La mansión de Mario estaba a unas calles de la de la familia Amaya. Los celadores de la propiedad reconocieron a Luisa y la dejaron entrar después de que les dedicara una sonrisa amable, con la que ocultaba no solo el dolor que oprimía su corazón, sino también sus intenciones. Dos minutos después de haber atravesado la puerta de la propiedad, Luisa timbró en la entrada de la casa.
—Señorita Luisa, buenas tardes, ¿en qué le puedo colaborar? —preguntó Alfredo con la chapa dorada todavía en la mano.
—He venido por Viviana, por mi hermana. He venido a recogerla —dijo Luisa que, después de pensarlo solo unos segundos, y mientras caminaba en dirección a la mansión, había considerado que le debía ser suficiente con querer
Solo vio una fotografía, solo fue capaz de ver una y le bastó para sentir llamas en los ojos, un fuego que ahora le escocía en el alma y que jamás, jamás, lograría sacarse de la memoria. Luisa corrió sin dirección ni rumbo, como si con eso pudiera aminorar el dolor que ahora le despellejaba cada milímetro del corazón.«¡Es un maldito, es un maldito! ¡Por qué, Mario, por qué, por qué me hiciste esto!», se repetía la joven niñera a medida que sus piernas se exigían más y más, su respiración se entrecortaba y el dolor en sus pulmones por el esfuerzo se hacía más placentero que el sentía correr por sus venas, ahora envenenadas por la pócima del desamor, la traición y el desengaño.
Luisa pudo dormir esa noche gracias a un somnífero que la señora Amaya le pasó, porque de otra forma no lo habría conseguido. Sin embargo, sus sueños fueron turbios y pesados. En ellos, Luisa veía a Mario cargando un bebé en sus brazos, feliz y orgulloso, y cuando la joven le pedía que se lo dejara ver, el bebé tenía la cara de Rebeca. Impactada, Luisa intentaba correr, pero sus piernas no se movían y Mario y Rebeca (el bebé había desaparecido) se burlaban de ella, por lo ridícula que se veía intentando huir de ellos. A continuación, Mario y Rebeca comenzaban a desvestirse, mientras Luisa les suplicaba que se detuvieran, pero ellos parecían no escucharla y, ya desnudos, posaban para tomarse la fotografía que tanto había herido a la joven, que entonces pudo despertarse.Eran p
El mensaje de Luisa lo había dejado más que frío. Estaba congelado y tuvo que repasar, una y otra vez, lo que iba a contestar, pero no porque no supiera qué decir sino debido a que sus pensamientos no estaban coordinados e incluso, por un instante, vio que los dedos le temblaban sobre la pantalla del celular. No podía creer que Rebeca estuviera embarazada y que hubiera tenido el coraje para decírselo a Luisa. «Aunque no creo que le haya mencionado nada sobre las posibilidades de que yo sea el padre de esa criatura, o ya Luisa me estaría matando», pensó Mario instantes antes de recibir la fotografía de su novia. «No. Rebeca no debió haber mencionado nada, fiel a la promesa que me hizo, pero si resulta ser cierto que está embarazada, entonces… no tardaré en decir que yo soy el padre. ¿Qué haré entonces? Debo hablar con ella de inmediato, bueno, esta misma noche, al llegar a casa y ahora sí tendrá, a las buenas o a las malas, que recibir lo que le ofrezca para conservar el secreto». Al
Al entrar al hospital y preguntar por Mario, Rebeca se enteró de que, pese a que él ya estaba estable y en una habitación, seguía inconsciente y el médico solo aseguró que podía despertar en cualquier momento, o en un máximo de dos días. Aparte de algunas contusiones, tenía una fractura en el brazo izquierdo, pero nada más.—Tuvo mucha suerte —dijo el médico—, porque por el estado en el que quedó el vehículo, cualquier hubiera dado por hecho que el conductor sufriría heridas más graves, o incluso que habría muerto.Después de registrarse como su novia y asegurar que no conocía a ningún pariente de Mario, Rebeca pudo visitarlo. Acostado y conectado a los instrumentos que tomaban sus signos vitales, junto con su brazo izquierdo ya enyesado, Mario se veía indefenso. A su costado, sobre la mesa de noche, estaban su celular y su billetera. Pese al accidente, al teléfono solo se le había roto la pantalla, pero seguía funcionando e incluso tenía batería. Rebeca lo tomó y se sorprendió al ver
Desconcertado, pero con la memoria fresca en el momento en que quiso esquivar el camión que había invadido su carril, Mario primero sintió una punzada de dolor en el brazo fracturado, pero en nada semejante a la desconsolación que lo embargó cuando se supo solo, en medio de la oscuridad de la habitación de un hospital. «Seguro todavía no se ha enterado de lo que me pasó», pensó Mario luego de hacerse una explicación del motivo por el que no había nadie con él en ese momento. «Aunque también me lo merezco, por todo lo que está pasando y lo que le hice a Luisa. Ella no se lo merece, pero necesito explicarle, hablar con ella y para eso…».La preocupación y la angustia volvieron a rebozar el corazón y la mente de Mario, que entonces buscó, pese a la oscuridad, su celular. Solo vio su billetera, en la mesa de noche. Suspiró. «Soy demasiado optimista. El teléfono debió quedar destrozado después del accidente».Pasaron unos minutos más antes de que la enfermera volviera, en su ronda noctur
La entrada del sol por la ventana de la habitación del hospital golpeó el rostro de Luisa, despertándola. Debió esforzarse unos segundos para recordar dónde estaba -y con quién-. Cuando la vorágine de sucesos de la noche anterior acudió a su mente, la joven no solo recordó lo bien que se había sentido de tener a Mario a su lado y, pese a haber sido pocas horas, lo bien que durmió, pero todo porque tras el suceso del accidente se había olvidado por completo de lo que atormentaba su corazón.«Mario ha embarazado a Rebeca». Las palabras le llegaron al recuerdo como si fuesen una herida que siempre estuvo abierta, solo adormecida por algún efecto narcótico que ahora se estaba evaporando. Se levantó, con cuidado, procurando no tocar el brazo lastimado de Mario, que seguía dormido. Al contemplarlo, Luisa sintió un peso que se hundía en su pecho.«¿De verdad me habrá hecho eso? ¿Habrá sido capaz? Las fotos que Rebeca dice tener lo demuestran y si quiero saber lo que en realidad pasó, no te
La mirada entre las dos mujeres era tan intensa, que pareció formarse un aura alrededor de ellas, una esfera invisible que impedía el paso de cualquier ser vivo y así se mantuvo por casi un minuto, hasta que fue Rebeca, con el pecho levantado y la mirada nasal que empleaba cuando su propósito era pordebajear a quien tenía enfrente, la que habló primero. —Imagino que has venido a terminar tu relación con Mario. Pobrecito, quizá ahora el corazón se le fracture igual que el brazo, pero no te preocupes, que yo me encargaré de que te olvide pronto.—Te equivocas, porque vengo de haber pasado la noche con él —dijo Luisa, sintiendo la ira que intentaba invadirla, pero haciendo un esfuerzo inconmensurable por evitarla. Lo menos que podía desear en un momento así era perder los estribos—. Pero ya que estás deseando que él y yo terminemos, ¿por qué no me pasas esas fotos que dices tener de cuando se acostaron? Al no bajar la mirada de los ojos de Rebeca, Luisa pudo percatarse de que la mujer
Convencida de que Mario había sido víctima de un complot de parte de Rebeca, Luisa regresó a la mansión de los Amaya con una sonrisa en su rostro. No solo se sentía resucitada, sino que también estaba ahora segura de que se había enamorado de un hombre correcto, de un caballero, como le hubiera dicho la señora Amaya que él era. Le había entregado su corazón a la persona que era. «Ahora Rebeca no nos podrá hacer más daño y debo alertar a Mario de lo que ella intentó hacernos, de las fotos comprometedoras que le tomó y de las amenazas que está lanzando contra mi hermana», se dijo a sí misma Luisa mientras entraba a la casa. La familia ya estaba despierta y desayunando cuando Luisa entró al comedor. El celador de la propiedad ya le había dado el mensaje a la señora Amaya, que entonces invitó a la joven a sentarse y que les contara lo sucedido. Luisa solo les dijo lo necesario. Que Mario estaba bien, pese a que el accidente había arruinado por completo su auto.—Tuvo mucha suerte —dijo