EPÍLOGO (parte II)

Ilan

El cuerpo tembloroso de Selene ardía como lava entre mis brazos. Sus ojos estaban cerrados y sus labios apretados en una fina línea entre sus dientes. Estaba sufriendo, y eso me hacía sufrir.

Sabía que algo no iba bien cuando partí con mis hermanos hacia el bosque. Todo mi ser gritaba «no te vayas. No la dejes», pero me obligué a pensar que se debía a que nunca la había dejado sola. Ni una sola vez desde que nos unimos.

Verla en esas condiciones despertó todos mis miedos y por un momento me pregunté: «¿Y si el ritual no funcionó? ¿Y si la pierdo ahora?».

Negué frenéticamente rechazando esa idea y me levanté de la cama, incapaz de quedarme cruzado de brazos y esperar.

—Vigílala… por favor —rogué a su mejor amiga, antes de salir de la habitación en busca de la curandera.

La encontré en la cocina preparando un té con algunas hierbas que había salido a buscar y pegó un respingo al verme llegar.

—Alfa, ¿cómo sigue la pequeña diosa?

—Ella está dormida, pero la fiebre no baja —espeté co
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