Capítulo L

Selene

El rostro de Ilan se volvió de piedra al ver a su padre venir hacia nosotros. Su mano tomó la mía de forma sobreprotectora, ayudando a controlar un poco el temblor de mis dedos. Aun así, el temor invadió mi cuerpo y la ansiedad brotó por cada uno de mis poros.

—Entonces es cierto —dijo el hombre, su mirada fija en nuestras manos unidas—. Me avergüenzas, Ilan. Eres una desgracia para la manada.

—Piensa lo que quieras, padre —respondió a mi lado sin titubear ni un poco—, es mi vida, Selene es mi compañera y no pienso ponerlo en discusión.

—¿Compañera? —se burló—. ¿Una asquerosa humana es tu compañera? ¿Te estás escuchando, Ilan? Eres patético, y lo que estás haciendo se considera traición. No hay piedad para el enemigo —cantó.

—¡Sin piedad para el enemigo! —secundó el resto de la manada.

—Es tu lema, tú lo creaste ¿ya se te olvidó? —continuó desafiándolo—. Cuando tu pobre madre moría desangrada por esa herida provocada por sus armas —increpó, señalándome con su dedo—. O cuando tu
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