Al entrar al hospital y preguntar por Mario, Rebeca se enteró de que, pese a que él ya estaba estable y en una habitación, seguía inconsciente y el médico solo aseguró que podía despertar en cualquier momento, o en un máximo de dos días. Aparte de algunas contusiones, tenía una fractura en el brazo izquierdo, pero nada más.—Tuvo mucha suerte —dijo el médico—, porque por el estado en el que quedó el vehículo, cualquier hubiera dado por hecho que el conductor sufriría heridas más graves, o incluso que habría muerto.Después de registrarse como su novia y asegurar que no conocía a ningún pariente de Mario, Rebeca pudo visitarlo. Acostado y conectado a los instrumentos que tomaban sus signos vitales, junto con su brazo izquierdo ya enyesado, Mario se veía indefenso. A su costado, sobre la mesa de noche, estaban su celular y su billetera. Pese al accidente, al teléfono solo se le había roto la pantalla, pero seguía funcionando e incluso tenía batería. Rebeca lo tomó y se sorprendió al ver
Desconcertado, pero con la memoria fresca en el momento en que quiso esquivar el camión que había invadido su carril, Mario primero sintió una punzada de dolor en el brazo fracturado, pero en nada semejante a la desconsolación que lo embargó cuando se supo solo, en medio de la oscuridad de la habitación de un hospital. «Seguro todavía no se ha enterado de lo que me pasó», pensó Mario luego de hacerse una explicación del motivo por el que no había nadie con él en ese momento. «Aunque también me lo merezco, por todo lo que está pasando y lo que le hice a Luisa. Ella no se lo merece, pero necesito explicarle, hablar con ella y para eso…».La preocupación y la angustia volvieron a rebozar el corazón y la mente de Mario, que entonces buscó, pese a la oscuridad, su celular. Solo vio su billetera, en la mesa de noche. Suspiró. «Soy demasiado optimista. El teléfono debió quedar destrozado después del accidente».Pasaron unos minutos más antes de que la enfermera volviera, en su ronda noctur
La entrada del sol por la ventana de la habitación del hospital golpeó el rostro de Luisa, despertándola. Debió esforzarse unos segundos para recordar dónde estaba -y con quién-. Cuando la vorágine de sucesos de la noche anterior acudió a su mente, la joven no solo recordó lo bien que se había sentido de tener a Mario a su lado y, pese a haber sido pocas horas, lo bien que durmió, pero todo porque tras el suceso del accidente se había olvidado por completo de lo que atormentaba su corazón.«Mario ha embarazado a Rebeca». Las palabras le llegaron al recuerdo como si fuesen una herida que siempre estuvo abierta, solo adormecida por algún efecto narcótico que ahora se estaba evaporando. Se levantó, con cuidado, procurando no tocar el brazo lastimado de Mario, que seguía dormido. Al contemplarlo, Luisa sintió un peso que se hundía en su pecho.«¿De verdad me habrá hecho eso? ¿Habrá sido capaz? Las fotos que Rebeca dice tener lo demuestran y si quiero saber lo que en realidad pasó, no te
La mirada entre las dos mujeres era tan intensa, que pareció formarse un aura alrededor de ellas, una esfera invisible que impedía el paso de cualquier ser vivo y así se mantuvo por casi un minuto, hasta que fue Rebeca, con el pecho levantado y la mirada nasal que empleaba cuando su propósito era pordebajear a quien tenía enfrente, la que habló primero. —Imagino que has venido a terminar tu relación con Mario. Pobrecito, quizá ahora el corazón se le fracture igual que el brazo, pero no te preocupes, que yo me encargaré de que te olvide pronto.—Te equivocas, porque vengo de haber pasado la noche con él —dijo Luisa, sintiendo la ira que intentaba invadirla, pero haciendo un esfuerzo inconmensurable por evitarla. Lo menos que podía desear en un momento así era perder los estribos—. Pero ya que estás deseando que él y yo terminemos, ¿por qué no me pasas esas fotos que dices tener de cuando se acostaron? Al no bajar la mirada de los ojos de Rebeca, Luisa pudo percatarse de que la mujer
Convencida de que Mario había sido víctima de un complot de parte de Rebeca, Luisa regresó a la mansión de los Amaya con una sonrisa en su rostro. No solo se sentía resucitada, sino que también estaba ahora segura de que se había enamorado de un hombre correcto, de un caballero, como le hubiera dicho la señora Amaya que él era. Le había entregado su corazón a la persona que era. «Ahora Rebeca no nos podrá hacer más daño y debo alertar a Mario de lo que ella intentó hacernos, de las fotos comprometedoras que le tomó y de las amenazas que está lanzando contra mi hermana», se dijo a sí misma Luisa mientras entraba a la casa. La familia ya estaba despierta y desayunando cuando Luisa entró al comedor. El celador de la propiedad ya le había dado el mensaje a la señora Amaya, que entonces invitó a la joven a sentarse y que les contara lo sucedido. Luisa solo les dijo lo necesario. Que Mario estaba bien, pese a que el accidente había arruinado por completo su auto.—Tuvo mucha suerte —dijo
Si no hacía lo que Rebeca le había dicho que debía hacer, su próxima esposa denunciaría, en las redes sociales, la forma en que el multimillonario dueño de la compañía de software la había rechazado luego de haberla embarazado tras un encuentro casual.—Estás loca, Rebeca, de verdad lo estás —dijo Mario cuando la institutriz supo que él no estaba dispuesto a sacar a Viviana de la casa—. Nadie te creerá algo así. Deliras.—¿Quieres probarlo? Será tu palabra contra la mía, ¿y a quién crees que el público y la prensa querrán creer? —contestó Rebeca, desafiante— ¿Al millonario hombre que mueve fortunas a diario, o a la pobre mujer embarazada que ha trabajado en tu casa por más de dos años?Mario se contuvo. Como lo había propuesto Rebeca, era posible que siempre hubiera un periodista de pocos escrúpulos dispuesto a impulsar la denuncia de la madre soltera rechazada con tal de ganarse un titular y tener sus quince minutos de fama. Era un riesgo que no podía permitirse. «Pero Viviana… No p
La prueba de embarazo era irrefutable y Mario sintió que las paredes de la habitación se le caían encima. Tuvo un fuerte mareo y tuvo que apoyarse en la cama para no caer.—Pensé que la noticia te alegraría tanto como a mí —dijo Rebeca al tiempo que cruzaba las piernas, satisfecha por el efecto que estaba consiguiendo—. Tendremos un hijo, Mario.Todavía apoyado en la cama, Mario estuvo por ofrecerle a Rebeca lo que quisiera. Estaba incluso dispuesto a darle la mitad de su fortuna, de endosarle el cincuenta por ciento de las acciones de su compañía, lo que le pidiera con tal de que solo desapareciera de su vida, pero no, no podía hacerlo cuando ella era la madre de su próximo hijo.«Jamás dejaría q
Las palabras de Rebeca llegaron a oídos de Luisa con la lentitud de un veneno espeso, que demora la caída de cada gota, se esparce con dificultad a través de la sangre y llega hasta el corazón solo después de un muy largo, doloroso y prolongado viaje a través de todo el torrente sanguíneo del cuerpo. —Todavía no hemos fijado una fecha para nuestra boda —dijo Rebeca, intentando no reír—, pero le voy a insistir a Mario en que debe ser antes de dos meses, porque no quiero casarme con la barriga ya crecida. No se me debe notar el embarazo. ¿Tú qué opinas, Luisa? ¿Por qué estás tan callada? ¿Es que no te das cuenta de que te he evitado un mayor dolor? ¿Te imaginas que esta noticia, sobre el amor que Mario me ha profesado, te hubiera llegado cuando la relación entre ustedes estuviese en una etapa más madura? ¿Más prolongada? Sin embargo, pese al espesor del veneno y el dolor que le pudieron causar las palabras de Rebeca, Luisa logró detener el flujo ponzoñoso porque ya desde hacía unas po