Selene—¿Estarás bien?La preocupación en la voz de Ilan me enterneció y, aunque me moría por decirle que no, que no me dejara; sabía que no podía ser egoísta con él. Quería que se fuera tranquilo y disfrutara de los días de caza con sus hermanos. Llevaban semanas hablando sobre el viaje y no quería ser yo quien arruinara sus planes. Aunque no me sintiera del todo bien.—Sí, estaré bien —repetí a regañadientes por enésima vez—. Ve tranquilo. Te extrañaré, sí, pero estaré bien.—Yo también te extrañaré, mi luna… solo dilo y cancelaré. Sabes que lo haré.Lo sabía.—No harás eso —lo reprendí—. Todo está listo, tus hermanos te están esperando; ve con ellos —apremié.—Está bien… volveremos pronto ¿de acuerdo? —aceptó algo inseguro—. Si pasa algo, si me necesitas, no dudes en enviar a un mensajero y volveré de inmediato.—Lo sé. Y no hará falta —lo tranquilicé—. Ahora, ve que te están esperando.Ilan aceptó no muy convencido y lo seguí hasta donde el equipo de caza ya estaba esperando por é
IlanEl cuerpo tembloroso de Selene ardía como lava entre mis brazos. Sus ojos estaban cerrados y sus labios apretados en una fina línea entre sus dientes. Estaba sufriendo, y eso me hacía sufrir.Sabía que algo no iba bien cuando partí con mis hermanos hacia el bosque. Todo mi ser gritaba «no te vayas. No la dejes», pero me obligué a pensar que se debía a que nunca la había dejado sola. Ni una sola vez desde que nos unimos.Verla en esas condiciones despertó todos mis miedos y por un momento me pregunté: «¿Y si el ritual no funcionó? ¿Y si la pierdo ahora?».Negué frenéticamente rechazando esa idea y me levanté de la cama, incapaz de quedarme cruzado de brazos y esperar.—Vigílala… por favor —rogué a su mejor amiga, antes de salir de la habitación en busca de la curandera.La encontré en la cocina preparando un té con algunas hierbas que había salido a buscar y pegó un respingo al verme llegar.—Alfa, ¿cómo sigue la pequeña diosa?—Ella está dormida, pero la fiebre no baja —espeté co
—Lo siento, Rocky, él no debió hacer esto —me disculpé, sabiendo que el lobo no podía entenderme.Escuché su gruñido cuando pasé la tela impregnada de agua, tratando de limpiar las heridas que el infeliz de Freud le había causado hace unas horas.Me detuve, temerosa de que el animal herido pudiera ceder a su naturaleza y hacerme daño. Cuando no lo hizo, procedí a curarlo con toda la delicadeza que pude: le di agua y le acerqué el recipiente con comida que había traído, pero él la evitó y se hizo un ovillo en el sucio y frío suelo del sótano donde Freud lo mantenía encadenado.Cada día lo notaba más desesperado y triste, como si después de haber pasado todo este tiempo esclavizado, finalmente se hubiera dado por vencido. Tenía que ayudarlo, lo sabía en el fondo de mi ser; yo mejor que nadie entendía lo mucho que alguien podía anhelar la libertad, y pensaba dársela a él sin importar las consecuencias que aquello podría acarrearme.Había pasado todo ese tiempo tratando de encontrar la ma
SeleneEl sol se escondía en el horizonte cuando terminaba de recoger el último tronco de leña en medio del bosque. Pronto saldría la luna, trayendo consigo la noche y el frío implacable que azotaba la pequeña casa de mi familia cada invierno; debía darme prisa si no quería que mi padre se molestara por mi tardanza y me dejara sin cenar ese día.Día tras día, era la misma rutina: levantarse temprano para recoger los huevos de las únicas tres gallinas que poseíamos, limpiar el gallinero, asear el espacio de los dos cerdos y darles de comer, ordeñar a la vaca y llevar a casa lo recolectado para el desayuno. Después, ir a la escuela y regresar para seguir con las labores.Mi vida no era lujosa, ni cómoda, pero no me quejaba. Mi madre era el ser más noble y amoroso que había conocido jamás; nos amaba a mis hermanas y a mí más que a ella misma, pero tenía un defecto: mi padre la volvía débil y sumisa a sus órdenes. Él nunca nos maltrató, porque ella se lo impidió; pero sé que pagó caro por
SeleneUna vez que terminamos de comer, el señor Freud azotó sus palmas con más emoción de la que podía ocultar. Hice un enorme esfuerzo por reprimir la mueca de asco que su alegría me provocó y respiré profundo, tratando de calmar mis nervios.—Bueno, ha sido una linda cena familiar, gracias por invitarme, Alfred; ahora, me gustaría pasar al motivo por el cual he venido esta noche. Se está haciendo tarde y esta reunión está tardando más de lo esperado.—Sí, lo siento por eso, señor Freud —se disculpó mi padre—. Chicas, el señor ha venido porque recientemente perdió a su mucama y necesita que una de ustedes vaya con él y trabaje en su casa. Solo sería por un tiempo, en lo que pago mi deuda con él —increpó, apretando los dientes hacia el señor Freud.—Así es, claro que, si quieren seguir a mi lado después de cumplir ese tiempo, por mí no habrá ningún problema.Los ojos del señor cayeron sobre Aurora y el muy desgraciado no pudo frenar el impulso de lamerse los labios de manera lasciva.
SeleneLa mancha de sangre en la ropa de Freud no salía con facilidad. Era la tercera vez que lavaba la prenda y simplemente no quería desaparecer. Me aterrorizaba que descubriera que, otra vez, había tirado una de sus camisas por temor a la golpiza que me esperaba si encontraba alguna imperfección.La primera vez que se me ocurrió hacerlo, me gané la paliza de mi vida: tres días sin comer y la humillación de caminar desnuda frente a todos sus amigos y empleados durante el tiempo que abarcó mi castigo. No pensaba cometer la misma estupidez dos veces.—Sal, por favor —supliqué a la mancha de sangre como si pudiera entenderme.Tallé y tallé la prenda hasta que me dolieron las manos, y sentí un enorme alivio al ver que había disminuido considerablemente. Apenas se alcanzaba a notar una pequeña pinta rosada que esperaba que terminara de desaparecer al secarse al sol.Orgullosa de mi trabajo, y profundamente aliviada de haber escapado al castigo, llevé la camisa al tendedero y regresé a la
SeleneLa cocina permanecía en silencio cuando subí en busca de más agua y comida para mi nuevo amigo. Apenas llegué a la isla, me derrumbé sobre uno de los bancos, sin poder creer aun lo que había hecho. ¿Cómo se me ocurrió enfrentarme a un animal salvaje sin estar segura de sí estaba atado? ¿Acaso me había vuelto completamente loca, o eran mis enormes ganas de acabar con mi vida las que habían salido a la luz?Fue peligroso, y estúpido; sin embargo, ahí estaba, buscando más alimento para llevarle como si su arisco comportamiento no me hubiera aterrado.Tomé dos recipientes más, en uno serví agua y en el otro coloqué un poco de carne cruda del ciervo que Freud había traído hacía poco. Imaginé que le gustaría.Estaba por bajar de nuevo al sótano cuando recordé que el lobo se quejó de dolor en su pata fracturada. Aún no me atrevía a intentar tocarlo, pero podía darle algo para mitigar su dolor. No lo pensé dos veces y regresé a la cocina, busqué en las gavetas hasta encontrar el medica
SeleneComo Freud había prometido, esa noche me hizo una visita. Habían pasado días desde eso y aún podía recordar cada uno de sus gemidos en mi oído cuando me levanté esa mañana. Las náuseas se apoderaron de mí y por un momento sentí terror al imaginar que los anticonceptivos pudieran haber fallado y tuviera la posibilidad de estar embarazada de ese horrible monstruo.Él mismo me los había dado cuando comenzó a abusar de mí, supuse que lo último que quería era que engendrara a un hijo suyo. Embarazada ya no le serviría a sus propósitos y, por una vez en la vida, estuve de acuerdo con él. Yo tampoco necesitaba una complicación como esa en mi muy espantosa vida.Me di una ducha rápida que no hizo nada para aliviar la sensación de suciedad de mi cuerpo. Me vestí y salí de la habitación dispuesta a realizar mis tareas. Preparé el desayuno y aseé la casa. Freud había exigido que alimentara a los caballos después de limpiar, así que, ya entrada la tarde, me dirigí a las caballerizas para c