Selene—Cuéntamelo todo otra vez, por favor —pedí a Kaiya una vez que estuvimos en su cabaña. Ilan había ido a hablar con su padre después de dejarme con mi amiga. No quería soltarme, pero lo convencí de que todo estaba bien. Me sentía lo bastante segura con Kaiya, casi tanto como me sentía con él.—Por tercera vez, Selene —bufó, rodando los ojos; luego, sonrió y tomó asiento junto a mí en la cama—. Tus padres son el mismo Helios, el dios del sol, y Selene, la diosa de la luna, y no, no eres una diosa; al romperse la maldición, mi madre se llevó consigo la poca magia que podía habitar en ti.—¿Entonces por qué...?—¿Brillaste? —interrumpió—. Bueno… no lo sé, supongo que tu padre hizo una pequeña intervención. —Se encogió de hombros—. De cualquier forma, me alegra mucho que estés de regreso, amiga.—A mí también, Kaiya. —Acepté su abrazo y me dejé envolver por el sentimiento de seguridad y confianza que siempre sentía con ella.Hablamos durante un largo rato sobre lo que sucedió cuando
IlanDejar a Selene justo después de lo que acababa de suceder fue lo más difícil que había tenido que hacer en mucho tiempo, pero necesitaba aclararle a mi padre por qué la elegía a ella por encima de mi manada, incluso por encima de él y de toda nuestra especie si fuera necesario.La tensión que emanaba de mis hermanos podría salirse de control en cualquier momento y lo último que necesitaba era iniciar una guerra interna que terminaría por separar a la manada, y no sería yo quien los dividiera otra vez. Preferiría alejarme con Selene y dejar el liderazgo en manos de mi hermano, a tener que ver cómo se desmoronaba en pedazos lo que tanto me había costado construir durante estos años.—No estoy de acuerdo —ladró mi padre apenas entramos en mi cabaña, sin darme tiempo siquiera de hablar—. Viste lo que acaba de suceder, todos fuimos testigos de los problemas que esa humana, o semidiosa, o lo que sea, puede atraer a la manada. Es arriesgado, por no decir que estúpido, involucrarse con e
Ilan—¿Estás listo para unir tu vida a la pequeña humana? —preguntó Adrik a mis espaldas, sorprendiéndome mientras terminaba de prepararme para la ceremonia de unión.Por fin había llegado la noche en la que compartiría mi alma con Selene, y no podía estar más nervioso y ansioso que ahora. No la había visto en todo el día y ya la extrañaba como un demente.—Pensé que te habías ido con tu manada —respondí, dándome vuelta para quedar frente a él.—No podía irme en el día más importante de tu vida…, amigo —pronunció cautelosamente, esperando mi reacción.Las palabras se agolparon en mi garganta debido al profundo agradecimiento que sentí al saberlo cerca en una ocasión tan especial. Adrik no era mi amigo, nunca lo fue. Él era mi hermano, y lo quería de la misma forma en que quería a Garo.Siempre estuvo ahí para mí, en las buenas y en las malas; su hombro fue mi refugio cuando perdí a Nami y a mi madre, y pensé que jamás podría reponerme de ese golpe tan duro. Y definitivamente lo quería
Selene—¿Ya vas a decirme para qué hiciste todo eso con la navaja? —pregunté a Ilan, observando mi mano y la herida que había dejado de sangrar.Estábamos recostados en la hierba a la orilla de la laguna después de haber unido nuestras almas y nuestros cuerpos de todas las formas posibles en las que dos personas se pueden fusionar. Ilan suspiró pesadamente, haciendo que su pecho se elevara y con él mi cabeza. Mis manos no podían estar quietas mientras se deslizaban por el abdomen esculpido de mi compañero.—Yo… ligué tu vida a la mía —explicó, dejándome igual de confundida que antes.—No entiendo. ¿Qué… qué quieres decir con ligar, Ilan?—Quiere decir que… —Se lo pensó durante unos segundos antes de decir—: básicamente, si tú mueres, yo muero…—¡¿Qué?! —Me atraganté, levantándome tan rápido como un resorte—. Ilan… ¿estás bromeando? Soy una humana, literalmente podría morir ahora mismo de un infarto por lo que acabas de decir y, ¿te atreviste a hacer una tontería como esa?—No es una t
Selene—¿Estarás bien?La preocupación en la voz de Ilan me enterneció y, aunque me moría por decirle que no, que no me dejara; sabía que no podía ser egoísta con él. Quería que se fuera tranquilo y disfrutara de los días de caza con sus hermanos. Llevaban semanas hablando sobre el viaje y no quería ser yo quien arruinara sus planes. Aunque no me sintiera del todo bien.—Sí, estaré bien —repetí a regañadientes por enésima vez—. Ve tranquilo. Te extrañaré, sí, pero estaré bien.—Yo también te extrañaré, mi luna… solo dilo y cancelaré. Sabes que lo haré.Lo sabía.—No harás eso —lo reprendí—. Todo está listo, tus hermanos te están esperando; ve con ellos —apremié.—Está bien… volveremos pronto ¿de acuerdo? —aceptó algo inseguro—. Si pasa algo, si me necesitas, no dudes en enviar a un mensajero y volveré de inmediato.—Lo sé. Y no hará falta —lo tranquilicé—. Ahora, ve que te están esperando.Ilan aceptó no muy convencido y lo seguí hasta donde el equipo de caza ya estaba esperando por é
IlanEl cuerpo tembloroso de Selene ardía como lava entre mis brazos. Sus ojos estaban cerrados y sus labios apretados en una fina línea entre sus dientes. Estaba sufriendo, y eso me hacía sufrir.Sabía que algo no iba bien cuando partí con mis hermanos hacia el bosque. Todo mi ser gritaba «no te vayas. No la dejes», pero me obligué a pensar que se debía a que nunca la había dejado sola. Ni una sola vez desde que nos unimos.Verla en esas condiciones despertó todos mis miedos y por un momento me pregunté: «¿Y si el ritual no funcionó? ¿Y si la pierdo ahora?».Negué frenéticamente rechazando esa idea y me levanté de la cama, incapaz de quedarme cruzado de brazos y esperar.—Vigílala… por favor —rogué a su mejor amiga, antes de salir de la habitación en busca de la curandera.La encontré en la cocina preparando un té con algunas hierbas que había salido a buscar y pegó un respingo al verme llegar.—Alfa, ¿cómo sigue la pequeña diosa?—Ella está dormida, pero la fiebre no baja —espeté co
—Lo siento, Rocky, él no debió hacer esto —me disculpé, sabiendo que el lobo no podía entenderme.Escuché su gruñido cuando pasé la tela impregnada de agua, tratando de limpiar las heridas que el infeliz de Freud le había causado hace unas horas.Me detuve, temerosa de que el animal herido pudiera ceder a su naturaleza y hacerme daño. Cuando no lo hizo, procedí a curarlo con toda la delicadeza que pude: le di agua y le acerqué el recipiente con comida que había traído, pero él la evitó y se hizo un ovillo en el sucio y frío suelo del sótano donde Freud lo mantenía encadenado.Cada día lo notaba más desesperado y triste, como si después de haber pasado todo este tiempo esclavizado, finalmente se hubiera dado por vencido. Tenía que ayudarlo, lo sabía en el fondo de mi ser; yo mejor que nadie entendía lo mucho que alguien podía anhelar la libertad, y pensaba dársela a él sin importar las consecuencias que aquello podría acarrearme.Había pasado todo ese tiempo tratando de encontrar la ma
SeleneEl sol se escondía en el horizonte cuando terminaba de recoger el último tronco de leña en medio del bosque. Pronto saldría la luna, trayendo consigo la noche y el frío implacable que azotaba la pequeña casa de mi familia cada invierno; debía darme prisa si no quería que mi padre se molestara por mi tardanza y me dejara sin cenar ese día.Día tras día, era la misma rutina: levantarse temprano para recoger los huevos de las únicas tres gallinas que poseíamos, limpiar el gallinero, asear el espacio de los dos cerdos y darles de comer, ordeñar a la vaca y llevar a casa lo recolectado para el desayuno. Después, ir a la escuela y regresar para seguir con las labores.Mi vida no era lujosa, ni cómoda, pero no me quejaba. Mi madre era el ser más noble y amoroso que había conocido jamás; nos amaba a mis hermanas y a mí más que a ella misma, pero tenía un defecto: mi padre la volvía débil y sumisa a sus órdenes. Él nunca nos maltrató, porque ella se lo impidió; pero sé que pagó caro por