Después de dar un beso en la frente a Javier, Jacob y Jerónimo, Luisa se despidió de los tres pequeños hermanos.
—Recuerden siempre ser muy juiciosos, respetar y amar a su papá, comer todo lo que está servido en el plato y acordarse de lo que aprendieron en nuestro juego de hoy.
—No sé si podré seguir amando a mi papá por lo que les ha hecho —dijo Javier.
—Nosotras vamos a estar bien, no te preocupes —respondió Viviana, anticipándose a las palabras de su hermana mayor—. Pero no podremos estarlo si sabemos que no vas a seguir amando a tu papá después de que nos hayamos ido.
Luisa sonrió al considerar que las palabras de su hermanita habían sido más que adecuados.
—Está bien, lo seguiremos amando —dijo Jacob mientras cruzaba los brazos contra su pecho y arrugaba el rostro.
—¿Vendrán algún día a visitarnos? —quiso saber Jerónimo.
—Por supuesto que sí, pequeñito —contestó Luisa—. Pero antesm tendré que acordar una cita de juego con el señor Pedro.
Con la intención de no prolongar más esa triste despedida, Luisa tomó la mano de su hermana y salió de la habitación de los pequeños. En el pasillo hacia la salida de la casa se despidió de María y con una ligera inclinación de cabeza hizo lo mismo con los demás empleados, que la vieron marchar todavía conmocionados por la brusquedad con la que el señor Salazar había tratado a una joven que solo emanaba bondad y dulzura.
María se encargó de abrir la puerta y al salir, una ráfaga de frío viento nocturno levantó la falda de Luisa, a la vez que obligó a Viviana a cerrar los ojos para evitar que el aire helado se los empañara con lágrimas. El vehículo que las había llevado en la mañana no estaba en la rotonda de salida y Luisa tomó su celular para llamar a un servicio de taxi, mientras con Viviana de su mano caminaban por el extenso jardín que debía conducirlas hacia la salida de la mansión.
—El taxi no tardará en llegar —dijo Luisa a su hermanita—. Esperémoslo aquí, con los señores celadores.
Con una amable sonrisa, los dos vigilantes de la entrada saludaron a las dos hermanas y el vehículo amarillo que las llevaría a casa no tardó en llegar más de dos minutos.
Con la chapa de la puerta del taxi en la mano, Luisa escuchó su nombre, traído por el viento que insistía en enfriar sus piernas desnudas.
—Señorita Luisa, señorita Luisa, por favor, espere —gritaba Pedro, el secretario privado.
Cuando lo vio correr con tanta prisa, Luisa supuso que Pedro venía a entregarle el pago de ese día, que había olvidado por completo y que incluso se sintió tentada a no cobrar, porque, la verdad, más que un día de trabajo para Luisa había sido un día de diversión con los pequeños hijos del señor Salazar..
—¿Don Pedro, qué ocurre? —preguntó Luisa luego de asegurarse de que Viviana ya estaba dentro del taxi.
Pedro se detuvo a escasos dos centímetosde Luisa. jadeando.
—Me Temo que tendré que ser insistente en acompañarlas —dijo el secretario privado.
—¿Que? —preguntó Luisa con la boca igual de abierta a sus ojos— ¿Qué quiere decir con eso?
Pedro sonrió antes de contestar a la pregunta de Luisa.
—Lo que quiero decir, señorita Sandoval, es que el señor Mario ha estado de acuerdo en contratarla por un mes.
Luisa se llevó las dos manos a la boca y de sus ojos brotó una lágrima. y no causada por el frío que los rasgaba.
—¿Está hablando en serio, Don Pedro? ¿Me está diciendo la verdad?
—Por supuesto que sí, señorita. No jugaría con una noticia así.
Volviéndose a llevar las manos a la boca, Luisa sintió que se elevaba unos centímetros por encima del suelo. Esa era, quizá, una de las noticias más maravillosas que había recibido en su vida, tanto que todavía le costaba trabajo creerla y pese a que Pedro solo le había hablado de un mes de contrato, pero eso significaban treinta días más con los tres pequeños, Javier, Jerónimo y Jacob, además de un lugar mucho más espléndido que el apartamento en donde vivir por ese mes.
—¿Oíste eso. hermanita? —dijo Luisa, asomándose por la puerta del taxi— ¡El señor Salazar ha estado de acuerdo en contratarme por un mes!
Viviana, que no había escuchado las palabras del secretario privado, quiso salir de inmediato del vehículo.
—Entonces, ¿eso significa que nos podemos quedar, hermana?
—Por supuesto que sí. hermanita- Eso es lo que significa.
Pedro interrumpió a las dos hermanas
—Me imagino que ustedes querrán ir a traer sus cosas —dijo—, todo lo que necesiten para una cómoda estancia de un mes en la mansión.
—Por supuesto que sí, Don Pedro —contestó Luisa mientras detenía con su cuerpo la algarabía de su hermana.
—Deja, Luisa,por favor, de decirme “Don” —dijo Pedro—. Me hace sentir muy viejo y apenas voy a cumplir los cuarenta años.
—Ay, lo lamento —dijo Luisa llevándose las manos al pecho—. Pero ya que es usted un hombre tan joven, ¿por qué no se acerca y me da un abrazo?
Antes de que de que Pedro pudiera responder a la oferta de Luisa, la joven se abalanzó para atraparlo con sus brazos.
Ruborizado al ser abrazado por una joven tan bella, Pedro casi no se atrevió a pasar sus brazos por encima de la espalda de Luisa, que irradiaba una felicidad que él muy pocas veces había visto expresar a otras personas.
—Creo que ya hemos hecho esperar bastante al señor taxista —dijo Pedro después de haber sentido el fino talle de la nueva niñera interina.
—Tienes razón —contestó Luisa—. Vamos a casa, ¿pero los trillizos ya lo saben? ¿Que me voy a qudedar?
—Si quieren yo puedo quedarme y decirles —propuso Viviana, que no veía la hora de bajarse del taxi para dirigirse a la mansión a jugar con los tres pequeños.
—Esta vez me temo que tendré que decirte que no, Vivi —dijo Luisa mientras ingresaba al vehículo—. Tienes que ir a escoger la ropa y los juguetes que quieras traer para jugar con los hermanos.
Al pensar en sus vestidos. las muñecas y los juegos de mesa que deseaba enseñarle a los trillizos. Viviana se dejó convencer por la propuesta de su hermana.
Después de que Luisa hubiera entrado al asiento trasero del taxi. Pedro se sentó a su lado y el auto se puso en marcha.
—¿Qué fue lo que hizo cambiar al señor Salazar de opinión, lo sabes, Pedro? —preguntó Luisa después de haberle pasado a Viviana su celular para que se distrajera— Porque se veía muy furioso después de habernos descubierto con las caras todas pintadas.
Pese a que Pedro sospechaba cuál habría podido ser ese motivo, no dijo nada al respecto.
—Lo desconozco, señorita —contestó—. Quizá tenga usted oportunidad de darse cuenta de lo profunda y desentrañable que puede llegar a ser la mente de su nuevo jefe.
«No quiero ni imaginarme lo que debe ser para Pedro trabajar para alguien como Mario», pensó Luisa «Debe tener que soportar a diario su mal genio, cambios de humor y frustraciones diarias, que nunca deben faltar en la vida de líder empresarial que lleva, y si siendo su secretario privado dice que para él sigue siendo una persona desentrañable, es porque debe ser verdad».
—¿Puedo pedirte un favor, Pedro?
—Por supuesto que sí. señorita.
—¿Podrías, por favor, dejar de decirme señorita y tútearme?
Pedro frunció el ceño
—¿Y por qué querría usted eso, señorita? —preguntó.
—Por qué me haces sentir como si no me tuvieras confianza y ahora que vamos a ser compañeros de trabajo, es lo primero que me gustaría cultivar contigo, ¿estás de acuerdo?
—Claro que sí, Luisa, me agrada la idea que propones —contestó Pedro sintiendo que experimentaba un déjà vu con quien había sido la señora de la casa.
De regreso en la mansión y después de traer solo lo más necesario, Pedro se encargó, junto con Diana, una mujer a la que Luisa y viviana no habían visto ese día, pero que trabajaba en la mansión como ama de llaves, de mostrar e instalar a las hermanas en la que sería su hbaitación y hospedaje por el próximo mes. Cuando Diana abrió la puerta de la alcoba y encendió las luces con un leve aplauso, las bocas de Luisa y de Viviana casi alcanzan el suelo y sus ojos el alto de la habitación, que llegaba incluso a ser más grande que el apartamento en donde vivían.—Esto es como la alcoba de un cuento de hadas —dijo Luisa cuando giró dos veces sobre sí misma, admirada no solo por el amplio espacio, sino también por cada fino detalle de la decoracion.—¿Mira, Lu, ya viste la cama? ¡Es inmensa! —gritó Viviana al tiempo que se lanzaba sobre el sueva y mullido edredón rosa que cubría la cama tamaño king que, para ella, no era otra cosa distinta a un gigantesco trampolín que, solo ocasionalmente, s
Pese a lo cómoda y suave que era la cama, Luisa no pudo dormir de solo imaginar la vergüenza por la que pasaría en el momento en que volviese a ver a la cara a Mario Salazar, Y no solo por el hecho de que él la hubiese visto desnuda, tal cual vino al mundo, sino también porque había cometido el espantoso error de cerrarle la puerta en la cara en el momento en que él intentaba disculparse con ella, pero estaba no solo tan consternada si no preocupada de que Viviana pudiera despertarse, que no pensó con claridad y solo mandó la puerta para evitar que la voz de Mario pudiera interrumpir el sueño de su hermana.Poco antes de las 5 de la mañana, Luisa ya estaba en la cocina de la mansión, preparada para revisar lo que fuera que María le fuera a preparar a los trillizos.—La señorita Rebeca siempre insistió en que los trillizos debían desayunar algo nutritivo y saludable, así que me prohibía servirles el cereal de chocolate que tanto les gusta — dijo María mientras sacaba de la al
De no haber sido por la algarabía de los trillizos, que estaban fascinados con el desayuno que les había preparado María, aquel habría sido un desayuno incómodo y muy silencioso, en el que Luisa y Mario se intercambiaban miradas que, cuando eran atrapadas por alguno, se esquivaban de inmediato. —Nunca había comido unos cereales tan ricos —dijo Javier con la cuchara levantada y escurriendo lo que no había alcanzado a llevarse a la boca.—Javier, hijo, por favor, tus modales —dijo Mario antes de llevarse la taza de café oscuro y que había pedido que le sirvieran cuandos se dio cuenta de que el delicioso olor, proveniente de la cocina, eran los cereales de sus hijos.—¿Tú porqué estás comiendo otra cosa, papá? —preguntó Jacob, provocando que su cuchara también escurriera algo del contenido de su desayuno en el suelo.—Niños, están haciendo un desastre en la mesa —dijo Luisa, algo ruborizada por el comportamiento de los trillizos—. Miren cómo Vivi tiene su puesto, ¿si lo ven? —Luisa seña
El día transcurrió con normalidad y Luisa estuvo pensando, durante toda la jornada, en las últimas palabras de Mario, que parecía preocupado por la situación en la que se encontraba Viviana. «No sé si deba decirle toda la verdad», pensó Luisa cuando regresaba del colegio con los trillizos. «Igual, solo estaré en la mansión por un mes, así que no creo que sea mucho lo que Mario pueda hacer por mi hermana, así sus intenciones sean las mejores». Después de que los pequeños hubieran dormido una siesta y repasado las lecciones del colegio, en las que Luisa insistió, a través del juego de las caras pintadas, en que mejoraran su nivel de lectura con palabras de tres sílabas, María, la cocinera, se acercó a la habitación de los tres hermanitos, momentos antes de que anocheciera y fuera la hora del baño. —El señor me ha pedido que te consulte qué debería hacerles de comida a los trillizos —dijo María luego de ganar la atención de Luisa, que dejó a cargo de Viviana la atención de los pequeño
Cuando Luisa ingresó al estudio, después de llamar a la puerta y escuchar la voz de Mario, que le indicó que podía seguir, se encontró en medio de lo que parecía ser una capilla individual, dedicada a la imagen de la esposa fallecida de su jefe. Hacia donde mirase, veía alguna fotografía de una mujer joven que sonreía, ya fuera acompañada por los trillizos cuando eran unos bebés, o de su marido. Solo en algunas estaba sola y no se le veía igual de sonriente, aunque era tan bella que incluso triste se debía ver hermosa. —Pasa, Luisa, ya te estaba esperando —dijo Mario con el ánimo de alentar los pasos de la joven niñera, que parecía estar intimidada por su presencia. —Gracias, señor —respondió Luisa acercándose al escritorio de Mario, una imponente mole de caoba, con la cabeza algo inclinada, en posición de respeto por la memoria de la mujer que ese lugar conmemoraba. —¿Ya los pequeños están dormidos? —preguntó Mario después de levantarse de la silla desde la que dominaba el estudio
Al día siguiente, Viviana se alistó, junto con los trillizos, para ir con Mario a su empresa. —Debes ser muy juiciosa, y hacer todo lo que el señor te diga, ¿me lo prometes? —advirtió Luisa a su hermana cuando terminaba de peinarla, pero pese a que Viviana asintió con la cabeza, Luisa logró ver, a través del espejo, que el rostro de su hermanita no la convencía.«Si llega a portarse mal con Mario o a desesperarlo con alguna de sus protestas, será nuestro fin. No solo Viviana habrá arruinado una excelente oportunidad, que quizá nunca se repita en su vida, sino que incluso podría alentar que me despidan antes incluso de cumplir el mes», pensó Luisa al darse cuenta de que quizá la idea de que Viviana fuera a la empresa con Mario era una pésima idea.«Debí haberme inventado algo para negarme. Confiar en que Viviana, con su trastorno, se comporte como una niña normal de su edad, es como esperar que un jugo abierto no se derrame al interior de una mochila».Pero ya era demasiado tarde para
Al regresar a la mansión, Luisa no dejaba de pensar en cómo le estaría yendo a su hermana y en el error que había cometido dejándola con Mario, en su empresa. Con las uñas a medio morder, Luisa no resistió mucho más la incertidumbre y revisaba su celular cada dos o tres minutos, a la espera de cualquier llamada o mensaje avisándole que debía regresar y encargarse de Viviana, porque estaba por destruir la compañía y, pese a la gran paciencia de Mario, el CEO estaba que ahorcaba a la niña. «¡Pero qué tonta soy!», pensó Luisa luego de haber regresado a la mansión y mientras arreglaba su habitación. «¿Cómo van a contactarme si ni siquiera tienen mi número? Seguro ya lo han intentado, pero no tienen forma de hacerlo. Debería llamar y avisarle a alguna secretaria que soy la niñera del CEO, bueno, la niñera de los trillizos del CEO, no la de él, y que si pasa algo con Viviana… ¿pero sí me reconocerá? ¿sabrá quién soy? ¿Y si llamo y lo que hago es interrumpir una reunión o junta importante?
Luisa ya estaba acostando a los trillizos cuando reconoció la voz de su hermana y tuvo que controlar a los tres pequeños para que no salieran de la habitación con la intención de saludar a Viviana. —Mañana la podrán ver —dijo Luisa en el momento en que se interpuso entre los tres hermanos y la puerta de la alcoba—. Ahora deben descansar, o no habrá quién sea capaz de levantarlos mañana.—Pero… —Iba a protestar Jacob cuando su mirada se cruzó con la de Luisa que, pese a que lo seguía mirando con cariño, también lo hizo con cierta rudeza. —Te pareces a mi mamá —dijo Javier, que había estado a un paso de levantarse de la cama.—¿Qué? —exclamó Luisa, sorprendida por las palabras del pequeño. Antes de que Javier o cualquiera de sus dos hermanos pudiera contestar, oyeron la voz de su papá y se olvidaron del asunto, metiéndose entre las cobijas entre risas y simulando estar asustados. —Bueno, niños, que duerman. Nos vemos mañana —dijo Luisa al apagar la luz y oír las risas apagadas de lo