Selene
El sol se escondía en el horizonte cuando terminaba de recoger el último tronco de leña en medio del bosque. Pronto saldría la luna, trayendo consigo la noche y el frío implacable que azotaba la pequeña casa de mi familia cada invierno; debía darme prisa si no quería que mi padre se molestara por mi tardanza y me dejara sin cenar ese día.
Día tras día, era la misma rutina: levantarse temprano para recoger los huevos de las únicas tres gallinas que poseíamos, limpiar el gallinero, asear el espacio de los dos cerdos y darles de comer, ordeñar a la vaca y llevar a casa lo recolectado para el desayuno. Después, ir a la escuela y regresar para seguir con las labores.
Mi vida no era lujosa, ni cómoda, pero no me quejaba. Mi madre era el ser más noble y amoroso que había conocido jamás; nos amaba a mis hermanas y a mí más que a ella misma, pero tenía un defecto: mi padre la volvía débil y sumisa a sus órdenes. Él nunca nos maltrató, porque ella se lo impidió; pero sé que pagó caro por cada vez que se atrevió a defendernos.
«Nunca me casaré», pensé mientras cargaba los troncos por encima de mi hombro, aún lejos de casa. Nunca permitiría que un hombre me tratara de esa manera. Soñaba con ser una mujer fuerte, decidida e independiente; soñar no cuesta nada, y en ocasiones, los sueños se convierten en pesadillas en menos de lo que dura un pestañeo.
—Selene, ¿dónde estabas, niña? Ven aquí de prisa. —La madera resbaló de mi hombro con el tirón de mi madre en mi codo.
—Solo fui a conseguir algo de leña, perdón, me alejé un poco…
—Ya no importa, deja eso y ven conmigo —dijo, tomando mi mano y llevándome a la casa con apuro. Había llorado, lo supe por la hinchazón de sus párpados. Solo esperaba que no hubiese sido por mi culpa.
Planeaba disculparme con mi padre, explicarle por qué me había tardado más de la cuenta, pero todo pensamiento se esfumó de mi cabeza al entrar a casa y ver a ese horrible hombre en la cocina. Lo había visto antes, sabía quién era, y estaba segura de que no era una buena persona.
El señor Freud era temido en el pueblo y sospechaba que no era por su mal aspecto ni por el dinero que tenía. Había algo en su mirada que te hacía voltear a otra parte y desear salir huyendo de su presencia, pero ¿qué hacía ahí?, no éramos amigos ni le debíamos nada, que yo supiera.
—Saluda al señor, hija, no seas maleducada —me incitó mi madre. Por su tono, sabía que tampoco le agradaba, sin embargo, no quería hacer quedar mal a mi padre.
—Buenas noches —dije a regañadientes.
—Buenas noches, señorita —espetó el hombre con una sonrisa retorcida que me puso los vellos de punta.
—Anda, ve a darte una ducha, hueles a estiércol —refutó mi padre.
Mi madre me dio un empujón e hizo un gesto con sus ojos para que me diera prisa, y así lo hice. Fui a la habitación que compartía con mis hermanas y las encontré adentro: aseadas, nerviosas y notablemente preocupadas.
—¿Qué sucede? —cuestioné, hincándome frente a ellas donde estaban sentadas a la orilla de la cama—. Parece que hubiera muerto alguien.
—Selene, estamos en problemas —declaró Aurora, la mayor—. Mi padre le debe dinero al señor Freud y ha venido a cobrarle.
—No te preocupes, hermana, de seguro él sabrá tratar con ese señor.
—¿No entiendes, Selene? —inquirió con desespero—. Nuestro padre no posee nada de valor con qué pagarle a ese hombre. Nada más que a nosotras.
Mis tripas se retorcieron dentro de mi estómago al imaginar que nuestro padre pudiera entregar a una de nosotras a cambio de pagar una deuda económica. No lo haría. O eso esperaba.
—Estás exagerando, Aurora, él jamás haría eso.
—¿Estás segura? —preguntó la pequeña Rosy.
—Claro, cariño —aseguré—, nuestro padre es malhumorado y puede que a veces no nos tome mucho en cuenta, pero jamás nos entregaría a nadie a cambio de una deuda.
—Tengo miedo, Sele.
—Selene, ¿qué haces todavía aquí? —farfulló mi madre entrando en la recámara.
—Lo siento, madre, ya voy. —Me guardé mis temores y salí corriendo al baño, me duché lo más rápido que pude y regresé a la habitación mientras aún estaba mi madre.
—Dinos la verdad, mamá, ¿a qué ha venido el señor Freud? —preguntó Aurora, compungida.
Paré oído mientras terminaba de vestirme, pero mi madre guardó silencio y limpió sus lágrimas, provocando que mi estómago diera un vuelco. Algo andaba muy mal, y estábamos a punto de averiguar de qué se trataba.
—Vengan aquí, mis niñas —pidió. Me apresuré a llegar junto a ellas y tomé asiento al lado de mi madre, ella subió a su regazo a mi hermanita Rosy, mientras que Aurora la miraba con recelo—. Quiero que sepan que, pase lo que pase, su padre y yo las queremos mucho y siempre será así…
—¡Rosaline! ¿Qué tanto hacen? ¡Bajen ahora mismo! —La voz de mi padre nos hizo temblar y aferrarnos a nuestra madre. Después de todo, las sospechas de Aurora no parecían tan descabelladas ahora.
—Vamos, hijas, no hay que hacer esperar a su padre y a ese señor.
—Madre… —lloriqueó Rosy, abrazándose a su cuello.
Aurora y yo compartimos una mirada significativa antes de ponernos de pie y fingir que todo estaba bien por el bien de nuestra pequeña hermana.
—Vamos, Rosy, no pasa nada, cariño. —La arrebaté de los brazos de mi madre y se acurrucó en mi pecho—. No tengas miedo, ¿de acuerdo? Te prometo que estarás bien. Jamás dejaré que nadie te haga daño.
—¿Lo prometes, Sele?
—Te lo juro, hermanita.
Con esa promesa flotando en el aire, caminé hacia el comedor de la casa, donde nuestro padre bufaba como toro embravecido, pero tratando de tranquilizarse frente a su invitado. Mis hermanas y yo nos acomodamos en nuestros asientos, mientras que nuestra madre sirvió la cena. El silencio reinó en la habitación, creando un ambiente pesado y lúgubre. Ciertamente, parecía que aquella sería la última cena en familia para una de nosotras.
SeleneUna vez que terminamos de comer, el señor Freud azotó sus palmas con más emoción de la que podía ocultar. Hice un enorme esfuerzo por reprimir la mueca de asco que su alegría me provocó y respiré profundo, tratando de calmar mis nervios.—Bueno, ha sido una linda cena familiar, gracias por invitarme, Alfred; ahora, me gustaría pasar al motivo por el cual he venido esta noche. Se está haciendo tarde y esta reunión está tardando más de lo esperado.—Sí, lo siento por eso, señor Freud —se disculpó mi padre—. Chicas, el señor ha venido porque recientemente perdió a su mucama y necesita que una de ustedes vaya con él y trabaje en su casa. Solo sería por un tiempo, en lo que pago mi deuda con él —increpó, apretando los dientes hacia el señor Freud.—Así es, claro que, si quieren seguir a mi lado después de cumplir ese tiempo, por mí no habrá ningún problema.Los ojos del señor cayeron sobre Aurora y el muy desgraciado no pudo frenar el impulso de lamerse los labios de manera lasciva.
SeleneLa mancha de sangre en la ropa de Freud no salía con facilidad. Era la tercera vez que lavaba la prenda y simplemente no quería desaparecer. Me aterrorizaba que descubriera que, otra vez, había tirado una de sus camisas por temor a la golpiza que me esperaba si encontraba alguna imperfección.La primera vez que se me ocurrió hacerlo, me gané la paliza de mi vida: tres días sin comer y la humillación de caminar desnuda frente a todos sus amigos y empleados durante el tiempo que abarcó mi castigo. No pensaba cometer la misma estupidez dos veces.—Sal, por favor —supliqué a la mancha de sangre como si pudiera entenderme.Tallé y tallé la prenda hasta que me dolieron las manos, y sentí un enorme alivio al ver que había disminuido considerablemente. Apenas se alcanzaba a notar una pequeña pinta rosada que esperaba que terminara de desaparecer al secarse al sol.Orgullosa de mi trabajo, y profundamente aliviada de haber escapado al castigo, llevé la camisa al tendedero y regresé a la
SeleneLa cocina permanecía en silencio cuando subí en busca de más agua y comida para mi nuevo amigo. Apenas llegué a la isla, me derrumbé sobre uno de los bancos, sin poder creer aun lo que había hecho. ¿Cómo se me ocurrió enfrentarme a un animal salvaje sin estar segura de sí estaba atado? ¿Acaso me había vuelto completamente loca, o eran mis enormes ganas de acabar con mi vida las que habían salido a la luz?Fue peligroso, y estúpido; sin embargo, ahí estaba, buscando más alimento para llevarle como si su arisco comportamiento no me hubiera aterrado.Tomé dos recipientes más, en uno serví agua y en el otro coloqué un poco de carne cruda del ciervo que Freud había traído hacía poco. Imaginé que le gustaría.Estaba por bajar de nuevo al sótano cuando recordé que el lobo se quejó de dolor en su pata fracturada. Aún no me atrevía a intentar tocarlo, pero podía darle algo para mitigar su dolor. No lo pensé dos veces y regresé a la cocina, busqué en las gavetas hasta encontrar el medica
SeleneComo Freud había prometido, esa noche me hizo una visita. Habían pasado días desde eso y aún podía recordar cada uno de sus gemidos en mi oído cuando me levanté esa mañana. Las náuseas se apoderaron de mí y por un momento sentí terror al imaginar que los anticonceptivos pudieran haber fallado y tuviera la posibilidad de estar embarazada de ese horrible monstruo.Él mismo me los había dado cuando comenzó a abusar de mí, supuse que lo último que quería era que engendrara a un hijo suyo. Embarazada ya no le serviría a sus propósitos y, por una vez en la vida, estuve de acuerdo con él. Yo tampoco necesitaba una complicación como esa en mi muy espantosa vida.Me di una ducha rápida que no hizo nada para aliviar la sensación de suciedad de mi cuerpo. Me vestí y salí de la habitación dispuesta a realizar mis tareas. Preparé el desayuno y aseé la casa. Freud había exigido que alimentara a los caballos después de limpiar, así que, ya entrada la tarde, me dirigí a las caballerizas para c
SeleneAntes de entrar al infierno, mi vida era modesta. Trabajaba incansablemente para poder ayudar a mi familia. Aunque no destacaba como estudiante, dedicaba todo mi esfuerzo a las clases y aprovechaba los escasos momentos libres, que eran pocos, para estudiar lo que no entendía en la escuela debido a mi constante somnolencia. A pesar de todo, amaba mi vida y soñaba con un día abandonar mi hogar para explorar el mundo, vivir aventuras similares a las de las historias de fantasía que rara vez tenía tiempo de leer, pero que me encantaban imaginar. Mi vida era amada. Ya no.Después de que los hombres fueron al sótano, Freud me propinó un golpe tan fuerte que me arrojó al suelo y se retiró. Me tambaleé al levantarme, pero lo hice lo más rápido posible y corrí a mi habitación.Nunca antes había agradecido tanto sentir dolor como lo hacía en ese momento. Sabía que no saldría ilesa después del coraje que le había provocado a mi dueño, y me alegraba infinitamente de cómo habían resultado l
SelenePasaron días desde que Clarise llegó al infierno y, afortunadamente para mí, Freud había depositado toda su atención sobre su nuevo juguete. Me sentía mal por ella, por supuesto, pero siendo sincera, no extrañaba en lo más mínimo los abusos de ese horrible hombre.Traté de convencerme de que había ayudado a la chica compartiendo todo lo que a mí me había costado a golpes y humillaciones aprender, y ella fue lista al aplicar mis consejos para evitar cometer mis mismos errores.Fueron días bastante «tranquilos» para mí. Desde luego que Freud no perdía la oportunidad de humillarme o propinarme alguna bofetada para no perder la costumbre, pero prefería eso a ser abusada sexualmente.Me concentré en hacer mi trabajo y durante las noches visitaba a Rocky sin temor a ser descubierta.Esa tarde, mientras regresaba del huerto cargando con una cesta llena de manzanas, un movimiento dentro de las caballerizas llamó mi atención. Me acerqué por curiosidad al observar que uno de los caballos
RockyResoplé al escuchar el final de su sueño, que más bien parecía una pesadilla, y me levanté dejándola pasmada. No podía juzgarla. Yo, mejor que nadie, conocía su sufrimiento y todas las perversiones por las que ese infeliz la había hecho pasar, pero me enfurecía escucharla hablar de esa manera.Hacía ya varias semanas desde que ese asqueroso humano intentó cazar a mi manada. Recuerdo que los distraje con tal de ganar un poco de tiempo y ayudarlos a escapar, pero ellos me superaron en número y portaban armas a las que no podía enfrentarme y salir ileso. Permití que me llevara consigo para así comprarle una oportunidad a mis hermanos y me juré que escaparía de él a la primera oportunidad. Nunca imaginé lo que me esperaba de verdad.Conocía de primera mano la maldad de la raza humana, pero mi mente no podía comprender los alcances de ese hombre; su pasión por la tortura y el control eran incalculables.Me sentí perdido en cuanto me arrojó a este lugar y en el fondo sabía que jamás v
RockyNo supe cuánto tiempo pasó cuando unos pasos apresurados me sacaron del letargo que los golpes me provocaron. Era la humana. Su rostro escandalizado me incitó a levantarme, intentando demostrar que estaba bien, aun cuando no era del todo cierto. Después de haber pasado tantos días bajo techo, mi habilidad de sanación parecía haber disminuido casi por completo; lo cierto es que no estaba sanando con la suficiente rapidez. Si continuaba así, era posible que me desangrara la siguiente vez que recibiera una golpiza de esa magnitud.Mis huesos crujieron al sostenerme sobre mis patas, y sacudí mi cabeza que aún se encontraba mareada.—¡Rocky! —Cubrió su boca con las manos y se acercó a mí con cuidado—. Qué te ha hecho ese maldito.Sus ojos comenzaron a derramar lágrimas, mientras que yo apenas lograba mantener los míos abiertos. La escuchaba hablar, pero su voz era tan solo un murmullo a través del sonido agudo que aún chillaba en mi cabeza. Se alejó por las escaleras y salió del sóta