Lisímaco, al año siguiente, otro 16 de julio precisamente, se dispuso a celebrar en grande el día de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, y en su fervor religioso, le estaba encomendando “coronar” el copioso envío por barco de varias toneladas de Golden Santa Marta.
Para celebrar el acontecimiento, se contrató el conjunto nacido en un caserío llamado La Jagua y que estaba sonando con fuerza en toda la región y cuyos ecos llegaron incluso a muchos kilómetros, hasta la capital, en el mismo centro del país. La invitación formal sería convertida años después en unos célebres versos y cantada en la potente voz de Poncho Zuleta, en otro éxito de la música vallenata, cambiando los nombres y el sitio donde se llevó a cabo, esa legendaria celebración.
Ese día, en horas de la noche, de ese mes de julio, a falta de luz eléctrica por uno de los frecuentes apagones que tenían azotada la región, se colocaron unos mechones en diferentes lugares del patio, para iluminar el amplio espacio, mientras la concurrencia celebraba ruidosamente cada éxito interpretado por el grupo musical, del último trabajo discográfico del nuevo conjunto que amenizaba la celebración y que estaba sonando con fuerza a nivel nacional.
Antes de la medianoche, los ánimos caldeados por la ingesta de bebidas alcohólicas y matizados por los recuerdos de viejas rencillas de algunos parientes cercanos hicieron aflorar los rencores insensatos y no se supo de donde provino el primer disparo, pero en esa región donde era costumbre llevar un arma al cinto, una lluvia estentórea iluminó la noche de chispazos provenientes de todos lados.
Los músicos huyeron saltando por encima de las paredes, la concurrencia despavorida abandonó el local en todas direcciones. Los que no pudieron huir se lanzaron debajo de las mesas y después de varios minutos que parecieron eternos, varios cuerpos quedaron tendidos en el piso sin moverse.
En el centro del recinto, yacía la inmensa figura de Lisímaco Iguarán Moscote, quien recibió media docena de impactos, quedando tendido de espaldas, como si mirara el cielo estrellado de aquella noche fatal. De las causas se dijo muchas cosas. Algunos decían que fueron los hermanos Guerra quienes iniciaron todo. Según afirmaban los más osados, siendo el motivo unos amores secretos que mantenía Lisímaco con la esposa de uno de ellos.
Otros afirmaban que fue producto de un mal reparto de un negocio y otros más, juraban que la orden había venido de Medellín, donde una organización que crecía a pasos agigantados, quería eliminar del camino, a cualquier competencia.
Lo cierto era que el arquitecto José Miguel Mares, quien había logrado salir ileso protegido por uno de los sobrinos de Lisímaco Iguarán Moscote, quien lo tomó por un brazo y blandiendo un fusil de asalto Kalashnicov 47, se abrió paso por entre la muchedumbre, en medio del tableteo de la ametralladora, poniéndolo a salvo al anciano, en la casa de una vecina.
Con nostalgia, lo recordaba como si fuera ayer. Otras imágenes imborrables surcaban como una vieja película en blanco y negro, el día del concurrido funeral. Media docena de jóvenes viudas lloraban inconsolables, la prematura partida de su compadre. Años después, cada vez que escuchaba el tema musical, pensaba con melancolía, que Lisímaco Iguarán Moscote en realidad, a pesar de siempre amenazar con hacerlo, no se mudó de la casa de su esposa, ni llegó nunca a cambiar de comedero.
Entre las nebulosas de los recuerdos, se ha olvidado el nombre completo de aquel adolescente que fue uno de los protagonistas de la historia que tuvo lugar a mediados de los setenta, pero era casi seguro que era descendiente de los Daza de la alta guajira y primo de Consuelo.No pasaba de diecisiete años y era el novio de una agraciada vecina, muchacha muy esbelta, hermosa figura y unos cabellos entre rubios y caoba rizados que le caían en una cascada sobre los hombros y que jamás se peinaba, pero que siempre llenaban el ambiente cuando estaba cerca, de un agradable aroma de algún almizcle de aceite con una base de canela.
Ella vivía al lado del local donde Consuelo desarrollaba la parte teórica de la tesis, algunas veces se acercaba al local, a conversar sobre cualquier tema, haciendo tiempo mientras el joven venía a buscarla en una lujosa camioneta Ford color vino tinto, modelo “Ranger”, recién comprada.
Otras veces, él llegaba primero y mientras esperaba unos minutos a su Dulcinea del Toboso, con una botella Chivas Regal veinticinco años en mano, pantalón corto y sin zapatos, brindaba a quien quisiera aceptarlo, un trago y se conversaba algunos instantes, intercambiando ideas sobre algún tema sin importancia, en especial de la música de moda, mientras salía la novia.
Por esos años, algunos personajes de la península de La Guajira, pequeños capos del narcotráfico, se trasladaron a la ciudad de Barranquilla, ciudad apodada “el mejor vividero del mundo”, compraban una mansión al norte de la ciudad y allí se quedaban. A esa época se le conoció como la bonanza marimbera y toneladas de sustancias ilegales se exportaron a un país del norte del continente.
Se vivía sin querer, algunos hechos tangencialmente que sucedieron mientras se cursaba la última etapa de aquella carrera profesional, llena de sueños, ilusiones y esperanzas.
Una vez saliendo del Colegio Colón, el novio de la vecina fue salpicado por un charco de agua al lado de la vía, producto de una veloz carrera que llevaba una camioneta Ford negra, modelo Bronco, de vidrios negros. El copiloto era el tristemente célebre “Tín Sanchez”. El joven, al sentirse salpicada la espalda por el agua de la calle, se paró en medio de la vía y gritó, maldiciendo a los ocupantes de aquel vehículo que ya iban a una cuadra en su veloz carrera.
Dos cuadras más adelante, la camioneta hizo un veloz giro, quemando los neumáticos y devolviéndose a toda prisa por donde caminaba el grupo de estudiantes. El joven que lanzó el insulto, rápidamente se subió a un transporte público que pasaba a su lado, pero los ocupantes de la “Bronco” lo vieron y el copiloto se bajó, se subió al autobús hasta donde se encontraba el joven estudiante y le descargó todo el contenido de una pistola Mágnum nueve milímetros, que llevaba consigo.
Lo que no sabía el “Tín Sanchez”, eran las consecuencias de aquel hecho y de quién era hijo el adolescente que acababa de ultimar tan vilmente.
Unos meses después, enfrente de la casa de una de sus amantes, con mucha discreción, alguien alquiló una vivienda que permanecía vacía. Más adelante, en la investigación se determinó, que solo era ocupada por cinco individuos que nunca se les veía y cuyo único equipamiento dentro de la casa, eran cinco colchones tirados en el piso.
Una mañana que el “Tín Sanchez” fue a visitar a su amante, completamente despreocupado por el terror que infundía a los demás, los vecinos del frente salieron como rayos, descargando setenta y ocho disparos en el cuerpo del desprevenido sicario. Uno de ellos pasó varias veces la propia camioneta Bronco negra por encima del individuo, dejándolo completamente irreconocible.
El adolescente que había ultimado meses atrás era hijo de “El profesor”, uno de los más peligrosos, discreto y casi invisible, pero al mismo tiempo, más despiadado miembro de la organización, y que el padrino de aquel adolescente no era otro que el propio don Giovanni Di Vicenzo, habiendo sellado con fuego su destino.
Al arquitecto José Miguel Mares, le pareció curioso esa mañana cuando recibió por primera vez una llamada telefónica desde Lima, capital de un país sur americano, y no dejó de darle cierta sorpresa, lo bien informado que estaba su interlocutor, sobre varias de las obras realizadas por él y a quienes pertenecían dichas obras, pues del otro lado de la línea, la persona en cuestión manifestó que quería contactarlo para ver si era posible llegar a un acuerdo económico y convertirse en un potencial cliente en el proyecto de la construcción de su casa principal, con la cual venía soñando desde hacía un tiempo y en la que se retiraría llegado el momento en unos años con su esposa, cuando ya sus hijos se hiciesen cargo del negocio.Le comentó, sin rodeos, que después de varias consultas, todas las recomendaciones siempre coincidían finalmente con su nombre. La propuesta ofrecía carta blanca en el manejo de unos recursos ilimitados y algunos otros nombres mencionados en la conversación como re
Él, Calógero Di Vicenzo, desde muy joven se había hecho aficionado al ajedrez, tiempo en que por casualidad supo que uno de los principales directivos de un negocio rival al de su padre, era aficionado al juego ciencia y que incluso, entre su círculo más íntimo, era conocido como “El ajedrecista”, haciendo cada uno de sus movimientos, con una precisión, casi matemática.Desde ese momento, por simple curiosidad, empezó a estudiar el famoso juego ciencia. Analizaba las partidas de los grandes Maestros, incluso algunos desaparecidos hacía mucho tiempo, como el cubano José Raúl Capablanca, por ejemplo.Pensando en una solución como las que buscaba en las partidas que tenía con sus amigos y donde en sus años escolares llegó a ser campeón del colegio católico donde estudiaba y luego, compitió incluso, a nivel juvenil. Se puso a pensar: ¿qué pasaría si le proponía a esta difícil muchacha un convenio para llevar a cabo un matrimonio arreglado?Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido por
Nadie podría imaginar que, bajo esa hermosa y frágil apariencia, podría esconderse la fuerza telúrica de un volcán. Mientras tanto, a Consuelo Daza se le fueron encendiendo las mejillas, pasando por varias tonalidades de colores, mientras que, al mismo tiempo, por sus ojos parecían brotarle sendas llamaradas de fuego.Una furia explosiva, de la que ya Calógero había sido testigo, hizo presa de ella y se le abalanzó, pudiéndola contener a duras penas. El solo hecho de no respetar su libertad, era la más grande de las ofensas. El querer disponer de su vida, un agravio imperdonable. El tomar decisiones, sin considerar en lo más mínimo sus pensamientos, era para la más grande de las humillaciones.Tardó un tiempo en controlarse, mientras por sus mejillas se deslizaban unas ardientes lágrimas producto de la indignación que sentía.Después de la tempestad, dicen que viene la calma. Calógero trató de demostrarle que el convenio entre ambos podía ser tan solo cuestión de apariencia ante los de
Consuelo Daza le propuso a Calógero, ahora que era su novio oficial, ya que el compromiso sería anunciado con bombos y platillos en la siguiente semana, en la reunión de los más íntimos, para que le permitiera viajar a visitar a su madre.Él le exigió, como condición, que podía visitar a su madre, pero que fuese en el jet privado de la familia, un Bombardier Global 8000, para que todo estuviese controlado por ellos. Sobre viajar sin escoltas, ese punto no era negociable y se negó rotundamente, a menos de que se estuviese en cuenta otras ciertas concesiones. Si quería tener el control sobre su futura esposa, debía empezar a imponerse en algunas situaciones, desde el primer momento.Consuelo Daza, además de ser agraciada, poseía una particular inteligencia y sabía que de momento no tenía alternativa, consideraba que ya llegaría la etapa de estar mejor posicionada en el tablero de la vida.Calógero aún no lo sabía, pero ella también era una apasionada del juego ciencia y por ese breve in
Don Giovanni, quien procedía de los estratos más bajos, a pesar de haber evolucionado en su ordinario comportamiento, bastaba con limar un poco la superficie para pelar el cobre y quedar expuesta su ordinariez.Su ascenso lo había logrado, probablemente incluso, haciendo una escalera y pisando las cabezas de una montaña de sus enemigos. Ahora estaba en la cúspide del poder, sus tentáculos y relaciones se extendían a todos los niveles y un ejército de soldados era absolutamente fiel a su férrea jefatura.En la lujosa vivienda, a la derecha, un inmenso portón de cedro de doce metros de ancho, compuesto horizontalmente por pequeños tableros de madera cedro pintados de laca blanca, se enrollaba por un mecanismo sobre sí mismo, recogiéndolo a la altura del techo y daba entrada al semisótano, donde en un cómodo espacio se acomodaban media docena de vehículos de alta gama, incluyendo un Lamborghini Diablo, color rojo.A mano izquierda, una escalera con dos tramos de ocho escalones cada uno,
Era evidente que sus movimientos, a pesar de los cuidados que se tenían, eran seguidos al milímetro. Los asociados en esa región, rápidamente iniciaron labores de inteligencia. Aparentemente, el agente de la DEA y marido de su exnovia, Fidelina María Quinterini, estaba detrás de toda la operación, pero no existían pistas sobre cuál era la ubicación exacta de su esposa. La noticia había sido manejada con muy bajo perfil y ni siquiera trascendió a los medios de comunicación social.Calógero se puso en contacto con sus relacionados en esa región y les recomendó, como de alta prioridad, el rescate inmediato de su esposa sin ningún rasguño. En caso contrario, se comenzaría una guerra y represalias de gravísimas consecuencias para las partes implicadas.Calógero Di Vicenzo, a pesar de los esfuerzos que hacía, no dejaba de sentir una furia interna que le carcomía las entrañas. No podía permitir, además, que pusieran en entredicho su autoridad y este hecho se convertía en la primera prueba par
Después de aquel desafortunado hecho, Calógero se encontraba terriblemente contrariado y esta vez hizo que a su esposa la siguiera todo un enjambre de mujeres de servicio encargadas de su bienestar y cuidado. Cuando le hubo pasado un poco el mal genio, su mujer le pidió que llevara a su madre a un lugar más cerca, para ella estar más tranquila, pues ese en realidad había sido el motivo de su viaje.Por otro lado, tampoco quería que ella siguiera trabajando como mujer de servicio, en la casa de aquella periodista, reconocida a nivel internacional y donde ya llevaba un cuarto de siglo trabajando como interna, aunque realmente, el producto de su sacrificio fue invertido de una manera valiosa y le había servido para costear la mejor preparación en los estudios a su única hija.Ya un poco más calmado, el argumento de Consuelo Daza le pareció razonable e hizo los arreglos necesarios para que
Transcurrían los convulsionados años de la década de los setenta. En los comienzos de este período, se habían separado los Beatles, estaban de moda los pantalones, bota de campana, los zapatos con unas plataformas enormes y aún los jóvenes no se sacaban las cejas, ni un ruido que con el tiempo llegaría a llamarse reggaetón, había contaminado el ambiente.Una serie de situaciones adversas que últimamente se conjugaban habían colocado a Orángel Daza, en un escenario bastante complejo. El arribo y captura por las fuerzas especiales del ejército de la pista de aterrizaje ubicada hacia las estribaciones de la Sierra Nevada y desde donde salían los mayores despachos, aunado al decomiso de dos de sus mayores barcos, lo complicaban en la entrega puntual de los cargamentos comprometidos y ya las deudas causadas por los reveses de la operación, rápidamente lo colocaban en dificultades con sus jefe inmediato y peor aún, con los del norte, quienes ya veían con preocupación la ruta que por mucho t