asombrarse por el buen gusto en la decoración que maravillaron sus ojos, pero lo que cautivó su corazón fueron los tres hermosos niños que, uniformados con chaquetas grises, gorras azules y un pantalón corto del mismo color, la saludaron al unísono, agitando sus manitas mientras le deseaban un feliz día.
—¡Pero qué hermosos son! —exclamó Luisa mientras se inclinaba para estar a la altura de los pequeños que, calculó, no debían tener más de seis años— Mi nombre es Luisa y esta niña que viene conmigo es mi hermanita, Viviana. Es un gusto para las dos conocerlos.
—Nosotros somos Javier.
—Jerónimo.
—Y Jacob.
—Oh, vaya, muchas jotas —dijo Luisa, con una sonrisa— ¿Ya saben lo que es una jota? —preguntó Luisa luego de ver que los tres pequeños intercambiaron una mirada, sin entender a lo que ella se refería—. Bien, pues hoy mismo vamos a solucionar eso, porque calculo que ya están en edad de saberlo.
—Me imagino que usted tiene estudios en pedagogía y desarrollo infantil, ¿no es cierto? —preguntó un hombre al que Luisa no había visto bajar por las escaleras hacia el vestíbulo y que, por su imponencia y fuerte voz, obligó a la joven a enderezarse.
—Hola, soy Luisa, la niñera.
—Él es el señor Mario Aristizábal —dijo Pedro, el secretario privado, presentando a su jefe.
«Es muy apuesto, y joven», pensó Luisa cuando su mirada se fijó en su perfil alto, robusto y de facciones fuertes y alargadas, mentón prominente, ojos claros, igual que su cabello, y piel tan bronceada como una castaña madura. «No creo que tenga más de veintiocho años, aunque también se ve que es bastante prepotente y de mal genio»..
—Le pregunté si tenía estudios en pedagogía y desarrollo infantil —insistió Mario luego de pasar por alto la mano extendida que le ofreció Luisa al presentarse—, porque acaba usted de hacer una afirmación que no debe hacerse a la ligera.
A Mario no le resultó indiferente el rostro de la joven que se había presentado como la nueva niñera y aunque era muy atractiva, no iba a permitir que esa única impresión nublara su juicio. La persona que cuidara de sus hijos debía ser una persona muy calificada.
—¿Se refiere a lo de la jota? —preguntó Luisa.
—¿Y cuántos años tiene usted? Veo que es demasiado joven —dijo Mario, pasando por alto lo que Luisa le había dicho—. Me preocupa que alguien tan joven se haga cargo de mis hijos. ¿Y ella quién es? —preguntó Mario, dirigiendo sus ojos de cazador a Viviana, que entonces sintió ganas de esconderse tras las piernas de su hermana.
—Es Viviana, mi hermanita…
—Señorita, ¿usted alguna vez ha trabajado en alguna otra parte? —preguntó Mario, con un tono marcadamente sarcástico— ¿Cómo se le ocurre traer a su hermana a esta casa? ¿Es que creyó que esto es una guardería, o una escuela?
Pese a lo apuesto y joven que era, Mario parecía padecer de la prepotencia propia de quien se cree superior a los demás mortales por el solo hecho de tener más dinero, o al menos esa fue la primera impresión que le causó a Luisa, que lamentó haberse tenido que encontrar con un hombre así como su siguiente jefe.
—Es solo por hoy, señor, porque no he tenido tiempo de conseguir quién se encargue de ella… —dijo Luisa, con la cabeza inclinada.
—Qué irónico, ¿no le parece? —dijo Mario, con una media sonrisa del todo burlesca— Una niñera que no ha conseguido una niñera.
Luisa tuvo que controlar su respiración para no sulfurarse y decirle unas cuantas cosas al pedante multimillonario.
—Será solo por hoy, señor…
—Por supuesto que será solo por hoy, niña —dijo Mario, interrumpiendo a Luisa—. No veo que usted esté calificada para este puesto, de tanta responsabilidad, cuando no es siquiera capaz de hacerse cargo de su hermana y tenerla en un colegio o haberle conseguido una cuidadora antes de presentarse a trabajar, veo también que es demasiado joven y no creo que tenga la experiencia que se requiere para cuidar de tres niños de seis años.
—Yo, señor…
—Así que, Pedro, por favor, dada la urgencia —continuó Mario, interrumpiendo de nuevo a Luisa— que esto sea solo por hoy, mientras consigue usted un verdadero reemplazo para Rebeca, nuestra niñera de cabecera. ¿entendido?
—Por supuesto, señor —contestó Pedro con una ligera inclinación de cabeza.
Sin siquiera despedirse de sus hijos, Mario pasó de largo y salió de la casa, dejando un ambiente de incomodidad en quienes lo siguieron con la mirada.
«Pareciera llevar un dolor muy grande encima», pensó Luisa mientras pasaba su mano por la cabeza de Viviana, que parecía haber quedado bastante asustada.
—¿Siempre es así? —preguntó Luisa a Pedro con la intención de relajar la tensión creada por Mario.
—Antes no lo era, cuando su esposa todavía vivía —respondió Pedro luego de asegurarse de que los trillizos ya habían salido de la casa.
—Oh, lo lamento, no sabía…
—Bueno, igual ya lo escuchó. Me temo que solo trabajará hoy, señorita. Lo lamento mucho porque veo que, desde la primera impresión, le ha hecho usted mucha gracia a los tres pequeños.
Luis suspiró al pensar en las consecuencias de no ser contratada, como le hubiera gustado, porque no solo se veía que ese debía ser un trabajo muy bien pagado, sino que también le habría dado la oportunidad de quedarse a vivir en algunas de las habitaciones de la mansión mientra disponía de tiempo para cuidar a su hermana y a los trillizos que, ya adivinaba, debían ser unos niños encantadores.
—Sí, se ve que son unos niños maravillosos —dijo Luisa—. A mí también me da lástima, pero mucho más saber que perdieron a su mamá siendo tan pequeños.
—Fue un suceso terrible, sí. Eso afectó mucho el humor del señor, que antes era más afable y cariñoso.
Luisa no quiso ni imaginar lo que habías pasado Mario y sus tres hijos, igual, no era de su incumbencia y menos ahora que solo iba a trabajar por unas horas. Era mejor que no formase ningún vínculo emocional con las personas que vivían en la casa y, aunque al no obtener el trabajo se libraba de un jefe tan pedante y de mal genio como Mario, Luisa hasta lo habría soportado con tal de haber tenido la oportunidad de mejorar sus ingresos para así poder pagar un mejor colegio para su hermana, uno en donde no fuera rechazada por su condición especial y en el que incluso la ayudaran a sobrellevarlo para tener una vida normal.
«No sé ahora qué voy a hacer» se dijo Luisa mientras el vehículo se ponía en marcha para llevarlos al colegio. «Esta era una buena oportunidad para salir del círculo vicioso de trabajos a medio tiempo y en los turnos de las noches, que no me dan suficiente dinero para darle una mejor vida a Viviana».
—Tú eres mucho más bonita que Rebeca —dijo Javier, dirigiéndose a Luisa con una sonrisa.
—Sí, y también se nota que eres más amable que ella —dijo Jacob.
—¿Tu hermana puede quedarse en el colegio, para jugar con nosotros? —preguntó Jerónimo.
—Oh, en el colegio no, pero esta tarde, cuando regresen a la casa, los estaremos esperando y, después de hacer los deberes, podremos jugar juntos —contestó Luisa.
—¿Los deberes? —preguntaron los trillizos, casi al unísono.
—¿No les dejan tareas en el colegio? —preguntó Luisa.
—¡Aich, pero no nos gusta hacer las tareas! —dijo Javier, secundado por sus hermanos.
—Yo sé cómo hacerlas divertidas, ¿sabían? —dijo Luisa con un guiño.
—¿Divertidas? —preguntaron los trillizos mientras arrugaban la cara y cruzaban los brazos sobre el pecho.
Luisa sonrió.
—Por supuesto. Yo me sé un truco para hacerlas divertidas. Ya verán —dijo—, cuando regresen a la casa, se los voy a enseñar.
Los trillizos también sonrieron, mientras intercambiaban una mirada entre ellos y sintiéndose atraída por tres personitas iguales, Viviana no tardó en enseñarles un juego en el que chocaban las manos mientras entonaban una canción y al que Luisa se sumó en la segunda ronda.
—Nos vemos esta tarde, chicos —dijo Luisa cuando les repasó el uniforme, frente a la entrada del colegio.
Los niños se despidieron y Luisa no se subió al vehículo hasta que los vio entrar.
—Este colegio es muy bonito —dijo Viviana cuando el vehículo se puso en marcha—. ¿Será que aquí sí me aceptarían?
A Luisa se le encogió el corazón al escuchar la pregunta de su hermana, porque era verdad que las instalaciones del colegio se veían impresionantes y estaba segura de que, en una escuela de esa categoría, habría un espacio para Viviana e incluso para que le asignaran un procedimiento especial para su trastorno.
—Sería un sueño hecho realidad, Vivi —dijo Luisa—, pero me temo que es un colegio muy costoso, para el que tendría que ahorrar el sueldo de un año de trabajo para pagar solo un mes.
—Pero, ¿y si pudieras convencer a ese señor tan bravo para que te dejara quedarte?
Luisa pasó su brazo por los hombros de su hermana.
—Me temo que eso va a ser imposible, Vivi, porque ya lo escuchaste y él tiene razón. Soy muy joven, no tengo experiencia cuidando niños y mucho menos los estudios que él pide para poder hacerlo.
De regreso en la mansión, Luisa suspiró porque estaba convencida de lo fascinante que sería trabajar como niñera en esa casa y con esos trillizos tan maravillosos.
—Sabes, Vivi —dijo Luisa mientras revolvía el cabello de su hermana—, puede que se me ocurra algo para que podamos quedarnos, pero no estoy segura de que funcione.
El día en la mansión transcurrió con lentitud y Luisa aprovechó la mañana para repasar un pénsum preescolar, porque estaba segura de que, a la edad de los trillizos, ellos ya deberían estar aprendiendo a leer, o al menos debían estar muy avanzados en el tema, porque recordada que Viviana, a esa edad, debió aprender y fue un verdadero dolor de cabeza que lo consiguiera debido a que nunca conseguía concentrarse en la lección, salvo los casos en que no debía leer palabras, sino frases completas, lo que desconcertó a los tres profesores que tuvo en un solo año y que siempre la calificaron mal, pese a que Luisa les insistió en que algo debía estar operando en el cerebro de su hermana para que se le facilitara leer las palabras solo cuando venían unidas a otras.—Señorita —había dicho entonces uno de los profesores de Viviana—, me temo que el caso de su hermana es más grave de lo que parece y ni el mejor especialista logrará que algún día consiga leer. Quizá, si pudiera medicarla…Pero Luis
Luisa tomó aire, porque sabía que lo que estaba por hacer le traería problemas. Encerrada en la habitación de los trillizos, con su hermana Viviana y los tres hermanos atentos al juego que estaban por iniciar, Luisa tomó las témperas con las que iban a pintarse la cara cada vez que alguno de los pequeños consiguiera leer el color que ella escribiría en el tablero. —Muy bien, vamos a empezar con uno sencillo que va a leer Vivi, para que entiendan la mecánica del juego, ¿están listos? Usando un tablero acrílico que encontró en la cocina y en el que María anotaba lo que cada día necesitaba, Luisa escribió la palabra “Azul”.—Muy bien, Vivi, ¿qué dice aquí?—Azul —dijo Viviana, orgullosa.—Perfecto, Vivi. Voy entonces a pintar tu cara de azul.Ante la mirada atenta y divertida de los trillizos, Luisa pintó la cara de su hermana de azul.—¿Quién quiere ser el siguiente? —preguntó Luisa cuando terminó de pasar la témpera por el rostro de Viviana.Los tres mellizos levantaron la mano y gri
Después de dar un beso en la frente a Javier, Jacob y Jerónimo, Luisa se despidió de los tres pequeños hermanos.—Recuerden siempre ser muy juiciosos, respetar y amar a su papá, comer todo lo que está servido en el plato y acordarse de lo que aprendieron en nuestro juego de hoy. —No sé si podré seguir amando a mi papá por lo que les ha hecho —dijo Javier.—Nosotras vamos a estar bien, no te preocupes —respondió Viviana, anticipándose a las palabras de su hermana mayor—. Pero no podremos estarlo si sabemos que no vas a seguir amando a tu papá después de que nos hayamos ido.Luisa sonrió al considerar que las palabras de su hermanita habían sido más que adecuados.—Está bien, lo seguiremos amando —dijo Jacob mientras cruzaba los brazos contra su pecho y arrugaba el rostro.—¿Vendrán algún día a visitarnos? —quiso saber Jerónimo.—Por supuesto que sí, pequeñito —contestó Luisa—. Pero antesm tendré que acordar una cita de juego con el señor Pedro.Con la intención de no prolongar más esa
De regreso en la mansión y después de traer solo lo más necesario, Pedro se encargó, junto con Diana, una mujer a la que Luisa y viviana no habían visto ese día, pero que trabajaba en la mansión como ama de llaves, de mostrar e instalar a las hermanas en la que sería su hbaitación y hospedaje por el próximo mes. Cuando Diana abrió la puerta de la alcoba y encendió las luces con un leve aplauso, las bocas de Luisa y de Viviana casi alcanzan el suelo y sus ojos el alto de la habitación, que llegaba incluso a ser más grande que el apartamento en donde vivían.—Esto es como la alcoba de un cuento de hadas —dijo Luisa cuando giró dos veces sobre sí misma, admirada no solo por el amplio espacio, sino también por cada fino detalle de la decoracion.—¿Mira, Lu, ya viste la cama? ¡Es inmensa! —gritó Viviana al tiempo que se lanzaba sobre el sueva y mullido edredón rosa que cubría la cama tamaño king que, para ella, no era otra cosa distinta a un gigantesco trampolín que, solo ocasionalmente, s
Pese a lo cómoda y suave que era la cama, Luisa no pudo dormir de solo imaginar la vergüenza por la que pasaría en el momento en que volviese a ver a la cara a Mario Salazar, Y no solo por el hecho de que él la hubiese visto desnuda, tal cual vino al mundo, sino también porque había cometido el espantoso error de cerrarle la puerta en la cara en el momento en que él intentaba disculparse con ella, pero estaba no solo tan consternada si no preocupada de que Viviana pudiera despertarse, que no pensó con claridad y solo mandó la puerta para evitar que la voz de Mario pudiera interrumpir el sueño de su hermana.Poco antes de las 5 de la mañana, Luisa ya estaba en la cocina de la mansión, preparada para revisar lo que fuera que María le fuera a preparar a los trillizos.—La señorita Rebeca siempre insistió en que los trillizos debían desayunar algo nutritivo y saludable, así que me prohibía servirles el cereal de chocolate que tanto les gusta — dijo María mientras sacaba de la al
De no haber sido por la algarabía de los trillizos, que estaban fascinados con el desayuno que les había preparado María, aquel habría sido un desayuno incómodo y muy silencioso, en el que Luisa y Mario se intercambiaban miradas que, cuando eran atrapadas por alguno, se esquivaban de inmediato. —Nunca había comido unos cereales tan ricos —dijo Javier con la cuchara levantada y escurriendo lo que no había alcanzado a llevarse a la boca.—Javier, hijo, por favor, tus modales —dijo Mario antes de llevarse la taza de café oscuro y que había pedido que le sirvieran cuandos se dio cuenta de que el delicioso olor, proveniente de la cocina, eran los cereales de sus hijos.—¿Tú porqué estás comiendo otra cosa, papá? —preguntó Jacob, provocando que su cuchara también escurriera algo del contenido de su desayuno en el suelo.—Niños, están haciendo un desastre en la mesa —dijo Luisa, algo ruborizada por el comportamiento de los trillizos—. Miren cómo Vivi tiene su puesto, ¿si lo ven? —Luisa seña
El día transcurrió con normalidad y Luisa estuvo pensando, durante toda la jornada, en las últimas palabras de Mario, que parecía preocupado por la situación en la que se encontraba Viviana. «No sé si deba decirle toda la verdad», pensó Luisa cuando regresaba del colegio con los trillizos. «Igual, solo estaré en la mansión por un mes, así que no creo que sea mucho lo que Mario pueda hacer por mi hermana, así sus intenciones sean las mejores». Después de que los pequeños hubieran dormido una siesta y repasado las lecciones del colegio, en las que Luisa insistió, a través del juego de las caras pintadas, en que mejoraran su nivel de lectura con palabras de tres sílabas, María, la cocinera, se acercó a la habitación de los tres hermanitos, momentos antes de que anocheciera y fuera la hora del baño. —El señor me ha pedido que te consulte qué debería hacerles de comida a los trillizos —dijo María luego de ganar la atención de Luisa, que dejó a cargo de Viviana la atención de los pequeño
Cuando Luisa ingresó al estudio, después de llamar a la puerta y escuchar la voz de Mario, que le indicó que podía seguir, se encontró en medio de lo que parecía ser una capilla individual, dedicada a la imagen de la esposa fallecida de su jefe. Hacia donde mirase, veía alguna fotografía de una mujer joven que sonreía, ya fuera acompañada por los trillizos cuando eran unos bebés, o de su marido. Solo en algunas estaba sola y no se le veía igual de sonriente, aunque era tan bella que incluso triste se debía ver hermosa. —Pasa, Luisa, ya te estaba esperando —dijo Mario con el ánimo de alentar los pasos de la joven niñera, que parecía estar intimidada por su presencia. —Gracias, señor —respondió Luisa acercándose al escritorio de Mario, una imponente mole de caoba, con la cabeza algo inclinada, en posición de respeto por la memoria de la mujer que ese lugar conmemoraba. —¿Ya los pequeños están dormidos? —preguntó Mario después de levantarse de la silla desde la que dominaba el estudio