Capítulo XX

Ilan

La luz matutina iluminó de forma tenue el dormitorio, y el trinar de las aves me recordó que estaba en casa. Siempre había valorado mi vida y todos mis privilegios, pero ese día parecía ser más consciente de ellos. El simple hecho de respirar aire puro, de poder sentir algo más que el dolor y la desesperanza recorriendo mi cuerpo, eran cosas dignas de agradecer.

La suavidad de mi cama me incitaba a quedarme acostado un rato más, pero sabía que tenía mucho trabajo por hacer: debía ponerme al día con mis tareas en la manada, que incluían ordenar la supervisión del territorio y asegurarme de que ningún lobo solitario rondara la aldea; organizar al grupo de caza y a los centinelas encargados de vigilar el muro de día y de noche, entre otras cosas.

Suspiré con pesar, sin ganas de levantarme aún. Habían sido muchas semanas de mal dormir durante mi cautiverio, por lo que sentía que me hacían falta unos minutos más de sueño. Quise acomodarme de lado, pero algo me lo impidió. Agaché la ca
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