CAPÍTULO 43

ASTRID

—¡Freya! ¡Freya, por favor, responde!

Pero el único sonido que obtenía a cambio era el murmullo del viento entre las hojas.

No pensaba rendirme.

Había algo en mi pecho, una mezcla de angustia y culpa, que no me iba a dejar tranquila hasta encontrarla.

De repente, levanté la vista. Algo me llamó la atención.

Allá arriba, en la copa de un roble altísimo, una silueta delgada se recortaba contra el cielo gris.

—Freya... —susurré, aliviada.

Estaba sentada en una rama, con las piernas colgando, abrazándose a sí misma. Parecía diminuta en comparación al árbol gigante.

—¡Freya! —grité un poco más fuerte—. ¡Baja, por favor! ¡Hablemos!

Pero ella ni siquiera giró la cabeza.

Mi corazón se encogió. No podía dejarla ahí arriba, sola con sus pensamientos oscuros. Así que, sin pensarlo dos veces, apoyé las manos en el tronco rugoso y empecé a trepar.

Las primeras ramas fueron fáciles. El cuerpo recordaba cómo moverse, ágil gracias a los entrenamientos con Rambo y los betas.

Cuando llegué a su
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