Al arquitecto José Miguel Mares, le pareció curioso esa mañana cuando recibió por primera vez una llamada telefónica desde Lima, capital de un país sur americano, y no dejó de darle cierta sorpresa, lo bien informado que estaba su interlocutor, sobre varias de las obras realizadas por él y a quienes pertenecían dichas obras, pues del otro lado de la línea, la persona en cuestión manifestó que quería contactarlo para ver si era posible llegar a un acuerdo económico y convertirse en un potencial cliente en el proyecto de la construcción de su casa principal, con la cual venía soñando desde hacía un tiempo y en la que se retiraría llegado el momento en unos años con su esposa, cuando ya sus hijos se hiciesen cargo del negocio.
Le comentó, sin rodeos, que después de varias consultas, todas las recomendaciones siempre coincidían finalmente con su nombre. La propuesta ofrecía carta blanca en el manejo de unos recursos ilimitados y algunos otros nombres mencionados en la conversación como referencia, para fortalecer su argumento, no le eran desconocidos.
A pesar de que era evidente que el grado de preparación académica del potencial cliente, no era el más sólido, ya que resultaba obvio que no poseía una educación de las más sofisticadas, sin embargo, otras cualidades que llegó a percibir, en cierta forma, equilibraban esa aparente deficiencia.
En el caso del sujeto en cuestión, la proverbial astucia de la fuerte carga genética indígena, compensaba cualquier desequilibrio y Norton, que era su nombre, poseía además de sus casi veinte mil hectáreas de cultivos ilícitos en el centro de la selva amazónica, toda una cadena de hoteles de alta rotación en buenas zonas de Lima y Arequipa, ferreterías, centros comerciales, terrenos bien ubicados en la capital del país, para futuros desarrollos inmobiliarios, alquiler de maquinaria para la construcción, amén de otras inversiones igual de prometedoras y potencialmente rentables a mediano plazo.
Cuando aceptaba la propuesta, el arquitecto José Miguel Mares, confeccionaba un nuevo expediente e investigaba exhaustivamente, como siempre lo hacía, a todo futuro cliente. No estaba enterado tampoco en ese momento, que, en una jugada propia de un gran maestro ruso de ajedrez, el astuto comerciante amazónico, mandó a sus socios colombianos con todos sus huesos a una prisión de alta seguridad en un país del norte del Continente, mientras que él salió ileso, sumando al mismo tiempo como en un acto de magia, en ese jaque mate, una gigantesca cifra a sus cuentas bancarias en Zúrich, Beijing y el cercano Oriente. Solía decir a sus subalternos, que todos los huevos, no se debían poner nunca en la misma canasta.
Su curioso nombre le había sido colocado por su padre, gran aficionado del Arte de Fistiana, como homenaje a un boxeador estadounidense, campeón de los pesos pesados, a quien mucho admiraba.
Fijaron una fecha para una reunión en persona en Bogotá, pues en apariencia, podía utilizar una tecnología experimental que venía desarrollándose para ese momento en el suministro de energía a base de celdas fotovoltaicas y la invitación incluía pasajes en primera clase, alojamiento en una suite en el hotel Tequendama y otras bondades a las cuales el viejo arquitecto decidió aceptar, siempre y cuando pudiera asistir a dicha reunión, acompañado por su asistente personal y mano derecha, la hermosa joven diseñadora, Consuelo Daza.
Planificó tomarse tan solo un fin de semana libre, de manera que no significaba mayores inconvenientes en la obra que venía desarrollando, para la familia de Don Giovanni Di Vicenzo. Ese hecho le permitiría conocer a su futuro cliente, quien insistía en encargarle ese proyecto en pleno centro de la selva amazónica y dado las características propias del mismo, se convertía en un caso atractivo para cualquier profesional de esa área.
A José Miguel Mares, aunque al principio no le llamó mucho la atención, luego, dadas las cualidades y las cantidades astronómicas que se invertirían en su construcción, en las cuales tendría manos libres para diseñar y encargar a cualquier lugar del mundo, los mejores y más modernos acabados, poco a poco se fue interesando en el desarrollo de los primeros bocetos del anteproyecto, intercambiando ideas con su brillante asistente, hasta que llegó a imaginar que el diseño final, muy probablemente llegaría a alcanzar, características verdaderamente épicas.
El propietario de la obra, al parecer, por su lado, según sus propias palabras, por alguna razón utilizó una frase que escuchó varias veces en una película ambientada en la prehistoria del cineasta Spielberg, de que «No escatimaría en gastos».
La implantación de la casa, constaría de dos niveles y un tercero con una terraza en la losa de techo, en la cual, parte de su superficie, se colocarían los famosos paneles fotovoltaicos que proveerían de suficiente energía eléctrica a la vivienda. Se colocarían jardineras de plantas exóticas estratégicamente distribuidas alrededor y donde se disimulaba a la perfección si permanecía allí oculto, algún francotirador.
Sala de juegos, parrillera y una zona de descanso en ese nivel, que miraba directamente hacia la piscina, unos niveles más abajo. En unos sótanos con accesos secretos que se le encargaron, se disimularon unas caletas que podían albergar cientos de pies cúbicos de contenido y sobre las que el arquitecto José Miguel, no se atrevió a hacer preguntas indiscretas.
Se levantaría a media distancia de una suave colina que descendía hasta llegar a un río, a un costado de una quebrada cristalina, donde el agua saltaba rauda por entre todo un sendero de rocas, cantos rodados de gran tamaño y diferentes colores, que recorrían el lugar hasta precipitarse finalmente al río unos trescientos metros más abajo.
Un brazo de la quebrada, sería desviado hasta la piscina, suministrando el cristalino líquido por la parte superior y luego por el lado totalmente opuesto, por efecto de la gravedad y la inclinación del suelo, sin usar bomba alguna, llegaría a una tanquilla longitudinal a todo lo ancho del lado corto del rectángulo y con un par de tuberías de PVC de cuatro pulgadas, enterradas a treinta centímetros bajo el terreno, seguiría su trayecto hasta llegar al río unos cien metros más abajo. El cambio, a través del ingreso y salida permanente, mantendría el agua en buenas condiciones sin necesidad de usar filtros.
En la obra que desarrollaba en la actualidad, con Consuelo Daza, en los descansos que tenían debajo de una sombrilla de lona amarilla, junto a la piscina en construcción, al sabor de sendos frappé de naranja, intercambiaban ideas y avances del nuevo proyecto. Aún no existía el poderoso software de dibujo por computadora, que saldría al mercado doce años después con el nombre de AutoCad corriendo por la plataforma Sun.
Finalmente, al entregar el proyecto original, impreso en cuarenta láminas de setenta centímetros, por un metro en papel pergamino, base ciento veinte y dada la actitud propia de su naturaleza ladina, el suramericano no llegó a pagar el importe final del costo del proyecto y el arquitecto José Miguel Mares, declinó amablemente la “invitación” a ir al inicio de los trabajos, pues era peligroso para la salud y llegó a la conclusión de que fácilmente podía llegar a formar parte de las cenizas y el material fertilizante que se esparcía en un huerto cercano entre la casa y la implantación de la piscina del proyecto.
Esa misma noche, él y su asistente, partieron discretamente en un vuelo privado en un minijet, desde el aeropuerto internacional Jorge Chávez, primero hasta El Dorado de Bogotá y finalmente al Ernesto Cortissoz, en Barranquilla.
Él, Calógero Di Vicenzo, desde muy joven se había hecho aficionado al ajedrez, tiempo en que por casualidad supo que uno de los principales directivos de un negocio rival al de su padre, era aficionado al juego ciencia y que incluso, entre su círculo más íntimo, era conocido como “El ajedrecista”, haciendo cada uno de sus movimientos, con una precisión, casi matemática.Desde ese momento, por simple curiosidad, empezó a estudiar el famoso juego ciencia. Analizaba las partidas de los grandes Maestros, incluso algunos desaparecidos hacía mucho tiempo, como el cubano José Raúl Capablanca, por ejemplo.Pensando en una solución como las que buscaba en las partidas que tenía con sus amigos y donde en sus años escolares llegó a ser campeón del colegio católico donde estudiaba y luego, compitió incluso, a nivel juvenil. Se puso a pensar: ¿qué pasaría si le proponía a esta difícil muchacha un convenio para llevar a cabo un matrimonio arreglado?Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido por
Nadie podría imaginar que, bajo esa hermosa y frágil apariencia, podría esconderse la fuerza telúrica de un volcán. Mientras tanto, a Consuelo Daza se le fueron encendiendo las mejillas, pasando por varias tonalidades de colores, mientras que, al mismo tiempo, por sus ojos parecían brotarle sendas llamaradas de fuego.Una furia explosiva, de la que ya Calógero había sido testigo, hizo presa de ella y se le abalanzó, pudiéndola contener a duras penas. El solo hecho de no respetar su libertad, era la más grande de las ofensas. El querer disponer de su vida, un agravio imperdonable. El tomar decisiones, sin considerar en lo más mínimo sus pensamientos, era para la más grande de las humillaciones.Tardó un tiempo en controlarse, mientras por sus mejillas se deslizaban unas ardientes lágrimas producto de la indignación que sentía.Después de la tempestad, dicen que viene la calma. Calógero trató de demostrarle que el convenio entre ambos podía ser tan solo cuestión de apariencia ante los de
Consuelo Daza le propuso a Calógero, ahora que era su novio oficial, ya que el compromiso sería anunciado con bombos y platillos en la siguiente semana, en la reunión de los más íntimos, para que le permitiera viajar a visitar a su madre.Él le exigió, como condición, que podía visitar a su madre, pero que fuese en el jet privado de la familia, un Bombardier Global 8000, para que todo estuviese controlado por ellos. Sobre viajar sin escoltas, ese punto no era negociable y se negó rotundamente, a menos de que se estuviese en cuenta otras ciertas concesiones. Si quería tener el control sobre su futura esposa, debía empezar a imponerse en algunas situaciones, desde el primer momento.Consuelo Daza, además de ser agraciada, poseía una particular inteligencia y sabía que de momento no tenía alternativa, consideraba que ya llegaría la etapa de estar mejor posicionada en el tablero de la vida.Calógero aún no lo sabía, pero ella también era una apasionada del juego ciencia y por ese breve in
Don Giovanni, quien procedía de los estratos más bajos, a pesar de haber evolucionado en su ordinario comportamiento, bastaba con limar un poco la superficie para pelar el cobre y quedar expuesta su ordinariez.Su ascenso lo había logrado, probablemente incluso, haciendo una escalera y pisando las cabezas de una montaña de sus enemigos. Ahora estaba en la cúspide del poder, sus tentáculos y relaciones se extendían a todos los niveles y un ejército de soldados era absolutamente fiel a su férrea jefatura.En la lujosa vivienda, a la derecha, un inmenso portón de cedro de doce metros de ancho, compuesto horizontalmente por pequeños tableros de madera cedro pintados de laca blanca, se enrollaba por un mecanismo sobre sí mismo, recogiéndolo a la altura del techo y daba entrada al semisótano, donde en un cómodo espacio se acomodaban media docena de vehículos de alta gama, incluyendo un Lamborghini Diablo, color rojo.A mano izquierda, una escalera con dos tramos de ocho escalones cada uno,
Era evidente que sus movimientos, a pesar de los cuidados que se tenían, eran seguidos al milímetro. Los asociados en esa región, rápidamente iniciaron labores de inteligencia. Aparentemente, el agente de la DEA y marido de su exnovia, Fidelina María Quinterini, estaba detrás de toda la operación, pero no existían pistas sobre cuál era la ubicación exacta de su esposa. La noticia había sido manejada con muy bajo perfil y ni siquiera trascendió a los medios de comunicación social.Calógero se puso en contacto con sus relacionados en esa región y les recomendó, como de alta prioridad, el rescate inmediato de su esposa sin ningún rasguño. En caso contrario, se comenzaría una guerra y represalias de gravísimas consecuencias para las partes implicadas.Calógero Di Vicenzo, a pesar de los esfuerzos que hacía, no dejaba de sentir una furia interna que le carcomía las entrañas. No podía permitir, además, que pusieran en entredicho su autoridad y este hecho se convertía en la primera prueba par
Después de aquel desafortunado hecho, Calógero se encontraba terriblemente contrariado y esta vez hizo que a su esposa la siguiera todo un enjambre de mujeres de servicio encargadas de su bienestar y cuidado. Cuando le hubo pasado un poco el mal genio, su mujer le pidió que llevara a su madre a un lugar más cerca, para ella estar más tranquila, pues ese en realidad había sido el motivo de su viaje.Por otro lado, tampoco quería que ella siguiera trabajando como mujer de servicio, en la casa de aquella periodista, reconocida a nivel internacional y donde ya llevaba un cuarto de siglo trabajando como interna, aunque realmente, el producto de su sacrificio fue invertido de una manera valiosa y le había servido para costear la mejor preparación en los estudios a su única hija.Ya un poco más calmado, el argumento de Consuelo Daza le pareció razonable e hizo los arreglos necesarios para que
Transcurrían los convulsionados años de la década de los setenta. En los comienzos de este período, se habían separado los Beatles, estaban de moda los pantalones, bota de campana, los zapatos con unas plataformas enormes y aún los jóvenes no se sacaban las cejas, ni un ruido que con el tiempo llegaría a llamarse reggaetón, había contaminado el ambiente.Una serie de situaciones adversas que últimamente se conjugaban habían colocado a Orángel Daza, en un escenario bastante complejo. El arribo y captura por las fuerzas especiales del ejército de la pista de aterrizaje ubicada hacia las estribaciones de la Sierra Nevada y desde donde salían los mayores despachos, aunado al decomiso de dos de sus mayores barcos, lo complicaban en la entrega puntual de los cargamentos comprometidos y ya las deudas causadas por los reveses de la operación, rápidamente lo colocaban en dificultades con sus jefe inmediato y peor aún, con los del norte, quienes ya veían con preocupación la ruta que por mucho t
Consuelo Daza, por su parte, estaba a punto de terminar su carrera y necesitaba hacer las pasantías o prácticas, para poder culminar sus estudios de diseñadora, en una costosa universidad privada de la ciudad, los cuales había podido realizar por el esfuerzo titánico de su madre, quien al ser abandonada con su criatura en brazos, se vio en la necesidad de trabajar en otro país para costear los estudios a su hija y poderle garantizar las herramientas de una vida futura más cómoda, la que ella misma no había podido tener, pues tan solo conocía las privaciones, el exceso de trabajo y los sacrificios. La crianza de su única hija, lo había convertido en su único propósito, en una especie de apostolado.Dos hechos hicieron posibles que Consuelo Daza, ingresara como pasante en la construcción de la casa de Don Giovanni. El administrador Michelangelo Ferrari, un primo de su madre, quien trabajaba como contador y manejaba con eficiencia los cuantiosos ingresos y gastos de don Giovanni. El supu