—Lo siento, Rocky, él no debió hacer esto —me disculpé, sabiendo que el lobo no podía entenderme.Escuché su gruñido cuando pasé la tela impregnada de agua, tratando de limpiar las heridas que el infeliz de Freud le había causado hace unas horas.Me detuve, temerosa de que el animal herido pudiera ceder a su naturaleza y hacerme daño. Cuando no lo hizo, procedí a curarlo con toda la delicadeza que pude: le di agua y le acerqué el recipiente con comida que había traído, pero él la evitó y se hizo un ovillo en el sucio y frío suelo del sótano donde Freud lo mantenía encadenado.Cada día lo notaba más desesperado y triste, como si después de haber pasado todo este tiempo esclavizado, finalmente se hubiera dado por vencido. Tenía que ayudarlo, lo sabía en el fondo de mi ser; yo mejor que nadie entendía lo mucho que alguien podía anhelar la libertad, y pensaba dársela a él sin importar las consecuencias que aquello podría acarrearme.Había pasado todo ese tiempo tratando de encontrar la ma
SeleneEl sol se escondía en el horizonte cuando terminaba de recoger el último tronco de leña en medio del bosque. Pronto saldría la luna, trayendo consigo la noche y el frío implacable que azotaba la pequeña casa de mi familia cada invierno; debía darme prisa si no quería que mi padre se molestara por mi tardanza y me dejara sin cenar ese día.Día tras día, era la misma rutina: levantarse temprano para recoger los huevos de las únicas tres gallinas que poseíamos, limpiar el gallinero, asear el espacio de los dos cerdos y darles de comer, ordeñar a la vaca y llevar a casa lo recolectado para el desayuno. Después, ir a la escuela y regresar para seguir con las labores.Mi vida no era lujosa, ni cómoda, pero no me quejaba. Mi madre era el ser más noble y amoroso que había conocido jamás; nos amaba a mis hermanas y a mí más que a ella misma, pero tenía un defecto: mi padre la volvía débil y sumisa a sus órdenes. Él nunca nos maltrató, porque ella se lo impidió; pero sé que pagó caro por
SeleneUna vez que terminamos de comer, el señor Freud azotó sus palmas con más emoción de la que podía ocultar. Hice un enorme esfuerzo por reprimir la mueca de asco que su alegría me provocó y respiré profundo, tratando de calmar mis nervios.—Bueno, ha sido una linda cena familiar, gracias por invitarme, Alfred; ahora, me gustaría pasar al motivo por el cual he venido esta noche. Se está haciendo tarde y esta reunión está tardando más de lo esperado.—Sí, lo siento por eso, señor Freud —se disculpó mi padre—. Chicas, el señor ha venido porque recientemente perdió a su mucama y necesita que una de ustedes vaya con él y trabaje en su casa. Solo sería por un tiempo, en lo que pago mi deuda con él —increpó, apretando los dientes hacia el señor Freud.—Así es, claro que, si quieren seguir a mi lado después de cumplir ese tiempo, por mí no habrá ningún problema.Los ojos del señor cayeron sobre Aurora y el muy desgraciado no pudo frenar el impulso de lamerse los labios de manera lasciva.
SeleneLa mancha de sangre en la ropa de Freud no salía con facilidad. Era la tercera vez que lavaba la prenda y simplemente no quería desaparecer. Me aterrorizaba que descubriera que, otra vez, había tirado una de sus camisas por temor a la golpiza que me esperaba si encontraba alguna imperfección.La primera vez que se me ocurrió hacerlo, me gané la paliza de mi vida: tres días sin comer y la humillación de caminar desnuda frente a todos sus amigos y empleados durante el tiempo que abarcó mi castigo. No pensaba cometer la misma estupidez dos veces.—Sal, por favor —supliqué a la mancha de sangre como si pudiera entenderme.Tallé y tallé la prenda hasta que me dolieron las manos, y sentí un enorme alivio al ver que había disminuido considerablemente. Apenas se alcanzaba a notar una pequeña pinta rosada que esperaba que terminara de desaparecer al secarse al sol.Orgullosa de mi trabajo, y profundamente aliviada de haber escapado al castigo, llevé la camisa al tendedero y regresé a la
SeleneLa cocina permanecía en silencio cuando subí en busca de más agua y comida para mi nuevo amigo. Apenas llegué a la isla, me derrumbé sobre uno de los bancos, sin poder creer aun lo que había hecho. ¿Cómo se me ocurrió enfrentarme a un animal salvaje sin estar segura de sí estaba atado? ¿Acaso me había vuelto completamente loca, o eran mis enormes ganas de acabar con mi vida las que habían salido a la luz?Fue peligroso, y estúpido; sin embargo, ahí estaba, buscando más alimento para llevarle como si su arisco comportamiento no me hubiera aterrado.Tomé dos recipientes más, en uno serví agua y en el otro coloqué un poco de carne cruda del ciervo que Freud había traído hacía poco. Imaginé que le gustaría.Estaba por bajar de nuevo al sótano cuando recordé que el lobo se quejó de dolor en su pata fracturada. Aún no me atrevía a intentar tocarlo, pero podía darle algo para mitigar su dolor. No lo pensé dos veces y regresé a la cocina, busqué en las gavetas hasta encontrar el medica
SeleneComo Freud había prometido, esa noche me hizo una visita. Habían pasado días desde eso y aún podía recordar cada uno de sus gemidos en mi oído cuando me levanté esa mañana. Las náuseas se apoderaron de mí y por un momento sentí terror al imaginar que los anticonceptivos pudieran haber fallado y tuviera la posibilidad de estar embarazada de ese horrible monstruo.Él mismo me los había dado cuando comenzó a abusar de mí, supuse que lo último que quería era que engendrara a un hijo suyo. Embarazada ya no le serviría a sus propósitos y, por una vez en la vida, estuve de acuerdo con él. Yo tampoco necesitaba una complicación como esa en mi muy espantosa vida.Me di una ducha rápida que no hizo nada para aliviar la sensación de suciedad de mi cuerpo. Me vestí y salí de la habitación dispuesta a realizar mis tareas. Preparé el desayuno y aseé la casa. Freud había exigido que alimentara a los caballos después de limpiar, así que, ya entrada la tarde, me dirigí a las caballerizas para c
SeleneAntes de entrar al infierno, mi vida era modesta. Trabajaba incansablemente para poder ayudar a mi familia. Aunque no destacaba como estudiante, dedicaba todo mi esfuerzo a las clases y aprovechaba los escasos momentos libres, que eran pocos, para estudiar lo que no entendía en la escuela debido a mi constante somnolencia. A pesar de todo, amaba mi vida y soñaba con un día abandonar mi hogar para explorar el mundo, vivir aventuras similares a las de las historias de fantasía que rara vez tenía tiempo de leer, pero que me encantaban imaginar. Mi vida era amada. Ya no.Después de que los hombres fueron al sótano, Freud me propinó un golpe tan fuerte que me arrojó al suelo y se retiró. Me tambaleé al levantarme, pero lo hice lo más rápido posible y corrí a mi habitación.Nunca antes había agradecido tanto sentir dolor como lo hacía en ese momento. Sabía que no saldría ilesa después del coraje que le había provocado a mi dueño, y me alegraba infinitamente de cómo habían resultado l
SelenePasaron días desde que Clarise llegó al infierno y, afortunadamente para mí, Freud había depositado toda su atención sobre su nuevo juguete. Me sentía mal por ella, por supuesto, pero siendo sincera, no extrañaba en lo más mínimo los abusos de ese horrible hombre.Traté de convencerme de que había ayudado a la chica compartiendo todo lo que a mí me había costado a golpes y humillaciones aprender, y ella fue lista al aplicar mis consejos para evitar cometer mis mismos errores.Fueron días bastante «tranquilos» para mí. Desde luego que Freud no perdía la oportunidad de humillarme o propinarme alguna bofetada para no perder la costumbre, pero prefería eso a ser abusada sexualmente.Me concentré en hacer mi trabajo y durante las noches visitaba a Rocky sin temor a ser descubierta.Esa tarde, mientras regresaba del huerto cargando con una cesta llena de manzanas, un movimiento dentro de las caballerizas llamó mi atención. Me acerqué por curiosidad al observar que uno de los caballos