Fue una espera larga y tensa, en la que la casa, pese a sus gigantescas proporciones, parecía dividida en dos partes muy pequeñas. Una, ocupada por Rebeca y su aura, en los pasillos de las habitaciones y gran parte del segundo piso; la otra, con el centro en la cocina, era la de Luisa y María, que vigilaban el primer piso y las salidas de la casa. —¿Quién irá por los niños? —preguntó Luisa mientras almorzaba en la cocina, con María, que pese a haber ofrecido un plato a Rebeca, ella se negó a recibirlo, por temor a que se lo hubiera escupido. “Pues tendrá que empezar a comer por fuera, porque pienso, en adelante, hacerle creer que se los he escupido todos”, dijo en su momento María a Luisa.—Debería ir ella, ya que se ha posesionado de nuevo como niñera.—Y si, llegada la hora, ¿no lo hace?María torció los labios.—¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que no va a hacerlo?Luisa asintió.—Tengo el presentimiento de que va a querer usar a los niños como campo de batalla.—Y lo va a hacer, por
—Quiero una explicación de lo que está pasando aquí —dijo Mario al ver que ninguna de las dos mujeres se atrevía a tomar la palabra—. ¿Rebeca?La aludida suspiró, como si la mención de su nombre le hubiera quitado un peso de encima.—Estábamos coordinando la elaboración de la cartelera de los trillizos, señor —dijo Rebeca con los brazos cruzados sobre su pecho y haciéndose a un costado de los tres pequeños, que seguían pegados a las caderas de Luisa.—¡Eso no es verdad! —exclamó Javier, dando un paso adelante, en dirección a su papá— Solo Luisa nos estaba ayudando.Mario puso su mano sobre los delgados hombros de su hijo, para tranquilizarlo, porque ya veía venir la afluencia de gritos y protestas de sus hermanos.—Bien, bueno, no importa si Luisa les estaba o no ayudando antes de la llegada de Rebeca —dijo Mario con sus ojos claros sumergidos en la mirada de Luisa, que por un momento se sintió satisfecha por el apoyo que le dieron los trillizos, pero ahora se veía contrariada por las
Después de la interrupción, Mario insistió en lo que le había preguntado a Luisa. Deseaba saber, ahora que estaban libres de la relación laboral que quizá los incomodaba para sincerarse, si ella quería darle una oportunidad a lo que sentían el uno por el otro. —Dame un tiempo, Mario —contestó Luisa—. Dame un tiempo para pensar, para haber salido de la casa y para aclarar las cosas.—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —preguntó Mario, con cierto brillo de tristeza en sus ojos porque había confiado en que Luisa le abriría su corazón esa misma noche. No creyó que le iba a pedir un tiempo para pensarlo. —Sí, Mario, lo estoy. Eso es lo que quiero ahora, porque…Los trillizos llegaron a la sala de estar con el propósito de mostrarle a la pareja su cartelera, interrumpiendo a Luisa con su algarabía.—Les ha quedado muy bien. —Los felicitó Mario, que debió morderse la lengua para no gritarlos por haber interrumpido las palabras de Luisa, que en ese momento las sentía tan necesarias
Dos días después de haberse despedido de su trabajo en la mansión, Luisa consideró pertinente escribir a Mario para tener noticias sobre su hermana, a la que no había llamado por temor a la última amenaza que Rebeca le había hecho. Lo que menos deseaba en ese momento era que la “institutriz” pudiera vengarse de su intromisión en los asuntos de la casa haciendo algo en contra de su hermana, que estaba demasiado pequeña para poderse defender de los abusos que Rebeca pudiera querer dirigir contra ella. »Mario, buenos días. Espero no molestarte y contéstame solo cuando estés desocupado, no hay prisa. Solo quería preguntarte por Viviana, cómo ha estado ella y si ya han iniciado su proceso de matrícula en el nuevo colegio.Pese a la sugerencia de Luisa, Mario no tardó en responder más que un minuto.»Luisa, cómo has estado tú? Te he pensado mucho y ya se me hace una eternidad desde que te fuiste. Qué pasó esa noche? Me pareció que discutieron con Rebeca o fue idea mía? Por favor cuéntame.
Convencida de que lo mejor era dejar pasar el tiempo para que se calmaran las preocupaciones que Rebeca tenía contra ella, Luisa recibió con agrado la invitación que le hicieran los Amaya para que, dado que no tenía planes para el fin de semana, los acompañara a pasar unos días en la casa vacacional de la familia.—Desde luego que te pagaríamos esos días, Luisa —dijo la señora Amaya cuando hizo la propuesta a la joven—. Así que anímate.La idea de pasar un fin de semana fuera de la ciudad, con todos los gastos cubiertos y que además le pagaran por ir, no podía sonar mejor.«Y así al menos estoy distraída y no me pasaré el día con el celular en la mano, atormentada, pensando en si debo o no escribirle a Mario».Luisa aceptó sin pensarlo dos veces, aunque no dejó de sentirse mal porque sí iba a viajar con los Amaya, y no con su hermana, los trillizos y Mario, que fueron los primeros en haberle extendido la invitación. En los días siguientes, pese a que no lograba sacarse a su hermana y
Sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, además de abochornada por el hecho de que acababa de ser descubierta en su mentira, Luisa quería atravesar la ventana en donde su reflejo había estado dando vueltas, mirándose de varios perfiles con su nueva ropa. —No creí que fuera a encontrarte aquí —dijo Mario, que parecía estar solo.«Y yo, con la última persona que hubiera querido encontrarme hoy, es contigo».—Oh, bueno, es que… —balbuceó Luisa, sin saber qué inventarse.—Estás preciosa, Luisa. ¿Ese vestido es nuevo? Te queda muy bien.—Ah… ¿te gusta? Bueno, la verdad es que…En ese momento la señora Amaya salió de la farmacia y reconoció a Mario.—Señor Aristizábal. Pero qué sorpresa verlo hoy por aquí. ¿Está con sus niños?Mario giró la mirada hacia la señora Amaya, aunque le costó un poco desprenderse del estado de hipnosis en que lo había dejado Luisa.—Sí, sí, ¿cómo está, señora? ¿Los niños? Ah, sí, los niños. Ellos están a unas cuadras de aquí, comiendo un helado con su niñe…
Eran casi las nueve y Luisa todavía no terminaba de arreglarse. Se había atrasado intentando dormir a los niños, pese a que la señora Amaya le insistió en que lo haría ella, pero Luisa no creía conveniente que, aparte de haberle comprado un vestido muy costoso, la señora tuviera que también encargarse de una labor que era propia de ella. —El señor Aristizábal va a llegar en cualquier momento y no sería conveniente que, aparte de hacerte esta invitación especial tenga que esperarte —dijo la señora Amaya cuando descubrió a Luisa leyendo un cuento para dormir a los dos pequeños—. Ve a cambiarte y maquillarte de una vez. No seas necia. Ante la insistencia de su jefe y luego de haberle dicho, mientras compraban el vestido, que Mario quizá tenía un interés en ella, Luisa se decidió a hacerle caso a la señora Amaya, pero cuando estaba por terminar de arreglarse, cayó en cuenta que le estaba pasando lo mismo que cuando Mario le llevó el vestido para la noche en la filarmónica: no tenía unos
El auto de Mario recorrió las pintorescas calles del pueblo a una velocidad bastante prudente, que permitió a Luisa disfrutar de lo que parecía ser otro mundo, uno que, llegada la noche, se adueñaba del lugar. A las costosas tiendas de ropa, joyerías, heladerías y farmacias las habían reemplazado exóticos y muy atractivos restaurantes, de los que emanaban los aromas del mar junto con el de leños encendidos; bares de los que salían risas moderadas, la música de bailes tropicales y caribeños, junto con un rocío dulzón de anís, ron y cerveza. Para la joven, cualquiera de los lugares que veía le parecía genial y hubiera querido bajarse en auto y entrar de inmediato al primero al que la llevaban sus ojos.—Estos lugares se ven todos muy hermosos —dijo Luisa sin atreverse siquiera a pestañear para no perder detalle de ninguno de los lugares por los que pasaban.—¿Tienes hambre? —preguntó Mario.—Oh, no, no lo digo por eso, es solo que…—¿Te gusta la comida de mar?Luisa se sintió acunada po