Al escuchar que Mario se encontraba bien, Luisa se sintió tranquilizada, pero no pasó por alto el hecho de que él no hubiera querido, en ese momento, hablar con ella.—Me dijo que estaba ocupado con los niños —dijo la señora Amaya—. Pero que te llamaría más tarde. Ahora sí, cuéntame cómo les fue anoche.Aunque Luisa intentó simular su consternación con una sonrisa, lo cierto era que no había quedado convencida de que Mario estuviera ocupado con los trillizos, porque se suponía que Rebeca estaba con él, en la casa vacacional, para cuidarlos y si acaso era que estaba jugando o pasando el tiempo con ellos, era la oportunidad perfecta para habérselos pasado y que ella pudiera saludarlos.«Algo no está bien y sé que, quizá, tiene que ver con Rebeca y la cita de Mario conmigo, ¿pero qué podría ser?», pensó Luisa antes de responder a la pregunta de la señora Amaya, contándole que se había decidido a darse una oportunidad con su anterior jefe.—El señor Aristizábal es un hombre muy correcto y
El celular timbró por varios segundos antes de que Mario contestara. —¿Amor? Hola, ¿cómo estás? —saludó Luisa, dando dos pasos a un costado de la puerta del local de artesanías al que había entrado la señora Amaya y, viendo que ella se demoraba, la joven se decidió a llamar a Mario y desentrañar, de una vez, qué era lo que estaba ocurriendo, además de su extraño comportamiento de la noche anterior.—Lu, cariño, ¿cómo estás? Yo bien, ¿y tú? —respondió Mario, con cierto nerviosismo en su voz que Luisa detectó enseguida.—Bien, amor, muy bien, pero quería saber tú cómo estás. Ayer te portaste de una forma un tanto extraña, ¿lo recuerdas? —preguntó Luisa tras verificar que la señora Amaya todavía se demoraría algunos minutos más— ¿Te pasa algo? ¿Es un mal momento?Mario hubiera deseado decirle a Luisa que sí, que lo era, que era quizá uno de los peores momentos de su vida. —No, nada, Lu, cariño, no pasa nada extraño. ¿Por qué no más bien hablamos de ti? De cómo la pasaste anoche. ¿Te di
Mario llamó a la puerta de la habitación que ocupaba Viviana en la casa vacacional y la niña abrió luego de algunos segundos. Lo miró a los ojos, enfadada y después se dirigió hacia el fondo de la habitación, en donde estaba la cama. Allí se acostó de espaldas, mirando hacia la pared. —¿No quieres salir a desayunar con todos? Vamos a ir a comer afuera, ¿nos acompañas? —preguntó Mario sin saber cómo empezar la difícil conversación que tenía por delante con Viviana.La niña no respondió y pasados algunos segundos, Mario optó por sentarse en el borde de la cama.—¿Hay algo que moleste, Vivi? —preguntó Mario pese a saber la respuesta, pero necesitaba explorar qué tanto había visto Viviana y cuál era su reacción al respecto.—Pensé que te gustaba mi hermana —dijo la niña después de un largo silencio, todavía con los ojos anclados en la pared que tenía enfrente—. Ayer estabas con ella en una cita, ¿no?Mario se sorprendió con la respuesta de Viviana. No creyó que ella supiera que el había
Mientras desayunaban en un restaurante del pueblo, Mario recibió un mensaje de Luisa en su celular.»Me gustaría verte esta tarde, amor, antes de que el fin de semana termine. Puedo pasar a tu casa? Iré con lo niños, para que jueguen con los Javier, Jerónimo, Jacob y mi hermana, te parece?Con un largo suspiro, Mario demoró la respuesta a Luisa. Miró en dirección a Rebeca, que ahora actuaba como si fuera su esposa. Se había apersonado de pedir lo que iban a comer, estaba sentado al lado de Mario, a una distancia que sugería que eran una pareja en vacaciones con sus cuatro hijos y ahora que Mario había revisado la pantalla de su celular, parecía estar a solo un segundo de preguntarle quién le estaba escribiendo y qué decía, pero bastó con una dura y fría mirada para que Rebeca disimulara y se arrepintiera de lo que casi escapó de sus labios. «No puedo decirle a Luisa que no pase, sería no solo demasiado grosero sino también sospechoso. No tengo otra alternativa que averiguar lo que en
Como hubiera anunciado, Luisa llegó a la casa vacacional de Mario cuando la tarde todavía era joven. Venía acompañada por los dos hijos de los Amaya que, de inmediato, se juntaron con los trillizos y Viviana para jugar, mientras que la joven niñera se sentó en la sala de la casa junto a su novio. Rebeca, siguiendo sus líneas en la obra de teatro que estaba dispuesta a ejecutar, se quedó cuidando de los pequeños, apartada de los sucesos que acontecían en la primera planta.—Me gustaría que me hablaras más sobre mi comportamiento de anoche, cariño —dijo Mario después de haber elogiado el conjunto de veraneo que Luisa llevaba ese día y bajo el que lucía el vestido de baño con el que se había tomado la foto que envió en la mañana—. Tengo dudas al respecto, porque la verdad es que no recuerdo nada.Pese a que era un terreno algo escabroso y traicionero el que Mario había decidido tomar en la conversación, confiaba en las palabras de Rebeca y en que no volvería a mencionar la supuesta madru
Rebeca se encargó de que esa tarde Mario no lograra estar ni un segundo más a solas con Luisa y, aunque cumplió su promesa de no decir nada a la joven niñera, sobre lo que había pasado en la madrugada, logró que la pareja de novios se despidiera sin que Mario lograra confesarse ante Luisa.«Porque ella se va a enterar, Mario, eso sí te lo puedo asegurar, pero no será por tu boca que lo sepa, sino por la de la anormal de su hermana, que se encargará de sembrar la duda y, cuando ya la mosquita muerta esté emponzoñada con la intriga, entonces sí lo sabrá y por un medio muy distinto al de las palabras», pensó Rebeca mientras agitaba su mano para despedirse de Luisa y los hijos de los Amaya, subidos en el auto de la señora Amaya, que había pasado para recogerlos. «Qué hermoso
De regreso en la ciudad y a su vida ordinaria, Luisa pasó las siguientes semanas sintiéndose subida en una hermosa nube rosa que la paseaba. Su vida no podía ser más feliz. Estaba ganando muy buen dinero, más que suficiente para ahorrar con la mirada puesta en hacer una carrera en pedagogía; tenía un trabajo que disfrutaba, con unos jefes que la adoraban y unos niños que la consideraban su segunda mamá, su mejor amiga y hermana mayor; Mario la llamaba todos los días, o le escribía, y de vez en cuando un mensajera se presentaba en la puerta de la mansión de los Amaya con un arreglo de flores, una caja de chocolates, una cesta de quesos y vino o una invitación al cine, el teatro o un parque de diversiones; Viviana se había adaptado a su colegio muy bien y ya hablaba de algunos amigos. Todo parecía maravilloso, incluso Rebeca parecía haber desa
La mansión de Mario estaba a unas calles de la de la familia Amaya. Los celadores de la propiedad reconocieron a Luisa y la dejaron entrar después de que les dedicara una sonrisa amable, con la que ocultaba no solo el dolor que oprimía su corazón, sino también sus intenciones. Dos minutos después de haber atravesado la puerta de la propiedad, Luisa timbró en la entrada de la casa.—Señorita Luisa, buenas tardes, ¿en qué le puedo colaborar? —preguntó Alfredo con la chapa dorada todavía en la mano.—He venido por Viviana, por mi hermana. He venido a recogerla —dijo Luisa que, después de pensarlo solo unos segundos, y mientras caminaba en dirección a la mansión, había considerado que le debía ser suficiente con querer