Mario llamó a la puerta de la habitación que ocupaba Viviana en la casa vacacional y la niña abrió luego de algunos segundos. Lo miró a los ojos, enfadada y después se dirigió hacia el fondo de la habitación, en donde estaba la cama. Allí se acostó de espaldas, mirando hacia la pared. —¿No quieres salir a desayunar con todos? Vamos a ir a comer afuera, ¿nos acompañas? —preguntó Mario sin saber cómo empezar la difícil conversación que tenía por delante con Viviana.La niña no respondió y pasados algunos segundos, Mario optó por sentarse en el borde de la cama.—¿Hay algo que moleste, Vivi? —preguntó Mario pese a saber la respuesta, pero necesitaba explorar qué tanto había visto Viviana y cuál era su reacción al respecto.—Pensé que te gustaba mi hermana —dijo la niña después de un largo silencio, todavía con los ojos anclados en la pared que tenía enfrente—. Ayer estabas con ella en una cita, ¿no?Mario se sorprendió con la respuesta de Viviana. No creyó que ella supiera que el había
Mientras desayunaban en un restaurante del pueblo, Mario recibió un mensaje de Luisa en su celular.»Me gustaría verte esta tarde, amor, antes de que el fin de semana termine. Puedo pasar a tu casa? Iré con lo niños, para que jueguen con los Javier, Jerónimo, Jacob y mi hermana, te parece?Con un largo suspiro, Mario demoró la respuesta a Luisa. Miró en dirección a Rebeca, que ahora actuaba como si fuera su esposa. Se había apersonado de pedir lo que iban a comer, estaba sentado al lado de Mario, a una distancia que sugería que eran una pareja en vacaciones con sus cuatro hijos y ahora que Mario había revisado la pantalla de su celular, parecía estar a solo un segundo de preguntarle quién le estaba escribiendo y qué decía, pero bastó con una dura y fría mirada para que Rebeca disimulara y se arrepintiera de lo que casi escapó de sus labios. «No puedo decirle a Luisa que no pase, sería no solo demasiado grosero sino también sospechoso. No tengo otra alternativa que averiguar lo que en
Como hubiera anunciado, Luisa llegó a la casa vacacional de Mario cuando la tarde todavía era joven. Venía acompañada por los dos hijos de los Amaya que, de inmediato, se juntaron con los trillizos y Viviana para jugar, mientras que la joven niñera se sentó en la sala de la casa junto a su novio. Rebeca, siguiendo sus líneas en la obra de teatro que estaba dispuesta a ejecutar, se quedó cuidando de los pequeños, apartada de los sucesos que acontecían en la primera planta.—Me gustaría que me hablaras más sobre mi comportamiento de anoche, cariño —dijo Mario después de haber elogiado el conjunto de veraneo que Luisa llevaba ese día y bajo el que lucía el vestido de baño con el que se había tomado la foto que envió en la mañana—. Tengo dudas al respecto, porque la verdad es que no recuerdo nada.Pese a que era un terreno algo escabroso y traicionero el que Mario había decidido tomar en la conversación, confiaba en las palabras de Rebeca y en que no volvería a mencionar la supuesta madru
Rebeca se encargó de que esa tarde Mario no lograra estar ni un segundo más a solas con Luisa y, aunque cumplió su promesa de no decir nada a la joven niñera, sobre lo que había pasado en la madrugada, logró que la pareja de novios se despidiera sin que Mario lograra confesarse ante Luisa.«Porque ella se va a enterar, Mario, eso sí te lo puedo asegurar, pero no será por tu boca que lo sepa, sino por la de la anormal de su hermana, que se encargará de sembrar la duda y, cuando ya la mosquita muerta esté emponzoñada con la intriga, entonces sí lo sabrá y por un medio muy distinto al de las palabras», pensó Rebeca mientras agitaba su mano para despedirse de Luisa y los hijos de los Amaya, subidos en el auto de la señora Amaya, que había pasado para recogerlos. «Qué hermoso
De regreso en la ciudad y a su vida ordinaria, Luisa pasó las siguientes semanas sintiéndose subida en una hermosa nube rosa que la paseaba. Su vida no podía ser más feliz. Estaba ganando muy buen dinero, más que suficiente para ahorrar con la mirada puesta en hacer una carrera en pedagogía; tenía un trabajo que disfrutaba, con unos jefes que la adoraban y unos niños que la consideraban su segunda mamá, su mejor amiga y hermana mayor; Mario la llamaba todos los días, o le escribía, y de vez en cuando un mensajera se presentaba en la puerta de la mansión de los Amaya con un arreglo de flores, una caja de chocolates, una cesta de quesos y vino o una invitación al cine, el teatro o un parque de diversiones; Viviana se había adaptado a su colegio muy bien y ya hablaba de algunos amigos. Todo parecía maravilloso, incluso Rebeca parecía haber desa
La mansión de Mario estaba a unas calles de la de la familia Amaya. Los celadores de la propiedad reconocieron a Luisa y la dejaron entrar después de que les dedicara una sonrisa amable, con la que ocultaba no solo el dolor que oprimía su corazón, sino también sus intenciones. Dos minutos después de haber atravesado la puerta de la propiedad, Luisa timbró en la entrada de la casa.—Señorita Luisa, buenas tardes, ¿en qué le puedo colaborar? —preguntó Alfredo con la chapa dorada todavía en la mano.—He venido por Viviana, por mi hermana. He venido a recogerla —dijo Luisa que, después de pensarlo solo unos segundos, y mientras caminaba en dirección a la mansión, había considerado que le debía ser suficiente con querer
Solo vio una fotografía, solo fue capaz de ver una y le bastó para sentir llamas en los ojos, un fuego que ahora le escocía en el alma y que jamás, jamás, lograría sacarse de la memoria. Luisa corrió sin dirección ni rumbo, como si con eso pudiera aminorar el dolor que ahora le despellejaba cada milímetro del corazón.«¡Es un maldito, es un maldito! ¡Por qué, Mario, por qué, por qué me hiciste esto!», se repetía la joven niñera a medida que sus piernas se exigían más y más, su respiración se entrecortaba y el dolor en sus pulmones por el esfuerzo se hacía más placentero que el sentía correr por sus venas, ahora envenenadas por la pócima del desamor, la traición y el desengaño.
Luisa pudo dormir esa noche gracias a un somnífero que la señora Amaya le pasó, porque de otra forma no lo habría conseguido. Sin embargo, sus sueños fueron turbios y pesados. En ellos, Luisa veía a Mario cargando un bebé en sus brazos, feliz y orgulloso, y cuando la joven le pedía que se lo dejara ver, el bebé tenía la cara de Rebeca. Impactada, Luisa intentaba correr, pero sus piernas no se movían y Mario y Rebeca (el bebé había desaparecido) se burlaban de ella, por lo ridícula que se veía intentando huir de ellos. A continuación, Mario y Rebeca comenzaban a desvestirse, mientras Luisa les suplicaba que se detuvieran, pero ellos parecían no escucharla y, ya desnudos, posaban para tomarse la fotografía que tanto había herido a la joven, que entonces pudo despertarse.Eran p