El experimentado constructor, le hacía algunas correcciones y mejoras y la agregaba a la memoria que llevaba como bitácora en el avance del proyecto.
Uno de los primeros encargos hacía referencia a unos jardines en un espacio interior, los cuales decidieron bautizar como «Los jardines colgantes de Babilonia», que se le ocurrió implementar en medio de dos salas dentro del espacio del área social, junto al comedor principal y donde una iluminación cenital proveniente desde el techo, a determinada hora del día, permitía el paso de la luz natural, atravesando una pequeña cascada artificial y creando el mágico efecto de un diminuto arco iris al descomponerse la luz, en el centro de ese jardín interior.
Calógero, comenzó a frecuentar la obra y ya no era raro verlo a diario, cuando tiempo atrás no demostraba el más mínimo interés por cualquier cosa que tuviese que ver con esa obra y ni siquiera se aparecía por allí. Por su parte, Consuelo, en cada oportunidad que el joven trataba de abordarla preguntando sobre cualquier tema, le daba una respuesta fría y lacónica, tratando de demostrarle el absoluto desinterés que le causaba. Esta táctica lo mantenía a raya y no le permitía el más mínimo avance en sus pretensiones. Esta situación, en vez de desanimar a Calógero, convertía aquello, extrañamente, en una obsesión que iba en aumento.
En una oportunidad que la vio sola recorriendo un pasillo y tomando apuntes sobre la obra, en un arrebato que muchas veces le había resultado en otros casos, intentó agarrar a la muchacha por la cintura y atraerla hacia sí para besarla, pero fue fuertemente sacudido por una cachetada en pleno rostro que lo paró en seco. Se puso furiosa y él no alcanzaba a comprender cómo una muchacha tan delgada y aparentemente frágil, era capaz de descargar la potencia de semejante golpe, al grado de detenerlo y paralizarlo por la sorpresa. Al parecer, por esas casualidades de la vida, había dado «Con la horma de su zapato».
Calógero Di Vicenzo, recordó la condición que le había impuesto su padre de casarse y mantener la unión por un tiempo determinado, ya que él pensaba ir retirándose poco a poco como máximo jefe y dejar el mando de la organización en manos de su hijo, pero desde luego, iba a estar allí muy cerca para ir guiándolo hasta consolidarlo en ese difícil y peligroso mundo del que formaban parte.
Para esa época, finales de los setenta, el arquitecto José Miguel Mares, ya rayaba los sesenta y cinco años, pero se conservaba muy coherente, activo y despierto. Le gustaba usar como vestimenta, una vistosa boina que tapaba una incipiente calvicie, cuyos colores y modelos cambiaba con cierta frecuencia. Una bufanda de seda con lazo al cuello y unas camisas de algodón peinado de colores claros, propias de la costa caribeña en las personas con buenos ingresos. Se movilizaba en un Porche Carrera 911 RS, amarillo pollito.
En un inicio, cuando Consuelo llegó a trabajar a aquella construcción, el señor José Miguel Mares gozaba casi permanentemente de un mal carácter. Por lo general permanecía sombrío y con una profunda tristeza, difícil de disimular. Muchas veces, cuando creía que no era observado, se le veía circular por los rincones con lágrimas en los ojos.
En aquel momento, ella aún no sabía cuál era la causa por la cual se encontraba taciturno y triste aquel venerable anciano, más tarde el maestro de obra de confianza del señor Mares, le comentaría la tragedia. No hacía mucho tiempo, el hijo menor, el único que permanecía con sus padres en el país, ya que los mayores habían ido a estudiar a Oxford en Londres y la Sorbona en París, decidiendo, al terminar sus respectivas carreras, quedarse a vivir en el primer mundo.
Javier Mares, de diecisiete años, ya estaba matriculado en la facultad de una prestigiosa universidad, para comenzar la carrera de medicina. Una mañana, circulando a gran velocidad en una poderosa motocicleta de alto cilindraje, se estrelló contra un camión, falleciendo en el acto.
Con el paso de los meses, el compartir los quehaceres del trabajo y el intercambio de ideas creativas llevadas a la práctica, poco a poco el experimentado profesional del diseño y la construcción, se fue mostrando más entusiasmado y comunicativo, como si la energía y juventud de la muchacha le trasmitiera una nueva alegría, pero nada de carácter libidinoso o mal intencionado, sino más bien una corriente de amplia simpatía, como la que se podría tener por una nieta favorita.
Consuelo, a más de seis meses de haber iniciado las labores en esa idílica obra y al encontrarse en una etapa crucial de la tesis de su carrera, una mañana, durante lo que ya se había convertido en una ceremonia, la charla con un frappé de naranja, junto a la futura piscina bajo la sombrilla de lona blanca para protegerse del inclemente sol barranquillero, recibió por parte del arquitecto, una oferta para la construcción de unos Townhouses en una ciudad cercana llamada de Cartagena de Indias. Esta, estaba ubicada a casi tres horas del sitio donde trabajaban. Muchos años después se construiría una cómoda vía expresa bordeando el mar, que reduciría la duración del trayecto a menos de la mitad del tiempo.
—Consuelo, le dijo, he visto que eres una persona de un carácter humilde y bondadoso, muy trabajadora e inteligente, buena hija, voy a hacerte una oferta que nadie te hará en esta vida. Ya me siento un poco cansado y quisiera tomarme unas largas vacaciones por Europa con mi esposa. Es un viaje que tenemos aplazado hace un tiempo, pero primero quiero realizar y concluir un proyecto en una ciudad vecina que, con el apoyo del gobierno central, está en franco crecimiento y donde se está invirtiendo mucho. Allí tengo un terreno que compré hace un tiempo y tengo un proyecto para la construcción de un conjunto residencial de dos o tres docenas de unidades de vivienda privadas, con todas las comodidades. Te encargarías de la obra y yo iría una vez al mes o cada dos meses a ver el avance. Tendrías unos buenos ingresos mientras se ejecuta y al vender el proyecto, la mitad de las ganancias del mismo.
La muchacha se puso pálida por la sorpresa y su mente, rápida como el rayo, calculó en fracción de segundos, para dar una respuesta que resultara acorde con ella, pero al mismo tiempo, agradecida y que expresara lo que significaba en ese momento abandonar sus estudios.—Qué gran honor. Me deja de una sola pieza, arquitecto— Le respondió Consuelo— No sabría qué decirle en este momento. Estoy en la última etapa de mi tesis, la cual elaboro conjuntamente con dos compañeras más. Ya terminamos la primera parte y vamos a empezar a desarrollar la final, para obtener el grado. Antes de responder, quisiera plantearles a mis compañeras el caso y además, estudiar con seriedad esta generosa propuesta. Si me da un par de días, con gusto le daré la respuesta.Consuelo se reunió con sus compañeras y estas le dijeron que, si abandonaba el proyecto, sacarían su nombre de la tesis y, por otro lado, pensó en todos los sacrificios que había hecho su madre para brindarle una educación de calidad. Lo menos
Lisímaco, al año siguiente, otro 16 de julio precisamente, se dispuso a celebrar en grande el día de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, y en su fervor religioso, le estaba encomendando “coronar” el copioso envío por barco de varias toneladas de Golden Santa Marta.Para celebrar el acontecimiento, se contrató el conjunto nacido en un caserío llamado La Jagua y que estaba sonando con fuerza en toda la región y cuyos ecos llegaron incluso a muchos kilómetros, hasta la capital, en el mismo centro del país. La invitación formal sería convertida años después en unos célebres versos y cantada en la potente voz de Poncho Zuleta, en otro éxito de la música vallenata, cambiando los nombres y el sitio donde se llevó a cabo, esa legendaria celebración.Ese día, en horas de la noche, de ese mes de julio, a falta de luz eléctrica por uno de los frecuentes apagones que tenían azotada la región, se colocaron unos mechones en diferentes lugares del patio, para iluminar el amplio espacio,
Al arquitecto José Miguel Mares, le pareció curioso esa mañana cuando recibió por primera vez una llamada telefónica desde Lima, capital de un país sur americano, y no dejó de darle cierta sorpresa, lo bien informado que estaba su interlocutor, sobre varias de las obras realizadas por él y a quienes pertenecían dichas obras, pues del otro lado de la línea, la persona en cuestión manifestó que quería contactarlo para ver si era posible llegar a un acuerdo económico y convertirse en un potencial cliente en el proyecto de la construcción de su casa principal, con la cual venía soñando desde hacía un tiempo y en la que se retiraría llegado el momento en unos años con su esposa, cuando ya sus hijos se hiciesen cargo del negocio.Le comentó, sin rodeos, que después de varias consultas, todas las recomendaciones siempre coincidían finalmente con su nombre. La propuesta ofrecía carta blanca en el manejo de unos recursos ilimitados y algunos otros nombres mencionados en la conversación como re
Él, Calógero Di Vicenzo, desde muy joven se había hecho aficionado al ajedrez, tiempo en que por casualidad supo que uno de los principales directivos de un negocio rival al de su padre, era aficionado al juego ciencia y que incluso, entre su círculo más íntimo, era conocido como “El ajedrecista”, haciendo cada uno de sus movimientos, con una precisión, casi matemática.Desde ese momento, por simple curiosidad, empezó a estudiar el famoso juego ciencia. Analizaba las partidas de los grandes Maestros, incluso algunos desaparecidos hacía mucho tiempo, como el cubano José Raúl Capablanca, por ejemplo.Pensando en una solución como las que buscaba en las partidas que tenía con sus amigos y donde en sus años escolares llegó a ser campeón del colegio católico donde estudiaba y luego, compitió incluso, a nivel juvenil. Se puso a pensar: ¿qué pasaría si le proponía a esta difícil muchacha un convenio para llevar a cabo un matrimonio arreglado?Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido por
Nadie podría imaginar que, bajo esa hermosa y frágil apariencia, podría esconderse la fuerza telúrica de un volcán. Mientras tanto, a Consuelo Daza se le fueron encendiendo las mejillas, pasando por varias tonalidades de colores, mientras que, al mismo tiempo, por sus ojos parecían brotarle sendas llamaradas de fuego.Una furia explosiva, de la que ya Calógero había sido testigo, hizo presa de ella y se le abalanzó, pudiéndola contener a duras penas. El solo hecho de no respetar su libertad, era la más grande de las ofensas. El querer disponer de su vida, un agravio imperdonable. El tomar decisiones, sin considerar en lo más mínimo sus pensamientos, era para la más grande de las humillaciones.Tardó un tiempo en controlarse, mientras por sus mejillas se deslizaban unas ardientes lágrimas producto de la indignación que sentía.Después de la tempestad, dicen que viene la calma. Calógero trató de demostrarle que el convenio entre ambos podía ser tan solo cuestión de apariencia ante los de
Consuelo Daza le propuso a Calógero, ahora que era su novio oficial, ya que el compromiso sería anunciado con bombos y platillos en la siguiente semana, en la reunión de los más íntimos, para que le permitiera viajar a visitar a su madre.Él le exigió, como condición, que podía visitar a su madre, pero que fuese en el jet privado de la familia, un Bombardier Global 8000, para que todo estuviese controlado por ellos. Sobre viajar sin escoltas, ese punto no era negociable y se negó rotundamente, a menos de que se estuviese en cuenta otras ciertas concesiones. Si quería tener el control sobre su futura esposa, debía empezar a imponerse en algunas situaciones, desde el primer momento.Consuelo Daza, además de ser agraciada, poseía una particular inteligencia y sabía que de momento no tenía alternativa, consideraba que ya llegaría la etapa de estar mejor posicionada en el tablero de la vida.Calógero aún no lo sabía, pero ella también era una apasionada del juego ciencia y por ese breve in
Don Giovanni, quien procedía de los estratos más bajos, a pesar de haber evolucionado en su ordinario comportamiento, bastaba con limar un poco la superficie para pelar el cobre y quedar expuesta su ordinariez.Su ascenso lo había logrado, probablemente incluso, haciendo una escalera y pisando las cabezas de una montaña de sus enemigos. Ahora estaba en la cúspide del poder, sus tentáculos y relaciones se extendían a todos los niveles y un ejército de soldados era absolutamente fiel a su férrea jefatura.En la lujosa vivienda, a la derecha, un inmenso portón de cedro de doce metros de ancho, compuesto horizontalmente por pequeños tableros de madera cedro pintados de laca blanca, se enrollaba por un mecanismo sobre sí mismo, recogiéndolo a la altura del techo y daba entrada al semisótano, donde en un cómodo espacio se acomodaban media docena de vehículos de alta gama, incluyendo un Lamborghini Diablo, color rojo.A mano izquierda, una escalera con dos tramos de ocho escalones cada uno,
Era evidente que sus movimientos, a pesar de los cuidados que se tenían, eran seguidos al milímetro. Los asociados en esa región, rápidamente iniciaron labores de inteligencia. Aparentemente, el agente de la DEA y marido de su exnovia, Fidelina María Quinterini, estaba detrás de toda la operación, pero no existían pistas sobre cuál era la ubicación exacta de su esposa. La noticia había sido manejada con muy bajo perfil y ni siquiera trascendió a los medios de comunicación social.Calógero se puso en contacto con sus relacionados en esa región y les recomendó, como de alta prioridad, el rescate inmediato de su esposa sin ningún rasguño. En caso contrario, se comenzaría una guerra y represalias de gravísimas consecuencias para las partes implicadas.Calógero Di Vicenzo, a pesar de los esfuerzos que hacía, no dejaba de sentir una furia interna que le carcomía las entrañas. No podía permitir, además, que pusieran en entredicho su autoridad y este hecho se convertía en la primera prueba par