La pareja no tardó mucho más en salir, ajena al hecho de que, la mujer que se suponía que debía estar cuidando a los trillizos, estaba a sus espaldas y conspiraba para separarlos desde el mismo momento en que se habían prometido estar juntos.—¿Crees estar en condiciones para bailar? —preguntó Mario a Luisa cuando pidieron al valet que les consiguiera un taxi.—Yo lo estoy, pero dudo mucho que tú lo estés —respondió Luisa casi queriéndose arrojar al pecho de Mario porque se sentía bastante mareada con todo el vino que habían bebido.—Fueron dos botellas, Lu —dijo Mario—. Tal vez tú no lo notas, pero yo sí te veo dando tumbos. Salir del área VIP no fue ningún problema y oculta entre las personas que se arremolinaban sobre la barra del bar, Rebeca observó el momento en que la pareja regresó a su mesa, tomados de la mano, sudorosos y felices. Sin atreverse siquiera a pestañear, los ojos de Rebeca siguieron el trayecto de la copa de Mario hasta sus labios y con una sonrisa que bien hubiera podido producir incluso un escalofrío al Joker, lo observó tomar la champaña como si fuese un refresco para niños. «Excelente, excelente. Ahora solo me resta esperar», se dijo a sí misma Rebeca mientras sacaba el celular de su bolso. —Pensé que la recogería con su esposo —dijo el taxista que con tanta fidelidad había servido a Rebeca esa noche, convencido de que obraba por una causa justa al ayudar a una mujer que solo pretendía arrebatar de las garras de una amante al hombre que era suyo por el derecho del matrimonio—. ¿Qué ha pasado con él? ¿Lo ha dejado drogado?Rebeca suspiró.—Se ha tomado todo el contenido del sobre Zombie
Al levantarse, Luisa se percató de que la cabeza no le dolía tanto como había creído que pasaría. Con la mano en la frente y el calor de una mañana calurosa sobre su piel, lo primero en lo que pensó fue en el sabor de los besos de Mario y en la maravillosa noche que había pasado con él, solo eclipsada por… —¡El intento de robo! —exclamó Luisa, revolviendo las sábanas que la cubrían. Se levantó como si algo le hubiera pinchado las nalgas y dos segundos después ya estaba en el primer piso, en donde los Amaya y sus hijos estaban desayunando. —Ven, Lu, tenemos waffles y un café negro bien cargado —dijo la señora Amaya cuando sus ojos se encontraron con los de la niñera. Luisa saludó a la familia y se sentó entre los dos niños, que le pidieron que les cuchareara el cereal. —Pero niños, ya están muy grandes para eso —respondió Luisa con ternura—. ¿Qué les parece si más bien jugamos al ratón que encuentra su cueva? Entusiasmados por la propuesta de Luisa, los dos pequeños imaginaron q
Al escuchar que Mario se encontraba bien, Luisa se sintió tranquilizada, pero no pasó por alto el hecho de que él no hubiera querido, en ese momento, hablar con ella.—Me dijo que estaba ocupado con los niños —dijo la señora Amaya—. Pero que te llamaría más tarde. Ahora sí, cuéntame cómo les fue anoche.Aunque Luisa intentó simular su consternación con una sonrisa, lo cierto era que no había quedado convencida de que Mario estuviera ocupado con los trillizos, porque se suponía que Rebeca estaba con él, en la casa vacacional, para cuidarlos y si acaso era que estaba jugando o pasando el tiempo con ellos, era la oportunidad perfecta para habérselos pasado y que ella pudiera saludarlos.«Algo no está bien y sé que, quizá, tiene que ver con Rebeca y la cita de Mario conmigo, ¿pero qué podría ser?», pensó Luisa antes de responder a la pregunta de la señora Amaya, contándole que se había decidido a darse una oportunidad con su anterior jefe.—El señor Aristizábal es un hombre muy correcto y
El celular timbró por varios segundos antes de que Mario contestara. —¿Amor? Hola, ¿cómo estás? —saludó Luisa, dando dos pasos a un costado de la puerta del local de artesanías al que había entrado la señora Amaya y, viendo que ella se demoraba, la joven se decidió a llamar a Mario y desentrañar, de una vez, qué era lo que estaba ocurriendo, además de su extraño comportamiento de la noche anterior.—Lu, cariño, ¿cómo estás? Yo bien, ¿y tú? —respondió Mario, con cierto nerviosismo en su voz que Luisa detectó enseguida.—Bien, amor, muy bien, pero quería saber tú cómo estás. Ayer te portaste de una forma un tanto extraña, ¿lo recuerdas? —preguntó Luisa tras verificar que la señora Amaya todavía se demoraría algunos minutos más— ¿Te pasa algo? ¿Es un mal momento?Mario hubiera deseado decirle a Luisa que sí, que lo era, que era quizá uno de los peores momentos de su vida. —No, nada, Lu, cariño, no pasa nada extraño. ¿Por qué no más bien hablamos de ti? De cómo la pasaste anoche. ¿Te di
Mario llamó a la puerta de la habitación que ocupaba Viviana en la casa vacacional y la niña abrió luego de algunos segundos. Lo miró a los ojos, enfadada y después se dirigió hacia el fondo de la habitación, en donde estaba la cama. Allí se acostó de espaldas, mirando hacia la pared. —¿No quieres salir a desayunar con todos? Vamos a ir a comer afuera, ¿nos acompañas? —preguntó Mario sin saber cómo empezar la difícil conversación que tenía por delante con Viviana.La niña no respondió y pasados algunos segundos, Mario optó por sentarse en el borde de la cama.—¿Hay algo que moleste, Vivi? —preguntó Mario pese a saber la respuesta, pero necesitaba explorar qué tanto había visto Viviana y cuál era su reacción al respecto.—Pensé que te gustaba mi hermana —dijo la niña después de un largo silencio, todavía con los ojos anclados en la pared que tenía enfrente—. Ayer estabas con ella en una cita, ¿no?Mario se sorprendió con la respuesta de Viviana. No creyó que ella supiera que el había
Mientras desayunaban en un restaurante del pueblo, Mario recibió un mensaje de Luisa en su celular.»Me gustaría verte esta tarde, amor, antes de que el fin de semana termine. Puedo pasar a tu casa? Iré con lo niños, para que jueguen con los Javier, Jerónimo, Jacob y mi hermana, te parece?Con un largo suspiro, Mario demoró la respuesta a Luisa. Miró en dirección a Rebeca, que ahora actuaba como si fuera su esposa. Se había apersonado de pedir lo que iban a comer, estaba sentado al lado de Mario, a una distancia que sugería que eran una pareja en vacaciones con sus cuatro hijos y ahora que Mario había revisado la pantalla de su celular, parecía estar a solo un segundo de preguntarle quién le estaba escribiendo y qué decía, pero bastó con una dura y fría mirada para que Rebeca disimulara y se arrepintiera de lo que casi escapó de sus labios. «No puedo decirle a Luisa que no pase, sería no solo demasiado grosero sino también sospechoso. No tengo otra alternativa que averiguar lo que en
Como hubiera anunciado, Luisa llegó a la casa vacacional de Mario cuando la tarde todavía era joven. Venía acompañada por los dos hijos de los Amaya que, de inmediato, se juntaron con los trillizos y Viviana para jugar, mientras que la joven niñera se sentó en la sala de la casa junto a su novio. Rebeca, siguiendo sus líneas en la obra de teatro que estaba dispuesta a ejecutar, se quedó cuidando de los pequeños, apartada de los sucesos que acontecían en la primera planta.—Me gustaría que me hablaras más sobre mi comportamiento de anoche, cariño —dijo Mario después de haber elogiado el conjunto de veraneo que Luisa llevaba ese día y bajo el que lucía el vestido de baño con el que se había tomado la foto que envió en la mañana—. Tengo dudas al respecto, porque la verdad es que no recuerdo nada.Pese a que era un terreno algo escabroso y traicionero el que Mario había decidido tomar en la conversación, confiaba en las palabras de Rebeca y en que no volvería a mencionar la supuesta madru