Cuando el reloj marcó las seis de la tarde, Luisa todavía no se había decidido si debía o no aceptar la invitación de Mario. Había varios factores en contra de la decisión, empezando porque no tenía un vestido adecuado para una gala de la altura que la invitación sugería, tampoco tenía tiempo para ir al salón de belleza a hacerse un peinado adecuado, y mucho menos dinero. Pero lo que más la restringía a inclinarse por aceptar la invitación era su decisión de no dejarse tentar por las insinuaciones de su jefe. «No he venido a tener romances, sino a trabajar y quizá tener la oportunidad de seguirlo haciendo, pero no a costa de ser la novia o amante de los niños a los que cuido», se dijo Luisa al tiempo que pasaba por el estudio, de donde sentía emanar la energía de la que fuera la señora de la casa.A favor de aceptar la invitación solo estaba la cordialidad y no hacer un desplante a Mario, de quien dependía no solo que conservara su trabajo, sino también una recomendación para quizá t
Los trillizos no tardaron en quedarse dormidos y cuando Luisa fue a acostar a su hermana, notó que, pese a que también estaba que se caía de sueño, algo la inquietaba.—¿Vas a salir esta noche con Mario? —preguntó Viviana a su hermana mientras se ponía el pijama. Luisa, que en ese momento se estaba cepillando los dientes, casi se atragantó con su propia saliva. Por un instante, pensó en mentir, ¿pero acaso podía en realidad hacerlo con una niña genio?—¿Cómo lo sabes? —preguntó Luisa con el único propósito de darse unos segundos.—Vi el vestido que Mario te dio, y es de los que se usan en la noche. Luego de enjuagarse la boca, Luisa salió del baño de la habitación y se acercó a la cama. —Sí, el señor Mario me ha invitado a que lo acompañe a un evento de caridad que tiene esta noche y, como no tiene con quién más ir, me ha pedido que vaya con él. —¿Y por eso te dio ese vestido tan hermoso?—¿Cómo sabes que es hermoso si ni siquiera lo he sacado de su bolsa?—Pero se ve hermoso —dij
A la salida de la mansión, Luisa vio un auto que entraba y la camioneta se detuvo para que Mario pudiera bajar el vidrio y saludar a su madre, que llegaba para hacerse cargo de los sus nietos.—Creo que solo nos veremos hasta mañana, mamá —dijo Mario tras un breve saludo a su madre—. Estaremos de vuelta pasada la medianoche. Aunque no alcanzó a verla bien, Luisa se llevó una impresión agradable de la mamá de Mario. —¿Vive con tu papá? —preguntó Luisa cuando la camioneta se puso de nuevo en marcha. Mario inclinó la mirada y pareció enterrarla en lo más bajo del suelo del vehículo. Al verlo, Luisa temió haber sido imprudente.—Mi papá nos dejó, a mi mamá y a mí, cuando a él dejó de irle tan bien —respondió Mario después de algunos segundos en silencio.—Lo siento, no quise…—No, Luisa, no tienes que disculparte por nada. De eso se trata esta salida, de conocernos mejor, ¿no te parece?Luis asintió, aunque también temió que, en cualquier momento, las preguntas recaerían sobre ella y
Decidida a que no podía continuar con esa situación sentimental que se estaba gestando, Luisa optó por erigir una muralla de hielo, y algo de indiferencia, en su relación con Mario. «Es mejor así, antes de que alguien pueda salir perjudicado con esto, en especial Viviana, porque de mi relación con Mario podría depender que ella tenga o no un futuro. Si lo va a tener en la empresa de Mario, o en donde sea, es mejor que no esté cimentado en que yo tenga o no una relación sentimental con mi jefe», pensó Luisa momentos antes de ver a Mario ese día, cuando escuchó que ya se acercaba al vestíbulo, en donde ella y los trillizos lo esperaban.—Buenos días, señor —saludó Luisa, con la mirada inclinada.—Buenos días, Luisa —respondió Mario, algo extrañado de que la niñera lo siguiera llamando de esa forma—. Buenos días, niños. Vivi. ¿Están ya todos listos?—Sí señor, pero quería preguntarle, si fuera posible, que yo llevara a los niños en otros vehículo…—¿En otro? —preguntó Mario, interrumpie
Como se estaba haciendo usual, después de arreglar su habitación y la de los trillizos, Luisa se acercó a la cocina para ayudarle a María con el almuerzo. Lo hacía no solo para pasar el tiempo hasta la hora de ir a recoger a los niños, sino también para aprender algo de cocina y hablar con alguien.—Te estaba esperando —dijo María cuando vio a Luisa entrar a la cocina—. ¿Cómo te fue ayer? Aunque con la cara que traes, cualquiera diría que acabas de regresar de un velorio.Luisa suspiró e intentó sonreír un poco, al menos para que algo de color natural llegara a su rostro. —¿Te puedo hacer una pregunta?María miró a Luisa con las cejas levantadas.—Sí, pero antes, ¿me ayudas con esa remolacha? Hay que lavarla y picarla, en cuadritos muy pequeños, lo más que puedas.Como si fuese una especie de autómata que acaba de salir del laboratorio de su creador, Luisa tomó la remolacha y se puso a hacer lo que María acababa de pedirle. —¿Ahora sí te lo puedo preguntar…?—¡Niña… a ver! Hace rat
Esa noche, Luisa creyó que tenía suerte porque para cuando los niños terminaron de cenar, Mario y su hermana no habían aún regresado, así que quizá podría acostarse, o al menos refugiarse en su habitación, antes de tener que ver a su jefe. «Y quizá traicionarme a mí misma, de la decisión que he tomado, porque cuando lo vea y él me hable, me diga cualquier cosa, se me acerque o siquiera me vea, me derrumbaré y otra vez me vea tentada a querer besarlo». Pero cuando cerró la habitación de los pequeños, después de desearles una feliz noche, su celular vibró con la entrada de un mensaje de Mario. El corazón de Luisa se aceleró antes de leer lo que decía, pero solo le estaba avisando que se había detenido en un restaurante a comer con Viviana y que confiaba en llegar en la próxima hora. Luisa sonrió, pero enseguida se reprochó el haberlo hecho. «No, debo tener un escudo de hielo y anteponerse entre él y yo, por mucho que me duela». Para darse algo más de ánimo, Luisa se acercó al est
Al entrar al estudio, la luz de una tarde que se aferraba a conceder al menos unos minutos de sol se filtraba por la amplia ventana, empapada por la lluvia que no había cesado en todo el día y que ahora formaba un prisma multicolor que se proyectó sobre el rostro de Luisa, confiriéndole el aura de un hada que, extraviada y entristecida, pareciera estar buscando regresar a su hogar. —¿Quieres algo de tomar? —preguntó Mario al pasar por delante del minibar. —No, gracias, señor —respondió Luisa, aún de pie, la mirada inclinada y las manos juntas sobre su regazo.—Siéntate, Luisa, te veo incómoda.Con el corazón comprimido porque sabía que iba a necesitar de toda su fuerza de voluntad para resistirse a Mario, Luisa pasó saliva, levantó la mirada y, fijándola en uno de los cientos de retratos de la esposa fallecida de su jefe que rodeaban el estudio, dijo estar bien.—Porque no me va a demorar, ¿cierto, señor?Mario terminó de servirse un whisky antes de contestar.—Debemos tomar una de
Alertada quizá por alguno de los trabajadores de la mansión sobre la llegada de una niñera sustituta que bien podía competirle, sino quitarle, sus posibilidades con Mario Aristizábal, Rebeca regresó a trabajar el lunes, momentos antes de que Luisa saliera con los trillizos hacia el colegio. Luisa supo que era ella tan pronto la vio bajarse del taxi que la llevó a la mansión. Era una mujer de alrededor de veinticinco años, muy elegante, quizá demasiado para ser una niñera. Vestía una falda tipo bandage, que cubría muy poco de sus piernas, largas, delgadas, ejercitadas y bronceadas, que iniciaban en un muy torneado y levantado trasero que quizá había recibido la ayuda de un bisturí para lograr su redondeado perfecto. La simetría entre las caderas, el abdomen y el busto también daba la impresión de haber sido fabricada entre extenuantes sesiones de gimnasio y uno o dos pasos por el quirófano de un especialista y, aunque su rostro no era bello, tampoco podía considerarse feo, o al menos