Cuando Luisa ingresó al estudio, después de llamar a la puerta y escuchar la voz de Mario, que le indicó que podía seguir, se encontró en medio de lo que parecía ser una capilla individual, dedicada a la imagen de la esposa fallecida de su jefe. Hacia donde mirase, veía alguna fotografía de una mujer joven que sonreía, ya fuera acompañada por los trillizos cuando eran unos bebés, o de su marido. Solo en algunas estaba sola y no se le veía igual de sonriente, aunque era tan bella que incluso triste se debía ver hermosa. —Pasa, Luisa, ya te estaba esperando —dijo Mario con el ánimo de alentar los pasos de la joven niñera, que parecía estar intimidada por su presencia. —Gracias, señor —respondió Luisa acercándose al escritorio de Mario, una imponente mole de caoba, con la cabeza algo inclinada, en posición de respeto por la memoria de la mujer que ese lugar conmemoraba. —¿Ya los pequeños están dormidos? —preguntó Mario después de levantarse de la silla desde la que dominaba el estudio
Al día siguiente, Viviana se alistó, junto con los trillizos, para ir con Mario a su empresa. —Debes ser muy juiciosa, y hacer todo lo que el señor te diga, ¿me lo prometes? —advirtió Luisa a su hermana cuando terminaba de peinarla, pero pese a que Viviana asintió con la cabeza, Luisa logró ver, a través del espejo, que el rostro de su hermanita no la convencía.«Si llega a portarse mal con Mario o a desesperarlo con alguna de sus protestas, será nuestro fin. No solo Viviana habrá arruinado una excelente oportunidad, que quizá nunca se repita en su vida, sino que incluso podría alentar que me despidan antes incluso de cumplir el mes», pensó Luisa al darse cuenta de que quizá la idea de que Viviana fuera a la empresa con Mario era una pésima idea.«Debí haberme inventado algo para negarme. Confiar en que Viviana, con su trastorno, se comporte como una niña normal de su edad, es como esperar que un jugo abierto no se derrame al interior de una mochila».Pero ya era demasiado tarde para
Al regresar a la mansión, Luisa no dejaba de pensar en cómo le estaría yendo a su hermana y en el error que había cometido dejándola con Mario, en su empresa. Con las uñas a medio morder, Luisa no resistió mucho más la incertidumbre y revisaba su celular cada dos o tres minutos, a la espera de cualquier llamada o mensaje avisándole que debía regresar y encargarse de Viviana, porque estaba por destruir la compañía y, pese a la gran paciencia de Mario, el CEO estaba que ahorcaba a la niña. «¡Pero qué tonta soy!», pensó Luisa luego de haber regresado a la mansión y mientras arreglaba su habitación. «¿Cómo van a contactarme si ni siquiera tienen mi número? Seguro ya lo han intentado, pero no tienen forma de hacerlo. Debería llamar y avisarle a alguna secretaria que soy la niñera del CEO, bueno, la niñera de los trillizos del CEO, no la de él, y que si pasa algo con Viviana… ¿pero sí me reconocerá? ¿sabrá quién soy? ¿Y si llamo y lo que hago es interrumpir una reunión o junta importante?
Luisa ya estaba acostando a los trillizos cuando reconoció la voz de su hermana y tuvo que controlar a los tres pequeños para que no salieran de la habitación con la intención de saludar a Viviana. —Mañana la podrán ver —dijo Luisa en el momento en que se interpuso entre los tres hermanos y la puerta de la alcoba—. Ahora deben descansar, o no habrá quién sea capaz de levantarlos mañana.—Pero… —Iba a protestar Jacob cuando su mirada se cruzó con la de Luisa que, pese a que lo seguía mirando con cariño, también lo hizo con cierta rudeza. —Te pareces a mi mamá —dijo Javier, que había estado a un paso de levantarse de la cama.—¿Qué? —exclamó Luisa, sorprendida por las palabras del pequeño. Antes de que Javier o cualquiera de sus dos hermanos pudiera contestar, oyeron la voz de su papá y se olvidaron del asunto, metiéndose entre las cobijas entre risas y simulando estar asustados. —Bueno, niños, que duerman. Nos vemos mañana —dijo Luisa al apagar la luz y oír las risas apagadas de lo
Mario cerró la puerta de la habitación cuando Luisa salió, para así no hacer ruido a Viviana. —Hablé con la niñera titular, Rebeca —dijo Mario, con el hombro recostado en la pared del pasillo de las habitaciones—. Todavía necesita de cuatro semanas para recuperarse del todo. Pese a que era una noticia que beneficiaba a Luisa, que sintió que volvía a respirar, no pudo dejar de sentirse mal por su colega. —¿Es muy grave lo que tiene? Mario negó con la cabeza. —No, en realidad solo necesita descanso y recuperarse, para evitar una infección, porque tuvieron que extraerle las amígdalas, así que le aconsejé que se tomara ese tiempo. Luisa recordó que había tenido a una amiga que también debió recuperarse tras una amigdalitis, pero no le había tomado más de quince días hacerlo y no dejó de resultarle extraño que Mario le hubiera pedido a Rebeca que se tomara hasta cuatro semanas. —¿Entonces, sobre mañana…? —preguntó Mario. —¿Mañana? —exclamó Luisa, del todo distraída. Mario sonri
Esa noche, Luisa no pudo dormir, las mariposas en su estómago no la dejaban en paz y, a la vez, creía que, si se dormía, no tardaría en sentir las heladas manos de la esposa difunta de Mario tomándola por las pantorrillas. —¡Deja en paz a mi esposo! —diría el espectro a Luisa mientras le tapaba la boca para que no pudiera gritar y, aterrorizada, la joven creería estarse viendo a sí misma mientras intentaba llamar la atención de su hermano, que dormía a su lado, pero la cama era tan grande que, incluso con su brazo estirado, Luisa no alcanzaba a rozar el hombro de Viviana— ¡Y a mis hijos! ¡No te metas con mis hijos! ¡Nadie puede reemplazar a la señora de la casa, nadie, muchachita impetuosa! Luisa se despertó con una terrible sensación de ahogo en el pecho y el sonido de la alarma del despertador retumbando en su cabeza, a la vez que una voz gutural y siniestra la llamaba por su nombre. —¡Lu, Lu, Lu, Lu! Al abrir los ojos y volver a la realidad, Luisa vio a Viviana presionándole e
Con el corazón dando tumbos, Luisa llegó a la empresa de Mario, contando los minutos para poder regresar y recoger a los trillizos, que estaban a menos de una hora de salir del colegio. —Buenas tardes, señorita —saludó Luisa en la recepción de la empresa—. Estoy buscando al señor Mario Aristizábal. ¡Es urgente, por favor!La recepcionista miró a Luisa de arriba a abajo, como si se hubiera topado con una loca recién escapada de un sanatorio.—Y a mí me gustaría conocer a Brad Pitt y casarme con él. ¡También es urgente! —Se burló la recepcionista.Luisa no entendió a qué se refería la recepcionista hasta que cayó en cuenta de que nadie en la empresa la conocía, ni siquiera la habían visto y mucho menos iban a llevarla con Mario por el solo hecho de presentarse en la recepción y solicitarlo. «Pero no por eso, debería esta joven ser así de mala conmigo», pensó Luisa mientras se sonrojaba al escuchar que la recepcionista compartía la broma con su compañera.—Mira, entiendo que no me cono
El auto llegó al colegio de los trillizos faltando un minuto para que sonara el timbre de salida y Luisa sintió que el corazón volvía a ocupar su lugar.—¿Lu, te puedo hacer una pregunta? —dijo Viviana cuando los trillizos estaban por entrar al auto. Luego de abrir la puerta del auto a los tres pequeños, Luisa vio, por el brillo de la mirada de su hermana, que Viviana quería preguntarle algo concerniente a Mario.—Más tarde, Vivi. ¿Ahora por qué no vamos por un helado, les parece, chicos? La algarabía de una invitación a comer helado debía ser suficiente para que Viviana se distrajera, e incluso olvidara, lo que quizá había alcanzado a ver hacía un momento, en la empresa.«Y de lo que estoy más que arrepentida, porque no me corresponde a mí ser la mujer que reemplace a la señora», pensó Luisa cuando forzaba una sonrisa con la que respondía a la pregunta de los trillizos sobre la invitación a comer helado.—Pero me prometen que después hacemos juiciosos las tareas, ¿está bien?Los tr