—Lo siento, Rocky, él no debió hacer esto —me disculpé, sabiendo que el lobo no podía entenderme.
Escuché su gruñido cuando pasé la tela impregnada de agua, tratando de limpiar las heridas que el infeliz de Freud le había causado hace unas horas.
Me detuve, temerosa de que el animal herido pudiera ceder a su naturaleza y hacerme daño. Cuando no lo hizo, procedí a curarlo con toda la delicadeza que pude: le di agua y le acerqué el recipiente con comida que había traído, pero él la evitó y se hizo un ovillo en el sucio y frío suelo del sótano donde Freud lo mantenía encadenado.
Cada día lo notaba más desesperado y triste, como si después de haber pasado todo este tiempo esclavizado, finalmente se hubiera dado por vencido. Tenía que ayudarlo, lo sabía en el fondo de mi ser; yo mejor que nadie entendía lo mucho que alguien podía anhelar la libertad, y pensaba dársela a él sin importar las consecuencias que aquello podría acarrearme.
Había pasado todo ese tiempo tratando de encontrar la m*****a llave, pero no lo había logrado hasta hoy.
Cuando Freud llegó borracho, me propuse seguirlo sigilosamente y me alegré al verlo guardar la pequeña pieza de metal plateada que le devolvería la vida a mi amigo. Apenas se durmió, me escabullí en el granero donde guardaba sus herramientas y su equipo de pesca, abrí la caja llena de anzuelos y ahí estaba: radiante, orgullosa, como si me hubiera estado esperando a que la encontrara desde hace mucho tiempo.
No lo pensé dos veces, la guardé en el bolsillo de mi vestido y corrí al sótano, pero olvidé todo al ver el cuerpo de Rocky masacrado brutalmente. Regresé y conseguí trapos, agua y algo de comida; necesitaría sentirse fuerte si iba a escapar a dondequiera que se encontrara su hogar.
—Tranquilo, esta noche serás libre —espeté sin esperar que él entendiera mis palabras.
El imponente lobo levantó sus orejas y me dio una mirada que casi me hizo pensar que podía hacerlo. Le mostré la llave que le devolvería la libertad y por un momento pude asegurar que sus ojos brillaron con comprensión.
Rocky se levantó del suelo y comenzó a lamer mi rostro con euforia. Aquello me hizo sonreír igual de feliz. Cuando estaba por introducir la llave en el candado de su collar de acero, el sonido de la puerta, seguido de las pisadas fuertes y aterradoras de Freud, me hizo temblar las manos provocando que el metal se resbalara de mis dedos sudorosos por los nervios.
—P-perdón…, lo siento mucho, amigo —murmuré al borde del llanto al verme descubierta.
Sabía las repercusiones que mi tonto acto de valentía me traería, pero lo que más me pesaba era no haber podido liberar a mi amigo de su esclavitud.
El gruñido furioso de Rocky me puso los vellos de punta, pero no iba dirigido a mí, me di cuenta al voltearme y ver a mi dueño de pie frente a mí con el gesto más lleno de rabia que le había visto jamás.
—Yo… —No alcancé a terminar la oración cuando sentí el horrible ardor que recorría la piel de mi mejilla. El ojo parecía querer salirse de su cuenca y el mundo a mi alrededor se tornó borroso. Caí al suelo en un segundo, sin embargo, no duré mucho tiempo así; su mano se aferró al cabello de mi nuca de manera brusca y dolorosa, y me levantó del piso con un solo movimiento.
—¡¿Qué se supone que estás haciendo?! Ahora te gusta de perrito, ¿eh? —se burló, lanzando mi cuerpo sobre su mesa de trabajo—. Vamos a ver qué tanto te gusta, esclava inservible.
Los ladridos de Rocky vibraron en el lugar, pese a eso, no me quejé. Era inútil tratar de defenderme. Tampoco es que fuera la primera vez que Freud violentaba mi cuerpo de esa manera. Yo ya estaba más allá del dolor, el desespero, o la vergüenza. Ya nada de lo que pudiera sucederme me importaba, pues sabía que, el día en que ya no le sirviera más, ese día sería mi fin.
Anhelaba que llegara ese día.
—Cierra los ojos —susurré a Rocky con la esperanza de que pudiera entenderme, pero su furia no hizo más que aumentar. Rasguñó el suelo, tiró de su cadena con todas sus fuerzas, mientras que Freud levantaba mi vestido y liberaba su asquerosa longitud.
—Así me gusta, mugrosa. —El olor rancio de su boca mezclado con el alcohol amenazó con hacerme vomitar, pero eso fue nada comparado con el dolor que me atravesó cuando irrumpió en mi cuerpo con violencia. Sin importar cuántas veces lo hubiera hecho antes, jamás podría acostumbrarme a semejante salvajismo—. Tan apretada como siempre —gimió.
Me estremecí al sentir la fuerte palmada que se estrelló en mi trasero, seguida de las embestidas que me hicieron derramar las primeras lágrimas.
Los jadeos de Freud se mezclaban con los gruñidos de Rocky, y cerré los ojos tratando de salir de mi cuerpo por un momento. Imaginé un bosque iluminado por los hermosos rayos del sol, el sonido de un riachuelo a la distancia me hizo seguir en esa dirección y floté libre hasta llegar al agua que corría alegre hacia el sur. Los animales se acercaron al verme, curiosos, felices, y por un momento me sentí en casa.
No sabría explicar la sensación de libertad que estaba experimentando, pero se sentía familiar: como si ya hubiera estado en ese lugar.
De pronto un chasquido agudo me atrajo a la realidad, el mismo que obligó a Freud a detenerse. Un segundo estuvo a mi espalda, golpeando dentro de mi cuerpo, y al siguiente ya no estaba. Me volví para ver lo que había sucedido, pero tuve que cubrir mi boca y reprimir el grito al encontrar a Rocky furioso arrancando a mordidas la garganta de nuestro captor. La sangre formó un río bajo el cuerpo inerte de Freud, haciendo evidente su muerte.
—¡Rocky! —grité, no obstante, pareció no escucharme—. Es suficiente. ¡Detente! —supliqué, cayendo de rodillas contra el suelo.
El lobo reparó en mí, y por un momento sentí miedo. Su mirada encendida, sus ojos brillaban de un color antinatural que me hizo retroceder. Rocky sacudió su cabeza al notar mi temor y se acercó, bajando sus orejas en señal de rendición.
No iba a hacerme daño. Era mi amigo.
Se escuchó una puerta al abrirse y una voz llamando a Freud desde la entrada de la casa. Era Charles, debíamos irnos antes de que nos encontrara junto al cadáver de su hermano.
—¡Freud, hermano!
—Debes irte —murmuré al lobo, alentándolo a salir—. Vamos, debes escapar.
Pude jurar que se negó con un movimiento de cabeza que jamás había visto hacer a ningún perro. Mordió la falda de mi vestido y comenzó a tirar de ella hasta que me puse de pie.
—Rocky, tienes que salir de aquí, Charles te encontrará y te asesinará al ver lo que le has hecho a su hermano.
Lo empujé hacia la escalera, pero fue inútil; el lobo se negaba a irse sin mí.
—No te preocupes por mí, encontraré la manera de huir, diré que te escapaste y nos atacaste. ¡Vete ahora!
Las pisadas de Charles se alejaron por las escaleras que llevaban a las habitaciones; aún podía salir de la casa sin ser visto, pero debía darse prisa. De un momento a otro, Rocky se alejó y comenzó a caminar hacia la salida; sentí alivio al ver que mi esfuerzo tendría recompensa, que por fin sería libre y regresaría a su hogar, pero todo se desvaneció cuando se detuvo antes de subir el primer escalón y volteó para verme.
Resopló, negando con la cabeza. «Definitivamente eso no es normal», pensé al verlo. Luego se retorció de manera espantosa: sus huesos crujieron y se reacomodaron hasta que se detuvo jadeando sobre el suelo. Me quedé de piedra al verlo, un enorme hombre desnudo y musculoso se encontraba en su lugar.
Rocky —o quienquiera que fuera ese hombre— me regresó la mirada y retrocedí aterrorizada, pero en menos de lo que dura un parpadeo ya estaba frente a mí.
—No grites —ordenó, cubriendo mi boca con sus manos. Su voz rasposa por haber permanecido tantos días sin hablar envió un escalofrío a lo largo de mi columna—. Vamos.
Mis pies se negaron a moverse, dudosa de lo que mis ojos veían. Tal vez era una de esas fantasías que a veces me inventaba para escapar de la realidad.
—No lo es, humana. Estoy justo aquí —señaló, haciéndome saber que lo había dicho en voz alta—. Y tú vienes conmigo.
SeleneEl sol se escondía en el horizonte cuando terminaba de recoger el último tronco de leña en medio del bosque. Pronto saldría la luna, trayendo consigo la noche y el frío implacable que azotaba la pequeña casa de mi familia cada invierno; debía darme prisa si no quería que mi padre se molestara por mi tardanza y me dejara sin cenar ese día.Día tras día, era la misma rutina: levantarse temprano para recoger los huevos de las únicas tres gallinas que poseíamos, limpiar el gallinero, asear el espacio de los dos cerdos y darles de comer, ordeñar a la vaca y llevar a casa lo recolectado para el desayuno. Después, ir a la escuela y regresar para seguir con las labores.Mi vida no era lujosa, ni cómoda, pero no me quejaba. Mi madre era el ser más noble y amoroso que había conocido jamás; nos amaba a mis hermanas y a mí más que a ella misma, pero tenía un defecto: mi padre la volvía débil y sumisa a sus órdenes. Él nunca nos maltrató, porque ella se lo impidió; pero sé que pagó caro por
SeleneUna vez que terminamos de comer, el señor Freud azotó sus palmas con más emoción de la que podía ocultar. Hice un enorme esfuerzo por reprimir la mueca de asco que su alegría me provocó y respiré profundo, tratando de calmar mis nervios.—Bueno, ha sido una linda cena familiar, gracias por invitarme, Alfred; ahora, me gustaría pasar al motivo por el cual he venido esta noche. Se está haciendo tarde y esta reunión está tardando más de lo esperado.—Sí, lo siento por eso, señor Freud —se disculpó mi padre—. Chicas, el señor ha venido porque recientemente perdió a su mucama y necesita que una de ustedes vaya con él y trabaje en su casa. Solo sería por un tiempo, en lo que pago mi deuda con él —increpó, apretando los dientes hacia el señor Freud.—Así es, claro que, si quieren seguir a mi lado después de cumplir ese tiempo, por mí no habrá ningún problema.Los ojos del señor cayeron sobre Aurora y el muy desgraciado no pudo frenar el impulso de lamerse los labios de manera lasciva.
SeleneLa mancha de sangre en la ropa de Freud no salía con facilidad. Era la tercera vez que lavaba la prenda y simplemente no quería desaparecer. Me aterrorizaba que descubriera que, otra vez, había tirado una de sus camisas por temor a la golpiza que me esperaba si encontraba alguna imperfección.La primera vez que se me ocurrió hacerlo, me gané la paliza de mi vida: tres días sin comer y la humillación de caminar desnuda frente a todos sus amigos y empleados durante el tiempo que abarcó mi castigo. No pensaba cometer la misma estupidez dos veces.—Sal, por favor —supliqué a la mancha de sangre como si pudiera entenderme.Tallé y tallé la prenda hasta que me dolieron las manos, y sentí un enorme alivio al ver que había disminuido considerablemente. Apenas se alcanzaba a notar una pequeña pinta rosada que esperaba que terminara de desaparecer al secarse al sol.Orgullosa de mi trabajo, y profundamente aliviada de haber escapado al castigo, llevé la camisa al tendedero y regresé a la
SeleneLa cocina permanecía en silencio cuando subí en busca de más agua y comida para mi nuevo amigo. Apenas llegué a la isla, me derrumbé sobre uno de los bancos, sin poder creer aun lo que había hecho. ¿Cómo se me ocurrió enfrentarme a un animal salvaje sin estar segura de sí estaba atado? ¿Acaso me había vuelto completamente loca, o eran mis enormes ganas de acabar con mi vida las que habían salido a la luz?Fue peligroso, y estúpido; sin embargo, ahí estaba, buscando más alimento para llevarle como si su arisco comportamiento no me hubiera aterrado.Tomé dos recipientes más, en uno serví agua y en el otro coloqué un poco de carne cruda del ciervo que Freud había traído hacía poco. Imaginé que le gustaría.Estaba por bajar de nuevo al sótano cuando recordé que el lobo se quejó de dolor en su pata fracturada. Aún no me atrevía a intentar tocarlo, pero podía darle algo para mitigar su dolor. No lo pensé dos veces y regresé a la cocina, busqué en las gavetas hasta encontrar el medica
SeleneComo Freud había prometido, esa noche me hizo una visita. Habían pasado días desde eso y aún podía recordar cada uno de sus gemidos en mi oído cuando me levanté esa mañana. Las náuseas se apoderaron de mí y por un momento sentí terror al imaginar que los anticonceptivos pudieran haber fallado y tuviera la posibilidad de estar embarazada de ese horrible monstruo.Él mismo me los había dado cuando comenzó a abusar de mí, supuse que lo último que quería era que engendrara a un hijo suyo. Embarazada ya no le serviría a sus propósitos y, por una vez en la vida, estuve de acuerdo con él. Yo tampoco necesitaba una complicación como esa en mi muy espantosa vida.Me di una ducha rápida que no hizo nada para aliviar la sensación de suciedad de mi cuerpo. Me vestí y salí de la habitación dispuesta a realizar mis tareas. Preparé el desayuno y aseé la casa. Freud había exigido que alimentara a los caballos después de limpiar, así que, ya entrada la tarde, me dirigí a las caballerizas para c
SeleneAntes de entrar al infierno, mi vida era modesta. Trabajaba incansablemente para poder ayudar a mi familia. Aunque no destacaba como estudiante, dedicaba todo mi esfuerzo a las clases y aprovechaba los escasos momentos libres, que eran pocos, para estudiar lo que no entendía en la escuela debido a mi constante somnolencia. A pesar de todo, amaba mi vida y soñaba con un día abandonar mi hogar para explorar el mundo, vivir aventuras similares a las de las historias de fantasía que rara vez tenía tiempo de leer, pero que me encantaban imaginar. Mi vida era amada. Ya no.Después de que los hombres fueron al sótano, Freud me propinó un golpe tan fuerte que me arrojó al suelo y se retiró. Me tambaleé al levantarme, pero lo hice lo más rápido posible y corrí a mi habitación.Nunca antes había agradecido tanto sentir dolor como lo hacía en ese momento. Sabía que no saldría ilesa después del coraje que le había provocado a mi dueño, y me alegraba infinitamente de cómo habían resultado l
SelenePasaron días desde que Clarise llegó al infierno y, afortunadamente para mí, Freud había depositado toda su atención sobre su nuevo juguete. Me sentía mal por ella, por supuesto, pero siendo sincera, no extrañaba en lo más mínimo los abusos de ese horrible hombre.Traté de convencerme de que había ayudado a la chica compartiendo todo lo que a mí me había costado a golpes y humillaciones aprender, y ella fue lista al aplicar mis consejos para evitar cometer mis mismos errores.Fueron días bastante «tranquilos» para mí. Desde luego que Freud no perdía la oportunidad de humillarme o propinarme alguna bofetada para no perder la costumbre, pero prefería eso a ser abusada sexualmente.Me concentré en hacer mi trabajo y durante las noches visitaba a Rocky sin temor a ser descubierta.Esa tarde, mientras regresaba del huerto cargando con una cesta llena de manzanas, un movimiento dentro de las caballerizas llamó mi atención. Me acerqué por curiosidad al observar que uno de los caballos
RockyResoplé al escuchar el final de su sueño, que más bien parecía una pesadilla, y me levanté dejándola pasmada. No podía juzgarla. Yo, mejor que nadie, conocía su sufrimiento y todas las perversiones por las que ese infeliz la había hecho pasar, pero me enfurecía escucharla hablar de esa manera.Hacía ya varias semanas desde que ese asqueroso humano intentó cazar a mi manada. Recuerdo que los distraje con tal de ganar un poco de tiempo y ayudarlos a escapar, pero ellos me superaron en número y portaban armas a las que no podía enfrentarme y salir ileso. Permití que me llevara consigo para así comprarle una oportunidad a mis hermanos y me juré que escaparía de él a la primera oportunidad. Nunca imaginé lo que me esperaba de verdad.Conocía de primera mano la maldad de la raza humana, pero mi mente no podía comprender los alcances de ese hombre; su pasión por la tortura y el control eran incalculables.Me sentí perdido en cuanto me arrojó a este lugar y en el fondo sabía que jamás v