Selene
Como Freud había prometido, esa noche me hizo una visita. Habían pasado días desde eso y aún podía recordar cada uno de sus gemidos en mi oído cuando me levanté esa mañana. Las náuseas se apoderaron de mí y por un momento sentí terror al imaginar que los anticonceptivos pudieran haber fallado y tuviera la posibilidad de estar embarazada de ese horrible monstruo.
Él mismo me los había dado cuando comenzó a abusar de mí, supuse que lo último que quería era que engendrara a un hijo suyo. Embarazada ya no le serviría a sus propósitos y, por una vez en la vida, estuve de acuerdo con él. Yo tampoco necesitaba una complicación como esa en mi muy espantosa vida.
Me di una ducha rápida que no hizo nada para aliviar la sensación de suciedad de mi cuerpo. Me vestí y salí de la habitación dispuesta a realizar mis tareas. Preparé el desayuno y aseé la casa. Freud había exigido que alimentara a los caballos después de limpiar, así que, ya entrada la tarde, me dirigí a las caballerizas para cumplir con la orden.
Ansiaba terminar con las labores e ir a visitar a mi amigo. Estaba muy contenta de que nos hubiéramos vuelto más cercanos. Él ya aceptaba mi comida sin refutar, y yo me conformaba con hablar durante horas de mi familia, de mi hogar y mis sueños. Aunque no podía responder, era un enorme alivio tener a alguien más con quien poder desahogarme.
—Buenas tardes —saludé a Marcus, el joven que se encargaba del cuidado de las caballerizas, el único que había sido amable conmigo desde que llegué al infierno. El único que no me observaba como a un filete o a un juguete que deseaba romper.
—Buenas tardes, señorita —dijo. Le di una mirada que decía: «ambos sabemos que no soy una señorita», y bajó su cabeza notablemente avergonzado—. ¿Se le ofrece algo? —preguntó, desviando su mirada hacia el caballo que cepillaba con delicadeza.
—El señor Freud me pidió que alimentara a sus caballos —le expliqué. Marcus frunció el entrecejo, confundido. Tanto él como yo sabíamos que esa no era una actividad que me correspondía a mí.
—Adelante —me indicó. Por supuesto que no iría en contra de su jefe—. ¿Sabe cómo hacerlo?
—No creo que sea tan difícil —espeté, encogiéndome de hombros. Caminé hacia la enorme pirámide de fardos de heno y traté de tomar uno, pero el peso me ganó y caí de rodillas.
Marcus estuvo a mi lado enseguida y me extendió su mano para ayudarme a ponerme de pie.
—Gracias —murmuré, dándole una sonrisa tímida que él me regresó.
—Me hubieras dicho que te gustaban mis trabajadores. —La voz burlona de Freud nos sorprendió y nos hizo soltar nuestras manos de prisa.
Marcus dio un paso atrás y yo bajé la cabeza con las piernas temblorosas por el miedo que surgió de inmediato.
—Señor, la señorita se cayó con el heno, solo trataba de ayudarla —se excusó Marcus.
—Lo entiendo, Marcus —dijo Freud tranquilamente—. Eres demasiado inocente para darte cuenta de cómo este tipo de mujeres seducen a los hombres ingenuos como tú.
—Yo no…
—Vamos, pequeña. A la casa.
«No». Sabía que eso no se quedaría así.
—Marcus ven con nosotros y háblale al resto de los hombres.
El joven me dio una mirada de disculpa antes de salir de las caballerizas en busca de los hombres de su jefe. Freud me llevó hacia el interior de la casa y esperamos en silencio hasta que todos sus trabajadores llegaron. Alrededor de diez hombres se colocaron frente a nosotros, y por instinto, mis lágrimas comenzaron a brotar.
—He sorprendido a cada uno de ustedes mirando a mi esclava en más de una ocasión, sé que sueñan con follársela de la manera más sucia posible y… hoy tendrán esa oportunidad. —Mis piernas fallaron al escuchar sus planes, y caí al suelo suplicando piedad con la mirada a los hombres frente a mí, pero la mayoría de ellos se notaba complacido con las noticias—. Estoy de buen humor hoy, y creo que a mi esclava le hace falta un poco de atención extra. Al parecer no es suficiente con la que yo le doy.
—¡Señor, por favor, no me haga esto! —Me aferré a sus botas y besé sus pies—. Haré lo que me pida, pero no permita que me toquen.
—Eso es lo que quiero, pequeña. —Se agachó sujetando mi barbilla y murmuró sobre mis labios—: Quiero ver cómo te rompen hasta que se sacien de ti.
El terror me invadió y comencé a sollozar con fuerza. Supliqué y lloré, pero Freud no parecía cambiar de opinión.
—Jacob, inicia tú —ordenó a su capataz. El hombre no sonrió ni mostró entusiasmo, pero tampoco se negó.
Se acercó a mí con determinación, y no me pasó desapercibida la manera en que acomodó su miembro por encima de su pantalón. Estaba excitado con la idea de usarme; obviamente, no me ayudaría.
—Seré bueno, cariño. —Mi mirada viajó al resto de los hombres. Todos parecían disfrutar de la escena, a excepción de Marcus. Algunos de ellos no perdieron el tiempo y sacaron sus miembros; se estimulaban a sí mismos, esperando su turno para romperme también.
Jacob hizo lo mismo y comenzó a bombear su longitud frente a mi rostro.
—Abre la boca —exigió.
—No, por favor —rogué en un hilo de voz.
—¡Obedece! —increpó Freud—. Abre la m*****a boca o te la abriré yo.
Mis labios temblaron al tiempo en que mis lágrimas se desbordaron por mis mejillas, y más sollozos comenzaron a escapar de mi boca.
Deseaba con todas mis fuerzas que se hundiera la tierra y me tragara. Que un rayo me partiera en dos y morir en ese instante.
Ese era mi límite. No podría seguir viviendo después de ese día.
De pronto, se escuchó un estruendo desde el sótano que alertó a los hombres, seguido de los aullidos del lobo y los rasguños en el piso se volvieron insoportables para nuestros oídos.
El escándalo fue tal que Freud lanzó una maldición y ordenó a sus hombres que fueran a ver.
—¡¿Qué esperan?! Súbanse los pantalones y vayan a ver qué sucede —espetó—. Perdieron su oportunidad.
Jacob me miró con furia antes de guardar su miembro y subir su pantalón, al igual que el resto de los hombres. Freud soltó una carcajada que me hizo estremecer y llegó a mi lado.
—Agradece a ese maldito lobo que no dio tiempo a que mis hombres te violaran, pero, si te vuelvo a ver respirando cerca de uno de ellos, dejaré que te usen hasta que te dejen sin aliento.
Temblé en mi sitio al escuchar sus crudas palabras. Le creía. Sabía que cumpliría su promesa, así como sabía que él mismo había tendido la trampa para meterme en esa situación.
SeleneAntes de entrar al infierno, mi vida era modesta. Trabajaba incansablemente para poder ayudar a mi familia. Aunque no destacaba como estudiante, dedicaba todo mi esfuerzo a las clases y aprovechaba los escasos momentos libres, que eran pocos, para estudiar lo que no entendía en la escuela debido a mi constante somnolencia. A pesar de todo, amaba mi vida y soñaba con un día abandonar mi hogar para explorar el mundo, vivir aventuras similares a las de las historias de fantasía que rara vez tenía tiempo de leer, pero que me encantaban imaginar. Mi vida era amada. Ya no.Después de que los hombres fueron al sótano, Freud me propinó un golpe tan fuerte que me arrojó al suelo y se retiró. Me tambaleé al levantarme, pero lo hice lo más rápido posible y corrí a mi habitación.Nunca antes había agradecido tanto sentir dolor como lo hacía en ese momento. Sabía que no saldría ilesa después del coraje que le había provocado a mi dueño, y me alegraba infinitamente de cómo habían resultado l
SelenePasaron días desde que Clarise llegó al infierno y, afortunadamente para mí, Freud había depositado toda su atención sobre su nuevo juguete. Me sentía mal por ella, por supuesto, pero siendo sincera, no extrañaba en lo más mínimo los abusos de ese horrible hombre.Traté de convencerme de que había ayudado a la chica compartiendo todo lo que a mí me había costado a golpes y humillaciones aprender, y ella fue lista al aplicar mis consejos para evitar cometer mis mismos errores.Fueron días bastante «tranquilos» para mí. Desde luego que Freud no perdía la oportunidad de humillarme o propinarme alguna bofetada para no perder la costumbre, pero prefería eso a ser abusada sexualmente.Me concentré en hacer mi trabajo y durante las noches visitaba a Rocky sin temor a ser descubierta.Esa tarde, mientras regresaba del huerto cargando con una cesta llena de manzanas, un movimiento dentro de las caballerizas llamó mi atención. Me acerqué por curiosidad al observar que uno de los caballos
RockyResoplé al escuchar el final de su sueño, que más bien parecía una pesadilla, y me levanté dejándola pasmada. No podía juzgarla. Yo, mejor que nadie, conocía su sufrimiento y todas las perversiones por las que ese infeliz la había hecho pasar, pero me enfurecía escucharla hablar de esa manera.Hacía ya varias semanas desde que ese asqueroso humano intentó cazar a mi manada. Recuerdo que los distraje con tal de ganar un poco de tiempo y ayudarlos a escapar, pero ellos me superaron en número y portaban armas a las que no podía enfrentarme y salir ileso. Permití que me llevara consigo para así comprarle una oportunidad a mis hermanos y me juré que escaparía de él a la primera oportunidad. Nunca imaginé lo que me esperaba de verdad.Conocía de primera mano la maldad de la raza humana, pero mi mente no podía comprender los alcances de ese hombre; su pasión por la tortura y el control eran incalculables.Me sentí perdido en cuanto me arrojó a este lugar y en el fondo sabía que jamás v
RockyNo supe cuánto tiempo pasó cuando unos pasos apresurados me sacaron del letargo que los golpes me provocaron. Era la humana. Su rostro escandalizado me incitó a levantarme, intentando demostrar que estaba bien, aun cuando no era del todo cierto. Después de haber pasado tantos días bajo techo, mi habilidad de sanación parecía haber disminuido casi por completo; lo cierto es que no estaba sanando con la suficiente rapidez. Si continuaba así, era posible que me desangrara la siguiente vez que recibiera una golpiza de esa magnitud.Mis huesos crujieron al sostenerme sobre mis patas, y sacudí mi cabeza que aún se encontraba mareada.—¡Rocky! —Cubrió su boca con las manos y se acercó a mí con cuidado—. Qué te ha hecho ese maldito.Sus ojos comenzaron a derramar lágrimas, mientras que yo apenas lograba mantener los míos abiertos. La escuchaba hablar, pero su voz era tan solo un murmullo a través del sonido agudo que aún chillaba en mi cabeza. Se alejó por las escaleras y salió del sóta
SeleneNo podía creer lo que veían mis ojos. El hombre frente a mí cubría mis labios con su enorme mano mientras Charles buscaba a su hermano en las habitaciones del segundo piso. No sabía con quién corría más peligro. Mi confianza en los hombres no existía, ahora estaba entre dos y debía decidir. ¿Cuál de los dos sería mi salvación?Por un momento, pensé en gritar, alejarme del hombre lobo, o lo que fuera, y correr hacia Charles. Él nunca me había tocado, pero la sangre de Freud corría por sus venas, y, de haber sido un buen hombre, me habría ayudado a escapar de su hermano.Nunca lo hizo, así que eso lo convertía en su igual. Mi madre siempre decía que tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata, y Charles fue eso para mí. Él fue testigo de todas las atrocidades que su hermano cometió conmigo y nunca hizo nada por defenderme.Por otro lado… «Tú vienes conmigo». Las palabras de Rocky resonaron en mi mente causándome escalofríos. «Rocky», mi amigo no era quien yo cr
IlanMe quedé boquiabierto al escuchar su petición. Pensé que después de tanto tiempo siendo una esclava para ese hombre, lo que querría sería escapar y hacer de su vida lo que le diera la gana.Si pensaba que la vida en mi manada sería sencilla, estaba muy equivocada. En mi territorio, cada uno trabajaba por el bien de todos y, aunque sabía que ella era perfectamente capaz de hacerlo, simplemente imaginaba que su principal deseo sería regresar al lado de su familia.—¿Qué hay de tus padres? —pregunté fríamente—. ¿Acaso no quieres saber de ellos?—Ese será el primer sitio donde me buscarán —respondió con seguridad—. No quiero regresar, Ilan, por favor…La manera en que decía mi nombre…—Es tu decisión, solo te digo que mis hermanos son difíciles. No esperes que te reciban con agrado.—¿H-hermanos?—Hermanos y hermanas —me corregí al comprender sus temores—. Todos los miembros de la manada nos consideramos como hermanos, y odiamos por sobre todas las cosas a la raza humana; son unos bá
IlanCaminamos durante horas siguiendo el cauce del río, y solo nos detuvimos para descansar algunos minutos de vez en cuando. El sol ya comenzaba a bajar y debíamos encontrar un refugio pronto; no habíamos comido nada aún, salvo algunas frutas silvestres que encontramos en el camino, pero mi estómago ya empezaba a dar molestias.—Espera, por favor —pidió la humana—. No puedo seguir. Me duelen mucho los pies.—A este paso no llegaremos nunca —increpé molesto, pero me arrepentí al voltear y verla sentada sobre una gran roca; retiró sus zapatos desgastados y la sangre en sus pies me hizo sentir como un imbécil—. Bien… descansaremos aquí, buscaré un lugar para refugiarnos y cazaré algo para comer.El agradecimiento brilló en sus ojos, no obstante, hice lo posible por ignorarlo.—Gracias —exclamó, mientras masajeaba sus pies adoloridos—. Perdón si te estoy retrasando, sé que sin mí probablemente ya hubieses llegado a tu manada.No lo dudaba.—Quédate aquí —dije, evitando responder a esa a
Selene—¿Falta mucho para llegar? —pregunté, arrastrando los pies. Subí mi pierna para pasar por encima de un tronco que estaba atravesado en el camino, pero el cansancio me hizo tropezar y caer de rodillas.Las pequeñas ramitas del suelo se clavaron en mi piel y siseé por el dolor. El brazo de Ilan me rodeó la cintura y me puso de nuevo en pie en un solo movimiento.—Gracias —pronuncié. Aproveché el mismo tronco con el que tropecé y me senté en él para descansar—. Soy un desastre, tal vez deberías dejarme aquí —espeté, enfadada conmigo misma. Sacudí las hojas y palitos que se incrustaron en mis rodillas y apoyé mis manos en ellas.—Ya no falta mucho —dijo, tomando asiento a mi lado—. Tres horas. Dos si tenemos suerte.—Dios, estoy tan cansada —suspiré. Él no lo dijo, pero noté lo agitada de su respiración. También estaba cansado. Cansado de cargar conmigo. Sin dudas, yo lo estaba retrasando.Habían pasado tres días desde que logramos salir de la casa de Freud. Ya habíamos dormido en