Selene
Una vez que terminamos de comer, el señor Freud azotó sus palmas con más emoción de la que podía ocultar. Hice un enorme esfuerzo por reprimir la mueca de asco que su alegría me provocó y respiré profundo, tratando de calmar mis nervios.
—Bueno, ha sido una linda cena familiar, gracias por invitarme, Alfred; ahora, me gustaría pasar al motivo por el cual he venido esta noche. Se está haciendo tarde y esta reunión está tardando más de lo esperado.
—Sí, lo siento por eso, señor Freud —se disculpó mi padre—. Chicas, el señor ha venido porque recientemente perdió a su mucama y necesita que una de ustedes vaya con él y trabaje en su casa. Solo sería por un tiempo, en lo que pago mi deuda con él —increpó, apretando los dientes hacia el señor Freud.
—Así es, claro que, si quieren seguir a mi lado después de cumplir ese tiempo, por mí no habrá ningún problema.
Los ojos del señor cayeron sobre Aurora y el muy desgraciado no pudo frenar el impulso de lamerse los labios de manera lasciva. Una lágrima rodó por la mejilla de mi hermana. Ambas sabíamos que sus intenciones no eran tan inocentes como quería hacernos creer.
«Aurora tiene novio», pensé. Un joven del pueblo que, si bien no parecía tener un futuro brillante, era un buen chico y la amaba, al igual que ella a él. No podía dejar que el señor Freud la privara de formar una familia al lado de su amor. Rosy era mucho menor que nosotras, no me preocupaba por ella; no pensé que sirviera para los propósitos de ese hombre.
—Iré yo —dije en un impulso, llamando la atención de todos.
—Selene, espera —rogó Aurora, pero no se ofreció a cambio.
—¿Estás segura? —preguntó mi padre—; Aurora es la mayor…
—¡No! Yo lo haré —aseguré con firmeza—. Ella debe terminar la universidad para poder ayudar a Rosy. No podrá hacerlo si también debe… trabajar —espeté, observando la sonrisa burlona del señor Freud—. Iré yo, solo hasta que tu deuda sea pagada.
—Como quieras —bufó mi padre—. ¿Está de acuerdo, señor?
—Por mí está bien, supongo que ambas servirán para lo mismo.
Mi madre comenzó a llorar en silencio, apretando a Rosy contra su pecho. Mi padre trató de hacerse el fuerte, pero pude notar la disculpa en su mirada cargada de remordimiento. Aurora cedió al impulso de levantarse y salió corriendo hacia la habitación, mientras que yo me armé de fortaleza y acepté mi nueva realidad.
***
El señor Freud arrojó mi equipaje a la caja de su camioneta y me abrió la puerta, no por amabilidad; creo que más bien para asegurarse de que no se me ocurriera escapar.
Me sentí asfixiada apenas entró también. Mis hermanas me despedían desde la puerta de la casa y fingí la calma que no sentía con tal de no atormentarlas más. El auto arrancó y supe que mi vida acababa de cambiar; no hubo palabras de consuelo que avivaran mis esperanzas durante el camino. Por el contrario, las miradas cargadas de deseo que el señor Freud depositaba en mi falda me erizaron la piel y revolvieron mi estómago, pero me prometí ser fuerte.
«Solo será por un tiempo —me recordé—. Haré mi trabajo y trataré de mantenerme lo más alejada posible del hombre junto a mí». No podía estar más equivocada.
Apenas llegamos a la enorme y oscura finca, salimos de la camioneta; él sacó mi maleta y me guio hacia el interior de la casa. Era enorme y se notaba que no la habían limpiado en días; el olor a humedad me picó en la nariz, pero reprimí el impulso de hacer una mueca.
—Tu habitación está arriba —dijo subiendo la escalera—. Sígueme.
Obedecí y caminé detrás de él hasta que llegamos a las habitaciones. En serio estaba cansada, no había sido un día sencillo y esperaba que después de dormir un poco me sintiera mejor y podría ver las cosas desde otra perspectiva.
—Esa es la tuya —me indicó.
—Gracias. Que pase una buena noche. —Incliné mi cabeza de manera servil y abrí la puerta que me había señalado.
—¡Oh, así será! —exclamó de manera siniestra, empujándome al interior y cerrando la puerta detrás de él.
El terror se apoderó de mi cuerpo. No tuve tiempo de procesar lo que estaba sucediendo, pues un dolor sordo nubló mi mente dejándome aturdida.
Ojalá el golpe en mi mejilla me hubiera dejado inconsciente para no sentir lo que sabía que estaba por suceder.
—No eres tan tonta para creer que estás aquí solo para limpiar, ¿cierto? —se burló, tirando del cabello de mi nuca, arrastrándome por la habitación—. No eras mi primera opción, pequeña, pero espero que seas suficiente —gruñó después de lanzarme sobre la cama.
—No, por favor, no me haga daño —supliqué, pero no le importó.
—¡Cállate! —Otra bofetada me hizo escuchar un silbido agudo. El sabor salado de mis lágrimas se mezcló con el metálico de la sangre dentro de mi boca, y no volví a gritar. Me quedé tan quieta como si estuviera muerta, porque así me sentía.
El señor Freud se deshizo de mi abrigo en un segundo y rasgó mi vestido con tanta facilidad que me hizo sospechar que no era la primera vez que se lo hacía a alguien. No podía creer lo que me estaba pasando.
A mis dieciocho años, jamás había sido tocada por ningún chico, y me encontraba ahí, siendo violentada por un hombre asqueroso al que mis padres me habían entregado sin luchar, sin objetar, sin hacer nada más que sentarse a ver cómo el desgraciado se llevaba a una de sus hijas a cambio de saldar una estúpida deuda que nada tenía que ver conmigo.
Los odié en ese momento. Justo cuando el hombre sobre mí abrió mis piernas y se enterró en mi cuerpo con tanta brutalidad que sentí que iba a desmayarme.
Tal vez lo hice.
El tiempo se ralentizó y lo que tal vez fueron minutos se convirtió en una eternidad. Freud aumentó la velocidad de sus empujes y en poco tiempo se desplomó sobre mi cuerpo jadeando como un cerdo.
—No estuvo mal para ser la primera vez, pensé que te resistirías más —dijo retirándose de encima, dejándome respirar—. Ya veo que también querías esto, pequeña sucia.
No respondí. Me hice un ovillo sobre la cama tratando de cubrir la desnudez de mi cuerpo, como si no me hubiera visto ya.
El hombre soltó una sonora carcajada al verme y salió de la habitación cerrando de un portazo.
Nunca fui una fiel creyente; para mí, el cielo era un lugar que alguien muy desesperado había inventado para reconfortarse a sí mismo sobre la idea de morir y desaparecer; pero esa noche me hizo cambiar de opinión. Si Dios y el cielo existían, eso solo podía significar una cosa: el diablo también lo hacía, y yo lo acababa de conocer. Estaba segura de ello, porque esa noche, sin duda, había entrado al infierno.
SeleneLa mancha de sangre en la ropa de Freud no salía con facilidad. Era la tercera vez que lavaba la prenda y simplemente no quería desaparecer. Me aterrorizaba que descubriera que, otra vez, había tirado una de sus camisas por temor a la golpiza que me esperaba si encontraba alguna imperfección.La primera vez que se me ocurrió hacerlo, me gané la paliza de mi vida: tres días sin comer y la humillación de caminar desnuda frente a todos sus amigos y empleados durante el tiempo que abarcó mi castigo. No pensaba cometer la misma estupidez dos veces.—Sal, por favor —supliqué a la mancha de sangre como si pudiera entenderme.Tallé y tallé la prenda hasta que me dolieron las manos, y sentí un enorme alivio al ver que había disminuido considerablemente. Apenas se alcanzaba a notar una pequeña pinta rosada que esperaba que terminara de desaparecer al secarse al sol.Orgullosa de mi trabajo, y profundamente aliviada de haber escapado al castigo, llevé la camisa al tendedero y regresé a la
SeleneLa cocina permanecía en silencio cuando subí en busca de más agua y comida para mi nuevo amigo. Apenas llegué a la isla, me derrumbé sobre uno de los bancos, sin poder creer aun lo que había hecho. ¿Cómo se me ocurrió enfrentarme a un animal salvaje sin estar segura de sí estaba atado? ¿Acaso me había vuelto completamente loca, o eran mis enormes ganas de acabar con mi vida las que habían salido a la luz?Fue peligroso, y estúpido; sin embargo, ahí estaba, buscando más alimento para llevarle como si su arisco comportamiento no me hubiera aterrado.Tomé dos recipientes más, en uno serví agua y en el otro coloqué un poco de carne cruda del ciervo que Freud había traído hacía poco. Imaginé que le gustaría.Estaba por bajar de nuevo al sótano cuando recordé que el lobo se quejó de dolor en su pata fracturada. Aún no me atrevía a intentar tocarlo, pero podía darle algo para mitigar su dolor. No lo pensé dos veces y regresé a la cocina, busqué en las gavetas hasta encontrar el medica
SeleneComo Freud había prometido, esa noche me hizo una visita. Habían pasado días desde eso y aún podía recordar cada uno de sus gemidos en mi oído cuando me levanté esa mañana. Las náuseas se apoderaron de mí y por un momento sentí terror al imaginar que los anticonceptivos pudieran haber fallado y tuviera la posibilidad de estar embarazada de ese horrible monstruo.Él mismo me los había dado cuando comenzó a abusar de mí, supuse que lo último que quería era que engendrara a un hijo suyo. Embarazada ya no le serviría a sus propósitos y, por una vez en la vida, estuve de acuerdo con él. Yo tampoco necesitaba una complicación como esa en mi muy espantosa vida.Me di una ducha rápida que no hizo nada para aliviar la sensación de suciedad de mi cuerpo. Me vestí y salí de la habitación dispuesta a realizar mis tareas. Preparé el desayuno y aseé la casa. Freud había exigido que alimentara a los caballos después de limpiar, así que, ya entrada la tarde, me dirigí a las caballerizas para c
SeleneAntes de entrar al infierno, mi vida era modesta. Trabajaba incansablemente para poder ayudar a mi familia. Aunque no destacaba como estudiante, dedicaba todo mi esfuerzo a las clases y aprovechaba los escasos momentos libres, que eran pocos, para estudiar lo que no entendía en la escuela debido a mi constante somnolencia. A pesar de todo, amaba mi vida y soñaba con un día abandonar mi hogar para explorar el mundo, vivir aventuras similares a las de las historias de fantasía que rara vez tenía tiempo de leer, pero que me encantaban imaginar. Mi vida era amada. Ya no.Después de que los hombres fueron al sótano, Freud me propinó un golpe tan fuerte que me arrojó al suelo y se retiró. Me tambaleé al levantarme, pero lo hice lo más rápido posible y corrí a mi habitación.Nunca antes había agradecido tanto sentir dolor como lo hacía en ese momento. Sabía que no saldría ilesa después del coraje que le había provocado a mi dueño, y me alegraba infinitamente de cómo habían resultado l
SelenePasaron días desde que Clarise llegó al infierno y, afortunadamente para mí, Freud había depositado toda su atención sobre su nuevo juguete. Me sentía mal por ella, por supuesto, pero siendo sincera, no extrañaba en lo más mínimo los abusos de ese horrible hombre.Traté de convencerme de que había ayudado a la chica compartiendo todo lo que a mí me había costado a golpes y humillaciones aprender, y ella fue lista al aplicar mis consejos para evitar cometer mis mismos errores.Fueron días bastante «tranquilos» para mí. Desde luego que Freud no perdía la oportunidad de humillarme o propinarme alguna bofetada para no perder la costumbre, pero prefería eso a ser abusada sexualmente.Me concentré en hacer mi trabajo y durante las noches visitaba a Rocky sin temor a ser descubierta.Esa tarde, mientras regresaba del huerto cargando con una cesta llena de manzanas, un movimiento dentro de las caballerizas llamó mi atención. Me acerqué por curiosidad al observar que uno de los caballos
RockyResoplé al escuchar el final de su sueño, que más bien parecía una pesadilla, y me levanté dejándola pasmada. No podía juzgarla. Yo, mejor que nadie, conocía su sufrimiento y todas las perversiones por las que ese infeliz la había hecho pasar, pero me enfurecía escucharla hablar de esa manera.Hacía ya varias semanas desde que ese asqueroso humano intentó cazar a mi manada. Recuerdo que los distraje con tal de ganar un poco de tiempo y ayudarlos a escapar, pero ellos me superaron en número y portaban armas a las que no podía enfrentarme y salir ileso. Permití que me llevara consigo para así comprarle una oportunidad a mis hermanos y me juré que escaparía de él a la primera oportunidad. Nunca imaginé lo que me esperaba de verdad.Conocía de primera mano la maldad de la raza humana, pero mi mente no podía comprender los alcances de ese hombre; su pasión por la tortura y el control eran incalculables.Me sentí perdido en cuanto me arrojó a este lugar y en el fondo sabía que jamás v
RockyNo supe cuánto tiempo pasó cuando unos pasos apresurados me sacaron del letargo que los golpes me provocaron. Era la humana. Su rostro escandalizado me incitó a levantarme, intentando demostrar que estaba bien, aun cuando no era del todo cierto. Después de haber pasado tantos días bajo techo, mi habilidad de sanación parecía haber disminuido casi por completo; lo cierto es que no estaba sanando con la suficiente rapidez. Si continuaba así, era posible que me desangrara la siguiente vez que recibiera una golpiza de esa magnitud.Mis huesos crujieron al sostenerme sobre mis patas, y sacudí mi cabeza que aún se encontraba mareada.—¡Rocky! —Cubrió su boca con las manos y se acercó a mí con cuidado—. Qué te ha hecho ese maldito.Sus ojos comenzaron a derramar lágrimas, mientras que yo apenas lograba mantener los míos abiertos. La escuchaba hablar, pero su voz era tan solo un murmullo a través del sonido agudo que aún chillaba en mi cabeza. Se alejó por las escaleras y salió del sóta
SeleneNo podía creer lo que veían mis ojos. El hombre frente a mí cubría mis labios con su enorme mano mientras Charles buscaba a su hermano en las habitaciones del segundo piso. No sabía con quién corría más peligro. Mi confianza en los hombres no existía, ahora estaba entre dos y debía decidir. ¿Cuál de los dos sería mi salvación?Por un momento, pensé en gritar, alejarme del hombre lobo, o lo que fuera, y correr hacia Charles. Él nunca me había tocado, pero la sangre de Freud corría por sus venas, y, de haber sido un buen hombre, me habría ayudado a escapar de su hermano.Nunca lo hizo, así que eso lo convertía en su igual. Mi madre siempre decía que tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata, y Charles fue eso para mí. Él fue testigo de todas las atrocidades que su hermano cometió conmigo y nunca hizo nada por defenderme.Por otro lado… «Tú vienes conmigo». Las palabras de Rocky resonaron en mi mente causándome escalofríos. «Rocky», mi amigo no era quien yo cr