Esa noche, Luisa creyó que tenía suerte porque para cuando los niños terminaron de cenar, Mario y su hermana no habían aún regresado, así que quizá podría acostarse, o al menos refugiarse en su habitación, antes de tener que ver a su jefe. «Y quizá traicionarme a mí misma, de la decisión que he tomado, porque cuando lo vea y él me hable, me diga cualquier cosa, se me acerque o siquiera me vea, me derrumbaré y otra vez me vea tentada a querer besarlo». Pero cuando cerró la habitación de los pequeños, después de desearles una feliz noche, su celular vibró con la entrada de un mensaje de Mario. El corazón de Luisa se aceleró antes de leer lo que decía, pero solo le estaba avisando que se había detenido en un restaurante a comer con Viviana y que confiaba en llegar en la próxima hora. Luisa sonrió, pero enseguida se reprochó el haberlo hecho. «No, debo tener un escudo de hielo y anteponerse entre él y yo, por mucho que me duela». Para darse algo más de ánimo, Luisa se acercó al est
Al entrar al estudio, la luz de una tarde que se aferraba a conceder al menos unos minutos de sol se filtraba por la amplia ventana, empapada por la lluvia que no había cesado en todo el día y que ahora formaba un prisma multicolor que se proyectó sobre el rostro de Luisa, confiriéndole el aura de un hada que, extraviada y entristecida, pareciera estar buscando regresar a su hogar. —¿Quieres algo de tomar? —preguntó Mario al pasar por delante del minibar. —No, gracias, señor —respondió Luisa, aún de pie, la mirada inclinada y las manos juntas sobre su regazo.—Siéntate, Luisa, te veo incómoda.Con el corazón comprimido porque sabía que iba a necesitar de toda su fuerza de voluntad para resistirse a Mario, Luisa pasó saliva, levantó la mirada y, fijándola en uno de los cientos de retratos de la esposa fallecida de su jefe que rodeaban el estudio, dijo estar bien.—Porque no me va a demorar, ¿cierto, señor?Mario terminó de servirse un whisky antes de contestar.—Debemos tomar una de
Alertada quizá por alguno de los trabajadores de la mansión sobre la llegada de una niñera sustituta que bien podía competirle, sino quitarle, sus posibilidades con Mario Aristizábal, Rebeca regresó a trabajar el lunes, momentos antes de que Luisa saliera con los trillizos hacia el colegio. Luisa supo que era ella tan pronto la vio bajarse del taxi que la llevó a la mansión. Era una mujer de alrededor de veinticinco años, muy elegante, quizá demasiado para ser una niñera. Vestía una falda tipo bandage, que cubría muy poco de sus piernas, largas, delgadas, ejercitadas y bronceadas, que iniciaban en un muy torneado y levantado trasero que quizá había recibido la ayuda de un bisturí para lograr su redondeado perfecto. La simetría entre las caderas, el abdomen y el busto también daba la impresión de haber sido fabricada entre extenuantes sesiones de gimnasio y uno o dos pasos por el quirófano de un especialista y, aunque su rostro no era bello, tampoco podía considerarse feo, o al menos
Con una taza de café entre sus manos, Luisa escuchó lo que María tenía por decirle o, mejor dicho, reprocharle. —Lo que más me duele son los niños —dijo la cocinera—. ¿Es que no pensaste en ellos? Mira, en solo dos semanas, esos niños se habían transformado, de la Tierra al Cielo, y fue por ti. Ahora que ha regresado esa bruja, te vas a enterar de cómo sus calificaciones van a bajar, volverán a tener problemas en la escuela, mojarán su cama y no querrán comer más que dulces, pizza y hamburguesas, como era hasta antes de tu llegada. Luisa no quiso responder, pero su decisión también había contemplado a los niños, aunque por razones muy distintas a las que María estaba considerando.«Sí pensé en ellos, fue una de las principales razones para decidir que mi presencia en la mansión debía llegar a su fin. Si no me alejo ahora, después sufrirán mucho más, porque, si llegaban a ilusionarse con que yo sería su mamá, podrían llegar a perder a una segunda madre».—Ya la decisión está tomada
Fue una espera larga y tensa, en la que la casa, pese a sus gigantescas proporciones, parecía dividida en dos partes muy pequeñas. Una, ocupada por Rebeca y su aura, en los pasillos de las habitaciones y gran parte del segundo piso; la otra, con el centro en la cocina, era la de Luisa y María, que vigilaban el primer piso y las salidas de la casa. —¿Quién irá por los niños? —preguntó Luisa mientras almorzaba en la cocina, con María, que pese a haber ofrecido un plato a Rebeca, ella se negó a recibirlo, por temor a que se lo hubiera escupido. “Pues tendrá que empezar a comer por fuera, porque pienso, en adelante, hacerle creer que se los he escupido todos”, dijo en su momento María a Luisa.—Debería ir ella, ya que se ha posesionado de nuevo como niñera.—Y si, llegada la hora, ¿no lo hace?María torció los labios.—¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que no va a hacerlo?Luisa asintió.—Tengo el presentimiento de que va a querer usar a los niños como campo de batalla.—Y lo va a hacer, por
—Quiero una explicación de lo que está pasando aquí —dijo Mario al ver que ninguna de las dos mujeres se atrevía a tomar la palabra—. ¿Rebeca?La aludida suspiró, como si la mención de su nombre le hubiera quitado un peso de encima.—Estábamos coordinando la elaboración de la cartelera de los trillizos, señor —dijo Rebeca con los brazos cruzados sobre su pecho y haciéndose a un costado de los tres pequeños, que seguían pegados a las caderas de Luisa.—¡Eso no es verdad! —exclamó Javier, dando un paso adelante, en dirección a su papá— Solo Luisa nos estaba ayudando.Mario puso su mano sobre los delgados hombros de su hijo, para tranquilizarlo, porque ya veía venir la afluencia de gritos y protestas de sus hermanos.—Bien, bueno, no importa si Luisa les estaba o no ayudando antes de la llegada de Rebeca —dijo Mario con sus ojos claros sumergidos en la mirada de Luisa, que por un momento se sintió satisfecha por el apoyo que le dieron los trillizos, pero ahora se veía contrariada por las
Después de la interrupción, Mario insistió en lo que le había preguntado a Luisa. Deseaba saber, ahora que estaban libres de la relación laboral que quizá los incomodaba para sincerarse, si ella quería darle una oportunidad a lo que sentían el uno por el otro. —Dame un tiempo, Mario —contestó Luisa—. Dame un tiempo para pensar, para haber salido de la casa y para aclarar las cosas.—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —preguntó Mario, con cierto brillo de tristeza en sus ojos porque había confiado en que Luisa le abriría su corazón esa misma noche. No creyó que le iba a pedir un tiempo para pensarlo. —Sí, Mario, lo estoy. Eso es lo que quiero ahora, porque…Los trillizos llegaron a la sala de estar con el propósito de mostrarle a la pareja su cartelera, interrumpiendo a Luisa con su algarabía.—Les ha quedado muy bien. —Los felicitó Mario, que debió morderse la lengua para no gritarlos por haber interrumpido las palabras de Luisa, que en ese momento las sentía tan necesarias
Dos días después de haberse despedido de su trabajo en la mansión, Luisa consideró pertinente escribir a Mario para tener noticias sobre su hermana, a la que no había llamado por temor a la última amenaza que Rebeca le había hecho. Lo que menos deseaba en ese momento era que la “institutriz” pudiera vengarse de su intromisión en los asuntos de la casa haciendo algo en contra de su hermana, que estaba demasiado pequeña para poderse defender de los abusos que Rebeca pudiera querer dirigir contra ella. »Mario, buenos días. Espero no molestarte y contéstame solo cuando estés desocupado, no hay prisa. Solo quería preguntarte por Viviana, cómo ha estado ella y si ya han iniciado su proceso de matrícula en el nuevo colegio.Pese a la sugerencia de Luisa, Mario no tardó en responder más que un minuto.»Luisa, cómo has estado tú? Te he pensado mucho y ya se me hace una eternidad desde que te fuiste. Qué pasó esa noche? Me pareció que discutieron con Rebeca o fue idea mía? Por favor cuéntame.