Sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, además de abochornada por el hecho de que acababa de ser descubierta en su mentira, Luisa quería atravesar la ventana en donde su reflejo había estado dando vueltas, mirándose de varios perfiles con su nueva ropa. —No creí que fuera a encontrarte aquí —dijo Mario, que parecía estar solo.«Y yo, con la última persona que hubiera querido encontrarme hoy, es contigo».—Oh, bueno, es que… —balbuceó Luisa, sin saber qué inventarse.—Estás preciosa, Luisa. ¿Ese vestido es nuevo? Te queda muy bien.—Ah… ¿te gusta? Bueno, la verdad es que…En ese momento la señora Amaya salió de la farmacia y reconoció a Mario.—Señor Aristizábal. Pero qué sorpresa verlo hoy por aquí. ¿Está con sus niños?Mario giró la mirada hacia la señora Amaya, aunque le costó un poco desprenderse del estado de hipnosis en que lo había dejado Luisa.—Sí, sí, ¿cómo está, señora? ¿Los niños? Ah, sí, los niños. Ellos están a unas cuadras de aquí, comiendo un helado con su niñe…
Eran casi las nueve y Luisa todavía no terminaba de arreglarse. Se había atrasado intentando dormir a los niños, pese a que la señora Amaya le insistió en que lo haría ella, pero Luisa no creía conveniente que, aparte de haberle comprado un vestido muy costoso, la señora tuviera que también encargarse de una labor que era propia de ella. —El señor Aristizábal va a llegar en cualquier momento y no sería conveniente que, aparte de hacerte esta invitación especial tenga que esperarte —dijo la señora Amaya cuando descubrió a Luisa leyendo un cuento para dormir a los dos pequeños—. Ve a cambiarte y maquillarte de una vez. No seas necia. Ante la insistencia de su jefe y luego de haberle dicho, mientras compraban el vestido, que Mario quizá tenía un interés en ella, Luisa se decidió a hacerle caso a la señora Amaya, pero cuando estaba por terminar de arreglarse, cayó en cuenta que le estaba pasando lo mismo que cuando Mario le llevó el vestido para la noche en la filarmónica: no tenía unos
El auto de Mario recorrió las pintorescas calles del pueblo a una velocidad bastante prudente, que permitió a Luisa disfrutar de lo que parecía ser otro mundo, uno que, llegada la noche, se adueñaba del lugar. A las costosas tiendas de ropa, joyerías, heladerías y farmacias las habían reemplazado exóticos y muy atractivos restaurantes, de los que emanaban los aromas del mar junto con el de leños encendidos; bares de los que salían risas moderadas, la música de bailes tropicales y caribeños, junto con un rocío dulzón de anís, ron y cerveza. Para la joven, cualquiera de los lugares que veía le parecía genial y hubiera querido bajarse en auto y entrar de inmediato al primero al que la llevaban sus ojos.—Estos lugares se ven todos muy hermosos —dijo Luisa sin atreverse siquiera a pestañear para no perder detalle de ninguno de los lugares por los que pasaban.—¿Tienes hambre? —preguntó Mario.—Oh, no, no lo digo por eso, es solo que…—¿Te gusta la comida de mar?Luisa se sintió acunada po
Simulando que hacía fila para obtener una mesa, Rebeca siguió con la mirada a la pareja y vio que, después de haberse besado dos veces, ahora compartía la entrada de rollitos como dos enamorados, bebía vino y hablaba entre sonrisas y coqueteos sobre cuál era la mejor opción del menú que el mesero acababa de pasarles.«¡Me provocan náuseas!», pensó Rebeca mientras se hacía una idea de lo que podía hacer para arruinar a Luisa. «No es justo, no es para nada justo que ella sí haya conseguido llamar la atención de Mario en las pocas semanas que me estuvo reemplazando, mientras que yo, que llevo algunos años, no he logrado siquiera que se fije en los implantes que me puse. Pero esto no va a seguir así y es un llamado de atención para que actúe de inmediato, sin perder más tiempo en coqueteos en los que él ni siquiera se percata y que lo haga de forma más drástica».—Señorita, ¿viene sola? —preguntó el maitre a Rebeca, sacándola de sus pérfidas divagaciones.—¿Qué? Ah, no, ¿cómo se le ocurre
La pareja no tardó mucho más en salir, ajena al hecho de que, la mujer que se suponía que debía estar cuidando a los trillizos, estaba a sus espaldas y conspiraba para separarlos desde el mismo momento en que se habían prometido estar juntos.—¿Crees estar en condiciones para bailar? —preguntó Mario a Luisa cuando pidieron al valet que les consiguiera un taxi.—Yo lo estoy, pero dudo mucho que tú lo estés —respondió Luisa casi queriéndose arrojar al pecho de Mario porque se sentía bastante mareada con todo el vino que habían bebido.—Fueron dos botellas, Lu —dijo Mario—. Tal vez tú no lo notas, pero yo sí te veo dando tumbos. Salir del área VIP no fue ningún problema y oculta entre las personas que se arremolinaban sobre la barra del bar, Rebeca observó el momento en que la pareja regresó a su mesa, tomados de la mano, sudorosos y felices. Sin atreverse siquiera a pestañear, los ojos de Rebeca siguieron el trayecto de la copa de Mario hasta sus labios y con una sonrisa que bien hubiera podido producir incluso un escalofrío al Joker, lo observó tomar la champaña como si fuese un refresco para niños. «Excelente, excelente. Ahora solo me resta esperar», se dijo a sí misma Rebeca mientras sacaba el celular de su bolso. —Pensé que la recogería con su esposo —dijo el taxista que con tanta fidelidad había servido a Rebeca esa noche, convencido de que obraba por una causa justa al ayudar a una mujer que solo pretendía arrebatar de las garras de una amante al hombre que era suyo por el derecho del matrimonio—. ¿Qué ha pasado con él? ¿Lo ha dejado drogado?Rebeca suspiró.—Se ha tomado todo el contenido del sobre Zombie
Al levantarse, Luisa se percató de que la cabeza no le dolía tanto como había creído que pasaría. Con la mano en la frente y el calor de una mañana calurosa sobre su piel, lo primero en lo que pensó fue en el sabor de los besos de Mario y en la maravillosa noche que había pasado con él, solo eclipsada por… —¡El intento de robo! —exclamó Luisa, revolviendo las sábanas que la cubrían. Se levantó como si algo le hubiera pinchado las nalgas y dos segundos después ya estaba en el primer piso, en donde los Amaya y sus hijos estaban desayunando. —Ven, Lu, tenemos waffles y un café negro bien cargado —dijo la señora Amaya cuando sus ojos se encontraron con los de la niñera. Luisa saludó a la familia y se sentó entre los dos niños, que le pidieron que les cuchareara el cereal. —Pero niños, ya están muy grandes para eso —respondió Luisa con ternura—. ¿Qué les parece si más bien jugamos al ratón que encuentra su cueva? Entusiasmados por la propuesta de Luisa, los dos pequeños imaginaron q
Al escuchar que Mario se encontraba bien, Luisa se sintió tranquilizada, pero no pasó por alto el hecho de que él no hubiera querido, en ese momento, hablar con ella.—Me dijo que estaba ocupado con los niños —dijo la señora Amaya—. Pero que te llamaría más tarde. Ahora sí, cuéntame cómo les fue anoche.Aunque Luisa intentó simular su consternación con una sonrisa, lo cierto era que no había quedado convencida de que Mario estuviera ocupado con los trillizos, porque se suponía que Rebeca estaba con él, en la casa vacacional, para cuidarlos y si acaso era que estaba jugando o pasando el tiempo con ellos, era la oportunidad perfecta para habérselos pasado y que ella pudiera saludarlos.«Algo no está bien y sé que, quizá, tiene que ver con Rebeca y la cita de Mario conmigo, ¿pero qué podría ser?», pensó Luisa antes de responder a la pregunta de la señora Amaya, contándole que se había decidido a darse una oportunidad con su anterior jefe.—El señor Aristizábal es un hombre muy correcto y