Dos días después de haberse despedido de su trabajo en la mansión, Luisa consideró pertinente escribir a Mario para tener noticias sobre su hermana, a la que no había llamado por temor a la última amenaza que Rebeca le había hecho. Lo que menos deseaba en ese momento era que la “institutriz” pudiera vengarse de su intromisión en los asuntos de la casa haciendo algo en contra de su hermana, que estaba demasiado pequeña para poderse defender de los abusos que Rebeca pudiera querer dirigir contra ella. »Mario, buenos días. Espero no molestarte y contéstame solo cuando estés desocupado, no hay prisa. Solo quería preguntarte por Viviana, cómo ha estado ella y si ya han iniciado su proceso de matrícula en el nuevo colegio.Pese a la sugerencia de Luisa, Mario no tardó en responder más que un minuto.»Luisa, cómo has estado tú? Te he pensado mucho y ya se me hace una eternidad desde que te fuiste. Qué pasó esa noche? Me pareció que discutieron con Rebeca o fue idea mía? Por favor cuéntame.
Convencida de que lo mejor era dejar pasar el tiempo para que se calmaran las preocupaciones que Rebeca tenía contra ella, Luisa recibió con agrado la invitación que le hicieran los Amaya para que, dado que no tenía planes para el fin de semana, los acompañara a pasar unos días en la casa vacacional de la familia.—Desde luego que te pagaríamos esos días, Luisa —dijo la señora Amaya cuando hizo la propuesta a la joven—. Así que anímate.La idea de pasar un fin de semana fuera de la ciudad, con todos los gastos cubiertos y que además le pagaran por ir, no podía sonar mejor.«Y así al menos estoy distraída y no me pasaré el día con el celular en la mano, atormentada, pensando en si debo o no escribirle a Mario».Luisa aceptó sin pensarlo dos veces, aunque no dejó de sentirse mal porque sí iba a viajar con los Amaya, y no con su hermana, los trillizos y Mario, que fueron los primeros en haberle extendido la invitación. En los días siguientes, pese a que no lograba sacarse a su hermana y
Sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, además de abochornada por el hecho de que acababa de ser descubierta en su mentira, Luisa quería atravesar la ventana en donde su reflejo había estado dando vueltas, mirándose de varios perfiles con su nueva ropa. —No creí que fuera a encontrarte aquí —dijo Mario, que parecía estar solo.«Y yo, con la última persona que hubiera querido encontrarme hoy, es contigo».—Oh, bueno, es que… —balbuceó Luisa, sin saber qué inventarse.—Estás preciosa, Luisa. ¿Ese vestido es nuevo? Te queda muy bien.—Ah… ¿te gusta? Bueno, la verdad es que…En ese momento la señora Amaya salió de la farmacia y reconoció a Mario.—Señor Aristizábal. Pero qué sorpresa verlo hoy por aquí. ¿Está con sus niños?Mario giró la mirada hacia la señora Amaya, aunque le costó un poco desprenderse del estado de hipnosis en que lo había dejado Luisa.—Sí, sí, ¿cómo está, señora? ¿Los niños? Ah, sí, los niños. Ellos están a unas cuadras de aquí, comiendo un helado con su niñe…
Eran casi las nueve y Luisa todavía no terminaba de arreglarse. Se había atrasado intentando dormir a los niños, pese a que la señora Amaya le insistió en que lo haría ella, pero Luisa no creía conveniente que, aparte de haberle comprado un vestido muy costoso, la señora tuviera que también encargarse de una labor que era propia de ella. —El señor Aristizábal va a llegar en cualquier momento y no sería conveniente que, aparte de hacerte esta invitación especial tenga que esperarte —dijo la señora Amaya cuando descubrió a Luisa leyendo un cuento para dormir a los dos pequeños—. Ve a cambiarte y maquillarte de una vez. No seas necia. Ante la insistencia de su jefe y luego de haberle dicho, mientras compraban el vestido, que Mario quizá tenía un interés en ella, Luisa se decidió a hacerle caso a la señora Amaya, pero cuando estaba por terminar de arreglarse, cayó en cuenta que le estaba pasando lo mismo que cuando Mario le llevó el vestido para la noche en la filarmónica: no tenía unos
El auto de Mario recorrió las pintorescas calles del pueblo a una velocidad bastante prudente, que permitió a Luisa disfrutar de lo que parecía ser otro mundo, uno que, llegada la noche, se adueñaba del lugar. A las costosas tiendas de ropa, joyerías, heladerías y farmacias las habían reemplazado exóticos y muy atractivos restaurantes, de los que emanaban los aromas del mar junto con el de leños encendidos; bares de los que salían risas moderadas, la música de bailes tropicales y caribeños, junto con un rocío dulzón de anís, ron y cerveza. Para la joven, cualquiera de los lugares que veía le parecía genial y hubiera querido bajarse en auto y entrar de inmediato al primero al que la llevaban sus ojos.—Estos lugares se ven todos muy hermosos —dijo Luisa sin atreverse siquiera a pestañear para no perder detalle de ninguno de los lugares por los que pasaban.—¿Tienes hambre? —preguntó Mario.—Oh, no, no lo digo por eso, es solo que…—¿Te gusta la comida de mar?Luisa se sintió acunada po
Simulando que hacía fila para obtener una mesa, Rebeca siguió con la mirada a la pareja y vio que, después de haberse besado dos veces, ahora compartía la entrada de rollitos como dos enamorados, bebía vino y hablaba entre sonrisas y coqueteos sobre cuál era la mejor opción del menú que el mesero acababa de pasarles.«¡Me provocan náuseas!», pensó Rebeca mientras se hacía una idea de lo que podía hacer para arruinar a Luisa. «No es justo, no es para nada justo que ella sí haya conseguido llamar la atención de Mario en las pocas semanas que me estuvo reemplazando, mientras que yo, que llevo algunos años, no he logrado siquiera que se fije en los implantes que me puse. Pero esto no va a seguir así y es un llamado de atención para que actúe de inmediato, sin perder más tiempo en coqueteos en los que él ni siquiera se percata y que lo haga de forma más drástica».—Señorita, ¿viene sola? —preguntó el maitre a Rebeca, sacándola de sus pérfidas divagaciones.—¿Qué? Ah, no, ¿cómo se le ocurre
La pareja no tardó mucho más en salir, ajena al hecho de que, la mujer que se suponía que debía estar cuidando a los trillizos, estaba a sus espaldas y conspiraba para separarlos desde el mismo momento en que se habían prometido estar juntos.—¿Crees estar en condiciones para bailar? —preguntó Mario a Luisa cuando pidieron al valet que les consiguiera un taxi.—Yo lo estoy, pero dudo mucho que tú lo estés —respondió Luisa casi queriéndose arrojar al pecho de Mario porque se sentía bastante mareada con todo el vino que habían bebido.—Fueron dos botellas, Lu —dijo Mario—. Tal vez tú no lo notas, pero yo sí te veo dando tumbos. Salir del área VIP no fue ningún problema y oculta entre las personas que se arremolinaban sobre la barra del bar, Rebeca observó el momento en que la pareja regresó a su mesa, tomados de la mano, sudorosos y felices. Sin atreverse siquiera a pestañear, los ojos de Rebeca siguieron el trayecto de la copa de Mario hasta sus labios y con una sonrisa que bien hubiera podido producir incluso un escalofrío al Joker, lo observó tomar la champaña como si fuese un refresco para niños. «Excelente, excelente. Ahora solo me resta esperar», se dijo a sí misma Rebeca mientras sacaba el celular de su bolso. —Pensé que la recogería con su esposo —dijo el taxista que con tanta fidelidad había servido a Rebeca esa noche, convencido de que obraba por una causa justa al ayudar a una mujer que solo pretendía arrebatar de las garras de una amante al hombre que era suyo por el derecho del matrimonio—. ¿Qué ha pasado con él? ¿Lo ha dejado drogado?Rebeca suspiró.—Se ha tomado todo el contenido del sobre Zombie